jueves, 14 de diciembre de 2017

LA CREENCIA EN LA INMORTALIDAD DEL ALMA EN IRLANDA Y EN LA GALIA.

1. La inmortalidad del alma en la leyenda de Mongan. 2. La raza céltica, ¿creía en la metempicosis pitagórica? Opinión de los antiguos sobre esta cuestión. 3. Comparación entre la doctrina de Pitágoras y la de los celtas. 4. El país de los muertos. La muerte es un viaje. Texto del siglo IV antes de nuestra era. 5. Algunos héroes fueron a guerrear al país de los muertos y de los dioses: tal fue el caso de Cuchulainn, Loegairé Liban y Crimthann Nia Nair. Leyenda de Cuchulainn. 6. Leyenda de Loegairé Liban. 7. La recomendación de no desmontar del caballo en la antigua leyenda de Loegairé Liban y en la leyenda moderna de Ossin. 8. Leyenda de Crimthann Nia Nair. 9. Diferencia entre Cuchulainn por un lado, y Loegairé Liban y Crimthann por el otro.


1.

La inmortalidad del alma en la leyenda de Mongan.

El nacimiento maravilloso de Mongan y el papel que en su leyenda juega el dios Manannan mac Lir no son los únicos puntos de ese relato misterioso que nos revelan las creencias fundamentales de la religión céltica: existen en ella otros dos aspectos que merecen un atento estudio. El primero es que Find, que había sido muerto a fines del siglo III, no había dejado sin embargo de vivir; que había conservado su personalidad y que volvió al mundo más de dos siglos después de su muerte habiendo tomado, para este segundo nacimiento, un huevo cuerpo.
El segundo punto lo constituye la aparición de Cailté. Este no nació por segunda vez, y, de buenas a primeras, es difícil explicarse cómo, habiendo dejado su cuerpo en una tumba de Irlanda, vuelve desde el país de los muertos con una forma física que en nada se diferencia de la del resto de los humanos. No cabe duda de que, según la leyenda irlandesa, regresó en una forma visible para todos y hablando una lengua que todos comprendieron. Ahora bien, esta leyenda no se basa en una creencia peculiar de los irlandeses, ya que incluso hoy en día persiste entre el pueblo francés el temor a los aparecidos. La creencia en los espectros forma parte, por tanto, de una doctrina céltica que desarrollaremos un poco más adelante.

2.

La raza céltica, ¿creía en la metempsicosis pitagórica? Opinión de los antiguos sobre esta cuestión.

El segundo nacimiento de Find constituye un hecho mucho más extraordinario. Ya vimos anteriormente que Etain nació dos veces; pero Etain era una diosa, una side, benshee, como se les llama en Irlanda; o, para hablar en la lengua de los cuentos populares, un hada. Sus dos vidas —tanto la primera en el mundo de los dioses como la segunda en el de los hombres, donde penetra mediante un nacimiento contrario a las leyes de la naturaleza—, poseen un carácter enteramente maravilloso; así pues, los prodigios de la segunda vida de Etain quedan explicados por el carácter divino de su primera vida.
Pero Find no es un dios: los irlandeses no lo conciben en absoluto como tal. Sin embargo, nació dos veces; y, durante su segunda vida, cuando se llamaba Mongan, guardaba memoria de la primera, durante la cual se llamó Find. Así fue también la historia de Tuan mac Cairill, quien, después de haber sido hombre una primera vez, revistió sucesivamente el cuerpo de distintos animales hasta que un nuevo nacimiento le devolvió un cuerpo humano. Y al adoptar esta última forma había conservado el recuerdo de todos los acontecimientos que había presenciado a través de sus vidas precedentes, especialmente durante la primera, cuando se llamaba Tuan mac Stairn. Se trataba de un fenómeno idéntico al que nos ofrece Mongan al conservar memoria de cuanto había visto cuando era Find.
En la leyenda irlandesa, Tuan y Find constituyen excepciones a las leyes generales a las que obedece el relato épico. No es común que un muerto nazca por segunda vez; pero, sin embargo, es posible y ha sucedido: tal es la doctrina céltica. De ahí las similitudes que algunos autores antiguos han creído reconocer entre las creencias galas y la enseñanza pitagórica. Algunos incluso han pretendido que tales similitudes llegaban hasta la identidad. Alexandre Polyhistor, que escribió durante la primera mitad del siglo I a.J.C, pretende que Pitágoras tuvo por discípulos a los "galates".[1] Hacia mediados del mismo siglo, poco después del año 44, Diodoro de Sicilia expresa, en términos más formales, la misma opinión. Entre los celtas —dice— ha prevalecido la doctrina pitagórica de la inmortalidad del alma humana, la cual, después de determinado número de años, comienza una nueva vida con otro cuerpo.[2] Según Timagenio, que escribió un poco más tarde, en la segunda mitad del mismo siglo, la autoridad de Pitágoras atestigua la superioridad del genio de los druidas, quienes proclamaron la inmortalidad del alma.[3] En el siglo siguiente, Valerio Máximo, al hablar de los galos y de su doctrina acerca de la inmortalidad del alma, dice: que los tendría por estúpidos si no fuera porque esos portacalzones sostenían, acerca de ese punto, unas creencias idénticas a las que profesaba Pitágoras con su manto de filósofo.[4]

3.

Comparación entre la doctrina de Pitágoras y la de los celtas.

