lunes, 1 de abril de 2019

HERMES/MERCURIO

En la mítica región de Arcadia, evocada por poetas y narradores, desde
tiempos inmemoriales, como escenario idóneo para el desarrollo de una vida
bucólica y apacible, nació el dios Hermes.
El hermoso lugar estaba considerado, además, como el sitio ideal para que
todas las leyendas acerca de lo pastoril, y el encanto de lo rústico, tuvieran allí
su perfecto acomodo.
Pero el suceso más memorable acaecía, precisamente, cuando los dorados
rayos del sol dejaban que las sombras de la noche se adueñaran de campos y
valles. Y "mientras el sueño envolvía a Hera, la de los níveos brazos", su esposo
Zeus acudía presuroso a encontrarse con la ninfa Maya.
LA NINFA DE HERMOSAS TRENZAS
En una oscura gruta del monte Cirene, oculta por lo accidentado del terreno
de esa región del Peloponeso, moraba la ninfa Maya. Se había recluido en tan
recóndito habitáculo, lejos del gozoso bullicio del Olimpo — por así decirlo —
porque no "gustaba del trato de los bienaventurados dioses".
Sin embargo, permitió de buen grado que Zeus —el más mujeriego y
caprichoso de entre los dioses y los mortales— la sedujera. Este, aliándose con
la noche, gozaba con asiduidad de los favores y la compañía de Maya, "la ninfa
de hermosas trenzas", como dicen los narradores clásicos.
PRECOCIDAD DE HERMES/MERCURIO
Hermes fue la consecuencia directa de las escapadas de Zeus y, al poco
tiempo de nacer, ya se le conocían ciertas dotes que ni siquiera una persona
adulta podría llevar a cabo. Y no faltan estudiosos de la mitología que
interpretan la excesiva sagacidad y astucia del dios siempre en relación de causa
efecto, por así decirlo, con los diversos avatares que tuvo que realizar el
poderoso amo del Olimpo para, al amparo de las sombras de la noche, volar
hacia la oscura gruta de la ninfa Maya y saciarse de su hermosura y belleza.
En resumidas cuentas, que podemos afirmar de Hermes/Mercurio que tuvo
un buen maestro —nada menos que a su propio padre— en el arte de urdir
tramas y resolver imposibles.
Reparemos, si no, en la diversidad de acciones que lleva a cabo con una
habilidad inigualable. La primera de ellas aparece recogida por todos los
cantores de mitos y hace alusión a un curioso robo que Hermes/Mercurio realiza
con aprovechamiento, si se me permite la expresión, y que muy bien pudiera
valerle el título de patrono, o rey, de los cuatreros.
FABULA DEL ROBO DE LOS BUEYES
Cuentan las crónicas que Hermes/Mercurio tan sólo era un recién nacido
cuando, sin ayuda de nadie, saltó del harnero o criba —lugar en el que lo había
depositado su madre, Maya, para que le sirviera como cuna, no sin haberse
asegurado antes de envolverlo y fajarlo convenientemente— y se dispuso a
corretear por campos y prados.
El tiempo transcurrió raudo y veloz, el sol ya se ocultaba en el ocaso y
Hermes decidió conservar un recuerdo de los valles y tierras por los que había
pasado.
Y, así, urdió un plan tendente a conseguir sus pretensiones, las cuales no
eran otras más que llevarse consigo los mejores bueyes de la cabaña de los
dioses que, a la sazón, pastaban por aquellos lugares al cuidado de un guardián
excepcional, el mismísimo Apolo. Aunque éste, en esos momentos, se afanaba
en otros menesteres cualitativamente diferentes de la tarea que se le había
encomendado —algunos narradores de mitos explican que Apolo intentaba
convencer a una bella ninfa de lo maravillosa que podía ser su compañía y de lo
nocivo que, de todo punto, resultaba la soledad y la renuncia a los placeres del
amor.
La ocasión fue aprovechada por Hermes/Mercurio, pues no en vano tenía
fama de sagaz, y casi en un abrir y cerrar de ojos separó cincuenta de los
mejores ejemplares de bueyes, con lo que la manada quedó sensiblemente
mermada, y los arreó por vericuetos y caminos, apenas transitados, sin más
ayuda que su espabilado y talentoso ingenio.
