lunes, 1 de abril de 2019

MITOS Y LEYENDAS DE ESPARTA

Por debajo de la historia convencional, y ajustada a metodologías que se
presumen empíricas —puesto que manejan pruebas y datos avalados por la
experiencia, y de los que se deducen unos hechos cuya peculiaridad esencial les
viene dada por la convención, en muchos casos radical, de que merced a ellos se
alcanza la categoría de lo objetivo y se vislumbra el aporte científico—, discurre
la denominada intrahistoria. Su fluir va en dirección opuesta a todo orden
racional o lógico y, de entre los vericuetos de su enmarañado cauce, surge el
mito y revive la leyenda. Por esto, podemos colegir que no hay historia sin mito
y leyenda, ni mito y leyenda sin historia. Así que, conocer Esparta, también
desde la perspectiva del mito y la leyenda, puede resultar imprescindible si
queremos que nuestras lucubraciones metodológicas alcancen un mínimo rigor.
Para hablar de la Esparta mítica, debemos remontarnos a la descripción de la
leyenda de Eurotas, rey de la región de Laconia y al que la tradición popular
atribuía la personificación del dios que lleva su nombre. Cuentan los narradores
de mitos que este soberano se propuso aprovechar el agua estancada de la
extensa región de Laconia, para lo cual construyó diques de contención que
dieron en formar cauces de agua que desembocaron en una corriente común a la
que se denominó, a partir de entonces, río Eurotas. Respecto a los antepasados
de Eurotas, la opinión más aceptada es que era hijo de Miles, de quien heredó el
trono de Laconia, y nieto del mítico anciano Lélege, el célebre héroe que nació
de la hermosa ninfa libia. Esta tenía como antepasado más significativo al diosrío
Nilo y, según la tradición, estuvo unida a Poseidón, deidad que gobernaba
sobre océanos y mares. Además, se la reconoce como la heroína epónima de la
propia región de Libia.
LEYENDAS DEL RIO EUROTAS
Esparta es también la madre de varios héroes reconocidos por toda la
tradición clásica como sus descendientes directos. De entre ellos conviene
destacar a Hímero que, según algunas versiones, personificaba el ansia de amor
y de afecto, por lo que puede aparecer asociado al propio Eros y, en ocasiones,
se le ha considerado como una deidad menor. Formaba parte del cortejo de la
hermosa diosa del amor, Afrodita/Venus. Otras versiones más asentadas en la
tradición popular, veían en Hímero al más cualificado descendiente de
Lacedemón y Esparta, los soberanos de la región de Laconia.
La leyenda más extendida relata que Hímero tenía una hermana llamada
Asine —nombre que dio origen a una de las ciudades asentadas en terreno
lacedemonio— con la que cometió incesto y, al tomar conciencia de su brutal
acción, con grandes muestras de arrepentimiento, se tiró al río Eurotas con la
intención de perecer ahogado bajo sus aguas. Desde entonces, y en memoria de
un héroe que supo reconocer sus errores, arraigaría entre los ciudadanos de
Lacedemonia la costumbre de llamar Hímero al antiguo río Eurotas. Como
vemos, las dos versiones descritas difieren sustancialmente en cuanto a la forma
de narrar ambas pero, no obstante, si las analizamos detenidamente llegaremos a
concluir que coinciden en ciertos aspectos pasionales y amorosos. Todo esto
significa que la distancia real entre una versión y otra es casi imperceptible y
que, además, las dos juntas componen un claro aspecto animista del mito.
"LLUVIA DE ORO"
Otro hijo de Lacedemón y Esparta fue Amidas que aparece siempre
relacionado con su hermana Eurídice, y con el infortunado efebo Hiacinto. De la
primera se dice que fue madre de la bella Dánae, y del segundo cuentan los
relatos mitológicos que era un joven tan hermoso que hasta el propio dios Apolo
se enamoró de él. En cuanto a Dánae, ¿quién no ha escuchado alguna vez la
encantadora leyenda de la "lluvia de oro"? Pues bien, se cuenta que el poderoso
Zeus, rey del Olimpo, se enamoró de una hermosa joven que vivía encerrada —
por expreso deseo de sus progenitores, que habían seguido al pie de la letra las
instrucciones del oráculo— en la más inaccesible de las torres del palacio en el
que moraba. Otras versiones explicaban que la joven se hallaba recluida en una
oscura y húmeda cueva oculta bajo el piso de palacio y a la que únicamente se
accedía a través de unas sólidas puertas de bronce que siempre permanecían
cerradas.
