El
animismo sintoísta todavía es una fuerza vital entre el pueblo japonés. Como ya
vimos, la mitología japonesa basó su concepto de las cosas en la creencia de
que todo lo animado y lo inanimado tiene un alma, con actividades más o menos
análogas a las del alma humana. Esta creencia no es demasiado firme hoy día,
pero durante el período en que se originaron los mitos y las leyendas la
imaginación popular estuvo llena de una imaginería animista. No sólo se suponía
que los animales y las plantas podían pensar y obrar al estilo del hombre y la
mujer, sino que sus metamorfosis en otras formas de vida o en seres humanos
constituían el tema principal de sus tradiciones.
El
budismo alentó esta concepción animista de la naturaleza con las enseñanzas de
la transmigración. La humanidad es, según esa doctrina, sólo una de las
múltiples fases de la existencia que incluye a los seres celestiales, a los
animales, a las plantas e incluso a los duendes y los demonios. Los animales,
por supuesto, son menos autoconscientes que la humanidad, y las plantas todavía
son menos móviles e inteligentes, pero sus vidas pueden pasar a los seres
humanos y a otras formas de existencia. Filosóficamente hablando, la doctrina
budista no es sólo animista, sino que, dentro de la mente popular, llega a una
elaboración y extensión muy grandes del original animismo sintoísta. Por esto,
los relatos ingenuos sobre animales y plantas, que proceden de los tiempos más
remotos, han sido a menudo enriquecidos con signos de piedad y simpatía, o con
tristes reflexiones sobre las miserias de la existencia en general, que
muestran claramente la influencia de las enseñanzas budistas. Como un amigo muy
querido, después de su muerte, puede nacer otra vez metamorfoseado en animal o
planta, y como uno mismo puede haber pasado también por una de estas fases de
transmigración, no es posible considerar otras existencias como extrañas o
remotas, sino relacionadas de una forma u otra con nosotros mismos, bien por un
parentesco en el pasado o en el futuro. Estas reflexiones y sentimientos
determinaron pronto la actitud del pueblo hacia los demás seres, estimuló la
propensión mitopoética de su imaginación, y ahondó su interés por los seres de
quienes se contaban tales relatos.
A
menudo, es la odisea astucia de algún animal o una divertida peculiaridad de su
conducta lo que constituye la base del cuento animal. También hay muchas
historias sobre animales que muestran una gratitud o un afecto especial a los
seres humanos, y usualmente reflejan la interdependencia mutua de todas las
existencias y el especial énfasis puesto por el budismo y el confucianismo en
la virtud de la gratitud. Naturalmente, estas fábulas, pues esto son, en
efecto, tienen frecuentemente un propósito didáctico o moral, y de algunos
hablaremos al referirnos a los cuentos didácticos tan queridos del folclore
japonés.
Tal
vez la más antigua de las historias de animales sea la de «La Liebre Blanca de
Inaba», contada en relación con las aventuras de Oh-kuni-nushi, el héroe de la
tribu Izumo.
En
otros tiempos vivía en la isla de Oki una liebre blanca. Esta liebre quiso un
día cruzar las aguas y llegar al continente. Para ello le preguntó a un
cocodrilo si tenía tantos parientes como tenía ella, y luego fingió creer que
el cocodrilo superaba las dimensiones de su familia. Acto seguido le pidió al
cocodrilo que llamase a cada uno de los miembros de su tribu y los obligase a
tenderse sobre la superficie del mar, formando una larga fila.
—De
este modo pasaré por encima de vosotros e iré contando cuántos cocodrilos hay
en el mundo —explicó la liebre.
Los
cocodrilos accedieron a esta proposición y formaron una larga fila desde Oki al
continente; la liebre fue saltando de uno en otro hasta que al fin estuvo cerca
de la costa. Orgullosa del éxito de su estratagema, la astuta liebre se echó a
reír ante la facilidad con que había engañado a los estúpidos cocodrilos. Pero
se burló demasiado pronto, ya que el último cocodrilo la cogió, la despellejó y
la hundió en el agua. Y así, la desdichada liebre tuvo que llegar a la costa
desnuda y muerta de frío.
En
Izumo había una familia compuesta de muchos hermanos. Y todos ellos ansiaban
lograr el amor de una princesa que vivía en Inaba. Por eso se dirigieron a
Inaba para sitiar el corazón de la joven, pero los hermanos mayores se
mostraron crueles con el menor, Oh-kuni-nushi, obligándole a acarrear todo el
equipaje. De modo que el pobre hermano fue siguiendo a los otros con mucho retraso.
Mientras andaban por la costa, los hermanos mayores vieron a la liebre y, en
vez de simpatizar con el dolor del pobre animal, la engañaron haciéndole creer
que podían aliviar su pesar sumergiéndola en el agua y luego exponiendo su
empapado cuerpo al viento y el sol.
Cuando
la liebre siguió el malvado consejo, su piel se agrietó y sangró, padeciendo un
dolor intolerable. Fue entonces cuando llegó Oh-kuni-nushi, el cual se
compadeció de la liebre y le aconsejó que se lavase con agua fresca y cubriera
su cuerpo con el suave polen de la planta cola de gato. La liebre le quedó muy
agradecida al muchacho, y le dijo: «Ninguno de tus crueles hermanos se casará
con la princesa de Inaba. Sólo tú conquistarás su corazón».
Las
palabras de la liebre tuvieron fiel cumplimiento. Oh-kuni-nushi se casó con la
princesa y llegó a ser el rey de Izumo, y cuando después de su muerte erigieron
una capilla en su memoria y la de su esposa, la Liebre Blanca de Inaba
compartió con ellos tan gran honor.
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