PACTO ENTRE CABALLEROS
La oscuridad de la noche protegía la atrevida acción de Hermes/Mercurio
que, no obstante, había previsto su hurto con todo detalle. Para que sus posibles
seguidores no pudieran encontrarle se entretenía en borrar todo vestigio de su
hazaña. Y, así, obligaba a las reses a caminar de un extraño modo "haciendo que
las pezuñas de delante marchen hacia atrás y las de atrás hacia adelante, y
andando él mismo, al conducirlas, de espaldas".
También urdió otros métodos que bien pudieran clasificarse de sofisticados.
Entre ellos está el de atar ramas, arrancadas de frondosos árboles, a los rabos de
los animales para que, al arrastrarlas por el suelo, se borraran las marcas de sus
pezuñas.
Como ya el día comenzara a clarear, el insigne ladrón esconde a los
animales en una cueva y regresa velozmente a su criba.
Pero Apolo, que poseía el arte de la adivinación, supo enseguida quien
había sido el ladrón del ganado de los dioses. Aunque Hermes negó una y otra
vez su autoría, la pericia de Apolo al interrogarle puso en claro la verdad de los
hechos. Con gran disimulo, y viéndose descubierto, Hermes comenzó a tocar un
instrumento de su invención, que él mismo había fabricado y, cuyo melodioso
sonido, atrajo la atención de Apolo. Viendo Hermes el interés con que aquél
escuchaba, se lo regaló, y, al punto, se hicieron amigos. Apolo le dio a cambio su
cayado de oro y, desde entonces, nunca más se perjudicaron; en lo sucesivo, éste
sería el dios de la música, mientras que su amigo Hermes detentaría la
protección de los rebaños y manadas, y se le conocería con el epíteto de Hermes
"el de áurea vara".
UNA PIEDRA POR TESTIGO
No todas las versiones coinciden en afirmar la maestría y perfección con
que llevó a cabo su robo Hermes/Mercurio. Según algunos relatos mitológicos,
hubo un testigo de tan premeditado hurto.
Los hechos son narrados por el gran cantor Ovidio quien, basándose en la
"Odisea" del insigne Homero, expresaba con detalle tan singular episodio a raíz
de la transformación y metamorfosis de la hija del Centauro Quirón. He aquí el
expositivo relato:
"En vano lloró Quirón el infortunio de su hija ante ti, ¡oh Apolo!, no
atreviéndose él sólo a arrostrar el misterio del Destino... Mas, por aquel
entonces, tú andabas muy interesado en una aventura amorosa. Portabas una
zamarra de pastor y un cayado y una flauta, y apacentabas el ganado de los
dioses en los risueños campos de Mesena. Pero, soñando amores que
concertabas con una dulce musiquilla, no te diste cuenta de cómo los novillos se
te alejaban perdiéndose. Se aprovechó Mercurio de tu sueño para robarte el
ganado y esconderlo en las entrañas mismas de la Tierra sin que se diese cuenta
sino una persona: el viejo pastor Bato, que guardaba las yeguas del rey Neleo.
Mercurio, atemorizado de este testigo, se le acercó y le habló así: "Amigo
mío: si cualquiera pasase por aquí y te preguntara si habías visto este ganado,
dirás que no. En premio de tu mentira te voy a recompensar con esta hermosa
becerra. Tomando el regalo, respondió Bato: "Podéis iros con tranquilidad. El
secreto que me habéis confiado lo sabrá únicamente esta piedra".
Simuló Mercurio irse y, al poco tiempo, transformado, apareció de nuevo,
preguntando al viejo pastor: "Buen hombre, ¿habéis visto pasar por aquí una
recua de vacas y novillos? Yo os ruego que me lo digáis. No debéis favorecer
con vuestro silencio a quien me los ha robado. Si me decís la verdad, he de
regalaras una vaca y un toro". El viejo, considerando que se le ofrecía premio
doble, no tuvo inconveniente en la traición: "Vuestro rebaño se encuentra por los
alrededores de esta montaña". Mercurio, airado, le dice: "Me has traicionado,
viejo fementido. Has querido jugar doblemente. Pero voy a convertirte en la
dora piedra que, según tú, sería la única conocedora de mi hurto".