Aunque las teorías célticas acerca de la persistencia de la personalidad después de la muerte se asemejaban a las de Pitágoras, no por ello eran idénticas a las mismas. En el sistema del filósofo griego, renacer y vivir una o varias vidas sucesivas en este mundo, ocupando cuerpos de animales y de hombres, constituye el castigo y la suerte común de los malvados que, de esa manera, expían sus faltas. Los justos difuntos no sufren la molestia de tener un cuerpo, sino que, como espíritus puros que son, viven en la atmósfera libres, felices e inmortales.
La doctrina céltica es muy distinta. Renacer en este mundo y revestir un nuevo cuerpo ha sido un privilegio que perteneció a dos héroes: Tuan mac Cairill, que primero se llamara Tuan mac Stairn, y Mongan, que en su primera vida se llamó Find mac Cumaill. Y eso no fue un castigo, sino un favor que les fue concedido. Según la doctrina céltica, la ley común consiste en que, después de muertos, los hombres encuentren en otro mundo la vida y el cuerpo nuevos que les promete la religión.[5]
La nueva vida que la religión céltica promete después de la muerte es una continuación de ésta, con sus desigualdades y con los lazos sociales que resultan de ellas. Los esclavos y aquellos que eran preferidos por el jefe muerto eran quemados sobre su tumba junto con los caballos que habían tirado de su carro, ya que, en el otro mundo, todos ellos continuarían prestándole a su amo los mismos servicios que le prestaran en éste.[6] El deudor que muera sin haber saldado su deuda guardará respecto de su acreedor, en su segunda vida, la misma relación jurídica que mantuviera durante la primera.
La obligación de reembolsar la deuda continuará vigente en el país de los muertos hasta que haya satisfecho íntegramente los compromisos que contrajera en el país de los vivos.[7]
Por lo tanto, el celta no concibe la otra vida como una compensación para quienes han sufrido ni como un castigo para aquellos que han abusado de los goces de este mundo. La vida de los muertos en la misteriosa región situada allende el Océano constituye una segunda edición —o, por así decir, una edición nueva, pero no corregida— de la vida que, antes de morir, llevaron aquende el Océano.
Así pues, la elevada idea de justicia que domina la doctrina de Pitágoras está completamente ausente de las concepciones célticas. Desde el punto de vista moral, esta diferencia es mucho más importante que la que concierne a los lugares donde cada uno de los dos sistemas sitúa la morada de los muertos. Según Pitágoras, ese lugar es el cielo para los justos, y, para los malvados, nuestro mundo; mientras que la doctrina céltica sitúa a ambas categorías (que, por otra parte, no diferencia) en una región situada al extremo oeste, allende el Océano. Pero, ¡qué poco significa esta divergencia comparada con la que existe desde el punto de vista moral! Pitágoras, que ya piensa como un hombre moderno, entiende la otra vida como una sanción de las leyes de justicia respetadas o violadas durante ésta; pero antes de él existió una doctrina qué no diferenciaba en absoluto entre la justicia y el éxito; que consideraba justo todo cuanto sucedía en este mundo y que sólo veía en la segunda existencia del difunto una continuación de las alegrías y los males que atravesara en la primera: tal es la doctrina céltica.
Esta concepción de la inmortalidad es muy diferente de la nuestra, cuya base filosófica une, a la contradicción entre la justicia y el éxito en este mundo, la esperanza de una reparación más allá de la tumba. La raza céltica carecía de esta esperanza; y, sin embargo, tenía una profunda fe en la inmortalidad del alma: creía en la existencia de uno o incluso varios países misteriosos separados de nosotros por el mar y habitados por los muertos y los dioses. Todos los muertos iban allí, y hasta podían volver, como lo prueba el caso de Cailté. Y, por un privilegio especial y casi sobrehumano, algunos héroes han podido incluso ir y volver sin haber muerto, como, en la leyenda clásica, lo hicieran Ulises y Orfeo.

4.

El país de los muertos. La muerte es un viaje. Texto del siglo IV antes de nuestra era.

Al igual que los de Irlanda, también los celtas del continente se ocuparon extensamente de ese misterioso país de los muertos —el otro mundo, el orbis alius cantado por los druidas en la época de César (como lo atestigua Lucano) y confundido por Plutarco y Procopio con la región occidental de Gran Bretaña—. Los guerreros galos esperaban continuar allí la vida de combates que constituía su honor y su gloria en este mundo. Cada uno de ellos contaba con encontrar en el otro mundo, junto con un cuerpo vivo idéntico al cuerpo muerto que descansaba en su tumba, algo que, de alguna manera, podríamos considerar como un segundo ejemplar de cuantos objetos acompañaban su cadáver en la fosa o en la cámara funeraria: protegidos, esclavos, caballos, carros; y armas, sobre todo armas. Un guerrero galo jamás ha sido enterrado sin sus armas: dado que había de continuar en el otro mundo la vida de combates que llevara hasta entonces, ¿qué hubiera podido hacer sin ellas?
Dos de los textos originales más antiguos que poseemos sobre las costumbres galas datan del siglo IV antes de nuestra era. Su autor es Aristóteles, y ambos textos han sido explicados por versiones más modernas de un pasaje hoy perdido de Eforo, que escribió también en el siglo IV.
Por entonces, Holanda era una de las provincias del imperio céltico, y la raza germánica aún no había penetrado en ella. En esa época remota se hallaba tan expuesta como hoy a las temibles inundaciones provocadas por el mar contra las que la ciencia de los modernos ingenieros la defiende con éxito. Pero la edad media y el siglo XVi no fueron tan afortunados   son sobradamente conocidos los desastres que produjeron las terribles inundaciones con las que el mar del Norte, rompiendo los diques, creó, en 1283, el Zuyderzee, y más tarde, el mar de Harlem.
Uno o varios fenómenos semejantes parecen haberse producido en la primera mitad del siglo IV antes de nuestra era. costando la vida a numerosas poblaciones cuyo fin terrible alcanzó gran eco en una parte considerable de Europa. La noticia de tales sucesos llegó hasta Grecia. Eforo, en su historia, terminada en 341, habla de las casas de los celtas arrastradas por el mar y de sus habitantes tragados por las olas. El número de víctimas —dice— es tan considerable que, a pesar de que los celtas constituyen una nación tan belicosa, las inundaciones provocadas por el mar les cuestan más hombres que las mismas guerras.
Es fácil figurarse la escena de desolación y terror que presenta una comarca fértil y poblada cuando de improviso la irresistible invasión de las aguas la sume en la destrucción y la muerte. Ese cuadro presenta rasgos que son comunes a todos los tiempos y lugares: la desesperación de las mujeres, sus quejas, los gritos y lágrimas de los niños.
Pero si hay algo característico de la época y la raza, es la conducta del guerrero galo del siglo IV. Ve que la muerte se aproxima y que cualquier esfuerzo para salvar a su familia resulta inútil. Entonces, viste su traje de guerra y, con la espada desnuda en la mano derecha, la lanza y el escudo en la izquierda, rodeado de su mujer y sus hijos que lloran, espera impasible la muerte: tiene fe en las enseñanzas de sus padres y sacerdotes; sepultado en el mar junto con sus armas y aquellos a quienes ama, en cuanto haya pasado la prueba de la muerte volverá a encontrarse con todos ellos en el otro inundo, donde revivirán llenos de salud y alegría. Y, con unas armas similares a las que se habrán tragado las aguas, recomenzará esta vida guerrera que por entonces —en el siglo IV a.J.C— proporcionaba a los celtas la felicidad, la gloria y la supremacía sobre todas las naciones vecinas.

