martes, 2 de abril de 2019

Balder, el más Amado.

De Odín y Frigg, se dice, nacieron hijos gemelos tan diferentes en carácter y aspecto
físico como era posible que lo fueran dos niños. Hodur, dios de la oscuridad, era
sombrío, taciturno y ciego, como la oscuridad del pecado, la cual se suponía que
simbolizaba; mientras que su hermano Balder, el bello, era venerado como el dios puro
y radiante de la inocencia y la luz. De su frente blanca y cabellos dorados parecían
irradiar rayos de Sol que alegraban los corazones de dioses y hombres, por los que era
igualmente amado.
El joven Balder alcanzó su mayoría de edad con maravillosa rapidez y fue admitido
muy pronto en la asamblea de los dioses. Fijó su residencia en el palacio de Breidablik,
cuyo techo de plata descansaba sobre pilares de oro y cuya pureza era tal que a nada que
fuese vulgar o impuro se le permitía su presencia dentro de sus recintos, y allí vivía en
perfecta armonía junto a su joven esposa Nanna (flor), la hija de Nip (brote), una bella y
encantadora diosa.
El dios de la luz estaba bien versado en la ciencia de las runas, que estaban escritas en
su lengua; él conocía bien las diversas virtudes de las flores, una de las cuales, la
camomila, era llamada "la frente de Balder", porque era tan inmaculadamente pura
como esa parte de su rostro. La única cosa oculta ante los radiantes ojos de Balder era la
percepción de su propio destino.
El Sueño de Balder.
Ya que era tan natural que Balder el hermoso estuviera sonriente y feliz, los dioses
comenzaron a darse cuenta de un cambio en su comportamiento. La luz se fue
gradualmente de sus ojos azules, una expresión de ansiedad invadió su rostro y sus
pasos se volvieron pesados y lentos. Odín y Frigg, percatándose del evidente
abatimiento de su amado hijo, le rogaron con ternura que les revelara la causa de su
tristeza. Balder fue cediendo finalmente a sus anhelantes ruegos, confesó que sus
sueños, en vez de ser tranquilos y reparadores como antaño, se habían visto
extrañamente alterados por oscuras y opresivas pesadillas, las cuales, aunque no podía
recordarlas cuando se despertaba, le perseguían constantemente con una vaga sensación
de miedo.
Cuando Odín y Frigg oyeron esto, se sintieron muy desasosegados, aunque prometieron
que nada dañaría a su universalmente amado hijo. Sin embargo, cuando los inquietos
padres discutieron posteriormente el asunto, confesaron que también ellos se habían
visto asaltados por extraños presentimientos y, llegando finalmente a creer que la vida
de Balder estaba seriamente amenazada, procedieron a tomar medidas para evitar el
peligro.
Frigg envió a sus sirvientes en todas direcciones, con órdenes estrictas para exigir a
todas las criaturas vivientes, todas las plantas, metales, piedras, de hecho, toda cosa
animada o inanimada, que pronunciaran el solemne juramento de no hacerle daño
alguno a Balder. Toda la creación hizo enseguida su juramento, ya que no existía nada
sobre la tierra que no amara al radiante dios. Los sirvientes regresaron hasta Frigg,
informándole que todos habían jurado debidamente, excepto el muérdago que crecía
sobre el tronco del roble a las puertas del Valhalla, aunque era, añadieron, una cosa tan
inofensiva e insignificante que no había nada que temer.
Frigg reanudó entonces su hilado con gran alegría, ya que estaba segura de que nada
podría perjudicar a su hijo que amaba por encima de todo.
La Profecía de la Vala.
Odín, mientras tanto, había decidido consultar con una de las profetisas o valas muertas.
Montado sobre su corcel de ocho patas Sleipnir, cabalgó a través del palpitante puente
Bifröst y por el accidentado camino que conduce a Gjallar y la entrada de Niflheim,
donde, tras dejar atrás a Helgate y el perro Garm, penetró en la oscura morada de Hel
Odín vio, para su sorpresa, que un festín se estaba preparando en este oscuro reino y que
los divanes habían sido cubiertos con tapices y anillos de oro, como si se esperara a
algún importante invitado. Pero él siguió corriendo sin descanso, hasta que llegó hasta
el lugar donde la vala había descansado sin ser perturbada durante muchos años, tras lo
que comenzó a entonar un hechizo mágico y a trazar las runas que tenían el poder de
revivir a los muertos.