LA PRIMERA CITARA DE LA HISTORIA
No obstante la correría descrita, Hermes/Mercurio es conocido como el
inventor del primer instrumento musical digno de tal nombre. Para ello, al decir
de los diferentes cronistas, se sirvió del caparazón de una tortuga que, ajena al
peligro que la acechaba, se encontraba buscando comida entre los hierbajos de la
misma boca oscura de la cueva en la que moraba el recién nacido Hermes.
Sirviéndose de un punzón de acero vació todo el caparazón de la tortuga y, acto
seguido, cortó unas cañas que unió con tripas retorcidas y secas, las cuales
utilizó como cuerdas bien tensadas. "Entonces — según podemos leer en el
Himno a Hércules —, cogiendo el amable juguete que ha construido, ensaya
cada nota con el arco, y bajo sus manos suena un ruido sorprendente."
LA TORTUGA: UNA AMABLE CRIATURA
Poco antes de fabricar tan costosa cítara, Hermes/Mercurio había halagado
a la tortuga con una verborrea poco común, especialmente si reparamos que
provenía de un niño pequeño, y había calificado al animal indefenso de "criatura
naturalmente amable". Además, se había deshecho en elogios hacia él, acaso con
la intención de que la infeliz tortuga se confiara, aunque de otro modo tampoco
era mucho lo que podría hacer. Desde luego, la opción de la rápida huida le
estaba vedada al lento galápago: a la "criatura naturalmente amable, reguladora
de la danza, compañera del festín, en feliz momento te me has aparecido
gratamente... Tu serás, mientras vivas, quien preserve de los graves y malos
sortilegios y encantamientos: y luego, cuando hayas muerto, cantarás
dulcemente".
Tales aseveraciones, por parte de Hermes/Mercurio, resultarán veraces y
ciertas, puesto que él mismo —al servirse del caparazón de la tortuga para
confeccionar la caja de resonancia de una cítara—, se encargará de que así sea.
Sus palabras son, por lo tanto, como una premonición de lo que va a ocurrirle a
la "criatura naturalmente amable".
CAPARAZONES RESQUEBRAJADOS
Parece tan exagerado que un niño recién nacido se dedique a los
menesteres reseñados, y que su tierno corazón alimente tanta saña, que algunos
simbolistas prestigiosos se reafirman en la convicción de que la tortuga aparece,
con su carga significativa y emblemática, reseñada ya en episodios míticos del
extremo oriente. Existe, al respecto, un ancestro en el que se muestra al
caparazón de la tortuga como portador de las líneas que compondrán los
trigramas del famoso "Libro de las mutaciones" y los dos principios
denominados "Ying" y "Yang". Los caparazones de las tortugas se ponían al
fuego y se resquebrajaban, por efecto del calor. De este modo, aparecían trazos
continuos y discontinuos que, al combinarse, proporcionaban diversos
significados. Interpretar todo ese conjunto de símbolos estaba considerado como
un verdadero arte.
La tortuga formaba parte de los mitos orientales y se la relacionaba con la
tierra y con el cielo, ya que su concha superior, con figura de bóveda,
simbolizaba el cielo; y su concha inferior, con figura cuadrada, representaba a la
tierra.
ARROJADO DEL OLIMPO
La manía cleptómana de Hermes le costó, en ocasiones, serios disgustos; el
más importante de ellos fue, acaso, su expulsión del Olimpo.
Y es que no hubo atributo de deidad alguna que no sufriera la apetencia de
este ilustre ladrón. Cuentan las crónicas que, en cierta ocasión, el dios del Amor
no pudo disparar sus dardos certeros porque Hermes le había robado el carcaj
con todas sus flechas.
Lo mismo le sucedió a la bella diosa Afrodita/Venus, que no pudo hacer
realidad el sueño de una de sus conquistas porque el cinturón, donde guardaba
sus encantos, le fue sustraído por Hermes.
Estos y otros robos colmaron la paciencia de los dioses del Olimpo, quienes
decidieron por unanimidad expulsar a Hermes de tan idílico lugar.
