lunes, 1 de abril de 2019

DEMETER/CERES

Después de que ya había recorrido un largo camino, en busca de su amada
hija. Deméter decidió sentarse a descansar a la vera de un sendero angosto que
cruzaba la región de Eleusis. Apoyada sobre una piedra tosca, reflexionaba la
diosa acerca de su infortunio, pues aún no había hallado ni rastro de su hija,
cuando una muchacha, que venía de recoger agua del cercano pozo que allí
mismo manaba, se acercó a ella con la sana intención de ayudarla.
El aspecto avejentado de Deméter no arredro a la noble hija del rey Celeo
—que a la sazón gobernaba en el Ática—, pues no otra era la muchacha de que
hablamos, quien rogó a la diosa le contara su infortunio. Deméter dio rienda
suelta a su imaginación y se dispuso a explicar a su joven interlocutora todas las
cuitas y avatares que pudo imaginarse en aquellos momentos. Y, así, contó que
había sido abandonada por unos piratas que arribaron a las costas del Ática, y
que la crueldad de estos malhechores no tenía límites, pues anteriormente la
habían raptado y apartado de los suyos.
Por esto, se encontraba tan maltrecha y desesperada, que se atrevía a
recabar de la joven ayuda material. Necesitaba hallar un trabajo en el palacio de
su padre, bien fuera de nodriza, de niñera o de criada, pues conocía todas las
labores propias de las mujeres experimentadas del Atica. En definitiva, le estaba
pidiendo ayuda y consuelo para no dejarse llevar de la más abyecta de las
desesperaciones. La hija del rey Celeo intercedió ante su buen padre y, de este
modo, tuvo Deméter oportunidad de mostrar sus cualidades y poderes en la
corte.
NODRIZA DE EXCEPCION
Cuentan las crónicas de los cantores de mitos que en cuanto la misteriosa
viajera se encontró socorrida por el rey de Eleusis y los suyos, olvidó con
premura sus cotidianos sufrimientos y, al menos durante un tiempo prudencial,
desechó aquella amargura que antaño la embargara. Ya no se acordaba de
cuando se hallaba "recostada en una piedra de un desconocido camino, con su
corazón desgarrado por el dolor, cerca de una fuente de aguas cristalinas, a la
sombra de un espeso olivo que la cubría con sus ramas."
A la misteriosa viajera se le encomendó el cuidado de un niño pequeño,
Demofonte, hijo de Celeo y de su esposa Metanira. La criatura no gozaba de
buena salud, por lo que tenía profundamente apenados y preocupados a sus
padres; éstos habían recurrido a los más afamados curanderos de todos los
países, en demanda de ayuda para su delicado niño y, hasta entonces, todo había
resultado inútil. Ningún remedio había sido hallado aún para contrarrestar la
enfermedad o el mal padecidos por él.
Mas en cuanto Deméter se constituye en su nodriza y protectora todo
cambia radicalmente. Y es que la diosa, agradecida por la hospitalidad de sus
anfitriones, quiere devolverles con creces el favor y las atenciones que la han
dispensado. Para ello, amamantar al niño con su divina leche, lo alimentará con
ambrosía —el manjar melifluo de los dioses—, lo mecerá en su acogedor regazo
y lo cubrirá de su salvífico aliento. Intentará, también, hacerlo inmortal e
inmune al dolor y la miseria de los humanos; más, a punto ya de lograrlo,
sucedió lo irreparable.
EXTRAÑO RITUAL
Cada noche, después de que todos los servidores del palacio de Celeo se
retiraran a sus respectivos aposentos, la diosa cogía al pequeño con ternura y lo
tendía sobre el rescoldo de una lumbre que ella misma había encendido. Se
proponía purificarlo, mediante semejante ritual, y hacerlo inmortal.