La tumba se abrió súbitamente y su profetisa se incorporó lentamente, preguntando
quién había osado interrumpir su sueño. Odín, que no deseaba que supiera que él era el
poderoso padre de dioses y hombres, respondió que era Vegtam, hijo de Valtam, y que
la había despertado para informarse sobre el personaje para el que Hel estaba sacando
sus divanes y preparando un banquete festivo. Con voz sepulcral, la profetisa confirmó
todos sus temores contándole que el invitado al que esperaban era Balder, que estaba
destinado a ser muerto por Hodur, su hermano, el dios ciego de la oscuridad.
A pesar de la evidente reticencia de la vala para seguir hablando, Odín no quedó aún
satisfecho y le exigió que le dijera quién vengaría al dios asesinado y daría cuenta de su
asesino. La venganza y la represalia eran consideradas como deberes sagrados por las
razas nórdicas.
Entonces la profetisa le relató como Rossthiof había ya pronosticado que Rinda, la diosa
tierra, tendría un hijo de Odín y que Vali, como se llamaría el niño, no se lavaría el
rostro ni se peinaría los cabellos hasta que hubiese vengado en Hodur la muerte de
Balder.
Una vez hubo dicho esto la reacia vala, Odín preguntó: "¿Quién rehusará llorar la
muerte de Balder?". Esta imprudente pregunta demostró un conocimiento del futuro que
ningún mortal podía poseer, lo cual le reveló inmediatamente a la vala la indentidad de
su visitante. Consiguientemente, rehusando decir una sola palabra más, volvió a
hundirse en el silencio de la tumba, declarando que nadie sería capaz de volver a sacarla
de nuevo hasta que llegara el fin del mundo.
Tras enterarse de los designios de Orlog (destino), que él sabía que no podían ser
anulados, volvió a montar en su caballo y emprendió triste el camino de vuelta a
Asgard, pensando en la hora, no lejana, en al que su amado hijo dejara de ser visto en
las moradas celestiales, y cuando la luz de su presencia se hubiera desvanecido por
siempre.
Al entrar en Gladsheim, sin embargo, Odín se vio algo tranquilizado por las noticias,
rápidamente comunicadas por Frigg, referentes a que todas las cosas bajo el Sol habían
prometido que no dañarían a Balder y, sintiéndose convencido de que si nada iba a
matar a su hijo, seguramente iba a continuar alegrando a los dioses y a los hombres con
su presencia, dejó a un lado las preocupaciones y se entregó a los placeres del festín.
Los Juegos de los Dioses.
El campo de recreo de los dioses estaba situado en las verdes llanuras de Ida, y tenía el
nombre de Idavold. Allí se trasladaban los dioses cuando estaban de buen humor y su
juego favorito era el de lanzar sus discos de oro, lo cual hacían con gran habilidad.
Habían vuelto a la práctica de este acostumbrado pasatiempo con entusiasmo redoblado
desde que Frigg hubiera dispersado con sus precauciones la nube que había oprimido
sus espíritus. Sin embargo, cansados al final de este juego, pensaron en idear otro.
Habían averiguado que ningún proyectil podía dañar a Balder, por lo que se
entretuvieron lanzándole toda clase de armas, piedras, etc., con la certeza de que no
importaba cuánto se afanaran, pues los objetos, habiendo jurado no dañarle, errarían su
objetivo o caerían cortos de distancia. Esta nueva diversión demostró ser tan fascinante
que pronto todos los dioses se congregaron alrededor de Balder, recibiendo cada nuevo
fallo en acertarle con prolongadas risas.


La Muerte de Balder.
Estos arranques de jolgorio despertaron la curiosidad de Frigg, quien se encontraba
hilvanando sentada en Fensalir, y, viendo a una anciana pasar delante de su morada, le
pidió que se detuviera y que le contara qué estaban haciendo los dioses para provocar
tanto jolgorio. La anciana no era otra que Loki disfrazado, quien respondió que los
dioses estaban lanzando contra Balder piedras y otros proyectiles, embotados y afilados,
mientras que éste permanecía entre ellos sonriente e ileso, retándoles a que le acertaran.
La diosa sonrió y reanudó su labor, diciendo que era bastante natural que nada pudiera
dañar a Balder, ya que todas las cosas amaban la luz, del cual él era su símbolo, y
habían jurado solemnemente no dañarle. Loki, la personificación del fuego, se disgustó
mucho al oír esto, ya que estaba celoso de Balder, el Sol, que le había eclipsado por
completo y era amado por todos, mientras que a él se le temía y se le evitaba todo lo
posible. Pero él ocultó astutamente su irritación y le preguntó a Frigg si estaba segura de
que todos los objetos se habían unido al convenio.