5.

Algunos héroes fueron a guerrear al país de los muertos y de los dioses: tal fue el caso de Cuchulainn, Loegairé Liban y Crimthann Nia Nair. Leyenda de Cuchulainn.

Según las creencias célticas, la guerra parece constituir una de las principales ocupaciones de los dioses en las lejanas comarcas que comparten con los guerreros muertos. Allí es donde se continúan durante el período heroico —por ejemplo, en la época de Conchobar y Cuchulainn— los combates que nos describiera la epopeya mitológica al hablarnos de la lucha entre los Fomoré y las sucesivas poblaciones míticas de Irlanda: la raza de Partolón, la de Nemed y la de los Tuatha De Danann.
Cuchulainn es llamado un día al país de los dioses, una isla a la que se llega en barca desde Irlanda. Fand, diosa de maravillosa belleza, le ofrece su mano; pero el héroe sólo obtendrá esta seductora esposa con la condición de intervenir como auxiliar en una batalla que la familia de su prometida debe empeñar contra otros dioses. El acepta esta condición, resulta victorioso, desposa a la diosa que constituyera el premio por su victoria y regresa a Irlanda con ella.
Cuchulainn no es el único humano que, según la leyenda irlandesa, haya participado en los combates de los dioses en el otro mundo. He aquí otro relato conservado por un manuscrito de mediados del siglo XII.

6.

Leyenda de Loegairé Liban.

Un día los habitantes del Connaught estaban reunidos en asamblea cerca de En-loch, o el "lago de los pájaros", en la llanura de Ai. Con ellos se encontraban su rey Crimthann Cassa y Leogairé Liban, hijo de éste. Todos pasaron la noche en ese lugar; y a la mañana siguiente, muy temprano, cuando se levantaron, vieron, a través de la bruma que se levantaba del lago, un hombre que avanzaba hacia ellos.
Este hombre vestía un manto de púrpura y llevaba una lanza de cinco puntas en su mano derecha; sobre su brazo izquierdo llevaba un escudo con el pomo de oro; de su cintura pendía una espada con empuñadura de oro, y sus cabellos de un amarillo de oro le caían hasta los hombros. ¡Salud al guerrero que no conocemos!, dijo Loegairé, el hijo del rey de Connaught. Os doy las gracias, contestó el extranjero. ¿Cuál es la razón de tu venida?, preguntó Loegairé. Busco el apoyo de un ejército, replicó el desconocido. ¿De dónde vienes?, dijo Loegairé. Del país de los dioses —contestó el desconocido—. Me llamo Fiachna, hijo de Reta. Me han arrebatado mi mujer y he matado al raptor en un combate. Pero entonces he sido atacado por su sobrino, Goll mac Duilb, hijo del rey de Dun Maige Mell (es decir, de la fortaleza de la Llanura Agradable, uno de los nombres del país de los muertos). Lo he enfrentado en siete batallas y he sido vencido en todas. Hoy lucharemos de nuevo, y he venido a pedir ayuda. Hasta ese momento se había expresado en prosa, pero ahora continuó en verso:

I

La más bella de las llanuras es la llanura de las dos brumas,
A su alrededor corren ríos de sangre:
Batalla de guerreros divinos llenos de bravura,
No lejos de aquí, sino aquí cerca.

Hemos pisado la sangre generosa y roja
De unos cuerpos majestuosos y de noble raza;
Su pérdida causa dolor
Entre las mujeres proclives a las lágrimas rápidas y abundantes.

Primera matanza, la de la ciudad de las dos grullas;
Cerca de ella fue perforado un flanco:
Allí, en la batalla, cayó con la cabeza cortada
Eochaid hijo de Sall Sreta.

Con vigor combatió Aed, hijo de Find,
Lanzando el grito de guerra;
Gol mac Duilb, Dond mac Nera
Los guerreros de hermosas cabezas, también presentaron batalla.

Los buenos y bellos hijos de mi esposa
Y yo no estaremos solos:
Una parte de plata y de oro
Es el presente que ofrezco a quien lo desee.

La más hermosa de las llanuras es la llanura de las dos brumas,
A su alrededor corren ríos de sangre:
Batalla de guerreros divinos llenos de bravura,
No lejos de aquí, sino aquí cerca.

II

En sus manos hay escudos blancos
Adornados con dibujos de blanca plata,
Con espadas brillantes y azules,
Cuernos rojos de montura metálica.

Observando el orden de batalla prescrito,
Precedidos por su príncipe de rasgos graciosos,
Marchan, a través de las lanzas azules,
Blancas tropas de guerreros de cabellos ensortijados.

Conmueven a los batallones, enemigos,
Aniquilan a cuanto adversario atacan.
¡Qué hermosos son en el combate,
Esos guerreros rápidos, distinguidos, vengadores!

Grande es su vigor, y no es para menos:
Son hijos de reyes y reinas.
Sobre la cabeza de todos ellos
Luce una bella cabellera amarilla como el oro.

Sus cuerpos son elegantes y majestuosos,
Sus ojos de vista poderosa tienen pupilas azules,
Sus dientes brillantes se asemejan al vidrio,
Sus labios son rojos y delgados.

En la lucha saben matar guerreros;
Durante las reuniones en la sala donde se bebe cerveza, se escuchan sus voces
melodiosas.
Cantan en verso sabias palabras;
Ganan al ajedrez la partida de revancha.

En sus manos hay escudos blancos,
Adornados con dibujos de blanca plata,
Con espadas brillantes y azules,
Cuernos rojos de montura metálica.

