lunes, 1 de abril de 2019

EL MITO PERSA. LOS PERSAS

Los persas, las familias de parsis y de medos, irrumpen en la historia de
Mesopotamia con fuerza, relevando al imperio asirio y ocupando sus capitales
en un período breve. Así Nínive cae en su poder en el año 606 a. C. y Babilonia
pasa a ser parte de sus dominios en el año 538 a. C., bajo Ciro II; los persas
crean a su vez un imperio aún más grande y poderoso que se extiende por casi
todo el territorio de Asia Menor, englobando desde la frontera natural con el
subcontinente indio por el Este, el Cáucaso por el Norte, la península arábiga
por el Sur y las costas del Mediterráneo por el Oeste, incluyendo en sus extensos
dominios las colonias adscritas a la esfera de influencia griega. Esta extensión
geográfica y la diversidad de pueblos sometidos a la influencia política persa va
a hacer nacer una nueva religión compuesta, a partes iguales, de las tradiciones
indoiranias y de los mitos particulares de cada una de las zonas englobadas en el
nuevo y gran Imperio, en una muy larga y cambiante crónica, con altibajos
militares, pero con una historia brillante que se extiende por más de un milenio,
a través de las dinastías aqueménidas (hasta el año 330 a. C.), arsácidas (hasta el
año 224) y sasánidas (hasta el año 654), hasta el momento en el que la nueva
fuerza religiosa y conquistadora del Islam termine, por la fuerza de las armas y
casi por completo, con la rica tradición mitológica persa, acabando también con
la religión que había sido fundada por Zaratustra en el siglo VII a. C., expuesta
en los textos del Avesta, la base ideológica persa que permitió la cohesión del
extenso y duradero imperio a partir de la última dinasta, la sasánida, y que sería
más tarde aumentada y reformada con la nueva idea del maniqueísmo.
ZARATUSTRA
Muy poco se sabe en verdad de la verdadera historia de Zaratustra, de
Zoroastro, como le llamaron los griegos, tan sólo se puede suponer, por lo que
sobre su vida eremita y contemplativa se cuenta, que debió ser un clérigo—
cantor estático, un zaotar, de los que se aislaban para, en su soledad y con la
ayuda de sustancias tóxicas o alucinógenas, tratar de entrar en el trance que les
permita ascender hasta las regiones superiores de la divinidad, hasta convertirse,
como él mismo lo describe, en un Saoshyans, en un sabio. Se le supone nacido
alrededor del 628 a. C. en la antigua ciudad de Rhages, en Persia, en la
población del actual Irán que ahora se llama Rayy. Según la leyenda, se cuenta
que Zaratustra nació con la sonrisa en su rostro, como presagio de la felicidad
que traía el predestinado niño. Se calcula que murió en el año 551 a. C., pero no
se sabe con certeza dónde ocurrió su muerte, ni tampoco se conocen muchos
más datos de su vida. Lo que sí se nos ha transmitido ha sido su revelación, la
que —a los treinta años de edad—tuvo del dios único, Ahura, el Ormuz que
llegó también de mano de los griegos. Zaratustra ya recibió un mensaje divino a
los veinte años de edad, cuando Dios le ordenó que abandonara su vida familiar
para salir en búsqueda de otra forma de vida, entregado a la verdad y al auxilio a
los que nada poseían, dando comida, bebida y el refugio del fuego a los
humanos y animales que lo necesitaran. Tras siete años de retiro eremítico,
Zaratustra alcanza finalmente la perfección y es premiado con el mensaje divino
que le traen los arcángeles al alcanzar el estado de éxtasis perfecto, llevándole
hasta la presencia de Ahura. Esa revelación se escribió en el libro del Avesta,
que fue, además de un texto sagrado, una rebelión contra el politeísmo inicial,
una revuelta contra el antiguo orden de los persas.
EL MENSAJE DE LA CREACION
Ahura habló a Zaratustra y le reveló la verdad sobre la creación, sobre su
creación de un universo sacado por su voluntad de la nada, para evitar que el
mundo se deslizara hacia el abismo del Erjana Veja creado por el dios de la
muerte Ahrimán, hacia ese territorio helado en el que los diez meses de frío
apenas son contrariados por los dos escasos meses de sol de ese mundo maldito
en el que el corto verano no llega a calentar lo suficiente para permitir la vida.