Sea como fuere, lo cierto es que a la muchacha no le estaba permitido salir
de su encierro, ni tampoco podía hablar con persona alguna fuera de su guardián
o su carcelero, Cierto día, cuando ya la pena le embargaba hasta lo indecible y
se le hacía insoportable su congoja, obsceno que desde lo alto caía una especie
de tamo reluciente, cual lluvia fina de color oro, que se introducía por todas las
rendijas, y ocupaba todos los rincones de la sala en la que se hallaba cautiva. Su
asombro fue en aumento, al obsevar que aquellas diminutas partículas se
adherían a todos los poros de su cuerpo y se volvían consistentes hasta formar
una especie de figura que a la joven se le antojó divinaL Sirviéndose de tan
sofisticado ardid, Zeus había fecundado a la joven Dánae —sin que progenitores
ni guardianes pudieran evitarlo. Nunca hubo otra ingeniosa historia de amor de
similar catadura y, tal como aseguran los relatos de la época, el fruto de tan
peculiar unión fue el famoso héroe Perseo.
EL ORIGEN DE LA HISTORIA
Con todo, el héroe más famoso de cuantos contribuyeron a formar la
leyenda del origen mítico de Esparta, será Tindáreo. Se dice de él que era hijo de
un célebre rey de Esparta, llamado Ebalo, y nieto de Lacedemón. Corría la
leyenda, por toda la región de Lacedemonia, de que Asclepio había resucitado,
en cierta ocasión, a Tindáreo, razón por la cual se le tenía por uno de los héroes
más ilustres de Esparta. Diversos avatares conforman la vida de Tindáreo, entre
ellos cabe destacar la importancia de su relación con Leda, a la que conoció de
forma casual, después de haber sido expulsado de Lacedemonia por Hipocoonte
y sus hijos, los denominados hipocoóntidas.
Leda era la hija del rey de Etolia, que había acogido a Tindáreo en su
palacio cuando fue expulsado de Lacedemonia; después de casarse con tan
preclaro huésped, Leda tuvo una descendencia bastante numerosa. Fue madre de
personajes tan importantes como Clitemestra y Helena y, sobre todo, Castor y
Pólux; a estos últimos se les conocía con el sobrenombre de "Dioscuros". Las
narraciones míticas señalan, no obstante, que Helena y Pólux tenían por padre a
Zeus y que, por tanto, sólo Castor y Clitemestra serían hijos de Tindáreo. El dios
del Olimpo, una vez más, había hecho gala de su sofisticado ingenio para
conseguir los favores de la hermosa Leda ya que, convertido en un blanco y
atractivo cisne, logró seducirla.
LOS JOVENES DEL MONTE HELICON
Sin embargo, de todos es sabido que los devaneos amorosos de Zeus no
habrían producido más que resultados adversos de no mediar los "buenos ocios"
de ciertos personajes míticos que, según opinión común de la época, bien
pudiera catalogárseles como los primeros y más perfectos alcahuetes de todos
los tiempos. Su cometido consista en entretener a Hera, la esposa del rey del
Olimpo, y encubrir a éste para que llevara a cabo sus conquistas sin dar pie a
que los celos de aquélla pudieran aflorar. Un personaje singular, la ninfa Eco,
fue el más renombrado cómplice de Zeus en los menesteres descritos. Esta
muchacha dicharachera, locuaz y ocurrente, entretenía con su charla a Hera
mientras Zeus se dedicaba de lleno a sus conquistas entre las ninfas, dánaes,
nereidas, musas, jóvenes hijas de los mortales, etc. Mas, un día aciago para la
infeliz Eco, Hera descubrió el ladino juego de la ninfa y la complicidad de la
muchacha con su esposo Zeus y, entonces, presa de la más exacerbada cólera, la
esposa humillada castigó a la ninfa y la condenó a no poder emitir nunca más
palabra alguna con sentido.