Cuando el guerrero desconocido hubo terminado su canto partió, regresando al lago de donde acababa de salir. Loegairé Liban, hijo del rey de Connaught, gritó, dirigiéndose a los jóvenes que le rodeaban: ¡Caiga la vergüenza sobre vosotros si no acudís en ayuda de este hombre! Obedientes a ese llamado, cincuenta guerreros se alinearon detrás de Loegairé quien, seguido de éstos, se precipitó al lago. Después de algún tiempo de marcha alcanzaron al extranjero que había venido a invitarlos —es decir, Fiachna, hijo de Reta—. Tomaron parte en un feroz combate del que salieron sanos y salvos, además de victoriosos. A continuación fueron a sitiar la fortaleza de Mag Mell —o, como ya hemos dicho, de la Llanura Agradable, del país de los muertos— donde la mujer de Fiachna era retenida prisionera. Imposibilitados de resistir, los defensores de la plaza capitularon y devolvieron la libertad a su prisionera a cambio de sus propias vidas. Los vencedores se llevaron consigo a la mujer que habían liberado, quien les siguió cantando una pieza en verso que se conoce en Irlanda con el nombre de Osnad ingene Echdach amlabair, "Lamento de la hija de Eochaid el mudo".
Cuando Fiachna hubo recuperado a su mujer, dio su hija —llamada Der Grené, o "Lágrima del Sol"— en matrimonio a Loegairé. También cada uno de los cincuenta guerreros venidos con Loegairé recibió una mujer. Todos ellos permanecieron un año en su nueva patria; pero al cabo de ese tiempo sintieron nostalgia. Vamos —dijo Loegairé— a enterarnos de las noticias de Irlanda. Entonces, su suegro le dijo: Para que podáis volver, tomad caballos, montadlos, y no bajéis de ellos en ningún momento.
Loegairé y sus compañeros siguieron el consejo, se pusieron en camino y llegaron a la asamblea de los habitantes de Connaught, que habían pasado todo el año llorando su pérdida. La sorpresa de los habitantes del Connaught al encontrarse de pronto frente a una tropa de guerreros a caballo y reconocer en ellos a Loegairé y sus cincuenta compañeros, fue indescriptible. Llenos de alegría, se precipitaron a desearles la bienvenida. No os molestéis —dijo Loegairé—: hemos venido para deciros adiós. Crimthann, su padre, exclamó: ¡No me dejes! Tendrás el reino de los tres Connaught, su oro, su plata, sus caballos embridados; sus bellas mujeres estarán a tus órdenes; no los dejes. Pero Loegairé fue inconmovible: respondió que no podía aceptar y cantó en verso los prodigios de su nueva morada.

I

¡Qué maravilla, oh Crimthann Cass!
Es cerveza lo que cae cuando llueve.
Todo ejército en marcha tiene cien mil guerreros;
Se va de reino en reino.

Se oye la música noble y melodiosa de los dioses;
Se va de reino en reino.
Bebiendo en copas brillantes,
Se conversa con quien os ama.

********************************

Tengo por mujer mía
A Der Grené, hija de Fiachna.
Además, te cuento
Que hay una mujer para cada uno de mis cincuenta compañeros.

Nos hemos llevado de la llanura de Mag Mell
Treinta calderos, treinta cuernos para beber,
Nos hemos llevado el lamento que canta Maer,
Hija de Eochaid el mudo.

¡Qué maravilla, oh Crimthann Cass!
Es cerveza lo que cae cuando llueve.
Todo ejército en marcha tiene cien mil guerreros;
Se va de reino en reino.

II

¡Qué maravilla, oh Crimthan Cass!
Fui dueño de la espada azul.
¡Una noche de las noches de los dioses!
No la daría por todo tu reino.

Después de haber cantado esos versos, Loegairé dejó a su padre y a la asamblea de los habitantes del Connaught y regresó al país misterioso de donde había venido. La realeza fue repartida entre su suegro Fiachna y él; él es quien reina en la fortaleza de Mag Mell —o de la Llanura Agradable, donde van a morar los muertos— y tiene siempre por compañera a la hija de Fiachna.

7.

La recomendación de no desmontar del caballo en la antigua leyenda de Loegairé Liban y en la leyenda moderna de Ossin.

En esta leyenda existe un detalle característico sobre el que deseamos llamar la atención del lector: se trata de la recomendación de no bajarse del caballo mientras se encuentre en Irlanda que su suegro le formula a Loegairé Liban. Loegairé siguió ese consejo y pudo regresar sano y salvo a la maravillosa comarca donde encontrara una mujer, un trono y una felicidad sobrehumana.
La leyenda de Loegairé no es la única que nos haya conservado esa creencia mitológica, la existencia de la cual también es atestiguada por el ciclo osiánico (nos referimos a la forma más moderna del ciclo osiánico, tal como nos la ofreciera Michel Comyn en el siglo pasado, al escribir su célebre poema titulado "Ossin en la tierra de los jóvenes"). Ossin, como Loegairé, ha estado en una comarca maravillosa donde, después de obtener victorias, desposó a la hija del rey. Entonces se apoderó de él un irresistible deseo de volver a ver Irlanda, y dejó a su mujer con la intención de regresar pronto. Montó sobre un corcel maravilloso, bestia sobrenatural que conocía el camino de ida y vuelta a Irlanda. La mujer del héroe le hizo la misma recomendación que Loegairé Liban recibiera de su suegro: Recuerda, oh Ossin, lo que te digo. Si pisas la tierra de Irlanda no volverás jamás a esta bella comarca donde vivo.
Una inesperada circunstancia impidió que Ossin siguiera ese sabio consejo. Ya en Irlanda, un día quiso ayudar a trescientos hombres que tenían que transportar una mesa de mármol y que sucumbían bajo su carga. Al realizar un violento esfuerzo la cincha de oro de su caballo se rompió y Ossin cayó al suelo. Perdió la vista de inmediato, y su belleza, juventud y fuerza fueron reemplazadas por la decrepitud, la vejez y el agotamiento. Desde entonces le fue imposible volver a encontrar el camino que conducía al país seductor donde había dejado a su encantadora esposa. Tuvo que quedarse en Irlanda sin más consuelo que el recuerdo de un pasado perdido para siempre.

8.

Leyenda de Crimthann Nia Nair.

Acabamos de referirnos a lo que Michel Comyn escribió hace poco más de un siglo. Sin embargo, la literatura más antigua de Irlanda relata la historia de un héroe que fue aún más desdichado que Ossin; porque al caer, como éste, del caballo maravilloso, no sólo sufrió la ceguera, la vejez y la decrepitud, sino que murió. El héroe al que nos referimos es el rey supremo de Irlanda, Crimthann Nia Nair.
Ese personaje pertenece al ciclo de Conchobar y Cuchulainn. Su genealogía forma parte de los relatos que han dado a la raza irlandesa una muy grande reputación de inmoralidad. Lugaid era hijo de tres hermanos, Bress, Nar y Lothur; y Clothru, su  madre, era hermana de éstos. Como luego Lugaid se unió a Clothru, ésta fue sucesivamente su madre y su mujer; y de esta unión nación Crimthann.
Crimthann, hijo de Lugaid y de Clothru, se convirtió en rey supremo de Irlanda. Desposó a la diosa Nair, que se lo llevó allende el mar, a un país desconocido donde aquél permaneció un mes y medio y de donde regresó con gran cantidad de objetos preciosos: se habla de un carro íntegramente de oro; un juego de ajedrez de oro que tenía incrustadas trescientas piedras preciosas; una túnica bordada de oro; una espada cincelada en oro que representaba serpientes; un escudo con adornos de plata en relieve; una lanza que siempre producía heridas mortales; una honda con la que jamás se erraba el tiro, dos perros amarrados a una cadena de plata tan hermosa que se le estimaba un valor equivalente al de trescientas esclavas. Seis semanas después de su regreso a Irlanda, Crimthann murió a consecuencia de haberse caído de un caballo.