Pero Metanira —que ya con anterioridad se había sorprendido ante el
aluvión de la luz que inundara el palacio, debido a la presencia de la mujer
misteriosa que siempre se cubría el rostro con un velo— siguió a Deméter/Ceres
hasta el lugar en el que la diosa se disponía a iniciar el ritual salvífico y
catártico.
Observó con gran temor el modo cómo la diosa depositaba a su delicado
hijo entre las llamas de una hoguera y huyó, al punto, despavorida. Los gritos de
la madre asustaron a Deméter/Ceres y, en aquel mismo momento, la diosa
descubrió su identidad, en un intento de tranquilizarla; sin embargo, todo el
encantamiento quedó roto. Entonces Ceres, ya que no podía darle la
inmortalidad, decidió enseñarle una manera de atraer hacia el futuro muchacho
las miradas y el agradecimiento de los demás mortales. Todas las artes de la
siembra, la siega y la recogida de los frutos de la cosecha, le fueron enseñados a
Demofonte por la agradecida diosa. También le regaló un hermoso carro, cuyos
corceles eran dragones de enormes dimensiones, y con el que se podía viajar a
los diferentes lugares y rincones del mundo con el fin de enseñar a todos los
humanos de todas las latitudes los métodos más idóneos para labrar y sembrar la
tierra, y producir frutos sanos y copiosos. Y, desde entonces, comienzan a
utilizarse instrumentos como el arado.
MISTERIOS DE ELEUSIS
Algunas versiones que se ocupan del mito de la curación de Demofonte nos
explican que Celeo y Metanira tenían otro hijo más, al que llamaban Triptolemo.
Y señalan que fue de este último de quien se ocupó la diosa Deméter/Ceres, y al
que quiso hacer inmortal, aunque resultara vano su empeño, como ya es sabido.
Sin embargo, todos coinciden en afirmar, cualquiera que fuese el
protagonista de un mito tan popular, que fue a raíz de los hechos apuntados
cuando tuvo lugar el nacimiento de los famosos misterios de Eleusis.
Cuéntase que Demofonte, en agradecimiento a la diosa, y una vez que
regresó de su periplo por el mundo, quiso pagar a Deméter con la misma
moneda que de ella había recibido. Y, así, instituyó unas fiestas en honor de su
bienhechora.
Tomaron enseguida un auge inusitado, y fueron muy bien acogidas por
todos los ciudadanos y súbditos; hasta el punto de que no hubo persona alguna
de aquel tiempo que no oyera hablar de tan memorables eventos.
Pronto solicitaron las gentes participar como iniciados, por lo que se
instituyeron unas normas que era obligatorio acatar. Se hacía necesario pasar por
una especie de encierro, al que se denominaba "noviciado". Aquí había que
permanecer un tiempo mínimo —por lo general estaba establecido un año— o
un tiempo máximo de cinco años. Así se cumplía con el rito de la preparación o
de la iniciación. Inmediatamente después se accedía al estado superior, por
medio del conocimiento doctrinario, la suprema verdad y la perfección plena.
CEREMONIAL INICIATICO
Para conseguir acceder a las entrañas de los misterios y a su significación y
simbolismo se necesitaba la ayuda de otras personas ya introducidas en la
maraña emblemática de aquéllos y, además, había que superar pruebas marcadas
por los guardianes de la ortodoxia de los mismos.
Los iniciados y aspirantes, como requisito indispensable, deberían
proveerse de padrinos, los cuales se encargarían de presentarlos ante los
sacerdotes o hierofantes, que eran los únicos que conocían los entresijos de toda
la parafernalia de los misterios.
No todos, sin embargo, podían acceder a la situación de iniciado o
aspirante. Sólo los ciudadanos libres, siempre que acreditaran una conducta
intachable serían, a la postre, seleccionados. Los extranjeros y todos aquellos
que, aun gozando de su prerrogativa de ciudadanos atenienses, tuvieran alguna
cuenta pendiente con la justicia quedaban irremisiblemente excluidos y se les
negaba su derecho a pertenecer al grupo de los neófitos.