Ella respondió orgullosa que había obtenido el solemne juramento de todas las cosas,
excepto el de un pequeño e inofensivo parásito, el muérdago, que crecía en el roble
cerca de las puertas del Valhalla y era demasiado pequeño e insignificante como para
ser temido. Esta información era todo lo que Loki quería saber y, tras despedirse de
Frigg, se alejó. Sin embargo, tan pronto como estuvo fuera del alcance de su vista,
recuperó su forma habitual y el muérdago que Frigg había mencionado. Entonces, con
sus artes mágicas le confirió al parásito un tamaño y una dureza bastante fuera de lo
común.
Del tallo de madera así obtenido fabricó diestramente una flecha con la que regresó
corriendo hasta Idavold, donde los dioses aún le estaban lanzando proyectiles a Balder,
estando mientras tanto únicamente Hodur apoyado tristemente contra un árbol, sin
participar en el juego. Loki se aproximó a la ligera hasta el dios ciego y, fingiendo
interés, le preguntó a cerca de la causa de su melancolía, insinuando astutamente al
mismo tiempo que eran el orgullo y la indiferencia lo que le prevenían de participar en
el juego. En respuestas a estas afirmaciones, Hodur alegó que sólo su ceguera le
impedía tomar parte en el nuevo juego y cuando Loki puso la flecha de muérdago en su
mano y lo guió hacia el centro del círculo, indicándole la dirección de la insólita diana,
Hodur disparó su flecha enérgicamente. Pero para su consternación, en vez de las
sonoras risas que esperaba, un escalofriante grito de horror atravesó sus oídos, pues
Balder el hermoso había caído al suelo, atravesado por el fatal muérdago.
Con terrible preocupación se reunieron los dioses alrededor de su querido compañero,
pero su vida había sido extinguida y todos sus esfuerzos para revivir al dios Sol caído
fueron inútiles. Desconsolados por su pérdida, se volvieron furiosos hacia Hodur, a
quien hubieran matado allí mismo de no haber sido refrenados por la ley de los dioses,
que impedía que ningún acto deliberado de violencia profanara sus lugares sagrados. El
sonido de sus altos lamentos atrajo con gran rapidez a las diosas hasta el terrible lugar, y
cuando Frigg vio que su hijo estaba muerto, rogó vehementemente a los dioses que
fueran hasta Niflheim para implorarle a Hel que liberara a su víctima, ya que la tierra no
podría existir felizmente sin él.
La Misión de Hermod.
Ya que el camino era extremadamente fatigoso y accidentado, ninguno de los dioses se
ofreció a ir al principio. Pero cuando Frigg prometió que ella y Odín recompensarían al
mensajero amándole por encima de todos los Ases, Hermod mostró su disposición a
ejecutar la misión. A fin de capacitarle para ello, Odín le prestó a Sleipnir, y el noble
caballo, que no solía dejar que nadie lo montara excepto Odín, partió sin demora hacia
la oscura trayectoria que sus cascos ya habían cabalgado en dos ocasiones
anteriormente.
Mientras tanto, Odín ordenó que el cuerpo de Balder fuera trasladado de Breidablik y
envió a los dioses al bosque para que cortaran enormes pinos con los que construir una
pira funeraria digna.
La Pira Funeraria.
Mientras Hermod cabalgaba a través del sombrío camino que conducía al Niflheim, los
dioses cortaron y acarrearon hasta la costa una gran cantidad de leña, la cual
amontonaron sobre la cubierta del buque dragón de Balder, Ringhorn, construyendo una
elaborada pira funeraria. Según la costumbre, ésta era decorada con tapices colgantes,
coronas de flores, copas y armas de todas clases, anillos de oro e incontables objetos de
valor, antes de que el inmaculado cadáver, ricamente ataviado, fuera traído y echado
sobre ella.

Uno tras otro, los dioses se acercaron entonces a ofrecer un último adiós a su amado
compañero y cuando Nanna se encorvó hacia él, su tierno corazón se rompió, cayendo
sin vida a su lado. Tras ver esto, los dioses la situaron respetuosamente al lado de su
esposo, para que pudiera acompañarle incluso en la muerte; tras haber dado muerte a su
caballo y a sus sabuesos, y haber rodeado la pira con espinas, los emblemas del sueño,
Odín, el último de los dioses, se acercó.
Como muestra de afecto por el difunto, y de dolor por su pérdida, todos habían echado
sus más preciadas posesiones sobre la pira y Odín, inclinándose, añadió entonces a las
ofrendas su anillo mágico Draupnir. Los dioses congregados percibieron que estaba
susurrándole algo al oído de su hijo muerto, pero ninguno estaba lo suficientemente
cerca para escuchar lo que había dicho.
