En
todos los pueblos las hazañas de sus héroes primitivos adoptan inevitablemente
un carácter mítico o semimítico, y si el héroe vivió en un pasado muy remoto su
fama se ve afectada por este proceso mitopoético hasta tal punto que resulta
difícil separar los hechos históricos de los adornos legendarios. Todavía hay
otra clase de héroes cuya existencia real no se puede establecer, pero cuyas
proezas legendarias forman ya tanta parte de la tradición popular que se piensa
en ellos como personas tan reales, como aquéllos cuyas acciones son
incuestionablemente auténticas. En una breve ojeada a las narraciones heroicas
de los japoneses veremos ilustraciones de los dos tipos.
Un
héroe muy famoso de la antigua mitología fue Susa-no-wo[58], el dios Tormenta,
el cual, como ya sabemos, venció al dragón de ocho cabezas y salvó a una joven
de ser sacrificada a aquel monstruo. Historias semejantes se cuentan de sus
hijos, los cuales, al parecer, subyugaron a varios «dioses» que encontraron en
sus dominios, la actual provincia de Izumo. Pero no necesitamos demorarnos en
estas historias que son puramente míticas, pues las narraciones estrictamente
heroicas empiezan con el valiente Yamato-Takeru.
Este
príncipe, hijo de un emperador, vivió en el siglo II de esta era. Fue enviado
en una expedición hacia las desobedientes tribus del Oeste para vengar las
atrocidades cometidas contra sus hermanos. En cierta ocasión, disfrazado de
mujer, logró ser admitido en la mansión de un jefe, y su disfraz era tan
ingenioso que el enemigo no sospechó la verdad. El jefe se emborrachó en un
festín que dio en honor de la supuesta dama, y el Príncipe le apuñaló,
dominando a toda la tribu. Acto seguido, el moribundo jefe le dio a Yamato el
título de «Guerrero heroico del Japón», admirado por el valor y la sutileza del
príncipe[59].
Tras
su triunfal retorno, el príncipe fue enviado a las provincias orientales, donde
también quedaron dominados los aborígenes ainu. De camino, oró ante la sagrada
capilla de Atsuta, donde estaba depositada la espada que Susa-no-wo arrancó del
dragón de ocho cabezas al que había dado muerte. Yamato, pues, cogió la espada
milagrosa y fue esta arma la que le salvó de todo peligro entre los ainu. Estos
bárbaros pretendieron lograr la rendición del príncipe, invitándole a una
cacería por la vasta pradera, pero mientras el príncipe se hallaba en medio del
yermo, prendieron fuego a la maleza. El héroe cortó los hierbajos que le
rodeaban con la espada, y después de escapar ileso del incendio venció a los
bárbaros. Desde entonces, a la espada milagrosa se la conoce con el nombre de
Kusa-nagi, «la Podadera».
Otra
vez, durante la misma expedición, la barca del príncipe se vio terriblemente
zarandeada por una fortísima tormenta. Sabiendo que la misma se debía a la
cólera de los dioses contra el poseedor de la espada que les había sido
arrebatada, y que no se calmaría la tempestad sin un sacrificio humano, la
consorte del príncipe se arrojó al agua. Al momento, la embarcación pudo cruzar
el océano ya en calma.
Tras
diversas aventuras, el príncipe regresó a Atsuta. Allí se enteró de que un
espíritu maligno se había rebelado en una montaña no lejos del lugar, y el
príncipe allí se dirigió para dominar también al espíritu Sin embargo, ésta fue
la última de sus aventuras, ya que cayó enfermo de las fiebres que el espíritu
malvado llevaba consigo. El príncipe todavía volvió a Atsuta pero ya no se
recuperó de la enfermedad. Cuando murió y fue debidamente enterrado, un pájaro
blanco surgió del túmulo. Entonces, levantaron otro en el sitio por el que el
pájaro había desaparecido. Pero de nuevo el pájaro salió del segundo túmulo,
por lo que fue erigido un tercero, de modo que hay tres sitios, en cada uno de
los cuales se dice que reposa el príncipe.[60] La metamorfosis de éste en
pájaro puede interpretarse de varias maneras, pero aquí no hay espacio para
estudiarlas.