Estos misterios de Eleusis, denominados también "misterios de la vida y de
la muerte", se desarrollaban en el mayor de los secretos. Nada de lo que
sucediera después de la ceremonia de iniciado era susceptible de ser narrado por
el neófito. Por todo ello, parece difícil conocer con detalle los distintos datos
fehacientes que pudieran aseverar las diferentes versiones que de tales eventos
han llegado hasta nosotros a través, en muchas ocasiones, de narraciones
apócrifas y espurias. No obstante, se sabe que en la iniciación primaba lo
simbólico y lo emblemático.
RECITACION Y MIMICA
Lo cierto es que los misterios de la vida y la muerte guardaban una
semejanza total con las funciones atribuidas a Deméter/Ceres. En cuanto diosa
de las mieses, y protectora de la agricultura, ésta se inmolaba en la generación
del grano y en su propia corrupción para dar paso al nacimiento de la espiga. El
total acabamiento sería la siega de la mies y la recogida de la cosecha.
Por esto mismo, existía una simbolización relativa a los pequeños
misterios, los cuales se realizaban en una de las estribaciones del monte de Agra.
Se denominaban también misterios de Agra y eran una preparación para
adentrarse en la segunda fase, constituida por los grandes misterios con su gran
carga expiatoria, que la propia diosa había legado con la intención de que fuera
honrado su nombre; a cambio, los mortales conocerían el arte, y los secretos, de
la agricultura.
El ritual externo de los misterios estaba estructurado de forma que, una vez
seleccionados, los neófitos se reunieran a la entrada del templo para, en primer
lugar, escuchar la lectura de las leyes de Deméter/Ceres. Sus cabezas debían
cubrirse con una especie de corona de mirto, y de sus cuerpos y manos se
desprendía una olorosa fragancia que los diferenciaba de la muchedumbre allí
reunida. Los neófitos participarían activamente en la recitación de la leyenda
sagrada, y entonarían himnos y letanías en honor de la diosa. Iniciarían
representaciones mímicas para mostrar que dominaban el lenguaje del cuerpo y,
por fin, se adentrarían en el recinto sacro. Nada de lo que allí vieran podrían, en
lo sucesivo, revelar.
CEREMONIAS DE LOS GRANDES MISTERIOS
A los pequeños misterios seguían los grandes Misterios; éstos se celebraban
en el mes de septiembre y lo más sobresaliente de todo su ritual era la ceremonia
de las abluciones marinas, de todo punto necesa rias para que los admitidos a
participar en la procesión mística de los iniciados de Eleusis pudieran acceder a
la purificación y expiación prometidas por la diosa Deméter/Ceres.
La procesión discurría por los caminos de Eleusis y en su largo recorrido
tenían lugar manifestaciones diversas. Se entonaban cánticos y se representaban
escenas relativas al mito de Deméter/Ceres. Al llegar la noche, se escuchaban los
gritos y las voces de los actores y los participantes: así se daba cumplida cuenta
del dolor que debió sentir la diosa al verse separada de su querida hija, y al
buscarla y no hallarla.
No obstante, el verdadero significado de los misterios se alcanzaba al llegar
al pórtico del templo de Eleusis, hecho que acaecía ya bien entrada la noche. Allí
se realizaban las ceremonias más cargadas de sentido, puesto que iban
acompañadas de enseñanzas doctrinarias y de un ritual verdaderamente
chocante. Lo que importaba era dar rienda suelta a la imaginación y sorprender a
los presentes con actos más exotéricos que esotéricos, más reales que aparentes.
Con todo este ceremonial, relativo a los grandes misterios, los hierofantes
pretendían exclusivamente impresionar a los iniciados y hacerles ver la gran
complejidad inherente a la búsqueda de Proserpina por parte de su madre —la
diosa Deméter/Ceres—, que cambió la grandiosidad del Olimpo por los
polvorientos caminos terrenales.
