sábado, 23 de marzo de 2019

La destrucción de Tiapollo (Amazonas)

Hace cerca de tres siglos, existió detrás del cerro de
Chido, al oeste de la ciudad de Pomacochas, un pueblo
bastante adelantado, conocido con el nombre de Tiapollo.
Todavía se puede ver las ruinas de este pueblo y de sus
templos de estilo colonial.
Allí vivía una viejecita, que no tenía más compañía
que un gallo, al cual mimaba como si fuera su propio
hijo. Tanto había envejecido el gallo que caminaba apenas,
pero no por esto la anciana dejaba de prestarle solícitos
cuidados. Un día resultó cacareando, y cuando por
la tarde fue a acomodarlo la cariñosa dueña, encontró
que su favorito había depositado un huevo. Alegróse muchísimo
y, sin contar a nadie lo sucedido, guardó en un
viejo baúl el hermoso regalo que su animalito le había
hecho ese día. Tal vez pensaba comerse el huevo al día
siguiente, pero quiso el destino que se olvidara. Pasado
un tiempo, durante el cual no había abierto su baúl, escuchó
un ruido dentro de él. Recién se acordó del famoso
huevo, mas en su lugar solo encontró unas cáscaras
y una serpiente dorada, a la que le puso el nombre de
Basilisco. Cuando hubo crecido lo suficiente, la viejecita
le sacó del baúl y le mandó a buscarse la vida, pues ella
se sentía sin fuerzas para mantenerla. Basilisco escogió
como vivienda un agujero próximo a la fuente de donde
los habitantes sacaban el agua para el consumo diario.
Siempre que veía una criatura sola delante de la fuente,
la atrapaba y devoraba en un instante., Nadie conocía la
causa de la desaparición de tantas criaturas. Pasado un
tiempo, Basilisco, que había crecido muchísimo y ya no
cabía en su escondite, se hizo presente a los ojos de los
que iban a la fuente para proveerse de agua, y los devoraba
sin compasión. Alguien que logró huir, dio aviso a
los demás habitantes, quienes aterrorizados abandonaron
sus viviendas y emigraron a los pueblos vecinos de
Pomacochas y Shipashbamba.
Basilisco no tenía ya qué comer, por lo que se trasladó
al pueblo de Comacosh, a cuyos habitantes también devoró.
Durante mucho tiempo fue el terror de las gentes, y así
llegó hasta Cajamarca, en una de cuyas pampas permaneció
asaltando a los viajeros. A esa pampa la llamaron desde
entonces la pampa de la Culebra. Un día de tempestad,
mientras acechaba su presa, un rayo le partió la cabeza.
Así desapareció este terrible monstruo.
Los emigrados de Tiapollo conservaban vivo el recuerdo
de su pueblo, mas no intentaban ya regresar. Las
casas se desplomaron y los árboles ocultaron el pueblo.
Un pobre vaquero de Shipashbamba, cuyos bueyes se
habían remontado, llegó por casualidad junto a las ruinas.
Una voz amigable lo llamó por su nombre. El joven
vaquero sintió alegría, porque creía encontrar algún
acompañante. Mas al penetrar entre los muros de un
antiguo templo descubrió la presencia de dos estatuas:
eran Santo Tomás y San Lucas. Al acercarse más aun,
percibió olor de cera quemada y encontró una campana.
Loco de alegría se alejó del lugar y, sin saber cómo,
en pocas horas llegó a su pueblo y dio la noticia a sus
paisanos. Al siguiente día, muy de mañana salieron con
dirección a Pomacochas, a cuyos pobladores refirieron la
extraña nueva, y los invitaron también a ir. Muchos partieron
con dirección al pueblo desaparecido. Al atardecer,
guiados por el vaquero, llegaron junto a las ruinas, y
percibieron también el olor a cera quemada. Entraron no
sin un poco de temor, y encontraron a los santos, cuyos
nombres ya hemos mencionado, así como algunas ceras
de laurel20 recién apagadas.
Los pomacochanos escogieron como patrón a Santo
Tomás, pero cuando intentaron levantarlo en hombros,
sintieron un gran peso encima. Lo mismo les pasó a los
shipashbambinos con San Lucas. Mas cuando los primeros
hicieron la prueba de levantar a San Lucas, la carga se
hizo liviana. Este hecho les sirvió para interpretar la voluntad
de los santos y, como consecuencia, San Lucas fue
trasladado a Pomacochas y Santo Tomás a Shipashbamba,
donde se los venera actualmente.
Como ya era muy tarde, los cargadores se quedaron a
una legua del lugar. En la noche vieron arder en los montes
multitud de velitas, que los santos habían encendido
como milagro.

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