martes, 2 de abril de 2019

Vali.

Billing, rey de los ruthenes, quedó terriblemente consternado cuando oyó que una gran
fuerza estaba a punto de invadir su reino, ya que él era demasiado viejo para luchar
como en tiempos pasados y su única descendencia, una hija de nombre Rinda, aunque
ya estaba en edad de casarse, rehusaba obstinadamente a escoger un marido entre sus
muchos pretendientes y así proporcionarle a su padre la ayuda que tan tristemente
necesitaba.
Mientras Billing se encontraba reflexionando desconsolado en su palacio, un
desconocido se presentó súbitamente allí. Levantando la vista, contemplo a un hombre
de mediana edad vestido con un ancho manto y con un sombrero de ala ancha estirado
en su frente para ocultar el hecho de que tenía un solo ojo. El desconocido preguntó
cortésmente acerca de la causa de su evidente depresión y, ya que había algo en él que
inspiraba confianza, el rey le contó todo y al final de su relato, él se ofreció voluntario
para encabezar el ejército de los ruthenes contra su enemigo.
Sus servicios fueron gozosamente aceptados y no pasó mucho tiempo antes de que
Odín, pues era él el desconocido, obtuviera una señalada victoria y, regresando
triunfante, solicitó el permiso para cortejar a la hija del rey, Rinda, para convertirla en
su esposa. A pesar de la avanzada edad del pretendiente, Billing esperó que su hija le
prestara oídos favorables, puesto que parecía ser muy distinguido, e inmediatamente dio
su consentimiento. Por tanto, Odín, aún no desenmascarado, se presentó ante la
princesa, pero ella rechazó desdeñosamente su propuesta y le abofeteó groseramente
cuando él intentó besarla.
Obligado a retirarse, Odín no cejó, sin embargo, en su empeño de convertir a Rinda en
su esposa, ya que sabia, gracias a la profecía de Rossthiof, que nadie sino ella podía
traer al mundo a quien estaba destinado a vengar a su hijo asesinado.
Su siguiente paso, por tanto, fue asumir la forma de un herrero y de tal guisa se presentó
en el palacio de Billing. Tras fabricar costosos ornamentos de plata y oro, multiplicó tan
hábilmente estas preciosas joyas que el rey consintió gozosamente cuando le preguntó si
podría presentarle sus respetos a la princesa. El herrero, Rosterus como dijo llamarse,
fue, sin embargo, igualmente rechazado sin miramientos por Rinda, igual que el exitoso
general que había sido antes y, aunque su oído volvió a zumbarle por la fuerza de su
golpe, él se obstinó más que nunca para convertirla en su esposa.
En la siguiente ocasión, Odín se presentó ante la caprichosa princesa disfrazado de
gallardo guerrero, ya que, pensó él, un soldado joven podría llegar al corazón de la
doncella, pero cuando intentó besarla de nuevo, ella le empujó tan bruscamente que él
tropezó y cayó sobre una rodilla.
Esta tercera afrenta encolerizó tanto a Odín que desenvainó su vara mágica de runas de
su pecho, la apuntó hacia Rinda y profirió un hechizo tan terrible que ella cayó rígida y
aparentemente sin vida en los brazos de sus sirvientes.
Cuando la princesa recobró el conocimiento, su pretendiente había desaparecido, pero el
rey descubrió consternado que ella había perdido por completo el juicio y que había
enloquecido de melancolía. En vano se congregó a todos los médicos y se intentaron
todos los remedios. La doncella permaneció pasiva y triste, y su aturdido padre había
abandonado toda esperanza cuando una anciana, que dijo llamarse Vecha o Vak, se
presentó y se ofreció a llevar a cabo la curación de la princesa. La aparente anciana, que
en realidad era Odín disfrazado, prescribió primero un baño de pies para la paciente.
Pero ya que esto no pareció surtir ningún efecto, propuso intentar un tratamiento más
drástico. Para ello, declaró Vecha, la paciente debería ser confiada a su cuidado
exclusivo, atada a conciencia para que no pudiese ofrecer la más mínima resistencia.
Billing, preocupado por ayudar a su hija, se sintió dispuesto a consentir lo que fuese y,
habiendo obtenido así el dominio completo sobre Rinda, Odín la convenció para que se
casara con él, liberándola de sus ataduras y del hechizo sólo cuando ella hubo prometido
fielmente ser su esposa.
El Nacimiento de Vali.
La profecía de Rossthiof se había cumplido, pues Rinda tuvo un hijo llamado Vali (Ali,
Bous o Beav), una personificación de los días que se prolongaban, que creció con una
velocidad tan maravillosa que alcanzó su estatura máxima en el transcurso de un solo
día. Sin siquiera esperar a lavarse la cara o a peinarse el pelo, este joven dios corrió a
Asgard, arco y flechas en mano, para vengar la muerte de Balder, matando a su asesino,
Hodur, el dios ciego de la oscuridad.
En esta leyenda, Rinda, una personificación de la corteza congelada de la Tierra, se
resiste al cálido cortejo del Sol, Odín, que en vano señala que la primavera es tiempo
para proezas de guerra y ofrece ornamentos del verano dorado. Ella sólo cede cuando,
tras un chubasco (el baño de pies), se descongela. Conquistada entonces por el
irresistible poder del Sol, la Tierra cede a su abrazo, es liberada de su hechizo (hielo)
que la hizo dura y fría y trae al mundo a Vali, el sustentador, o Bous el campesino, que
emerge de su oscura cabaña cuando llegan los días cálidos. La muete de Hodur por Vali
es por tanto emblemática del estallido de la nueva luz tras la oscuridad invernal.
Vali, que era una de las doce deidades que ocupaban los asientos en la gran sala de
Gladsheim, compartía con su padre la residencia llamada Valaskialf y estaba destinado,
incluso antes de su nacimiento, a sobrevivir a la última batalla y al ocaso de los dioses,
y a reinar junto a Vidar sobre la Tierra regenerada.
El Culto a Vali.
Vali era el dios de la luz eterna, al igual que Vidar lo era de la materia imperecedera y
como los rayos de luz eran a menudo llamados flechas, siempre se le representó y
veneró como un arquero. Por esta razón, su mes en el calendario noruego se designa con
la señal del arco y se le denomina Liosberi, el portador de luz. Ya que se sitúa entre
mediados de enero y de febrero, los primeros cristianos le dedicaron este mes a San
Valentín, que también era un diestro arquero y se decía que, al igual que Vali, era el
heraldo de días más brillantes, el despertador de sentimientos tiernos y el patrono de
todos los amantes.

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