9.

Diferencia entre Cuchulainn por un lado, y Loegairé Liban y Crimthann Nia Nair por otro.

Las leyendas de Loegairé Liban y Crimthann Nia Nair presentan una característica común consistente en que el héroe, al regresar del país misterioso creado por la mitología, no puede bajarse del caballo sin exponerse a una desgracia segura: se diría que tal es la ley común. No obstante, Cuchulainn y su cochero escaparon de ella. Cuchulainn y el cochero —incluso podría decirse que el carro y los dos caballos que el sistema militar de los celtas primitivos asocia de forma inseparable a sus hazañas— tienen algo de sobrehumano; y, en más de un aspecto, están exceptuados de las leyes generales a las que está sujeto el resto de la naturaleza.
Al volver del país de los dioses trayendo consigo a la diosa Fand, a quien ha desposado, y a su cochero Loeg, que le sirviera de guía, Cuchulainn —lo mismo que Loeg— no manifiesta ningún efecto negativo derivado de tal viaje. En la leyenda homérica, al regresar de la isla de Calipso, Ulises no ha cambiado en absoluto. Cuchulainn ha podido, como Ulises, llevar a cabo su maravilloso viaje sin morir; Loegairé y Crimthann, por el contrario, al regresar de su visita al país desconocido no son más que espectros —en el sentido mítico que la imaginación popular atribuye aún hoy en Francia a esa palabra: espectros, es decir, muertos que abandonan su nueva patria por breve tiempo para ver de nuevo a sus parientes y amigos; apariciones fugitivas que no pueden tocar tierra sin desvanecerse de inmediato.
Cuando Michel Comyn determina que, ya de regreso de la región maravillosa de la eterna juventud, Ossin sobreviva bajo la forma de anciano caduco al accidente que le ha precipitado del caballo, le confiere —por el derecho que todo poeta conquista al escribir— un privilegio contrario a la tradición céltica. No obstante, en esta composición que cuenta apenas algo más de un siglo, resuena un último eco de la mas antigua enseñanza céltica sobre la inmortalidad del alma. El celta creía que el alma sobrevivía a la muerte, pero no concebía esta alma desprovista de un cuerpo semejante al primero; y digo semejante, salvo ciertas características: porque este cuerpo nuevo, inmortal en el país de los muertos, no podía pisar la tierra de los vivos sin morir.



[1]      Alexandre Polyhistor, frag. 138, en Didot-Müller, "Fragmenta historicorum graecorum", t. III, p. 239.
[2]      Diodoro, l. V, c. XXVIII, par. 6; edición Didot-Müller, t. I, p. 271.
[3]      Ammien-Marcellin, l. XV, c. 9.
[4]      Valerio Máximo, l. II, c. VI, par. 10, edición Teubner-Halm, p. 81, líneas 23-24.
[5]                       ... Regit idem spiritus artus

Orbe alio: longo; (canitis si cognita) vitæ

Mors media est.
Lucano, "Farsalia", l. I, versos 456-458.
El célebre pasaje de César, "De bello gallico", l. VI, c. XIV, par. 5, non inferiré animas, sed ab aliis post mortem transire ad alios, no contradice a ese pasaje de Lucano. El cuerpo al que, según la doctrina expresada por César, pasaba el alma del celta muerto, solía encontrarse, generalmente, en el otro mundo, y sólo excepcionalísimamente en éste.
[6]      Omnia quæ vivis cordi fuisse arbitrantur in ignem inferunt, etiam animalia, ac paulo supra hanc memoriam servi et clientes, quos ab iis dilectos esse constabat, justis funeribus confectis una cremabantur. César, "De bello gallico", l. VI, c. XIX, par. 4.
[7]      Vetus ille mos Gallorum occurrit, quos memoria proditum est pecunias mutuas, quæ his apud inferos redderentur, daré solitos. Valerio Máximo, l. II, c. VI, par. 10, edición Teubner-Halm, p. 81, líneas 19-23.

LOS TUATHA DE DANANN DESPUÉS DE LA CONQUISTA DE IRLANDA POR LOS HIJOS DE MILE. TERCERA PARTE: LOS DIOSES MIDER Y MANANNAN MAC LIR

1. El dios Mider. Etain, su mujer, es secuestrada por Oengus y vuelve a nacer por segunda vez como hija de Etair. 2. Etain es la esposa del rey supremo de Irlanda. Mider la corteja. 3. La partida de ajedrez. 4. Mider vuelve a cortejar a Etain. Poema que le canta. 5. Mider secuestra a Etain. 6. Manannan mac Lir y Bran, hijos de Febal. 7. Manannan mac Lir y el héroe Cuchulainn. 8. Manannan mac Lir y Cormac, hijos de Art. Primera parte. Cormac cambia su mujer, su hijo y su hija por una rama de plata. 9. Manannan mac Lir y el rey Cormac, hijos de Art. Segunda parte. Cormac encuentra de nuevo a su mujer, su hijo y su hija. 10. Manannan mac Lir es padre de Mongan, rey del Ulster a comienzos del siglo VI de nuestra era. 11. Mongan, hijo de un dios, es un ser maravilloso.


1.

El dios Mider. Etain, su mujer, es secuestrada por Oengus y vuelve a nacer por segunda vez como hija de Etair.