Sin embargo, el poderoso Zeus no tardaría en perdonarlo y en permitirle, de
nuevo, acomodarse en la morada de los dioses.
De ahora en adelante tendría un fiel servidor para todo lo que el rey del
Olimpo guste mandar.
ALGO MÁS QUE UN SIMPLE RECADERO
Hermes cumplirá las órdenes de Zeus sin dudarlo ni un instante, por muy
desagradables que éstas sean. Tal disposición le ha valido el título de mensajero
de los dioses. Y será un fiel e implacable ejecutor de la voluntad de Zeus, el cual
le tomará, además, como asesor y consejero; sobre todo le consultará respecto a
ciertos asuntos que, por su peculiar naturaleza, resultan ciertamente
desagradables.
Algunos encargos, que Hermes cumplirá sin vacilar, resultan cuando menos
crueles e innecesarios. Entre éstos podemos citar la orden de dar muerte al fiel
Argos, que custodiaba, por mandato de la diosa Hera, la vaca que ésta había
recibido como regalo de Zeus — claro que el animal no era más que una de las
muchas queridas del rey del Olimpo, a la que éste había transformado en vaca
para burlar la vigilancia de su celosa esposa Hera.
Lo mismo podemos decir del episodio de Prometeo, a quien Hermes —
siempre siguiendo las órdenes de Zeus— infligió cruel castigo. Y todo porque
aquél se propuso siempre como meta ayudar a la humanidad. Enseñó a los
mortales a curarse sus enfermedades, propuso la domesticación de los animales
y, lo que entonces era más importante, descubrió para ellos el fuego con todas
sus implicaciones (los dioses le acusaron de robo, por lo que pasó a la historia de
la mitología como el ladrón del fuego de los dioses), les inventó un alfabeto e
introdujo diversos métodos para medir el tiempo.
Todo lo anterior atrajo la envidia, que poco a poco se fue trocando en ira,
de los dioses —especialmente de Zeus—, y fue cuando Hermes recibió el
encargo de encadenarlo en la cima del monte Cáucaso. Un águila seria enviada
por el día para que desgarrara sus entrañas; durante la noche volverá a
restablecerse y de nuevo, al clarear el día, se iniciaría el tormento.
SINGULAR AVENTURA
Pero Hermes también realiza acciones que preservan de ciertos peligros a
los humanos. Tal sucede en el episodio que el gran cantor de mitos, Homero, nos
relata en su obra la "Odisea".
Cuéntase allí la aventura del héroe Odiseo cuando arriba, junto con sus
compañeros, a la isla en la que ha fijado sus dominios la hechicera Circe. En un
hermoso valle descubren su palacio, el cual estaba construido de piedra
pulimentada.
Circe tenía una voz tan melodiosa, que pronto uno de los grupos que había
formado para explorar aquellas tierras se sintió atraído por ella: "En llegando a
la mansión de la diosa detuviéronse en el vestíbulo y oyeron a Circe que con voz
pulcra cantaba en el interior mientras labraba una tela grande, divinal y tan fina,
elegante y espléndida, como son las labores de las diosas".
Lo cierto es que los amigos de Odiseo se dejaron seducir por los encantos
de Circe y, ésta, les dio un brebaje que los convirtió en cerdos: "Así fueron
encerrados y todos lloraban, y Circe les echó, para comer, hayucos, bellotas y el
fruto del cornejo, que es lo que comen los puercos, que se echan en la tierra."
SUERTE ACIAGA
Acaeció, sin embargo, que uno de los que iban en el desdichado grupo, de
nombre Euríloco, no había entrado en el palacio de Circe, por temor a los
leones, lobos y perros amaestrados, que allí se hallaban; oigamos el relato por
boca del propio Odiseo:
"Euríloco volvió sin dilación al ligero y negro bajel, para enterarnos de la
aciaga suerte que les había caído a los compañeros. Más no le era posible
articular una sola palabra, no obstante su deseo, por tener el corazón sumido en
grave dolor; los ojos se le llenaron de lágrimas y su ánimo únicamente pensaba
en sollozar. Todos le contemplábamos con asombro y le hacíamos preguntas,
hasta que por fin nos contó la perdida de los demás compañeros".