Por ello, para nosotros los humanos, el dios Ahura creó el paraíso, Ghaón, el
sitio en donde mora Sughdra, donde florecen las rosas y cantan los pájaros; pero
Ahrimán trató de desbaratar su belleza, creando los insectos que atacan a las
plantas y a los animales. Ahurada hizo aparecer después la ciudad santa de Murú
y Agra Manyú la infestó con todos los vicios y males, con la mentira que todo
corrompe. Ahura no desfalleció y creo la ciudad ejemplar de Bachdi, rodeada de
campos fértiles, pastos poblados con toda clase de ganado, una rica y floreciente
ciudad a la que Agra Manyú envió sus fieras y alimañas, para que devorasen al
ganado que pacía en los jugosos pastos de Bachdi. Pero Ahura contraatacó
construyendo la ciudad religiosa de Nisa, a la que Ahrimán rodeó con la nube de
la duda, para corromper su fe. De nuevo Ahura retomó su labor creadora y puso
en pie la próspera y laboriosa ciudad de Harojú, a la que Ahrimán mandó la
desidia para empobrecerla. Y la lucha siempre continúa, con Ahura creando
bondad y virtud por un lado, y Ahrimán por su parte, destruyendo continuamente
la obra sagrada con su maldad Ahura también señala a Zaratustra que es Agra
Manyú quien esparce sin tregua entre las criaturas terrestres la mentira y la
maldad.
EL TEXTO SAGRADO DEL AVESTA
Según la religión zoroástrica, anterior en siglos al texto sagrado del Avesta,
al libro compuesto mucho tiempo después de la muerte de Zaratustra, tal vez en
el siglo III de nuestra era, sobre la base de aquello que predicó el sabio y santo
reformador, Ahura, el dios del bien y de la verdad, sostiene una lucha cíclica
contra el demonio Ahrimán, contra la personificación del mal y la mentira. Es
una larga batalla iniciada con aquella lucha permanente de la creación y que va a
durar un total de doce mil años, una guerra con resultados desiguales y
cambiantes, en la que cada tres mil años se va a producir un revés en la fortuna
de los contendientes. Así Ahura, u Ormuz, y sus tropas vencerán en dos
ocasiones, siendo en otras dos el triunfo para el ejército de su contrincante
Ahrimán, para terminar definitivamente, transcurridos los doce mil años de
combate, con la victoria de Ahura, del bien sobre el mal, de la verdad sobre la
mentira, de la luz sobre las tinieblas. Será también el día en el que se producirá
el cataclismo universal que marca el fin de los tiempos, cuando llegue el
momento en el que un meteoro caiga de los cielos y venga a chocar contra
nuestra tierra, como juez y verdugo de la humanidad. Tras su choque, el planeta
se verá en vuelto en un abrasador mar de metal fundido purificador, pero el
sufrimiento no será igual para todos, vivos y muertos redivivos, puesto que el
fuego insoportable de la penitencia se repartirá según la justicia divina, para
hacer cumplir la penitencia exacta que corresponde a todos y cada uno de los
seres humanos. Terminado el purgatorio sobre la faz de la tierra, llegado el
momento en el que todos los hombres hayan expiado sus faltas, se acabar el
sufrimiento y todos los seres humanos alcanzarán la inmortalidad prometida por
Ahura, pasando a habitar en su reino eterno del bien y de la luz.
ANTECEDENTES DEL ZOROASTRISMO
Cuando el zaotar recibe la visita del arcángel de la sabiduría de Bou Mano,
con el que va a ser iniciado en los secretos de la creación y en la esencia única
del dios Ahura, también es enseñado a comportarse de acuerdo con su divina
voluntad, puesto que recibe el prontuario sacro de cómo deben ser las relaciones
del hombre con los vivos y los muertos, cómo hay que quemar los restos
mortales y no entregarlos sacrílegamente a la tierra, cómo hay que cuidar a los
animales domésticos, cuál debe ser el comportamiento del ser humano con el
fuego y el agua, con los metales y la tierra, con la vegetación y sus frutos.
