martes, 2 de abril de 2019

Divinidades no Amadas en la mitología nórdica

Egir, como hemos visto, gobernaba el mar con la ayuda de la pérfida Ran. Ambas
divinidades eran consideradas crueles por las naciones nórdicas, los cuales sufrían
mucho por el mar, el cual, rodeándoles por todas partes, se introducían profundamente
hasta el corazón de sus países a través de los numerosos fiordos, y a menudo engullía
los barcos de sus vikingos, junto a toda su tripulación de guerreros.
Otras Divinidades del Mar.
Además de estas deidades principales del mar, los nórdicos creían en los tritones y las
sirenas, y muchas historias se relatan acerca de las sirenas, que se despojaban durante
breves momentos de sus plumajes de cisne o atavíos de foca, los cuales dejaban en la
playa para ser encontrados por mortales, que de esa manera obligaban a las bellas damas
a permanecer en tierra.
También existían monstruos malignos conocidos como Nicors, de cuyo nombre se
deriva el proverbial Old Nick ("Patillas"). Muchas de las deidades menores del mar
poseían colas de pez; las divinidades femeninas recibían el nombre de ondinas, y los
varones el de Stromkarls, Nixies, Necks o Neckar.
En la Edad Media se creía que estos espíritus acuáticos abandonaban a veces sus
corrientes nativas para aparecerse en danzas de poblados, donde se les reconocía por el
dobladillo húmedo de sus vestimentas. A menudo se sentaban al lado de los arroyos o
los ríos, tocando el arpa o entonando fascinantes canciones mientras se peinaban sus
largos y dorados o verdes cabellos.
Los nixies, ondinas y stromkarls, eran seres particularmente gentiles y amables, y
estaban muy ansiosos de obtener repetidas garantías de su salvación final.
Se cuentan muchas historias de sacerdotes o niños que se los encontraron jugando en la
orilla, de los cuales se mofaban con amenazas de una futura condenación, lo cual nunca
fallaba para convertir su alegre música en lastimeros quejidos. A menudo, los sacerdotes
o niños, dándose cuenta de su error y afectados por la agonía de sus víctimas,
regresaban corriendo hasta la corriente para asegurar a los hados acuáticos de dientes
verdes su futura redención, tras lo cual reanudaban invariablemente sus alegres acordes.
Ninfas del Río.
Ademas de Elf o Elb, el hado acuático que le dio su nombre al río Elba en Alemania;
Neck, de quien Necker deriva su nombre, y el viejo padre Rhein, con sus numerosas
hijas (afluentes), la más famosa de todas las divinidades menores acuáticas es Lorelei, la
sirena doncella que se sienta sobre las roca de su mismo nombre, cerca de San Goar, en
el Rhein (Rin) y cuyo fascinante canto ha llevado a muchos marinos a la muerte. Las
leyendas acerca de esta sirena son ciertamente muy numerosas, siendo una de las más
antiguas la que sigue:
Leyendas de Lorelei.
Lorelei era una ninfa acuática inmortal, hija de Rin (Rhein); durante el día vivía en las
frescas profundidades del fondo del río, pero de noche se aparecía a la luz de la Luna,
sentada en lo alto de un pináculo rocoso, contemplando todo lo que atravesaba la
corriente. A veces, la brisa nocturna transportaba algunas de las notas de su canción
hasta los oídos de lo remeros, tras lo que, olvidándose del tiempo y del lugar
escuchando estas melodías encantadas, se dejaban arrastrar hasta las afiladas y
recortadas rocas, donde perecían invariablemente.

Se dice que sólo una persona vio a Lorelei de cerca. Se trataba de un joven pescador de
Oberwesel, que se reunía con ella cada noche a orillas del río y pasaba unas horas
encantadoras con ella, embriagándose de su belleza y escuchando su seductora canción.
La tradición dice que , antes de que se separaran, Lorelei le indicaba los sitios donde el
joven debería arrojar sus redes por la mañana, instrucciones que siempre obedecía y que
de este modo le proporcionaban buenos resultados.
Una noche, el joven pescador fue visto dirigiéndose hacia el río, pero como no
regresaba se emprendió su búsqueda. Sin encontrarse rastro alguno por los alrededores,
los crédulos teutones afirmaron que Lorelei le había arrastrado hasta sus cuevas de coral
para poder disfrutar de su compañía por siempre.
Según otra versión, Lorelei sedujo tantos pescadores hasta su tumba en las
profundidades del Rin (Rhein) con sus fascinantes acordes desde las escarpadas rocas,
que en una ocasión se envió a un ejército armado al caer la noche para rodearla y
atraparla. Pero la ninfa acuática arrojó un hechizo tan poderoso sobre el capitán y sus
hombres, que no pudieron mover ni las manos ni los pies. Mientras se encontraban
inmóviles alrededor de ella, Lorelei se despojó de sus ornamentos y los arrojó a las olas.
Entonces, entonando un hechizo, atrajo las aguas hasta el peñasco donde se encontraba
y, para asombro de los soldados, las olas arrastraron consigo un carro marino verde
tirado por corceles de crines blancas y la ninfa se introdujo al instante. Unos momentos
más tarde, el Rin bajó hasta sus niveles habituales, el hechizo se rompió y los hombres
recuperaron el movimiento, retirándose para narrar cómo sus esfuerzos habían sido
frustrados. Desde entonces no se volvió a ver a Lorelei, y los campesinos afirman que
ella sigue aún resentida por la afrenta de la que fue objeto, y que nunca abandonará sus
cuevas de coral.

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