Tras haber concluido estos tristes preliminares, los dioses se dispusieron entonces a
botar el barco, pero se encontraron con que la pesada carga de leña y joyas se resistía a
sus esfuerzos combinados, por lo que no pudieron moverlo ni un centímetro. Los
gigantes de las montañas, presenciando la escena desde lejos, y percatándose de su
apuro, se acercaron y dijeron conocer a una giganta de nombre Hyrrokin, que vivía en
Jötunheim y que era lo suficientemente fuerte como para botar la embarcación sin
ninguna otra ayuda. Consecuentemente, los dioses le pidieron a uno de los gigantes de
la tormenta que se acercaran a buscar a Hyrrokin; ella hizo acto de presencia con
rapidez, montada sobre un lobo gigantesco, al cual ella guiaba con una rienda hecha de
serpientes que se retorcían. Dirigiéndose hacia la costa, la giganta desmontó y mostró
arrogantemente su disposición de proporcionar la ayuda requerida, si mientras tanto, los
dioses se hacían cargo de su montura. Odín envió inmediatamente a cuatro de sus más
enloquecidas fieras para que entretuvieran al lobo, pero, a pesar de su excepcional
fuerza, no pudieron refrenar a la monstruosa criatura hasta que la giganta la hubo
arrojado al suelo y atado a conciencia.
Hyrrokin, viendo que ahora serían capaces de manejar a su obstinada montura, se
dirigió hasta donde, en lo alto del borde del agua, se erigía el poderoso barco de Balder,
Ringhorn.
Apoyando su hombro contra su popa, lo envió al agua con un supremo esfuerzo. Tal era
el peso de la carga y la rapidez con la que fue arrojado al mar, que la tierra tembló como
si se tratase de un terremoto, y los troncos sobre los que el barco se deslizó ardieron en
llamas debido a la fricción. El inesperado temblor, casi causó que los dioses perdieran el
equilibrio, lo cual encolerizó tanto a Thor que alzó su martillo y estuvo a punto de matar
a la giganta, si no le hubieran contenido sus compañeros. Fácilmente apaciguado, como
era habitual, pues el temperamento de Thor, aunque fácilmente suscitado, era fugaz,
embarcó en el barco de nuevo para consagrar la pira funeraria con su martillo sagrado.
Mientras realizaba esta ceremonia, el enano Lit irrumpió de un modo irritante en su
camino, después de lo cual, Thor que no había recuperado completamente su
ecuanimidad, le arrojó al fuego que había acabado de encender con una espina, y el
enano ardió hasta quedar reducido a cenizas junto a los cuerpos de la divina pareja.
El impresionante barco se introdujo entonces en el mar y las llamas de la pira ofrecieron
un espectáculo majestuoso que asumía una gloria mayor con cada momento que pasaba,
hasta que, cuando el barco se aproximó al horizonte del Oeste, pareció que el mar y el
cielo ardieran en llamas. Los dioses contemplaron tristes el resplandeciente barco y su
preciosa carga, hasta que se sumergió súbitamente entre las olas y desapareció; no
regresaron a Asgard hasta que la última chispa de luz se hubo desvanecido, y el mundo,
como muestra de pesar por Balder el bondadoso, se envolvió en un manto de oscuridad.
La Búsqueda de Hermod.
Los dioses entraron en Asgard tristes, donde ningún sonido de alegría o festejos
recibieron los oídos, pues todos los corazones estaban llenos de inquietante
preocupación por el fin de todas las cosas, el cual se sentía inminente. Y, ciertamente, la
idea del terrible invierno de Fimbul, el cual sería el heraldo de sus muertes, bastaba para
desasosegar a los dioses.
Sólo Frigg albergó esperanzas y esperó ansiosa el regreso de Hermod el veloz, el cual,
mientras tanto, había atravesado el palpitante puente y el oscuro camino de Hel, hasta
que, a la décima noche, había cruzado las rápidas corrientes del río Gjöll.

Allí fue interrogado por Mödgud, que le preguntó por qué el puente Gjallar temblaba
más bajo el cabalgar de su caballo que cuando pasaba todo un ejército, y le preguntó por
qué él, un jinete vivo, pretendía entrar en los tenebrosos dominios de Hel.
Hermod le explicó a Mödgud la razón de su visita y, tras averiguar que Balder y Nanna
habían pasado por el puente antes que él, se apresuró a seguir su camino hasta que llegó
a las puertas que se erigían imponentes ante él.