Después
de Yamato-Takeru viene la emperatriz Jingo, que dominó al principado de Corea
en el siglo III. Emprendió la acción obedeciendo al oráculo de una deidad, y el
viaje se efectuó con la ayuda de dos joyas que le ofrecieron los Dioses del
Mar. Una de dichas joyas poseía la milagrosa virtud de elevar el nivel de las
aguas del mar, y la otra la de bajarlas. Gracias a estos tesoros, la emperatriz
pudo controlar las mareas y llevar a salvo sus tropas a tierra firme.
Sea
cual sea el origen histórico de esta leyenda, la protagonista, junto con su
hijo[61], nacido al regreso de aquella expedición, y su anciano consejero,
forman un célebre trío de héroes. Sus imágenes suelen ser llevadas en procesión
durante la fiesta anual de las muñecas para niños, y se invoca su ayuda a fin
de que los jóvenes puedan convertirse en héroes y llevar a cabo victoriosas
proezas.
En
el siglo XI se inició la época heroica del Japón, caracterizada por el auge de
la clase guerrera. El clan que desempeñó el papel principal en la historia de
aquellos tiempos fue el Minamoto, y entre los primeros héroes de dicho clan,
Yoshi-iye es el más popular. Yoshi-iye celebró la ceremonia que señalaba su
mayoría de edad ante el santuario dedicado a Hachiman, el hijo de Jingo, y en
tiempos posteriores estos dos héroes fueron reverenciados como los patronos y
protectores del clan Minamoto y, por consiguiente, como guerreros en general.
El
animal íntimamente asociado con el dios-héroe, Hachiman, dios de los Ocho
Estandartes, era la tórtola, y los Minamoto siempre consideraron la aparición
de las tórtolas por encima de los campos de batalla como un buen augurio. Las
hazañas de Yoshi-iye están asociadas a sus expediciones militares al nordeste
del Japón, y ya se hizo referencia a las leyendas locales que le conciernen.
El
más popular y famoso de los primeros generales del clan Minamoto es Raiko, más
apropiadamente Yorimitsu[62]. Siempre iba rodeado por cuatro valientes tenientes,[63]
y se cuentan diversas leyendas de cada uno de ellos. La aventura más conocida
es la expedición contra un grupo de seres diabólicos, cuyo cabecilla era Shuten
Doji, o «Joven Beodo», cuya fortaleza se hallaba en el monte Oye-yama.
El
Beodo era una especie de ogro que se alimentaba de sangre humana. Tenía una
cara juvenil, pero el tamaño de un gigante, y vestía ropas escarlatas. Sus
vasallos eran también seres diabólicos, de aspecto sumamente repulsivo. Sus
correrías en busca de pillajes y desmanes de todas clases no tardaron en
propagarse por la vecindad de su morada, llegando a la capital, y muchas nobles
damas fueron sus víctimas, por lo que el gobierno le ordenó a Raiko que
venciera a tales demonios. Tsuna, uno de los cuatro tenientes de Raiko, ya había
dominado a un enorme ogro, cortándole un brazo, por lo que cabía esperar que el
Beodo no fuese tampoco invencible, a pesar de que para Raiko y sus tenientes no
fuese fácil abrirse paso hacia la residencia fortificada del ogro.
Raiko
decidió disfrazar a sus hombres como un grupo de sacerdotes de montaña, como
los que solían vagar por aquella región. De esta manera, el grupo fue admitido
dentro de la fortaleza del Beodo, hasta la que fueron guiados por un hombre
misterioso, que también le entregó a Raiko cierta cantidad de una bebida
mágica, con la que envenenar al ogro.
Éste
recibió a sus huéspedes sin sospechar nada, y al llegar la noche, los supuestos
frailes le ofrecieron al Beodo y a sus servidores la bebida ponzoñosa,
divirtiéndoles cantando y bailando alegremente. Cuando los ogros estuvieron
bastante atontados, los guerreros se despojaron de sus disfraces, apareciendo
con armaduras y cascos, y tras una ardua lucha consiguieron matar al ogro y a
sus seguidores.
