martes, 2 de abril de 2019

MIÉRCOLES

Una mujer estaba hilando una noche, la del martes al miércoles. Hallábase sola, y después
de dar las doce, al oir el canto del gallo, pensó que debería acostarse, aunque deseaba concluir
la tarea que tenía entre manos.
— ¡Bueno! murmuró; mañana me levantaré más temprano. Ahora será mejor irme á
dormir.
Así diciendo, se desnudó y metióse en la cama sin persignarse, murmurando:
—Madre Miércoles, préstame tu auxilio para que mañana pueda levantarme muy temprano,
á fin de terminar mi tarea.
A la mañana siguiente, antes de rayar el día, la mujer oyó ruido en el cuarto y, abriendo
los ojos, miró por todas partes. En la habitación había luz; el fuego estaba encendido en la
estufa, y de un lado á otro iba y venía una mujer de cierta edad que parecía ocuparse afanosamente
en los quehaceres de la casa. Poco después acercóse al lecho donde estaba la joven y
le dijo:
—Levántate, que ya es hora.
La mujer se levantó y, llena de asombro, preguntó á la intrusa quién era.
—Yo soy aquella á quien invocaste anoche, contestó, y he venido en tu auxilio.
—Pero ¿ quién sois ? ¿ A quién he invocado yo ?
—Yo soy la Madre Miércoles, á quien anoche llamaste en tu ayuda; he hilado todo tu lino,
y ahora vamos á blanquearlo: el horno está ya calentado. Ahora vé á sacar agua del pozo.
La mujer estaba espantada y preguntábase cómo podía ser aquello; pero la Madre Miércoles
le asestó una colérica mirada. Sus ojos brillaban de una manera extraña.
La mujer obedeció y, tomando los cubos, dirigióse al pozo; mas cuando estuvo fuera se
dijo:
—¿Será esto que me amenaza una desgracia? Mejor será ir á casa de la vecina, en vez de
á buscar el agua.
Así diciendo, se marchó. Todos dormían aún en el pueblo. Llegó á casa de la vecina y
llamó á la ventana hasta que la oyeron. Una mujer de edad le abrió la puerta.
— ¿Dónde vas? le preguntó. ¿Por qué vienes aquí tan temprano? ¿Te ha pasado alguna
cosa?
— Sí, contestó la mujer; ha venido la Madre Miércoles á mi casa y me ha enviado á
buscar agua para lavar el lino.
—Eso no me parece bien, replicó la anciana. Con el lino te ahogará ó te abrasará.
La mujer parecía conocer perfectamente á la Madre Miércoles.
— Pues ¿qué debo hacer? preguntó la joven. ¿Cómo puedo escapar de este peligro?
—Yo te diré lo que has de hacer. Cuando estés enfrente de tu casa golpea los cubos
uno contra otro y grita: Los hijos del Miércoles se han quemado en el mar. En el mismo instante
la verás salir corriendo de la casa. Aprovecha la oportunidad para entrar antes de que
ella vuelva, cierra la puerta y haz en ella la señal de la cruz. Después no la dejes entrar aunque
te amenace mucho, ni por más que te suplique; traza la cruz con los dedos y un pedazo
de yeso y reza una oración. Con esto desaparecerá el espíritu.
La joven corrió á casa, hizo chocar los cubos uno contra otro cuando estuvo delante, y
gritó debajo de la ventana:
— Los hijos de la Madre Miércoles se han quemado en el mar.
La Madre salió de la casa presurosa, corrió de un lado á otro, mirando á todas partes,
y entre tanto la joven entró en su domicilio, trazó una cruz en la puerta y cerró. Poco después
llegó la Madre Miércoles corriendo y comenzó á gritar:
—Ábreme la puerta, hija mía. Yo he hilado tu lino y ahora lo blanquearé.
Pero la joven no quiso dar oídos á estas palabras, y la Madre Miércoles siguió llamando
inútilmente hasta que se oyó el canto del gallo. Entonces profirió un agudo grito y desapareció,
quedando el lino dónde estaba.

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