Zaratustra recibe, pues, la ciencia infusa, el conocimiento total de Dios, pero no
es una ceremonia fácil, ya que Ahrimán también quiere desbaratar esta obra y
ataca al zoatar con sus tentaciones, ofreciéndole todos los bienes de la tierra a
cambio de su promesa de no atacar al mal y a sus enviados. Zaratustra, tocado
por la luz y la verdad, rechaza la oferta demoníaca y se lanza a predicar la
palabra sagrada, la religión del único Dios verdadero. Y su palabra se rodea de la
aureola ganada con la prueba inequívoca de sus muchos milagros y asombrosos
portentos, pues él, con la gracia de Ahura, ya es Shaoshyans, un sabio que
conoce todas las respuestas a todas las preguntas aún no formuladas, al igual que
supo responder la palabra justa al malvado, al demonio que él desenmascara y
sobre el que es el primero en advertir su presencia, en anunciar al mundo sobre
el peligro de su existencia, con tanto éxito, que hasta los reyes escuchan su
mensaje y hacen suya la doctrina invocada por el santo Zaratustra quien, de
nuevo, según lo poco que de él se sabe, nunca ocupó cargos públicos ni atesoró
fortuna o poder, pues el simple hecho del desconocimiento de dónde murió, o de
cómo se le honró a su muerte, viene a ser suficiente demostración de que el
hombre de fe venció al posible jefe religioso.
UNA RELIGION DE ESTADO
El zoroastrismo sirvió de motor para la conquista del imperio por la
dinastía sasánida. Con ellos en el trono, el Avesta tomó su forma definitiva, con
salmos, mandamientos, relatos sagrados, oraciones y liturgia. El Avesta nos
habla de la trabajada composición militar y política de las huestes del bien y del
mal; en el ejército de Ahurada, y con él en el Consejo, estaban sus seis ministros,
los arcángeles Amchaspends: Ardibibich, encargado del fuego; Bahmán,
encargado de los animales; Chariver, a cargo de los metales; Jorlad, de las
aguas; Murded, ministro del reino vegetal, y Sipendarmich, señor de la tierra.
Por debajo de los ministros estaba la legión de los ángeles Yazata y la otra de las
mujeres-ángeles. El ejército del mal, bajo el mando del demonio Ahrimán, tenía
su corte de los diablos, o Divs: Aechma, encargado de la ira; Akono, a cargo de
las tentaciones; Indra, quien se encargaba de las ánimas condenadas al infierno;
Naosijaita, que insuflaba la soberbia en los humanos; Sorú, el encargado de
aconsejar el mal a los dirigentes y de inducir el crimen en los súbditos. Por
debajo de ellos estaban los demonios menores, masculinos y femeninos que se
encargaban de todas las acciones perversas que sus jefes Divs les encomendaran.
El ser humano heredó el castigo merecido por el precio de los primeros padres,
Yima y Yimé, que se levantaron contra su dios, creyéndose iguales, aunque éste
les había dado la vida y el conocimiento, les había construido el Paraíso y
salvado del Diluvio. El ser humano, pues, ahora tenía que hacer que su vida
transcurriera por el recto camino, oyendo los consejos de los arcángeles y
ángeles, y rechazando las tentaciones y las provocaciones de demonios y
diablos. Al final de su vida, el alma tenía que pasar el puente de Chinvat, en el
que sufría el pelaje definitivo, para ver si prevalecían las buenas acciones o si,
por el contrario, le condenaban sus culpas, como en el juicio del mito egipcio,
pero con la diferencia de que al paso de las almas, el puente se ensanchaba y
hacía recto para los buenos y estrecho y tortuoso para los pecadores, que
terminaban por caerse de él y sumergirse en las profundidades del infierno
eterno.