A continuación nos referiremos a dos personajes divinos que no desempeñan papel alguno en los acontecimientos relatados por el "Libro de las conquistas", en el que apenas se les menciona: Mider y Manannan. Como ya hemos visto, Mider, cuyo sid o palacio subterráneo se llamaba Bregleith," fue uno de los dos padres nutricios de Oengus, hijo de Dagdé. Tuvo dos esposas —ambas diosas o side—, llamadas Etain y Fuamnach; pero perdió a la primera de una manera que le resultó muy penosa, y el afecto inalterable que conservó hacia ella provocó una serie de aventuras primero extrañas y finalmente trágicas.
Un antiguo relato que forma parte del ciclo de Conchobar y Cuchulainn nos transporta a la época en que el alumno de Mider, Oengus —que, como hemos visto, desposó a Caer, hija de Ethal Anbual—, le robara su esposa Etain a su maestro o padre nutricio.
Separada de Mider, Etain se convirtió en la esposa de Oengus, quien le testimoniaba la más viva ternura, la alojaba en una habitación llena de flores perfumadas y se sentía feliz de pasar en compañía de ella las veladas y las noches. Sin embargo, Mider no se olvidaba de Etain, la extrañaba, deseaba volver a tenerla junto a sí; y Fuamnach, su segunda mujer, estaba violentamente celosa. Un día, Fuamnach aprovechó la ausencia de Oengus, a quien había hecho salir con el pretexto de una entrevista con Mider y de un proyecto de arreglo entre alumno y maestro, para enviar una racha de viento que arrancó a Etain de la adorable habitación que el amor de Oengus le había dado por morada. El viento[1] depositó a Etain sobre el techo de una casa donde se encontraban reunidos bebiendo los grandes señores del Ulster acompañados de sus esposas. Etain cayó desde el techo por la abertura que servía de chimenea, y fue a terminar en una" copa de oro que, llena de cerveza, se encontraba sobre la mesa junto a una de las mujeres. Al beber esta cerveza la mujer se tragó a Etain, a la que dio a luz nueve meses después.
El marido de la que de esta manera se convirtió en madre de Etain se llamaba Etair, y pasó por padre de la joven. El término "joven" puede parecer inexacto, ya que, cuando la mujer de Etair la trajo al mundo, Etain tenía mil doce años; pero los dioses no envejecen, y, además, Etain comenzaba una nueva vida.

2.

Etain es la esposa del rey supremo de Irlanda. Mider la corteja.

Al crecer, Etain se convirtió en la mujer más hermosa de Irlanda y en la esposa del rey supremo Eochaid Airem, que tenía a Tara por capital. Según Tigernach, el reinado de Eochaid Airem habría sido contemporáneo de la época de mayor poderío de César, quien, como se sabe, murió el año 44 a.J.C.
Uno de los textos que nos relatan el matrimonio de Eochaid nos señala con especial cuidado el cumplimiento de una de las principales formalidades jurídicas por medio de las cuales se constituía el lazo conyugal en el derecho irlandés: Eochaid, antes del matrimonio, dio a Etain una viudedad de siete cumal, es decir, de siete mujeres esclavas, o de un valor equivalente. Y después de eso se convirtieron en esposos.
Pero Mider no había dejado de amar a Etain, y aprovechó una ausencia del rey para recordarle a la joven los tiempos de antaño, cuando fuera su marido en el mundo de los dioses. Le propuso que le siguiera a su misteriosa residencia de Bregleith, pero Etain, respetuosa de los nuevos lazos que había contraído, rechazó su proposición, y le dijo: No cambiaré al rey supremo de Irlanda por un marido como tú, que carece de genealogía y al que no se le conocen ancestros. Pero Mider no se dio por vencido.

3.

La partida de ajedrez.

Un hermoso día de verano, ya de regreso en Tara, Eochaid Airem —rey supremo de Irlanda y marido de Etain— contemplaba la llanura desde lo alto de su fortaleza, admirando el campo y sus tonos armoniosos, cuando vio aproximarse un guerrero desconocido. El extranjero vestía túnica púrpura, sus cabellos eran amarillos como el oro y sus ojos azules brillaban como estrellas. Llevaba una lanza con cinco puntas y un escudo adornado con perlas de oro.
Eochaid, a la vez que le daba la bienvenida, le hizo saber que no lo conocía. Yo te conozco muy bien, y desde hace largo tiempo, dijo el guerrero. ¿Cómo te llamas?, preguntó Eochaid. Mi nombre nada tiene de ilustre: me llamo Mider de Bregleith, respondió el extranjero. ¿Para qué has venido?, continuó Eochaid. He venido a jugar contigo al ajedrez, le contestó el desconocido. Soy muy buen jugador, dijo Eochaid, que estaba considerado como el primer jugador de ajedrez de Irlanda. Ya veremos, respondió Mider. Pero en este momento la reina está durmiendo, y mi juego de ajedrez se encuentra en su habitación, agregó Eochaid. No importa —replicó Mider—: traigo conmigo un juego tan hermoso como el tuyo.
Y decía la verdad: traía un tablero de plata en cada lina de cuyas esquinas brillaban piedras preciosas; y extrajo las piezas, que eran de oro, de un saco de brillante tela tejida con hilo de bronce.
Dispuso las piezas en su sitio y le dijo al rey: Juega. A lo que Eochaid respondió: No jugaré si no hay apuesta. Mider le preguntó: ¿Qué apostamos? Eochaid contestó: Me da igual. Mider ofreció: En cuanto a mi, si ganas te daré cincuenta caballos oscuros de ancho pecho y patas ágiles y delgadas. Y  el rey, que daba por descontado su propio éxito, afirmó: Y yo, si pierdo, te daré lo que quieras.
Pero, contra todo lo esperado, Eochaid fue derrotado por Mider. Y cuando, de acuerdo con lo convenido, preguntó a su adversario qué deseaba, éste le contestó: Tu mujer. Quiero a Etain. El rey le hizo observar que, según las reglas del juego, quien perdía la primera partida tenía derecho a la revancha; es decir, que era preciso perder una segunda partida para que el resultado de la primera fuera considerado definitivo. Y propuso celebrar esa segunda partida un año después. Mider aceptó a regañadientes dicha demora, y desapareció dejando pasmados al rey y a su corte.

4.

Mider vuelve a cortejar a Etain. Poema que le canta.