Desde entonces, la infortunada ninfa sólo tenía capacidad para repetir las
últimas palabras de sus interlocutores y, esto, la trajo consecuencias tan funestas
como la imposibilidad de ser comprendida o amada. Recuérdase, al respecto, la
leyenda del hermoso efebo Narciso que penó tanto por la ninfa Eco, al
enamorarse de ella sin que ésta pudiera expresarle sus propios sentimientos, que
decidió abandonarla. Eco, por mor de la maldición y el castigo de Hera,
únicamente podía repetir las últimas palabras que su amado Narciso articulaba y
se veía imposibilitada de comunicarle sus sentimientos. Todo terminó en
tragedia para los dos jóvenes que moraban en el monte Helicón y, mientras Eco
se transformaba en una voz que vagaría eternamente de montaña en montaña.
Narciso estaría condenado para siempre a no poder amar a persona alguna fuera
de sí mismo; ¿acaso hay mayor tormento que éste?
LA COLERA DE AFRODITA
Tindáreo no pasó mucho tiempo fuera de Esparta pues, según el relato
tradicional, el gran héroe Hércules lo repuso en el trono después de vencer a
Hipocoonte. Los ciudadanos de Esparta aclamaron a Tindáreo como a su rey y
señor y hasta llegaron a considerarlo inmortal y semejante a las deidades, Este
acogió en su corte a héroes famosos, como Agamenón y Menelao, que se habían
visto obligados a huir de Micenas a la muerte de su padre, el mítico rey Atreo,
para no caer en manos de peligrosos disputadores del trono micénico. Según
ancestrales relatos, Atreo había llegado a gobernar en Micenas porque había
vaticinado que el sol se pondría por el Este; hecho que sucedió, en efecto,
merced a la ayuda del poderoso Zeus, que cambió el curso de las noches y los
días para mostrar a los jueces de Micenas que Atreo era el preferido de los
dioses, y no sus oponentes.
Sin embargo, acaso el soberano de Esparta pensaba en sus hijas al acoger a
los descendientes de Atreo en su palacio. Se decía que Clitemestra y Helena se
conducían de una manera en extremo frívola debido a que su padre, al hacer la
ofrenda a los dioses, se había olvidado de evocar a Afrodita lo que provocó que
ésta, plena de ira, decidiera castigar la acción de Tindáreo.
Por todo ello, no es extraño que el padre de ambas muchachas deseara
buscarlas esposo para que cesaran en sus veleidades amorosas y, al propio
tiempo, quedara sin efecto la maldición de Afrodita. Al fin y al cabo, la falta de
Tindáreo había sido involuntaria y no se corresponda con la pena impuesta por
Afrodita; no había que seguir soportando la vejación que todo ello suponía ante
los ojos del pueblo Espartano y, el único modo de solucionar tan enojoso asunto
era, en opinión de Tindáreo, buscar dos buenos esposos para sus dos hijas.
CORAZONES DE PIEDRA
Se decía que el héroe Agamenón —así como su célebre hermano Menelao
— eran hijos de Atreo y de la princesa Aérope, hija del rey de Creta. Atreo
poseía un vellocino de oro y pensaba ocupar un día el trono micénico pero,
según la narración clásica, su mujer se apropió de él y se lo entregó a Tiestes, su
amante y hermano menor de Atreo. Y es que para acceder al trono de Micenas
era necesario presentar un vellocino de oro ante el jurado que iba a dilucidar
cuál de los dos hermanos era el más idóneo para gobernar al pueblo micénico.
Como Atreo descubriera el robo del vellocino de oro, perpetrado por su mujer,
así como la infidelidad y el engaño de que era objeto por parte de Aérope, en un
ataque de cólera la arrojó a las profundidades del mar y allí se ahogó.
A continuación se ensañó con los tres hijos pequeños de Tiestes —a la
sazón expulsado de la región micénica— y los mató para vengarse. No obstante
su actual rivalidad, hubo un tiempo en que Atreo y Tiestes, instigados por su
propia madre —la cruel Hipodamia, hija del rey de Pisa—, se confabularon para
matar a su tercer hermano, el joven Crisipo. Las crónicas de la época cuentan
que a causa de ello, su padre los maldijo y, desde entonces, fueron eternos
rivales el uno para el otro y siempre albergaron en sus corazones de piedra un
odio mutuo y cerval.
LADRON DE NECTAR Y AMBROSIA
El rey de Esparta prestó su ejército al héroe Agamenón para que
consiguiera expulsar de Argos a los intrusos que allí se habían implantado.