El
espíritu del Beodo tembló de furor tras la muerte de su cuerpo, y su cabeza,
cortada por Raiko, se elevó por el aire y trató de atacarle. Pero los héroes,
gracias a su valor y a la ayuda divina, no tardaron en adueñarse de la
situación. La ciudad de Miyako se estremeció de júbilo cuando el victorioso
Raiko, con sus cuatro tenientes, regresó mostrando la cabeza del monstruo y
encabezando una procesión de mujeres a las que habían librado de su cautividad
en la fortaleza del ogro.
Los
alternativos ascenso y descenso de los dos clanes militares, Minamoto y Taira,
que tuvieron lugar en rápida sucesión durante la segunda mitad del siglo XII,
fue un rico venero de relatos heroicos. A los dos clanes se les llamaba
colectivamente Gen-Pei,[64] y su rivalidad, sus victorias y sus derrotas
constituyen la sustancia de poesías, novelas y dramas. Uno de los héroes épicos
más populares es Tame-moto, el famoso arquero, si bien aún son más conocidos
Yoshitsune, su amigo y servidor Benkei, y su amante, Shizuka.
Entenderemos
mejor sus historias si sabemos algo de sus antecedentes históricos. Los dos
clanes militares llegaron a ser influyentes en el campo político a través de la
guerra civil de 1157, aunque hacía ya tiempo que estaba preparado el camino
para ellos. De todos modos, el equilibrio del poder entre ambos clanes no
estaba preservado fácilmente, y cuando en 1159 estalló otra guerra civil, los
Minamoto fueron completamente derrotados por los Taira. En la guerra de 1157
cada bando fue equitativamente dividido en dos campos contendientes. Tamemoto
estuvo en el lado perdedor, y uno de sus hermanos peleó en el otro, y en la
pasión del momento se atrevió incluso a ejecutar a su padre. Tamemoto, del que
hablaremos más adelante, se exilió a una isla del Pacífico. En la segunda
guerra, los Tairas vencieron a los Minamoto, y el jefe de éstos, hermano de
Tamemoto, murió en una de las batallas. Dejó tres hijos, a los que los
vencedores estuvieron a punto de matar, si bien al final les perdonaron la
vida. Este acto compasivo produjo unos frutos desdichados para los Taira,
puesto que los tres jóvenes perdonados los derrotaron treinta años más tarde.
En aquel tiempo, el mayor de los tres huérfanos era el jefe del clan Minamoto,
pero el guerrero más famoso fue Yoshitsune, el menor de los tres hermanos y el
más popular de todos los héroes japoneses.
Por
su parte, Tamemoto, el infeliz tío de Yoshitsune, fue famoso como arquero,
incluso en su niñez. Descontento con las condiciones de Miyako, donde la
oligarquía Fujiwara oprimía a los militares, Tamemoto huyó de la capital y se
marchó al Oeste, cuando tenía sólo catorce años. Allí, sus aventuras entre los
guerreros locales le convirtieron en un héroe temido y en el cabecilla de otros
jefes menos famosos. Cuando en 1157 estalló la guerra en Miyako, Tamemoto
regresó para combatir al lado de su familia. Pero su clan fue derrotado, su
padre resultó muerto y él volvió al exilio.
Sin
embargo, su ánimo aventurero no decayó. Dominó a los habitantes de la isla a la
que se había desterrado y los gobernó en calidad de rey. De esto se enteró el
gobierno del Japón y envió una expedición a la isla. Cuando Tamemoto vio
aproximarse la flota, cogió su más potente ballesta y con una flecha tocó a uno
de los barcos, horadando uno de los costados con lo que la nave zozobró. El
maravilloso arquero hubiese podido hundir a los restantes barcos de la misma
manera, pero vaciló en hacerlo e incluso en defenderse con la ayuda de los
isleños, porque ello significaba la muerte de más hombres por su culpa. Por
tanto, se retiró al interior de la isla y allí se suicidó.