Eochaid no volvió a ver a Mider hasta un año después. Pero durante ese tiempo Etain recibió numerosas visitas del enamorado dios. El desconocido autor de la composición épica que estamos analizando pone en boca de Mider un poema que parece estar fuera de lugar, ya que es el canto que entonaba el mensajero de la muerte cuando se apoderaba de una mujer para conducirla a la misteriosa morada de la inmortalidad.
Oh bella mujer, vendrás conmigo a la maravillosa tierra donde se oye una hermosa música, donde se lleva sobre los cabellos una corona de primaveras, donde el cuerpo es de color de nieve de la cabeza hasta los pies, donde nadie está triste ni silencioso, donde los dientes son blancos y negras las cejas... las mejillas rojas como la digital en flor... Irlanda es bella, pero existen muy pocos paisajes tan seductores como el de la Gran Llanura donde te llamo. La cerveza de Irlanda embriaga, pero la cerveza de la Gran Tierra es mucho más embriagadora. ¡Qué maravilloso es el país del que te hablo! Allí no se envejece. Lo recorren arroyos de un cálido líquido que unas veces es hidromiel y otras vino, pero que siempre es excelente. Los hombres son encantadores, perfectos, y el amor no está prohibido. ¡Oh mujer! cuando vengas a mi poderoso país, llevarás sobre la cabeza una corona de oro. Te ofreceré cerdo fresco, para beber te daté cerveza y leche, ¡oh, bella mujer! ¡oh, bella mujer! ¿vendrás conmigo?
También en Grecia eran conocidas estas doctrinas sobre la otra vida. Platón, en el siglo V a.J.C, había oído hablar de ellas, y las atribuía a Museo. Dice el célebre filósofo ateniense: Según este autor, en el Hades o morada de los muertos, los justos son admitidos al banquete de los santos y, coronados de flores, pasan su tiempo en una embriaguez eterna.[2]
Así pues, el fragmento que la composición épica que analizamos pone en boca de Mider se encuentra aquí absolutamente fuera de lugar. Mider quería llevar a Etain a un país donde ésta había vivido muchos siglos y que conocía muy bien; no quería conducirla a la "Gran Tierra" donde se reúnen todos los humanos después de la muerte, sino a Bregleith, su propio palacio; y el amor que le ofrecía era el suyo, y no el de los hombres encantadores y perfectos que habitan en el misterioso dominio de la muerte.
Sin embargo, los esfuerzos de Mider fueron inútiles, ya que la fidelidad de Etain a su marido permaneció inquebrantable. A sus ofrecimientos de las más seductoras joyas y tesoros, aquella respondía invariablemente: Sólo puedo dejar a mi marido si él consiente en ello. Y durante todo ese tiempo, Eochaid contaba con angustia los días que lo separaban de la temible fecha de la reaparición de Mider. Incluso se pretende que su apellido, que parece haber sido Airem, genitivo Airemon, viene de Aram, "número", y significa "el que cuenta".

5.

Mider secuestra a Etain.

Acabado el año, Eochaid se encontraba en Tara rodeado de los grandes señores de Irlanda, cuando apareció Mider, que parecía muy disgustado, y dijo: Vamos a jugar nuestra segunda partida de ajedrez. Eochaid preguntó: ¿Cuál será la apuesta? Mider contestó: Lo que desee el ganador, y ésta será la última partida. Eochaid le preguntó: ¿Qué deseas tú?, y Mider dijo: Poner mis dos manos alrededor del talle de Etain y darle un beso. Eochaid permaneció un momento en silencio; luego levantó la voz y dijo: Vuelve dentro de un mes y se te dará lo que pides. Mider aceptó esa nueva demora y partió.
Cuando llegó el día fatal, Eochaid se encontraba con su mujer en medio de la gran sala de su palacio de Tara, y alrededor de ambos formaban apretadas filas los más bravos guerreros de Irlanda, a quienes el rey había llamado en su ayuda y que, además del palacio, atestaban el patio de la fortaleza; las puertas tenían echados los cerrojos, ya que Eochaid se proponía resistir por la fuerza al rival que pretendía quitarle su mujer. Pasó el día y llegó la noche sin que el terrible dios se presentara; y, de pronto, apareció en medio de la sala:
nadie le había visto entrar. El narrador irlandés dice que esa noche el bello Mider estaba más hermoso que nunca.
Eochaid le saludó. Heme aquí —dijo Mider—; dame lo que me has prometido. Se trata de una deuda, y tengo el derecho de exigir que sea saldada. Eochaid, fuera de sí, respondió: Hasta ahora no había pensado en ello. Mider replicó: Me has prometido darme a Etain.
Al escuchar esas palabras, Etain enrojeció, por lo que Mider le dijo: No te ruborices, ya que no tienes nada que reprocharte. Desde hace un año solicito continuamente tu amor y te has negado a escucharme hasta tanto tu marido no lo permita. Etain contestó': Te he dicho que mientras mi marido no me haya cedido a ti, no iré a donde quieres llevarme. Si Eochaid me entrega, me dejaré tomar. Eochaid exclamó: No te entregaré. Sólo consiento en que, tal como ha sido convenido, ponga sus dos manos alrededor de tu talle, aquí, en esta sala. Mider repuso: Así se hará.
Llevaba una lanza en su mano derecha; la pasó a la izquierda y, tomando a Etain con su brazo derecho, se elevó en el aire y desapareció junto con ella por la abertura del techo que servía de chimenea en los palacios irlandeses. Los guerreros que rodeaban al rey se levantaron, avergonzados de su impotencia; salieron y vieron a dos cisnes que revoloteaban alrededor de Tara: sus largos y blancos cuellos estaban unidos por un yugo de oro.
Con el andar del tiempo, los irlandeses vieron a menudo maravillosas parejas de esta clase. Pero esa era la primera vez que asistían a semejante espectáculo. Eochaid y sus guerreros reconocieron en esos dos cisnes a Mider y Etain; pero los fugitivos estaban demasiado lejos para que pudieran alcanzarlos. Sin embargo, más tarde un druida le dijo a Eochaid dónde se encontraba el palacio subterráneo de Mider; y, con la ayuda del poder mágico que poseen los druidas, aquel forzó la entrada de esta misteriosa residencia y despojó al dios vencido de la mujer tan bella y tan amada. Pero, finalmente, Mider se vengó: la trágica muerte del rey supremo Conairé, nieto por línea materna de Eochaid Airem y de Etain, fue causada por el odio implacable de ese dios y de sus gentes, los side de Bregleith, contra la posteridad de Eochaid Airem y de la mujer que este príncipe arrebatara al enamorado Mider.

6.

Manannan mac Lir y Bran, hijo de Febal.