Como saliera victorioso de la prueba, el pueblo de la Argólide lo nombró su
soberano y le rindió honores de héroe. Más tarde se casó con Clitemestra, una de
las hijas de Tindáreo, aunque antes tuvo que matar a Tántalo, su anterior marido.
Este personaje legendario aparece como protagonista de muchos de los castigos
y penas que se infligen a los atormentados moradores de los dominios
subterráneos de Hades/Plutón. Sin embargo, antes de que Tántalo fuera
condenado a cruzar la laguna Estigia, a bordo de la barca del viejo Caronte, para
arribar a las puertas mismas del Tártaro o Infierno, había sido mimado por los
dioses e invitado a sus fiestas y ágape. Una versión muy difundida explica que
Tántalo abusó de la hospitalidad de sus ilustres anfitriones y, de forma muy
taimada, les robó cantidades sustanciales de néctar y ambrosía —alimentos
exclusivos de los dioses—, y los distribuyó entre sus amigos los mortales.
Además, no supo guardar en secreto las deliberaciones y acuerdos que los
dioses tomaban en reuniones y asambleas a las que Tántalo asistía como
invitado. Por todo esto, y muchos otros desmanes más, Tántalo perdió el favor
de los dioses del Olimpo y fue arrojado al Tártaro para, allí, sufrir los castigos a
que se había hecho acreedor. Una de las penas impuestas consista en que Tántalo
se hallaba inmerso hasta el cuello en un lago de agua cristalina; de su fondo
emergían árboles frutales cuyas ramas aparecían cargadas de frutos apetecibles
y, en apariencia, sabrosos. En cuanto Tántalo pretendía beber de las aguas del
terso lago, éstas eran sumidas al instante por la tierra y, si quería alcanzar la
fruta de los árboles que le rodeaban, enseguida un fuerte viento desviaba las
ramas hasta situarlas fuera de su alcance. Todo esfuerzo por parte de Tántalo
resultaba, una y otra vez, inútil y se hallaba condenado a contemplar el alimento
y el agua sin que pudiera comer o beber.
Según otras versiones, el castigo consistía en que Tántalo se veía
continuamente amenazado por una voluminosa piedra a punto de caer sobre su
cabeza.
AGAMENON Y CLITEMESTRA
Después de los avatares narrados, Agamenón y Clitemestra contraen
matrimonio. Pero, pronto se verá cómo la maldición de Afrodita sobre las hijas
de Tindáreo acarreará desgracias sin cuento a quienes con ellas se relacionan.
"Rey de hombres Agamenón", dice el gran cantor Homero. Y es que, en un
corto espacio de tiempo, este héroe se convierte en el más poderoso de los
soberanos griegos Micenas y Argos lo veneran, le rinden honores y lo
encumbran hasta hacerle su dueño y señor. Y cuando ya las condiciones del mar
son favorables para navegar, Agamenón parte al frente de la expedición contra
los troyanos. La guerra de Troya constituirá uno de los hechos más funestos de
su vida pues, a causa de ella, tiene que dejar sola a su mujer, sobre la que, no
hay que olvidarlo, pesa la maldición de Afrodita. Después de salir ileso de todos
los cruentos combates librados contra los troyanos, Agamenón regresa a la
región de Argos y, ¡oh azaroso y ciego destino!, aquí es asesinado por el amante
de su esposa Clitemestra pues, en ausencia de su marido, ésta había intimado
con el átrida Egisto.
LA VENGANZA
Otras versiones que se ocupan del asesinato de Agamenón, explican que
Egisto fue ayudado por su amante Clitemestra en ese siniestro menester de matar
a un rival que, curiosamente, era el propio esposo de esta última. El relato de los
hechos es importante para enjuiciar con objetividad la decisión de Clitemestra.