MITRA, EL DIOS CELESTIAL
Así como los dioses griegos se habían paseado entre los cielos y la tierra,
sin dejar de morar en unos y en otra, Mitra es el primer dios exclusivamente
celestial, morador de unas alturas inalcanzables para los mortales, guardián de
las regiones destinadas a las almas que triunfan en las duras pruebas del último
juicio y conductor de su trayecto a través de las siete esferas. Mitra había nacido
en la unión entre indios e iranios, y así se le ve aparecer entre las líneas de los
textos sagrados indios, en los Vedas, pero también el Avesta persa lo hace suyo,
aunque cueste mucho hacer que el monoteísmo zaratustriano deje que una nueva
figura divina entre en el escaso espacio que dejan las dos fuerzas opuestas y
complementarias del bien y del mal, de Ahura y de Ahrimán. Mitra ya existía en
la Babilonia conquistada por los persas, y en esa ciudad, ahora residencia de
invierno de la nueva corte, se mezclan sus datos originales con los de la antigua
divinidad babilónica de Shamash, el dios del Sol; también con la influencia
astronómica y astrológica de los asirios, el cielo persa, el cielo de los tres planos,
se enriquece y pasa a ser un firmamento compuesto por siete esferas,
incorporando los reinos del Sol, de la Luna y de los astros y estrellas, los siete
planos por los que han de transitar las almas, con la sabia y benefactora guía de
Mitra. Pero Mitra, a pesar de su importancia, no es ninguna divinidad primera,
es tan sólo uno de los venerables, de los santos que acompañan a Ahura-Mazda
y que están a su lado en la sempiterna lucha. Mitra tiene su lugar preciso en la
montaña hendida, allí donde se apoya el puente que lleva a las buenas almas al
cielo, porque él es el dios de ese cielo, el dios de la salvación para las almas de
los mortales.
EL TRIUNFO DE MITRA
En su contacto con el mundo griego, el dios solar de los asirios y el dios
auxiliar de los persas, Mitra, pasa a enriquecerse con los dones personales de
tres dioses olímpicos: Apolo, Hermes y Helios. Mitra se engrandece y se acerca
al modelo clásico al recibir las gracias divinas de Apolo, dios de la juventud, la
belleza y las artes; de Hermes, mensajero de los dioses; de Helios, el mismo dios
del Sol, a su vez otra encarnación de Apolo. Después de haber sido helenizado,
el renovado Mitra es llevado en triunfo por los legionarios romanos originarios o
destacados del Asia Menor hasta Roma, allí, en el corazón de un imperio en el
que los dioses griegos latinizados están languideciendo, el nuevo y apasionante
culto a Mitra se asienta con fuerza entre la clase militar y sus emperadores,
muchos de ellos surgidos de la misma milicia legionaria, y al estar protegida por
tan influyente casta, se convierte en uno de los principales, construyéndose
templos subterráneos, los mitreos, por todo el imperio romano, en los que se
adoraba a Mitra como el guardián de ese universo celestial, matando al toro que,
en el Avesta, había sido creado por Ahura-Mazda y muerto por Ahrimán, de
cuyo cuerpo ha de brotar toda la vida que hay sobre la Tierra, el toro que es
fuente de vida para el reino animal y para el reino vegetal. Con esa invocación
de Mitra tauróctono, el dios de las almas también se hace divinidad de la vida
que renace constantemente, de la vida que brota estacionalmente. Otras veces
aparece saliendo de la roca hundida en donde el puente de las almas tiene su
base, lleva en una mano el cuchillo con el que ha de sacrificar al toro y en la otra
una linterna. También vemos a Mitra saliendo por entre las hojas de un árbol,
logrando que el agua, fuente también de vida, mane abundantemente con su
divina presencia.
LOS MITREOS
En los santuarios de Mitra, en las grutas artificiales subterráneas que son
los mitreos, se escenifica toda una concepción religiosa independiente. El culto
de Mitra es un culto mistérico, mucho más atractivo y apasionante que el ya
periclitado culto oficial a los muchos y distintos dioses que se han ido asentando
en el superpoblado panteón romano. Resulta sumamente indicativo el hecho de
que los mitreos se vayan extendiendo centrípetamente, desde los puestos
avanzados de la legión, en los frentes permanentemente abiertos, allí donde
existe peligro de invasión, donde está lo mejor del ejército romano, hacia el
interior del Imperio, siempre siguiendo las líneas militares, para terminar
implantándose en Roma con un carácter muy marcado de culto al rey, al
emperador. El dios aparece como matador del toro sobre el ara central. Lleva
túnica corta, capa y gorro frigio y, en su mano derecha, está el cuchillo con el
que da muerte al toro, mientras que de la sangre que mana de la herida del cuello
surge una mata de espigas. Sobre el ara central está la bóveda ritualmente
horadada por la que entra la luz, de modo que ese lucernario remede a las
estrellas del cielo que está encomendado al dios, mientras que el Sol, que un día
fue parte de la personalidad de Mitra, allá en Babilonia, pasa a estar en un
segundo plano como auxiliar o acento del poder divino de Mitra, para no ser
más que un fiel discípulo suyo, como lo eran los nuevos acólitos de la
imaginería mitraica romana, Cautes y Cautopates, otras dos figuras solares que
aparecen como un par de jóvenes tocados también de clámide ceñida a la cintura
y gorro frigio, para que no quede la menor duda de su pertenencia al cortejo
mitraico, Cautes con la antorcha hacia arriba, como signo de juventud, de
primavera, de amanecer; Cautopates con su antorcha hacia abajo, como
recordatorio de la senilidad, del otoño y el ocaso.