TRES DIAS DE FIESTA
El más absoluto de los secretos, acerca de todo lo que los sacerdotes o
hierofantes les habían mostrado en el interior del templo, debía ser guardado por
los iniciados. Todos los narradores de mitos coinciden en el citado aserto; de
aquí que haya diversas y encontradas versiones sobre los misterios de Eleusis.
Pero en lo que sí convienen todos los estudiosos de la mitología es en señalar la
celebración de otro misterio más selectivo aún que los ya mencionados. Se trata
de las denominadas Tesmoforias, celebraciones en las que se mezclaba lo lúdico
y lo místico, y que fueron instituidas también en el Ática para conmemorar la
magnificencia de la diosa Deméter/Ceres.
Estas fiestas se desarrollaban en octubre, por espacio de tres días,
aproximadamente; tiempo que, por lo demás, duraba la sementera. En ellas
únicamente participaban mujeres y, tanto los niños como los jóvenes y los
ancianos, tenían prohibidas cualesquiera aportaciones a las mismas. En caso de
que algún hombre violara la prohibición de participar en las Tesmoforias se le
castigaría con la pena capital. No podía quedar incólume, ni libre de culpa, quien
osara faltar al precepto de profanar con su presencia los lugares en los que tenía
lugar la celebración de tan selectivas fiestas.
Además, las mujeres que tomaban parte en ese ritual se habían preparado
con antelación y, por lo general, deberían haber hecho gala de honestidad y
sobriedad, al tiempo que se les exigía, asimismo, la más perfecta purificación. El
primero de los días se caminaba en procesión, el segundo se practicaba el ayuno
y el tercero se realizaban sacrificios y había un banquete.
EL BOSQUE SAGRADO
Cuentan las más ancestrales leyendas relacionadas con la diosa
Deméter/Ceres que, en cierta ocasión, un hijo del rey de Tesalia, llamado
Erisictión —y, por lo demás, temido entre sus súbditos y allegados a causa de
sus modos violentos e intemperantes —, desoyó el mandato de la diosa y taló un
bosque consagrado a ella. El castigo que le sobrevino fue de tan sutil naturaleza
que sólo una deidad pudo haberlo ideado e infligido. Después de innumerables
advertencias a Erisictión, por parte de la diosa Deméter/Ceres —la cual se
presentaba ante él transformada en una célebre sacerdotisa, con la sana intención
de apaciguar su hosco talante—, y una vez que ésta se desengañó ante tanto
intento fallido, se propuso apremiarle para que cortara más troncos, pues de este
modo tendría suficiente madera para construir un enorme salón de banquetes.
Seguro que iba a necesitar Erisictión una gran sala para almacenar manjares de
todo tipo. Y es que la diosa Deméter/Ceres le había castigado a tener,
continuamente, un hambre tal que ningún alimento pudiera saciarle. Había
gastado todo su patrimonio en comida, pero no se había saciado. Antes bien,
seguía ansioso por comer cuanto caía en sus fauces; más que co mer, devoraba
alimentos. Estos escaseaban ya de tal manera que su propia hija, al verle
mendigar y pedir alimentos, decidió recurrir al poder de transformarse en
esclava, el cual le había sido concedido por su antiguo amante Poseidón. De este
modo, Erisictión pudo sacar beneficios de la venta intermitente de su hija. Mas
todos los esfuerzos resultaron inútiles, pues, al final, aquél terminó, en un
arrebato de locura, devorándose a sí mismo.
AMORES SINGULARES
Existen otras leyendas en las que aparece Deméter/Ceres como
protagonista de ciertos aspectos afectivos y amorosos. En la más popular de
ellas se narran los diversos avatares por los que tiene que pasar la deidad para
huir del acoso a que es sometida por Poseidón/Neptuno.