Después de reflexionar durante unos instantes, y una vez que hubo
escuchado con gran perplejidad y atención el relato del compañero huido,
Odiseo decide internarse por el frondoso valle, a la busca del palacio de Circe.
Su intención es rescatar a los compañeros y obligar a la hechicera a deshacer el
maleficio que sobre ellos pesa.
UNA HERMOSA PLANTA DE FLORES BLANCAS
Es entonces cuando se encuentra con Hermes/Mercurio quien,
precisamente, se halla en aquel lugar para ayudar al héroe. Enseguida el dios se
dirige al mortal con sabias palabras: "¡Ah, infeliz! ¿Adónde vas por estos
altozanos, solo y sin conocer la comarca? Tus amigos han sido encerrados en el
palacio de Circe, como puercos, y se hallan en pocilgas sólidamente labradas.
¿Vienes quizá a libertarlos? Pues no creo que vuelvas; antes te quedarás donde
están ellos. Pero yo quiero preservarte de todo mal, quiero salvarte: toma este
excelente remedio, que apartará de tu cabeza el día cruel, y ve a la morada de
Circe, cuyos malos intentos he de referirte íntegramente. Te preparará una
mixtura y te echará drogas en el manjar, más, con todo eso, no podrá encantarte
porque lo impedirá el excelente remedio que vas a recibir".
El propio Odiseo nos explica de que remedio se trataba: "Cuando así hubo
dicho, el dios Hermes me dio el remedio, arrancando de la tierra una planta cuya
naturaleza me enseñó. Tenía negra la raíz y era blanca como la leche su flor,
llamándola moly los dioses, y es muy difícil de arrancar para un mortal, pero las
deidades lo pueden todo."
ODISEO Y CIRCE
La ayuda enviada por los dioses del Olimpo a un mortal como Odiseo hizo
que éste pudiera conocer todos los ardides de la hechicera Circe y, gracias a que
siguió al pie de la letra los consejos de Hermes, logró rescatar a sus compañeros
y deshacer el terrible encantamiento que los mantenía convertidos en cerdos y
recluidos en pocilgas.
Oigamos los avatares que para ello tuvo que pasar nuestro héroe narrados
por él mismo:
"Hermes se fue al vasto Olimpo, por entre la espesura de los bosques de la
isla, y yo me encaminé a la morada de Circe, revolviendo en mi corazón muchos
planes. Llegando al palacio de la diosa de lindas trenzas, paréme en el umbral y
empecé a dar gritos; la deidad oyó mi voz y, alzándose al punto, abrió la
magnífica puerta y me llamó, y yo, con el corazón angustiado, me fui tras ella.
Cuando me hubo introducido, hízome sentar en una silla con clavos de plata,
hermosa, labrada, con un escabel para los pies, y en copa de oro preparóme un
brebaje para que bebiese, echando en el mismo cierta droga y maquinando en su
mente cosas perversas. Más tan pronto como me la dio y la bebí, sin que lograra
encantarme, tocóme con la vara mientras me decía estas palabras:
— Ve ahora a la pocilga y échate con tus compañeros.
Así habló. Desenvainé la aguda espada que llevaba cerca del muslo y
arremetí contra Circe, como deseando matarla."
Los consejos que Hermes dio a Odiseo salvaron a éste y a sus compañeros,
puesto que Circe fue obligada por el héroe a devolverles su figura humana.
Aunque, sin embargo, permanecerían en la isla de Circe, agasajados por la
hechicera y sus doncellas, durante bastante tiempo: "Allí nos quedamos día tras
día un año entero y siempre tuvimos en los banquetes carne en abundancia y
dulce vino."
LOS PLANES DE HERMES
Era tal la fama que Hermes tenia de tramposo entre los clásicos, que
algunos narradores de mitos interpretaron esa ayuda que prestó a Odiseo, desde
una perspectiva ligada a los intereses afectivos del dios.