EL MISTERIO DE MITRA
En la reserva y exclusividad de los reducidos mitreos se celebraría el
misterio de la vida y resurrección, el culto mistérico de Mitra el triunfador sobre
la muerte y dador de vida, el conductor de almas y el salvador de los humanos.
El misterio de Mitra debe reconstruirse también por los restos arqueológicos,
artísticos, de los mitreos, pues no hay más datos que los que se desprenden de lo
que en sus paredes y aras quedó grabado, se celebrarían los banquetes de unión
entre los iniciados y también se celebrarían las pruebas de admisión a la
iniciación, que tenía que cubrir sucesivamente siete pruebas para llegar al
máximo, ya que se trataba de celebrar el paso del alma humana por las siete
esferas planetarias, como en su día instituyeran los asirios sobre el culto persa.
Los siete grados eran éstos:
1.º el cuervo
2.º el oculto bajo el velo nupcial
3.º el soldado
4.º el león
5.º el persa
6.º el mensajero del Sol
7.º el padre
Tras las pruebas correspondientes, unas de piedad, otras de doctrina, otras
físicas y de temple, tras ese paso por los siete grados, el fiel podía considerarse
dentro del clan de Mitra, del grupo de los iniciados en el culto mistérico, con el
tácito diploma de fidelidad y pertenencia al Señor del Cielo; porque en estos
cultos mistéricos, la idea era (y sigue siendo en las masonerías y otros ritos
iniciativos y simbólicos) la de hacer pasar al iniciado por las pruebas de
dificultad creciente, haciéndole avanzar gradualmente por la depuración terrenal,
anticipándose a las pruebas tras la muerte, ganando tiempo al más allá, haciendo
en el templo lo que supone que el alma que hubiera pasado las siete esferas
planetarias de la mano de Mitra habría tenido que hacer para alcanzar la vida
eterna.
MITRA SE APAGA, JESUS SE ENCIENDE
La gran fiesta del renacimiento mitraico se celebraba grandiosamente en
Roma el mes de diciembre, exactamente el día 25, desde que Julio César dio su
visto bueno al calendario definitivo que habría de regir en su Imperio. César fijó
ese día 25 de diciembre como el día oficial del solsticio de invierno y, años más
tarde, el emperador Aureliano, en el año 274, fijó el 25 de diciembre como el día
dedicado a celebrar el nacimiento del Sol, cuando llegaba la fecha del solsticio
de invierno y el día, tras ir acortándose, empezaba su crecimiento que le llevaría
hasta el máximo, hasta el anual y renovado solsticio de verano. Como muy
acertadamente señala Isaac Asimov en sus estudios comparativos sobre los
textos bíblicos y el evangelio, la nueva y triunfante iglesia cristiana, asentada
también en la misma Roma a la que tuvo que combatir y desde la que fue
combatida, no tuvo más remedio que aceptar la popularidad de Mitra y trató de
sustituirlo con un Jesús niño en ese día, aunque tuvo que transcurrir buena parte
del siglo IV para que se llegara a considerar la Navidad como algo establecido.
A partir de esa declaración de la iglesia cristiana, de la iglesia de Jesús, su
nacimiento era el que había de celebrarse anualmente el día 25 de diciembre
desde ahora, y para no dejar detalles sueltos, "embarazó" a María con una
antelación de nueve meses exactos, de modo que su Anunciación se celebraría
en el 25 de marzo, cuando Isabel estaba en su sexto mes de embarazo, con lo
que se colocó el nacimiento de Juan el Bautista tres meses (más o menos) por
detrás de la Anunciación, con tanta fortuna que su calculado nacimiento cayó
muy cerca del solsticio de verano, el 24 de junio, haciendo que con la discutida
y discutible figura de Juan Bautista, el primo, o el hermano supuesto y no
admitido de Jesús, en otro supuesto mecías, se tapara el otro gran hueco pagano
por donde se le podía escapar gran parte de la nueva parroquia tan duramente
conquistada, contraponiendo con éxito las nuevas divinidades a los más antiguos
y asentados cultos.