Cuentan las crónicas que el implacable dios del mar se enamoró de
Deméter/Ceres cuando ésta recorría los caminos, montes y riberas en busca de
su querida hija Proserpina/Perséfone. La asediaba y pretendía de continuo y la
diosa no sabía ya que hacer para burlar al persistente enamorado. Trataba ésta de
cambiar su aspecto cubriéndose con toscos sayales y, al propio tiempo, ocultaba
su rostro con un velo negro; pero todo era inútil, pues Poseidón, prendado de sus
escondidos encantos seguía tras las huellas de Deméter. Por fin ésta en un
intento de acabar con la situación descrita y harta de sufrir persecución por al
quien a quien no deseaba corresponder, urdió una estratagema para evitar los
amores de aquél. A tal fin, se transformó en una briosa yegua que, en soledad
trotaba por campos y valles, pero Poseidón/Neptuno, que había descubierto la
estratagema, se trocó en caballo y, de este modo, pudo conseguir por así decirlo,
los favores de tan escurridiza diosa. Los relatores de leyendas explican que de
esta unión nacería el mítico alazán Arión ("=el más veloz"), que se caracterizaría
por la rapidez de su galope. En este sentido se le asocia a la legendaria narración
del héroe Adrasto y el primer acoso a Tebas; éste logró huir de la ira de los
enemigos, gracias a que iba montado sobre el veloz Arión.
SEÑORA
También nacería de la unión de Poseidón y Ceres una hija a la que se
llamarían Señora, Dueña o Ama, y que llegaría a simbolizar la importancia de la
purificación y la expiación, así como la necesidad de participar las mujeres en
las fiestas en honor de la deidad cuidadora de la tierra labrada y productora de
frutos. Se ha querido ver aquí cierto atisbo de pervivencia maternal y, al propio
tiempo, añaden que las mismas celebración de las Tesmoforias aparece ya
cargada de connotaciones que evocan la necesidad de perpetuación de la
especie. Y cobra verdadero sentido ritual desarrollado durante las fiestas en
honor de la diosa Deméter: jóvenes mujeres vestidas con túnicas blancas,
símbolo de la pureza; las canastillas y cestitas que transportan y que contienen la
preciada carga de un niño recién nacido o, también, la mítica serpiente de oro, el
harnero o criba simbólicos. etc.
Otras versiones de la leyenda del acoso a Deméter, por parte del poderoso
dios de los Océanos, difieren sustancialmente de las ya descritas. No hay
transformación alguna en yegua o caballo, sino que la diosa, cansada ya de huir
del acoso de su pretendiente divino, buscó un lugar inaccesible y apartado, al
que no pudiera acercarse Neptuno. Se dice que fue en la mítica región de
Arcadia, en donde Deméter/Ceres halló seguro refugio y, durante un tiempo
prudencial, vivió en una gruta de aquellos parajes, en soledad y olvido. Más
sucedió entonces que la tierra no producía fruto ninguno y todo terreno fértil se
volvió yermo, por lo que el dios Pan fue en busca de Deméter y la rogó de nuevo
protección para el campo y las cosechas.
UN CAMPO TRES VECES ARADO
También se narran otras leyendas amorosas en las que aparece como
protagonista la diosa Deméter. Según éstas, existiría un productivo campo, cuya
tierra ya había sido removida y mullida por tres veces, en el que se encontrarían
la diosa y un joven del que, al punto, se enamoraría. Se trataba del bello hijo de
la pléyade Electra. Fruto de la unión entre ambos sería Pluto que, según opinión
de los antiguos clásicos, simbolizaba la riqueza y ayudaba únicamente a quienes
tenían como norma de su vida la equidad y la justicia.
Algunas versiones de esta fábula señalan que, más tarde, Pluto se volvió
ciego, puesto que había gente malvada que poseía riquezas, es decir, que se
sentía asistida por los favores de semejante dispensador de bienes y fortuna.