Lo cierto es que cuando Agamenón regresa a su país trae consigo a una
concubina que se le había asignado como parte del botín, y esto hace crecer el
odio de Clitemestra hacia su marido, aunque finge alegrarse de su vuelta e,
incluso, le recibe con gran pompa externa. Por ejemplo, le rinde pleitesía y
extiende en su camino una alfombra púrpura, como si en verdad de una deidad,
y no sólo de un héroe, se tratara. Una alfombra púrpura se extiende a sus pies, y
en su honor se organizan fiestas y banquetes. Agamenón se prepara para asistir a
estos actos, tiene intención de vestirse con sus mejores galas y toma en estos
momentos un baño para relajarse; entonces entra el asesino y mata al héroe que
no tiene a mano ningún arma para defenderse. La tradicción clásica
responsabiliza del luctuoso suceso a la pareja formada por Clitemestra y su
amante Egisto pues, sin la complicidad de ambos, no hubiera podido llevarse a
cabo tan vil asesinato. También los acompañantes del malogrado héroe —su
compañera la concubina Casandra, y sus dos hijos— serán asesinados.
Sin embargo, hay otras versiones que exculpan a Clitemestra y mantienen
que nada tuvo que ver con la muerte de su esposo Agamenón. Además, los
sucesos de marras no se desarrollaron del modo antedicho, sino que fue durante
el banquete ofrecido en honor del héroe cuando, tanto éste como sus
acompañantes más allegados, murieron al ingerir su comida envenenada.
EL SACERDOTE DE APOLO
Había transcurrido ya mucho tiempo desde que la expedición, al mando de
Agamenón, saliera hacia Troya. La guerra duraba ya diez años y, según cuentan
las crónicas, el héroe griego mantenía retenida en su campamento a la joven
Criseida, hija del sacerdote del templo de Apolo, Crises. La joven se encontraba
en la región de Misia cuando los aqueos la raptaron y se la entregaron a
Agamenón que, al instante, la consideró su amante preferida. Cierto día se
presentó en el campamento el padre de la muchacha para rogar a su poseedor
que la liberara; incluso ofreció pagar cualquier rescate por ella. Mas, el
orgulloso Agamenón ni siquiera se dignó recibir a Crises, y ordenó que lo
expulsaran de su campamento sin miramiento alguno. El padre de la muchacha,
herido y desairado, fue a refugiarse al templo de Apolo, y a solicitar el favor y la
ayuda del dios. Este atendió la súplica de su servidor y súbdito y envió, como
castigo, una terrible enfermedad al campamento griego. El pánico cundió entre
los hombres de Agamenón, que ya no morían en combate, sino a consecuencia
de la peste que el poderoso Apolo había hecho prender entre ellos y, puesto que
sospechaban cuál era la raíz de tan terrible mal, fueron a consultar al adivino
Calcante —que se había embarcado también en la expedición contra Troya, y
tenía el deber de dejar su puesto cuando ya no fuera capaz de desvelar los
enigmas que se le presentaran—, quien corroboró la certeza de sus temores.
Encabezados por Aquiles, los aqueos presionaron a Agamenón para que pusiera
en libertad a la joven Criseida. Contrariado Agamenón, accedió a poner en
libertad a su preferida y permitió que la muchacha fuera devuelta a los suyos.
Casi como por ensalmo, la enfermedad se alejó para siempre del campamento
aqueo aunque, según los relatos clásicos, Criseida llevaba en sus entrañas un
hijo de su raptor.
CASANDRA
Este personaje femenino aparece en todos los relatos mitológicos cargado
de simbolismo, y envuelto en leyenda. Ya desde muy niña poseía el arte de la
profecía y la adivinación. Apenas era una recién nacida cuando, en compañía de
Heleno —su hermano gemelo—, fue abandonada en las inmensas y oscuras
salas del templo de Apolo. Dos serpientes lamieron a las criaturas durante toda
la noche y, desde entonces, ambos hermanos adquirieron el don de la predicción.
Las crónicas relatan que Heleno y Casandra permanecieron tanto tiempo
solos porque los troyanos festejaron el nacimiento de los gemelos durante un día
entero. A la mañana siguiente, cuando fueron a buscar a las infelices criaturas,
hallaron en su compañía dos enormes serpientes que, con relativa pasimonia,
lamían y limpiaban sus ojos y sus orejas para que así, libres de impurezas, los
sentidos de Casandra y Heleno se afinaran tanto que, a partir de entonces, fueran
capaces de ver y oír hasta las cosas ocultas que les estaban vedadas al resto de
los mortales por tener atrofiados sus sentidos.
De Casandra se dice, también, que estaba especialmente dotada para la
intriga y el contubernio; recordase su confabulación con Egisto, uno de sus
amantes, contra su esposo Agamenón.