LA GRAN RELIGION DE MANI, EL MANIQUEISMO
Mani (el Manes de los griegos) nació el 14 de abril del año 216 en el sur de
Babilonia, en una familia arsácida. Su padre, Pátik, oyó la llamada divina y se
retiró de los placeres de la mesa, aborreciendo la carne y el vino, como aborreció
el sexo, para unirse a la secta de los baptistai, como los llamaban los griegos, o
al, como los llamaban los árabes. Con su padre Patik vivió Mani hasta la edad de
veintiún años, para después separarse de él y de los baptistai; la explicación de
su separación de esa secta la da el mismo Mani, al narrar que su ángel gemelo, o
de la guarda, le vino a comunicar, el 7 de abril del 228, que debía salir de ella a
los veinticuatro años de edad, cosa que él hizo un día de ese mes de abril que
constantemente marca los hechos de su vida, exactamente el 19 de abril del 240.
Inmediatamente, Mani se convierte en el Apóstol de la Luz, en el Paracleto de
los griegos, anunciando la nueva religión revelada, de la que él es su profeta,
como lo fueron Adán, Zaratustra, Buda y Jesús. Va de un lado a otro del imperio
sasánida y su religión alcanza tal magnitud, que se extiende desde Persia hasta el
límite occidental de la Hispania y la Galia por Occidente, y hasta el límite
oriental de China en el año 675, y conociendo allí su consagración como religión
oficial al ser decretada por el mismo emperador, al tiempo que ordena al primer
obispo maniqueo. Después, con el paso del tiempo, vuelven las tradicionales
religiones chinas a imponerse a la que llegó desde Persia y el maniqueísmo se
acaba en el año 843, cuando se prohíbe en China, pero queda con fuerza
asentada en regiones como Fukien y Formosa hasta el siglo XIV. En otras zonas
de Asia, como en el Turquestán, el maniqueísmo sigue vivo durante siglos, y
sólo termina su presencia cuando Gengis Jan lo invade a principios del siglo
XIII.
EL DUALISMO DE MANI
Con la innegable base de la dualidad entre Ahura y Ahrimán, con las
aportaciones de los herejes Marción y Bardesanes, con la herencia gnóstica de la
iluminación interior, Mani construye su teoría religiosa de los dos principios y
los tres momentos, en la que se funda todo su credo. Mani dice que hay dos
sustancias antagónicas, la Luz y la Oscuridad, los dos principios que nunca
fueron creados y que siempre existieron, eternos e iguales, que viven en dos
regiones separadas del infinito. El reino de Dios, el de la Luz, se encuentra en el
Norte, en el Este y en el Oeste; el reino del mal está en el sur, tal vez porque al
sur de Persia esté tan sólo el desierto de Arabia y la soledad del mar, y en las
otras tres direcciones, por el contrario, se encuentre el mundo habitado y
habitable. Dios, la Luz, es el Padre de Grandeza; el mal es el Príncipe de las
Tinieblas. En el mundo del Padre de Grandeza reinan las cuatro notas
armoniosas de la paz, la pureza, la dulzura y la comprensión; en el mundo del
Príncipe de las Tinieblas sólo hay los cuatro vicios del desorden, la estupidez, la
abominación y la hediondez. A su vez, el mundo del Padre de Grandeza
comprende cinco moradas: entendimiento, razón, pensamiento, reflexión y
voluntad, habitadas por innumerables leones, criaturas del bien. Antagónico en
todo, el mundo del Príncipe de las Tinieblas es un pozo en el que se encuentran,
uno sobre otro, los siguientes estratos de humo, de fuego que consume, de viento
destructivo, de cieno y de oscuridad, en los que se hallan los cinco Arcones,
jefes de cinco clases de repulsivas criaturas infernales. Pues bien, estos dos
mundos separados lo fueron en el PASADO, cuando estaban bien apartados, en
su estricta dualidad las sustancias: Espíritu y Materia, Bien y Mal, Luz y
Oscuridad. En el tiempo MEDIO, se mezclaron las sustancias en una confusa
amalgama, mas el Padre de Grandeza no abandonó su obra y luchó por el rescate
de la verdad, por eso nos queda la gran esperanza del FUTURO, cuando la
fuerza del Padre de Grandeza restablece la dualidad primordial y se vuelven a
separar las sustancias a sus respectivos dominios; éstos son, pues, los tres
momentos que señala la doctrina del maniqueísmo, los tres momentos que, junto
a los dos principios, son el dogma único en el que tiene que creer todo aquel que
quiera, en verdad, la salvación eterna de su alma.