Hasta en las representaciones de la época se hacían conjeturas respecto a la
ceguera de quien personificaba la riqueza; ya que ésta, según pregonaban
chuscos persones de las comedias del célebre Aristófanes, se repartían por igual
entre buenos y malos. También se lucubraba sobre la hipótesis de que Pluto
hubiera sido curado de su ceguera, en cuyo caso el mundo se habría
transformado de forma cualitativa, y el materialismo y las relaciones basadas en
intereses crematísticos y económicos cederían su lugar a otros aspectos
decididamente más humanos.
La iconografía de todos los tiempos representaba a Pluto portando el
cuerno de la abundancia y, por lo general, se resaltaba su aspecto juvenil;
aunque, a veces, aparecía bajo la figura de un niño que las ninfas, o las "Horas",
sostenían en sus brazos.
UN HIMNO A DEMETER
El verdadero simbolismo mítico de la diosa Deméter/Ceres se encuentra
desarrollado en el "Himno homérico a Deméter", en el que quizá lo más
destacado sea la relación constante con Proserpina, su amada hija. Los hechos
que expuestos explican el porqué de esa actitud mantenida por la diosa, en
contra de la opinión de los demás dioses del Olimpo, y que consista en seguir
por todos los caminos del mundo el posible rastro de su hija Proserpina.
Sólo los bosques y prados de Sicilia habían sido testigos directos de la
desaparición de la querida hija de Ceres, la diosa que oyó un grito desgarrador y
supo que Proserpina/Perséfone había traspasado la frontera del abismo. Lo que
nunca sospechó fue que el propio Zeus había tomado parte en tan vergonzosa
acción. Lo cierto es que, después de haber oído tan desgarrador grito,
proveniente de la garganta de su hija, la diosa Deméter/Ceres perdió la razón y
una terrible angustia se apoderó de ella. Para calmarse, inició una búsqueda
infructuosa y llena de incertidumbre. Estuvo vagando por la tierra durante más
de nueve días y nueve noches, y en sus manos llevaba dos antorchas encendidas.
No se concedía descanso ni refrigerio alguno hasta que, por fin, y a punto ya de
desfallecer, se encontró con la "titánide" Hécate que también había oído el
desgarrador grito de Proserpina y, aunque no pudo identificar a su raptor, sin
embargo, le manifestó a Deméter que la cabeza de éste se hallaba cubierta por
oscuras sombras. Un dato tan significativo era suficiente para alertar a la diosa.
No obstante, decidió consultar a Helios/Sol —que, desde su altura, se percataba
de todo— y éste le confirmó sus sospechas: el ladrón de su hija había sido
Hades, el dios de la oscuridad y de las tinieblas insondables del abismo.
EL RAPTO DE PROSERPINA
Todos los narradores de mitos se han ocupado de relatar el rapto de la
amada hija de Ceres por parte del dios que tiene por morada el Tártaro.
Las versiones, por tanto, varían perceptiblemente, pero lo cierto es que
todos coinciden en valorar estas escenas del "himno a Deméter". El cantor del
mito sitúa a Proserpina en un lugar paradisíaco y bucólico. Acompañada por
hermosas ninfas se entretenía en recoger flores silvestres que crecían entre la
hierba espesa de las verdes laderas de Sicilia. En esto, descubrió un narciso,
cuyo olor y colorido le atrajo de inmediato; en cuanto se agachó para acariciarlo
cedió la tierra bajo sus delicados pies y se formó un enorme agujero del que
emergió la figura de Hades, el dios del Tártaro y del abismo. Enseguida sujetó a
Proserpina y la introdujo en sus dominios subterráneos; la infeliz muchacha sólo
tuvo tiempo de gritar y llamar a su madre.