Otras versiones inciden en el hecho de que fue el propio dios Apolo quien
concedió a Casandra el don de la profecía y la predicción. Pero la muchacha, en
cuanto se vio revestida de tales poderes, olvidó todas sus anteriores promesas y
dejó de lado su fidelidad para con la deidad. Entonces Apolo, encolerizado,
escupió a Casandra en la boca para que, en lo sucesivo, sus profecías resultaran
siempre desacertadas y nunca llegaran a cumplirse. De este modo, la
credibilidad de la muchacha entre los suyos, se vio tan mermada que ya nadie
volvió a confiar en sus premoniciones.
HELENA
La otra hija de Leda y Tindáreo fue Helena —aunque algunas versiones,
como ya sabemos, hacen a Helena hija del poderoso Zeus—, que se casó con un
príncipe espartano llamado Menelao. Es célebre, esta muchacha porque soportó
ser secuestrada por varios personajes míticos; primero la raptó el héroe Teseo,
aunque luego la devolvió con los suyos. Y, después, fue de nuevo robada por el
troyano Paris, lo cual provocó un conflicto de considerables dimensiones; nada
menos que una guerra —la guerra de Troya— que duró diez años y dejó
destrozada la ciudad de Troya.
Helena estaba considerada como la más bella entre todas las mujeres de
aquel tiempo y, por lo mismo, tuvo muchos pretendientes. Algunos narradores
de mitos le atribuyen, además de Menelao, cuatro maridos más; entre éstos
destacan el gran héroe Teseo —célebre porque dio muerte al Minotauro—, Paris
—que siempre fue protegido por Afrodita— y Menelao que, como ya sabemos,
declaró la guerra a los troyanos porque Paris había raptado a su esposa Helena.
También se añade, a veces, a Aquiles —el famoso hijo de Tetis que, al nacer, fue
sumergido por su madre en la laguna Estigia para hacerlo invulnerable— quien,
al parecer, había estado unido en secreto con Helena merced a la ayuda que le
propiciaron Tetis y Afrodita.
Existen ciertas leyendas que muestran a Helena revestida de cualidades
curativas y, al respecto, se cita la célebre anécdota que le acaeció a un poeta
popular de aquel tiempo según la cual, éste, habría recobrado la vista —se había
quedado ciego por haber recitado unos versos satíricos que ridiculizaban la
figura de Helena— al componer una nueva oda que ensalzaba las virtudes y la
belleza de la joven Helena.
Casi todos los narradores de mitos coinciden en afirmar que Helena fue
deificada y llevada a la morada de los inmortales por el propio Apolo que, al
parecer, cumplía un mandato del poderoso rey del Olimpo. Todo esto sucedió
porque Orestes, que había vengado a su padre Agamenón y, para ello, había
matado a su madre Clitemestra y a su amante Egisto, enloqueció a causa de las
presiones a que fue sometido en el juicio que se siguió contra él por tan horribles
crímenes. Según unos, Orestes — que en todo momento había actuado con la
anuencia y la complicidad de su hermana Electra— sólo debía haber matado al
amante de su madre, Egisto y, por ende, debería haber respetado la vida de su
madre Clitemestra que le había dado el ser.
ORESTES Y ELECTRA
Lo más característico de estos dos hermanos fue su común decisión de
llevar a cabo una venganza tan cruel, que hasta alcanzarla a su propia madre.
Ambos eran hijos de Agamenón y Clitemestra y fue Orestes quien ejecutó la
terrible acción de matar a su madre para vengar a su padre. Electra había salvado
a su hermano Orestes, cuando era un recién nacido, de la ira de Clitemestra; lo
sacó del palacio escondido bajo su capa y sus vestidos y lo condujo hasta la casa
de un maestro fiel para que lo enseñara y adoctrinara. Según el gran cantor de
mitos Homero, la decisión de Orestes fue lícita, y hay que ensalzarle por ello,
pues se hizo justicia y ni siquiera los dioses le perseguirán puesto que, según se
muestra en algunas obras trágicas de aquel tiempo, fue el dios Apolo quien le
ordenó a Orestes llevar a cabo una acción tan cruel. De lo contrario, éste no
habría sido capaz de vencer sus escrúpulos, y su repugnancia, ante tan vil y cruel
tarea.