Esta
es la antigua leyenda, pero la imaginación popular nunca quedó satisfecha con
este final, deseando que el héroe viviese para poder realizar más hazañas. La
tradición, de este modo, hace que Tamemoto no muriese, sino que huyese de la
isla para correr otras maravillosas aventuras. Tomando esto como base, un
escritor del siglo XIX quiso contar la vida posterior del héroe, y cómo llegó a
las islas Loochoo y fundó allí una dinastía real. Esta fantasía, junto con las
proezas ficticias que el escritor le adjudicó a su héroe, llegó a ser tan
popular, que en la actualidad son muchos los que creen en la realidad de tales
relatos, y llaman a Tamemoto el primer rey de las islas Loochoo.
El
segundo héroe famoso es Yoshitsune, que tuvo un hijo llamado Ushiwaka. En la
segunda guerra civil, salvó la vida casi por milagro, junto con su esposa,
huyendo de allí, y la leyenda dice que a él y a sus hermanos el jefe de los
vencedores Taira les perdonó la vida por amor a su madre. El menor de los tres
hermanos fue enviado a un monasterio de Kurama, una montaña al norte de Miyako,
donde vivió como paje del abad, con el nombre de Ushiwaka Maru.
El
pequeño Ushiwaka, hasta en su niñez, siempre proyectó vengar la derrota de su
familia a manos de los Taira. Considerando que la primera virtud de un buen
guerrero era ser un buen espadachín, el muchacho iba cada noche, cuando todos
dormían, al bosque contiguo al monasterio, donde practicaba sin descanso con
una espada de madera contra los árboles. La dictadura tiránica del clan Taira
ya estaba provocando una revuelta popular y, según la leyenda, los
sobrenaturales tengus simpatizaban con el espíritu de la rebelión. El genio del
monte Kurama era uno de ellos, un jefe tengu llamado Sojo-bo. Una noche,
Sojo-bo se le apareció a Ushiwaka para ofrecerle su ayuda, simpatizando con su
entusiasmo por la venganza.
Imaginemos
la escena. En la negrura de la noche, entre las montañas, nada se oía. De
repente, el gigantesco monstruo tengu estaba frente al niño armado con su
espada de madera. Los furiosos ojos del tengu relucían en la oscuridad del
bosque, sus ropas eran de color escarlata, y en la mano derecha llevaba el
abanico tengu.[65] El gigantesco tengu le preguntó al niño por qué se
ejercitaba continuamente en el uso de la espada. Ushiwaka le confesó su
ardiente deseo de vengarse, y el tengu, aprobando esta ambición, prometió
enseñarle algunos secretos del arte de la esgrima e instruirle en las tácticas
y la estrategia militares. Entonces, Sojo-bo convocó a sus servidores, los
tengus voladores, y les ordenó darle a Ushiwaka el beneficio de su experiencia
y la habilidad para perfeccionar su condición de espadachín.
A
continuación, Ushiwaka se reunía todas las noches con los tengus, y muy pronto
fue tan diestro en el manejo de la espada que aquéllos ya no pudieron rivalizar
con él. Finalmente, Sojo-bo, orgulloso de los progresos del muchacho, le enseñó
todos los secretos del arte militar y le entregó un rollo en el que estaban
escritos dichos secretos. De este modo Ushiwaka se graduó en la ciencia militar
en la academia boscosa de los tengus, y se cree que todos sus triunfos
militares de los años posteriores fueron el resultado de la celosa instrucción
de Sojo-bo.
Ushiwaka
no era tan ingenuo como para pensar que sus proezas, sin una ayuda, lograrían
llevar a buen término sus proyectos, por lo que le rezaba regularmente a
Kwannon, la diosa de la misericordia, para que le otorgara su constante guía y
protección. A este fin, visitaba todas las noches un templo de la diosa llamado
el Kiyomizu Kwannon, en la parte sudeste de Miyako. De camino tenía que
atravesar el puente de Cojo, el puente de la Quinta Avenida, que cruzaba el río
Kamo, el Amo de la Florencia japonesa, y la apariencia nocturna del misterioso
joven, con su rostro oculto por un tenue velo de seda, pronto fue tema de
chismorreos entre la gente de Miyako.