EL FRUTO DEL GRANADO
Una vez que Deméter/Ceres descubrió la confabulación que se había
formado para raptar a su hija Proserpina, y en cuanto supo que el fatídico
narciso lo había puesto allí Gea/Tierra, porque así lo había ordenado Zeus, se
negó a vivir en el Olimpo y exigió la liberación inmediata de su amada hija. El
desconsuelo de la diosa era tal que el propio Zeus mandó emisarios para que
regresara con los demás dioses, pues temía que la raza humana sucumbiera y se
extinguiera, puesto que todo fruto se había secado y la tierra permanecía
improductiva. Primero fue Iris, la más veloz de entre los mensajeros de Zeus y, a
continuación, fueron en busca de Deméter todos los demás dioses. Más ésta,
mientras no esté a su lado Proserpina, se niega a bendecir la tierra. Entonces
Hermes, el dios del fuego, baja al Tártaro a exigirle a Hades que libere a
Proserpina. Más el astuto rey de las sombras le ofrece a su amada un grano del
fruto del granado, con lo que Proserpina/Perséfone quedará ligada para siempre
a las moradas subterráneas y a su dueño.
ENTRE EL ABISMO Y EL OLIMPO
Desde entonces, se establece que durante seis meses la muchacha vivirá en
la morada subterránea de Hades, mientras que otros seis meses deberá pasarlos
con su madre en el idílico Olimpo. Deméter/Ceres acepta y, por fin, queda
resuelto tan subrepticio asunto. Ya antes, Hades/Plutón se había encargado de
poner a disposición de Perséfone/Proserpina todos los bienes del Tártaro: "Aquí
tú serás la dueña de todo cuanto vive, de todo cuanto se arrastra por el suelo. Tú
obtendrás entre los inmortales los mayores honores. En cuanto a los hombres
que hayan vivido en la injusticia, encontrarán aquí su castigo de todos los días,
al menos aquellos que no aplaquen tu cólera mediante sacrificios y santas
prácticas".
El lugar exacto en el que se hallaba Perséfone/Proserpina resulta difícil de
situar, puesto que se han señalado varios. Entre ellos, el más nombrado
corresponde a la región de Sicilia; también se enuncian sitios como la Arcadia,
Samotracia y el monte Cilene.
LAS METAMORFOSIS
El mito del rapto de Proserpina/Perséfone adquiere en autores como Ovidio
una inusitada fuerza narrativa. Los detalles expuestos por el gran cantor de mitos
hacen partícipe del rapto a la propia Venus, que ordena a Cupido herir con sus
flechas al dios del Tártaro para que se enamore de Proserpina:
"El dios de este mundo subterráneo salió de su tenebroso palacio y
habiéndose subido en su carro arrastrado por cuatro caballos negros, visitó la
isla de Sicilia. Después de haber reconocido que todo estaba en buen estado y no
temiendo nada por su imperio, marchó hacia el monte Erix.
terrible dios de los Infiernos. Tú eres Cupido, el vencedor de todos los
dioses y del mismo Zeus, ¿Por que no empleas tu dominio en las misteriosas
sombras del Infierno pues es la tercera parte de este mundo? "
Cerca del Etna hay un lago profundo y extenso que recibe el nombre de
lago de Pergusa. Está lleno de cisnes y desde sus orillas se oyen sin cesar sus
melodiosos cantos. Por todos lados existen árboles que dan sombra y mantienen
el ambiente en una frescura agradable. La tierra se halla cubierta por millares de
flores, reinando siempre una primavera eterna. Aquí es donde Proserpina se
entretenía cogiendo florecillas, mezclando las lilas con las violetas. Sentía un
gran placer en hacer ramilletes que colocaba sobre sus senos, disputando con sus
compañeras quién cogía más y más bellas flores. Así la vio Hades y en ese
mismo instante la amó y la robó. Proserpina, espantada, llamó en su socorro a su
madre y compañera. Cayéronse las flores y ante tan sensible pérdida, su
juventud y su inocencia desgarrándose en copiosísimo llanto".
CERES ES LA DEMETER ROMANA
Entre los romanos quedó perfectamente asimilada Ceres como diosa de la
agricultura y todas sus funciones fueron idénticas a la diosa griega Deméter.