Y, así, explican que Circe y Hermes estaban confabulados para retener al
legendario héroe y sus compañeros. De este modo, el astuto dios tenía campo
libre, por así decirlo, para lanzarse a la conquista de Penélope, la fiel esposa de
Odiseo que, a pesar de su prolongada tardanza seguía esperando la vuelta del
héroe; y, ello, no sin esfuerzo por su parte, pues tenía que soportar la presencia y
el asedio de numerosos pretendientes que daban por desaparecido para siempre a
Odiseo.
Según interpretaciones espurias del mito, tan sólo un candidato pudo
conseguir los favores de Penélope. Y, éste, no fue un mortal, sino el mismísimo
Hermes, el más granuja de entre los dioses y los mortales. Fruto de la unión de
ambos fue el dios Pan, que vino al mundo entre las montañas de la legendaria
región de Arcadia.
Semejante suceso obligaría a cuestionarse la fama de mujer fiel atribuida, a
lo largo de los tiempos, a Penélope. Y a reconsiderar el concepto mismo de
fidelidad y su posible carencia de contenido.
MERCURIO ES EL HERMES ROMANO
Antes de que a Mercurio se le identificara con el dios griego Hermes,
parece que tenía personalidad propia y que, por lo mismo, los romanos lo
asociaban a alguna de sus numerosas divinidades relacionadas con la vida
cotidiana. Por lo que podemos colegir que Mercurio personificaba los actos más
comunes y ordinarios de la vida.
A Mercurio se le tiene, sobre todo, por un dios que protege el comercio —
el mismo nombre de la deidad aparece relacionado con los términos "merx", que
significa "mercancía", y "mercar", sinónimo de "comerciar"— y que preside los
cambios. Era, por lo mismo, muy honrado y querido por los comerciantes
romanos, los cuales le erigían templos y fundaban asociaciones en su honor.
La más antigua y famosa era la cofradía de los "Mercuriales" o
"Adoradores de Mercurio", que solía tener su sede en los extremos de la ciudad
de Roma, al pie de la explanada de las murallas.
Fue considerado, también, como el dios de los viajeros y se le reconocía
cierta protección sobre los hombres, las sociedades y los Estados.
Se le erigió un templo en Roma, en el Aventino, muy cerca del "Circo
Máximo" y su fiesta se hizo coincidir con los "idus" de mayo.
HERMES/MERCURIO EN EL ARTE
En un principio se le representaba como protector de los caminantes y, a tal
fin, se construían columnas de piedra o de madera coronadas con la cabeza alada
del dios y se colocaban, a modo de mojones, en encrucijadas y linderos.
En otras ocasiones aparecía presidiendo juegos deportivos y su figura era la
de un adolescente que portaba la palma y la corona del vencedor.
Son numerosas, también, las representaciones de Hermes/Mercurio bajo la
figura de un joven de gran belleza, alternando con la efigie de un hombre
maduro y robusto.
A menudo se le representa llevando un cordero a hombros, ya que este
animal forma parte del grupo que compone los atributos del dios; los otros
animales son la tortuga y el gallo.
Sin embargo, lo más característico de todas las representaciones en las que
aparece Hermes/Mercurio es su caduceo, el cual tenía ciertas propiedades, tales
como hacer dormir a los humanos, atraer las almas de los difuntos y hacer que
todo lo que con ella se tocara se volviera oro. Era, por lo tanto, un símbolo de
abundancia y riqueza; y, como tal, figura en nuestros tiempos en los emblemas y
logotipos de las Cámaras de Comercio.
A menudo, se representa a Hermes con su casco alado y con su cuerpo
cubierto con una capa.
Se le veneró en numerosos lugares, de entre los que destacan la mítica
Arcadia y las tierras de Beocia y Etolia.
En Creta se celebraban unos festejos relacionados con el dios Hermes que,
al decir de los cantores de mitos, se parecían a los saturnales. Su mayor atractivo
consista en que durante el tiempo que durasen las fiestas, los amos y los criados
se intercambiarían las funciones que verdaderamente les correspondían.
En el museo de Nápoles se conserva una estatua de Hermes en la que el
dios aparece sentado sobre una roca y atándose las correas de sus sandalias.
También hay estatuas del dios Hermes/Mercurio en el Museo Británico, en
el del Capitolio de Roma y en el del Louvre.

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