Por
aquel entonces había un monje soldado llamado Benkei, que había pertenecido al
monasterio del monte Hiei, pero que ahora residía en Miyako buscando alguna
aventura excitante. Benkei oyó hablar del joven misterioso y decidió averiguar
si se trataba de un ser humano o de una aparición sobrenatural. Para ello,
Benkei se pertrechó con varias armas: espadas, una varilla de hierro, una
sierra, etcétera, y se vistió con sus ropas monásticas y el inevitable
capuchón.
Estando
al acecho del muchacho misterioso, oyó el sonido de las botas laqueadas del
joven sobre las planchas del puente. Se iban aproximando cada vez más hasta que
al llegar a la mitad del puente, el gigantesco monje se dejó ver, gritando:
—¡Alto,
muchacho! ¿Quién eres?
Ushiwaka
no hizo caso de estas palabras. El valeroso Benkei intentó detenerle, pero el
muchacho siguió adelante sin mirar siquiera al monje. Esto enojó tanto a Benkei
que lanzó una estocada contra Ushiwaka, que éste paró con un golpe que arrancó
el arma de la mano del monje. Comprendiendo que debía luchar ferozmente contra
aquel ducho adversario, Benkei sacó la varilla de hierro, pero el muchacho dio
un tremendo salto y esquivó el poderoso golpe. Para empeorar el asunto, se echó
a reír burlonamente ante las narices del monje, el cual lanzaba golpe tras
golpe contra su esquivo oponente... todos en vano. El jovencito saleaba
alrededor, por encima y por detrás de Benkei como si fuese un pájaro. El largo
entrenamiento de Ushikawa con los tengus estaba probando su valía, y al final
Benkei se vio obligado a arrodillarse delante de aquel misterioso muchacho y
pedirle perdón[66]. A partir de entonces, Benkei fue un fiel servidor de
Ushiwaka y peleó a su lado en todas sus batallas, hasta que murió para salvar
la vida a su amo.
Hay
muchos relatos acerca de las hazañas bélicas de Yoshitsune, como acabaron
llamando a Ushiwaka, y de su fiel amigo Benkei. Juntos lograron grandes
victorias contra los Taira, y juntos fueron desterrados cuando Yoshitsune
padeció por los celos y las sospechas de su hermano mayor. Estas leyendas,
especialmente la de la última y desesperada pelea, y de los últimos momentos de
Benkei, cuando murió frente a las flechas arrojadas por sus triunfantes
enemigos, se cuentan aún hoy día con admiración y entusiasmo.[67] Pero son
demasiado largas y numerosas para ser contadas aquí, por lo que sólo nos
referiremos a un episodio de la heroica vida de Yoshitsune.
Tras
su brillante victoria que quebrantó el poder del clan Tiara, Yoshitsune se
quedó en Miyako, la capital imperial, pero pronto se enemistó con su hermano
mayor, el dictador militar. El cabecilla del clan Minamoto envidiaba la fama de
su hermano menor, y había muchos cortesanos ansiosos de inflamar más sus
sospechas y sus celos. Por fin, el dictador desterró a Yoshitsune, el cual fue
arrojado fuera de Miyako por un ataque sorpresa. Entonces se refugió en
Yoshino, un lugar famoso por la belleza de sus cerezos. Allí se vio obligado a
empuñar las armas contra los traicioneros monjes a los que los emisarios de su
hermano habían levantado en su contra.
Durante
todo ese tiempo estuvo acompañado por Benkei y otros fieles servidores, así
como por su amante Shizuka. Cuando fue desterrado de Miyako, uno de sus
tenientes murió por él. Era tan enorme el peligro que corría que tuvo que
disfrazarse de fraile montañés y marcharse sólo con dos o tres de sus
seguidores. La lastimosa situación del héroe, su pesar por la muerte de su
servidor y su triste separación de su amada, son los temas favoritos de sus
leyendas.
