martes, 2 de abril de 2019

Del caballero y el manzano

Herman Hesse


Un caballero, según me lo ha dicho un hombre piadoso, había cometido
muchas vilezas. Movido finalmente por los remordimientos se allegó a un clérigo, se
confesó, y éste le impuso una penitencia que no logró cumplir. Luego de haberle
sucedido esto repetidas veces, el clérigo le dijo un día:
—Así no llegaremos a nada. Dime, pues: ¿hay alguna penitencia que puedas
cumplir?
El caballero replicó:
—En mi finca hay un manzano que da unos frutos tan ácidos y miserables que
jamás pude comerlos. Si estáis de acuerdo, sea mi penitencia que durante mi vida no
pruebe una sola de esas manzanas.
El clérigo sabía que a menudo una cosa sólo necesita ser prohibida para que, con
la ayuda de la carne y del Diablo, se vuelva tentadora, y contestó:
—Por todos tus pecados te impongo que jamás comas a sabiendas los frutos de
aquel árbol.
El caballero se marchó y estimó que la penitencia impuesta casi no era tal. Pero el
árbol estaba en un sitio en que el caballero podía verlo cada vez que entraba o salía de
su granja. Ello siempre le hacía recordar la prohibición, y con el recuerdo pronto
sobrevino la más fuerte de las tentaciones. Un día pasó por delante del árbol y
contempló las manzanas. Entonces aquél que tentó y sometió al primer hombre por
medio del árbol prohibido le hizo caer en tal tentación que se acercó al manzano y, ya
extendiendo su mano hacia una manzana, ya volviendo a retirarla, pasó casi todo el
día entre impulso y retroceso. La Gracia le ayudó a que finalmente saliera vencedor.
La lucha contra el deseo fue, empero, tan dura, que quedó yaciendo bajo el manzano
con el corazón palpitante y murió.

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