Sin desalentarse ante esta barrera, Hermod desmontó sobre el suave hielo y, ajustando
las correas de su silla, volvió a montar y, clavando sus espuelas en los brillantes
costados de Sleipnir, le indujo a que diera un brinco prodigioso, aterrizando ileso al otro
lado de la puerta de Hel.
La Condición por la Liberación de Balder.
En vano le informó Hermod a su hermano que había venido para rescatarlo. Balder negó
triste con la cabeza, diciendo que sabía que debía permanecer en su lúgubre morada
hasta la llegada del Último Día, pero le imploró a Hermod que se llevara con él a
Nanna, pues el hogar de las sombras no era lugar para una criatura tan bella y brillante.
Pero cuando Nanna escuchó esta petición, se aferró más al lado de su esposo, jurando
que nada lograría separarla de él y que permanecería por siempre a su lado, incluso en
Niflheim.

La noche de agotó con la conversación, antes de que Hermod buscara a Hel para
implorarle que liberara a Balder. La hosca diosa escuchó en silencio su petición,
declarando finalmente que permitiría a su víctima marcharse a condición de que todas
las cosas animadas e inanimadas mostraran su pesar por su pérdida derramando
lágrimas.
Esta respuesta estaba llena de esperanzas, pues toda la Naturaleza lamentaba la pérdida
de Balder y seguramente no había nada en toda la creación que fuera a negar el tributo
de una lágrima. Por tanto, Hermod salió feliz del oscuro reino de Hel, llevándose con él
el anillo Draupnir, que Balder le devolvía a su padre, una alfombra bordada de Nanna a
Frigg y un anillo para Fulla.
El Regreso de Hermod.
Los dioses se reunieron en asamblea ansiosamente alrededor de Hermod cuando éste
regresó, y una vez hubo entregado los mensajes y los regalos, los Ases enviaron
heraldos a todas las partes del mundo para pedir a todas las cosas animadas e
inanimadas que lloraran la muerte de Balder.
Al Norte, al Sur, al Este y al Oeste se dirigieron los heraldos y a su paso caían las
lágrimas de todas las plantas y árboles, por lo que el suelo se vio saturado de humedad y
los metales y piedras, a pesar de sus duros corazones, lloraron también.
De camino de vuelta finalmente hacia Asgard, los mensajeros vieron acurrucada en una
oscura cueva a un giganta de nombre Thok, que algunos mitólogos supusieron que era
Loki disfrazado. Cuando se le pidió que derramara una lágrima, se burló de los heraldos
e, introduciéndose en los oscuros nichos de su cueva, declaró que ninguna lágrima
caería de sus ojos y que a ella poco le importaba que Hel retuviera a su presa por
siempre.
Tan pronto como los mensajeros llegaron a Asgard, los dioses se congregaron a su
alrededor para conocer el resultado de su misión. Pero sus rostros, iluminados con la
alegría de la anticipación, se oscurecieron por la desesperación cuando supieron que una
criatura había rehusado al tributo de las lágrimas, por lo que no podrían tener nunca más
a Balder en Asgard.

Vali el Vengador.
Los decretos del destino aún no habían sido del todo consumados, y el acto final de la
tragedia será brevemente resumido.
Vali el Vengador, como fue llamado, hijo de Odín y de Rinda, entró en Asgard el día de
su nacimiento y aquel mismo día dio muerte a Hodur con una flecha de un haz que al
parecer había acarreado para ese propósito. Así, el asesino de Balder, a pesar de que
había sido un instrumento inconsciente, expió por el crimen con su sangre, según el
código de los verdaderos nórdicos.
El Culto a Balder.
Uno de los más importantes festivales se celebraba en el solsticio de verano, o día de
San Juan, en honor a Balder el bondadoso, ya que era considerado el aniversario de su
muerte y de su descendencia al inframundo. En ese día, el más largo del año, la gente se
congregaba en el exterior, hacía grandes hogueras y contemplaba el Sol, que en las
latitudes nórdicas extremas apenas se oculta bajo el horizonte antes de volver a elevarse
en un nuevo amanecer. Desde el solsticio, los días se iban haciendo gradualmente más
cortos y los rayos del Sol se hacían menos cálidos, hasta el solsticio de invierno, que se
conocía como la "noche Madre", ya que era la noche más larga del año. El solsticio de
verano, una vez celebrado en honor a Balder, se llama ahora día de San Juan, tras haber
suplantado ese santo de la tradición cristiana a Balder

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