La
trágica historia del destierro de Yoshitsune pone un patético final a su
brillante carrera. A partir de entonces, su vida fue una sucesión de
infortunios y dificultades, hasta que por fin halló la muerte en una
derrota,[68] aunque siempre conservó su nobleza y su valor, pues la cualidad
heroica del hombre no es menos noble bajo la adversidad que en el triunfo.
Ningún otro héroe del Japón, histórico o imaginario, es tan popular como
Yoshitsune, y ningún otro tuvo una carrera tan llena de hazañas hermosas y
románticas, ni desdichas tan turbadoras o vicisitudes tan emocionantes.
Los
cuatro siglos que siguieron al II fueron testigos del auge del régimen feudal.
La guerra entre los clanes fue constante y todo el período está lleno de
romances heroicos. Casi todos los relatos se basan con demasiada firmeza en
hechos históricos para ser tratados en un libro dedicado a la mitología. Pero
aquella época produjo muchas historias de hazañas heroicas totalmente imaginarias
e incluso fantásticas, pero que, no obstante, reflejan perfectamente el
espíritu de los tiempos.
El
principal tema de tales historias son las aventuras y la venganza. De la
primera clase, la historia de la expedición de Raiko contra el ogro Beodo, que
ya narramos, es la más típica. Una de las primitivas y más famosas historias
cuyo tema es la venganza la proporciona el «Soga». Trata de la historia de dos
huérfanos que consiguieron, frente a innumerables dificultades, matar al
asesino de su padre. Este episodio es histórico. Ocurrió en la segunda mitad
del siglo XII y conmovió tanto a la imaginación del pueblo, que la historia
forma parte del folclore japonés[69].
Es
un relato demasiado auténtico para tener cabida aquí, pero a nuestro saber y
entender, hay muy pocos relatos románticos de ese período que sean puramente
imaginativos.
La
más popular es la historia de Momotaro, o el «Melocotonero».[70] Es tan popular
hoy día que los folcloristas japoneses proyectan erigir una estatua de bronce a
la memoria del ficticio héroe juvenil, lodos los niños japoneses conocen bien
esta historia. Dice así:
Érase
una vez un matrimonio de ancianos que vivía cerca de las montañas. Un día,
cuando la esposa lavaba unas ropas en un arroyuelo, vio que se acercaba
flotando por el agua un gran melocotón. La vieja cogió el fruto y se lo llevó a
su marido, y cuando éste lo abrió surgió un robusto jovencito. La pareja adoptó
al chiquillo, el cual creció hasta convertirse en un muchacho inteligente e
inquieto. Poco después decidió salir en busca de alguna aventura emocionante,
yendo a visitar la Isla de los Diablos. Su madre le confeccionó unos buñuelos
dulces y Momotaro partió solo con estas provisiones. Por el camino encontró a
un perro, el cual le pidió uno de sus buñuelos. Momotaro se lo dio y el perro
empezó a seguirle. Luego, de la misma manera, la compañía de Momotaro aumentó
con un mono y un faisán, y todos juntos zarparon hacia la Isla de los Diablos.
A su llegada atacaron la fortaleza de los diablos, no resultándole difícil
dominar a aquellos monstruos. Así, regresaron con los tesoros arrebatados a los
diablos. El viejo matrimonio recibió al joven jubilosamente, y los animales
amigos de Momotaro bailaron ante ellos.
Un
cuento heroico asociado a las hadas del mar es el de Tawara Toda, «el guerrero
Toda del saco de arroz», que vivió en el siglo XI. Una noche, cuando Toda
atravesaba el famoso puente de Seta sobre el desagüe del lago Biwa, divisó a
una monstruosa serpiente tumbada en el puente. El héroe pasó junto a ella con
calma y compostura, como si aquello no fuese nada extraordinario. Aquella misma
noche, más tarde, una joven fue a casa de Toda. Le explicó que era hija del Rey
Dragón, y que le admiraba por el frío valor demostrado en el puente de Seta, ya
que al parecer la enorme serpiente había sido la misma joven bajo otra forma.