EL MITO DE LA LUCHA MANIQUEA
En el Presente, la Oscuridad trata de conquistar a la Luz; por eso, el
Hombre Primigenio, el hijo de la Madre de la Vida, trata de combatirla con la
ayuda de sus cinco hijos, de Aire, Viento, Luz, Agua y Fuego, que hacen de su
escudo y armadura; decidido, se va a los abismos, en donde sus hijos son
devorados por los demonios y la luz se mezcla con la materia.
Hay una segunda creación que nos va a traer la salvación, es la del Espíritu
Viviente, a quien también se le conoce como Amigo de la Luz, o Gran
Arquitecto, y él viene acompañado de sus cinco hijos: Ornamento de Esplendor,
Rey de Honor, Adamán de Luz, Rey de Gloria y Atlas. El Espíritu Viviente va
hasta el Reino de la Oscuridad, se mete en lo más profundo y grita; su grito lo
oye el Hombre Caído, en ese momento las dos divinas hipóstasis, las dos divinas
personas, la de la llamada y la de la respuesta se han producido. El Espíritu
Viviente entra en lo más recóndito de la Oscuridad, con su mano derecha toma
la del Hombre Primigenio, estableciendo el saludo litúrgico maniqueo. Sale de
su prisión el Hombre y regresa al Paraíso de Luz, su mundo celestial; de este
modo, el Hombre Primigenio es el primero en caer y el primero en salvarse.
Pero el alma quedó en la Oscuridad y Dios ha de organizar el mundo
visible para lograr su salvación, con ayuda del Espíritu Viviente y sus cinco
hijos, castigando a los Arcones; construyendo con su piel los cielos; las
montañas con sus huesos; la tierra con su carne y sus excrementos; así, dan
forma a un Universo de diez firmamentos y ocho tierras.
Con la Luz que se mezcló con la Materia, se pueden hacer tres partes; de la
primera, la que permaneció pura, se hace el Sol y la Luna; la poco impura sirve
para construir las estrellas; el resto, impuro, tendrá que esperar a la tercera
creación para limpiarlo, a la llegada del Tercer Mensajero.
El Tercer Mensajero construye una máquina con engranajes de Vientos,
Agua y Fuego. Con ella sacó a la Luz atrapada en la Oscuridad y, cada mes, en
los quince primeros días, suben las partículas de Luz salvada, que no son sino
almas, en Columnas de Gloria hasta la Luna. En la otra quincena, las almas
pasan de la Luna al Sol, y desde allí siguen su camino al Nuevo Paraíso.
Además, el Tercer Mensajero, se aparece en el Sol, como mujer excitante y
desnuda a los Arcones, y éstos eyaculan, y del semen que cae a tierra, brotan los
hijos que devuelven la Luz tragada. A las Brujas y Sirenas, se les aparece en el
Sol, como un hombre desnudo y atractivo, y éstas abortan.
El semen que cayó al mar se convierte en monstruo marino, pero el
Adamán de Luz lo atravesó con su espada. El semen que cayó en tierra hizo
crecer cinco árboles de los que nacieron el resto de las plantas. Pero la Materia
engendró a dos diablos, Ashacún y Namrael, para que devorasen los restos de
los demonios abortados, para evitar que se escapara la Luz, y tantos devoraron
que de la Luz tragada nacieron Adán y Eva. En Adán es Jesús el Resplandor
quien infunde la Consciencia. Pero los descendientes de Adán y Eva se han
cebado en la copelación y en la procreación, siguiendo los dictados de la
Materia. Sólo los castos se salvarán.
Vendrá el Apocalipsis y la Tierra arderá durante 1.468 años. El resto de la
Luz subirá al cielo, mientras se apaga el mundo visible y la Materia y los
demonios descienden a su eterno presidio, a un pozo sin fondo, para que Luz y
Oscuridad queden separadas también para siempre.

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