Sin embargo, también se la consideró como una diosa protectora del
matrimonio y, en este sentido, existía una curiosa costumbre que consista en
multar a los cónyuges que no hubieran conseguido, después de cierto tiempo,
una mutua estabilidad.
Los esposos que se hubieran divorciado debían satisfacer, en el más breve
plazo posible, la cantidad que se les exigiera por parte de los magistrados.
Una parte de la recaudación conseguida por el concepto apuntado debería ir
a parar a la caja del templo de Ceres para así sufragar los gastos de
mantenimiento y cuidado de su templo y de su culto. Sus sacerdotes —o
"hierofantes"— se encargaran de distribuir y administrar ese dinero proveniente
de las multas.
Los romanos celebraban las fiestas de Ceres en el mes de abril y, por lo
general, duraban una semana. Todo el mundo participaba en los diversos juegos
y actividades que se habían programado en honor de la diosa; el único requisito
era la obligatoriedad de vestir una túnica blanca.
A estas celebraciones en honor de la diosa que bendecía las cosechas se las
denominaba Cerealia y, según cuentan los narradores clásicos, se establecieron
después de haber consultado los Libros Sibilinos y los oráculos aquí contenidos,
referidos a la sociedad romana y su ancestro. En ellos se decía que había que
introducir en Roma el culto a la diosa Ceres ya Dionisos/Baco.
Había otra fiesta en el mes de julio, que también se celebraba en honor de
la diosa de la agricultura y de los campos pero, a semejanza de la "Tesmoforias"
griega, sólo podían participar mujeres. Para ello, tenían que cumplir con ciertos
requisitos mínimos. Por ejemplo, mantenerse célibes y puras durante nueve días,
cubrir su cuerpo con albas vestiduras largas y adornar su cabeza con coronas
hechas de las espigas de la cosecha que ese año se consagraba a Ceres.
Estaba prescrito que todas las primicias del fruto de la tierra tenían que ser
llevadas ante el altar de la diosa para, de este modo, agradecer la protección de
que habían sido objeto por parte de la alabada Ceres. La diosa maternal de la
tierra que daba a los mortales el pan, alimento único y necesario; símbolo, por lo
demás, del necesario equilibrio del espíritu.
DEMETER/CERES EN EL ARTE
Como en muchas ocasiones, las primeras manifestaciones artísticas de la
diosa Deméter/Ceres no son otra cosa más que una simple piedra o un tronco de
árbol.
Cuando, en alguna ocasión, el deterioro de los troncos de madera era
patente se realizaban figuras de la diosa de materiales resistentes a los elementos
esenciales, particularmente al fuego—pues algunos ídolos de madera que
representaban a Deméter/Ceres habían ardido al declararse un incendio en
alguno de sus templos de la región de Arcadia —; por ejemplo, era muy común
utilizar una materia prima como el cobre.
Algunos artistas realizaron figuras de la diosa en las que aparecía con
cabeza de caballo y portando en sus manos un pez y una paloma. Son
representaciones de Deméter/Ceres alegóricas y cargadas de significación
emblemática.
En ocasiones, se la muestra subida a un carro tirado por dos dragones
alados y llevando en sus manos frutos y cañas de cereales.
Es muy común, no obstante, que aparezca rodeada de sus más
significativos atributos, especialmente no faltan en las representaciones artísticas
de Deméter/Ceres ni la espiga ni la amapola.
En el Partenón aparece Deméter/Ceres representada al lado de su amada
hija Perséfone/Proserpina y es una obra debida al gran artista clásico Fidias.
Existen estatuas realizadas en barro que también representan a la diosa
Deméter/Ceres. Algunos frescos de Pompeya la muestran en todo su esplendor.
Y en el Museo de Atenas se guarda una cabeza de Deméter/Ceres que se oculta
bajo los pliegues de un velo; procede de un santuario consagrado a la diosa.

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