Después, le preguntó al héroe si quería tratar de vencer a un terrible ciempiés
que estaba matando a muchos de sus congéneres.
Toda,
dispuesto a cumplir el deseo de la joven, salió hacia el puente. Mientras
aguardaba al monstruo vio el faro que daba vueltas en torno al monte Mikanii,
al otro lado del lago, y asimismo avistó dos centelleantes luces semejantes a
unos espejos ardientes. Eran los ojos del terrible ciempiés. Toda disparó dos
flechas contra aquellos ojos llameantes, pero las flechas rebotaron como si
hubiesen chocado contra unas planchas metálicas. Entonces Toda, comprendiendo
que la saliva era un veneno fatal para un ciempiés, disparó una tercera flecha
empapada en su saliva. El monstruo cayó sin vida, y los dragones quedaron a
salvo del temido exterminio de toda su raza.
A
la noche siguiente, la dama dragón visitó a Toda de nuevo para agradecer su
valiente ayuda en aquella coyuntura. Luego le rogó que la honrase, a ella y a
todos los suyos, visitando su palacio, Toda la siguió hasta el palacio
submarino, en las profundidades del lago, donde le ofrecieron todos los más
deliciosos manjares que puede dar el agua. Antes de abandonar el palacio, el
Rey Dragón le entregó tres obsequios: un saco de arroz que resultó ser, como la
copa de la Fortuna, inagotable; un rollo de seda que le proporcionó unas telas
de eterna duración; y una campana procedente de la India, que desde hacía largo
tiempo estaba escondida en el fondo del lago.
Toda
dedicó la campana a un templo erigido a orillas del lago y guardó los otros dos
tesoros, que le ayudaron provechosamente en sus posteriores aventuras.
Precisamente, por su posesión del inagotable saco de arroz, el pueblo siempre
ha llamado a Tawara Toda, «el Señor Toda del saco de arroz».
[59]
Obsérvese que la historia tiene semejanzas con la de Susa-no-wo.
[60]
El intento de un moderno erudito japonés por convertir al príncipe en un
redentor profético fue un verdadero fracaso. Nos referimos al mismo para
demostrar la importancia que los japoneses conceden a estas primitivas
leyendas.
[61]
Está deificado y se le conoce como Hachiman, el dios de las Ocho Banderas. Más
tarde llegó a ser el patrón del clan Minamoto.
[62]
Figura histórica real, que fue alcanzando cualidades mitológicas. Por fechas y
similitudes en la biografía, se puede comparar al Cid castellano. (N. del T.)
[63]
El número “cuatro” en éste y otros casos semejantes está sacado de los cuatro
reyes guardianes de la mitología budista.
[64]
Gen es la pronunciación sino-japonesa
del ideograma chino usado para designar el nombre Minamoto, mientras que Hei o Pei junto con Gen
era el nombre Taira. Los dos relatos épicos son el Hei-ke-Monogatari y el Gem-Pei-Seisui-ki,
una versión ampliada del primero. Véase sobre estos dos conflictos, Saito Musashibo Benkei, de Benneville.
[65]
Para el aspecto de los tengus, véase Cap. IV.
[66]
Observar el motivo Christophorus, tan común en el folclore.
[67]
Las versiones dramatizadas de algunos de estos relatos son accesibles,
con traducción inglesa de G. B. Samson, en las obras No: “Benkei en la Barrera” y “Benkei en la barca”,
en TASJ, xl, 1912.
[68]
Como su tío, Tametono, según algunas tradiciones, se marchó a Yeso, y hasta el
continente asiático, donde llegó a ser el Gengis Khan.
[69]
El primer bosquejo del relato es el Soga-Monogatari, probablemente de la
primera mitad del siglo XIII. Existen diversas versiones dramatizadas de los
siglos XIV y siguientes. Una circunstancia que aumentó la popularidad de la
historia fue que la venganza termina durante una cacería organizada por
Yorimoto al pie del monte Fuji.
[70]
Se observa en esta historia un rastro del relato sobre la expedición de
Rama a Ceilán. Esta historia se conoció a través de libros budistas, aunque de
no gran circulación.
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