Otros autores explican esta tragedia haciendo hincapié en la huida de
Orestes, ante el horror que sintió, una vez cometido tan atroz crimen. Y explican
que, después de matar a su madre, corrió despavorido a refugiarse en el templo
de Apolo, pues las Furias habían salido de los infiernos para perseguir al
culpable de tan espantoso crimen.
EN LOS BOSQUES DE ARICIA
Orestes sólo pudo librarse de las Furias porque Apolo lo protegió en su
templo de Delfos y, además, lo purificó con su deifico poder. Desde entonces
pudo vivir en calma, y libre de todo tormento psíquico. Cuando ya tenía una
edad bastante avanzada, el oráculo aconsejó a Orestes que se retirara a la mítica
y maravillosa región de la Arcadia, lugar donde le sobrevino la muerte. Según
algunas leyendas, sus restos fueron robados y expuestos a la contemplación de
los espartanos.
Entre los romanos, no obstante, circulaba la leyenda de que los restos de
Orestes yacían en el templo de Saturno en Roma y, según la tradición popular, el
mítico héroe habría muerto en los bosques sagrados de la región de Aricia, lugar
en el que se erigía el santuario de Diana. Orestes había huido hasta este atractivo
lugar, en compañía de su hermana Electra y, según antiguos relatos, traía
escondida una efigie de madera que representaba a Diana, entre las vides de un
haz de leña. Desde entonces quedaría instituido el culto a Diana en los bosques
de Aricia que, además, albergarían un límpido lago —el lago de Nemi— en el
que se miraría la diosa de los bosques y de la fertilidad. Por lo común, a este
lago terso se le conocía con el nombre de "espejo de Diana" y, con frecuencia,
fue escenario de ancestrales y atractivos sucesos que allí se desarrollaron
durante mucho tiempo.
CASTOR Y POLUX
Al tándem formado por los gemelos Castor y Pólux se le conocía con el
nombre de "Dioscuros", término que significaba "hijos de Zeus". Habían nacido
de uno de los dos huevos que Leda depositó después de ser fecundada por el rey
del Olimpo, cuando éste, para conquistarla, se transformó en cisne.
Ambos hermanos poseían una belleza excepcional y, según la tradición más
común, se habían criado en la ciudad de Esparta, en el palacio de Tindáreo, su
padre mortal.
Castor y Pólux tomaron parte en la expedición que partió en busca del
Vellocino de Oro y, a su regreso, se dedicaron a limpiar de malhechores y piratas
toda la región espartana. También tomaron parte activa en la invasión de Atenas
cuando se descubrió que la bella Helena de Troya había sido raptada por el héroe
Teseo. Castor halló la muerte a manos de sus adversarios, en un cruel combate
librado al pie del monte Taigeto, en Laconia, Otras versiones del mito de los
Dioscuros narran la muerte de Castor de muy diverso modo. Según parece,
murió al protestar por el reparto de un robo de reses que había perpetrado en
compañía de un personaje legendario de nombre Idas. Este era primo de los
Dioscuros, y les había invitado a la celebración de su boda con una de las
sacerdotisas del templo de Atenea. Idas estaba considerado como el más
poderoso y fuerte de entre los mortales y, según el relato de los funestos hechos,
pretendió también acabar con Pólux pero, como por ensalmo, Zeus envió su rayo
contra él y lo fulminó. De aquí arranca la leyenda que establece cómo Castor era
mortal, mientras que Pólux gozaba de la inmortalidad. Sin embargo, cuando
Castor murió, su hermano gemelo Pólux no pudo soportar la soledad y pidió al
poderoso rey del Olimpo que le permitiera, también a él, morir para, así, morar
en el mismo insondable abismo que su hermano Castor. El poderoso Zeus, no
obstante, resolvió devolver a la vida a Castor y concederle también la
inmortalidad. Desde entonces, ambos hermanos quedaron divinizados y
realizaron un sinnúmero de hazañas y proezas. Esparta los consideró siempre
como sus héroes nacionales y, por lo general, los artistas clásicos los
representaron en sus obras siempre en plena juventud, y cabalgando sobre dos
fogosos caballos blancos. Ancestrales leyendas han identificado, a través de los
tiempos, a los Dioscuros con la constelación de Géminis.

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