Manannan mac Lir, como su nombre lo indica, es hijo de Ler, es decir, del mar. Entre él y los otros dioses de quienes hemos hablado hasta ahora —los Tuatha De Danann— existe una importante diferencia: el palacio maravilloso donde él habita no está situado en Irlanda, sino que se encuentra en una isla del mar suficientemente alejada de la costa como para resultar inaccesible en condiciones ordinarias de navegación. Desde ese punto de vista, Manannan y algunos otros dioses de la categoría de los Tuatha De Danann presentan una cierta analogía con los Fomoré: para llegar a su residencia es preciso viajar por mar, tal como había que hacerlo para alcanzar la vasta comarca donde los muertos, bajo la dominación de los Fomoré, encontraban las alegrías de una nueva vida y la inmortalidad.
Bran, hijo de Febal, es uno de los viajeros que fueron llevados por un navío hasta las islas de los Tuatha De Danann y que pudo regresar para contar su historia.
Un día que Bran se encontraba solo cerca de su palacio, escuchó una música dulcísima que lo adormeció; al despertar, encontró junto a sí una rama de plata cubierta de flores.[3] La tomó y la llevó a su palacio; pero no pudo conservarla mucho tiempo. Un día en que ofrecía una reunión a la que asistían muchos jefes acompañados de sus mujeres, apareció una mujer desconocida que lo invitó a dirigirse al misterioso país de los side. Después desapareció, y con ella la rama de plata.
Al día siguiente, Bran se embarcó junto con otras treinta personas. Al cabo de dos días se encontraron con Manannan mac Lir, rey del desconocido país hacia el que navegaban. Manannan ocupaba un carro, y cantaba en verso la felicidad de su reinado. Bran continuó su viaje y llegó a una isla que estaba habitada únicamente por mujeres: la que lo había invitado era la reina. Bran permaneció largo tiempo en la isla, y luego regresó a Irlanda.

7.

Manannan mac Lir y el héroe Cuchulainn.

El nombre de Manannan mac Lir aparece mezclado con los episodios épicos que integran el ciclo de Conchobar y Cuchulainn y el ciclo osiánico. Asimismo se lo encuentra en uno de los fragmentos que continúan la historia épica de Irlanda hasta el siglo VII.
La mujer de Manannan era Fand, hija de Aed Abrat y divina como su esposo. Un día Manannan la abandonó; y ella, para vengarse, se propuso casarse con el héroe Cuchulainn, quien ya tenía una mujer legítima, Emer, y una concubina, Ethné Ingubai. Fand vivía en una isla adonde atrajo al héroe: era el "país luminoso", Tir Sorcha.
Loeg, el cochero de Cuchulainn, que había partido a la descubierta para explorar la extraña comarca antes del viaje de su señor, volvió pletórico de admiración: había visto un árbol maravilloso;[4] hombres apuestos y bellas mujeres, vestidos todos con magníficas ropas y disfrutando de una buena mesa y de una música exquisita. Pero lo que más lo había impresionado era la belleza de Fand: no había en Irlanda rey ni reina que pudieran igualarla. Ethné Ingubai, la concubina de Cuchulainn, es muy bonita —dijo—; pero una mujer como. Fand vuelve loca a la gente.
Cuchulainn se dejó seducir, desposó a Fand y se la llevó a Irlanda. Hasta entonces, Emer había soportado pacientemente las momentáneas infidelidades del veleidoso héroe, y hasta había admitido que tuviera una concubina de rango inferior; pero no pudo sufrir la presencia de una rival igual o superior a ella, y que parecía llamada a ocupar definitivamente el primer lugar en el corazón del más grande guerrero de Irlanda. Y, celosa por vez primera, quiso matar a Fand. Cuchulainn se opuso, pero el ardor de la pasión que Emer testimoniara despertó en él sentimientos que parecían extinguidos; y al ver el dolor de Emer, le dijo, para consolarla, que seguía encontrándola hermosa y que no había dejado de amarla. Fand se encontraba presente; y, profundamente herida por esta reconciliación, abandonó a Cuchulainn.
En ese instante, Manannan —sabedor de la angustia de la esposa a la que había cometido el error de abandonar—, vino a buscarla y se aproximó a ella, que lo veía aunque resultara invisible para los demás. Al ser bien acogido por Fand, se apareció de pronto ante los ojos de Cuchulainn y de su cochero Loeg, y luego partió llevándose a Fand, a quien Cuchulainn había perdido para siempre y que el arte de los druidas borró de la memoria del apasionado héroe.

8.

Manannan mac Lir y Cormac, hijos de Art. Primera parte. Cormac cambia su mujer, su hijo y su hija por una rama de plata.

En el ciclo osiánico volvemos a encontrar a Manannan mac Lir. Uno de los personajes principales de ese ciclo es Cormac mac Airt, o Cormac hijo de Art, también llamado Cormac ua Cuinn —es decir, nieto de Conn—. En los anales de Tigernach (cuyo autor, como se sabe, murió en 1088) se lee, bajo una fecha que parece corresponder al año 248 de nuestra era, la siguiente mención: Desaparición de Cormac, nieto de Conn, durante siete meses. La desaparición de Cormac mac Airt es un episodio maravilloso cuya narración está comprendida en la segunda lista de los relatos que contaban los file: y esta lista parece remontarse al siglo X. A nuestra leyenda se la designa con el nombre de "Aventuras" o de "Expedición de Cormac mac Airt". Volvemos a encontrar ese título encabezando la pieza de la que se trata en dos manuscritos del siglo XIV, pero con una adición según la cual el país al cual habría ido Cormac se llama "Tierra de la Promesa". En manuscritos más recientes, este fragmento se titula: "Hallazgo de la rama por parte de Cormac mac Airt". Ya comprenderemos el por qué de esta variación.
Un día, Cormac mac Airt, rey supremo de Irlanda, estaba en su fortaleza de Tara. En el prado adyacente vio a un joven que tenía en la mano una rama maravillosa de la que pendían nueve manzanas de oro. Cuando agitaba la rama, las manzanas se entrechocaban y producían una música dulce y extraña: nadie podía oírla sin olvidar al instante sus males y penas. Después, todos —hombres, mujeres y niños— se quedaban dormidos.
¿Es tuya esa rama?, le preguntó Cormac al joven. Sí, desde luego, respondió éste. ¿Quieres venderla?, continuó Cormac. Si —dijo el joven—. Nunca he tenido nada que no estuviera en venta. Cormac preguntó: ¿Qué precio exiges? Alo que el joven repuso: Después te lo diré. Cormac afirmó: Te daré lo que consideres adecuado. ¿Qué crees que te debo? El joven respondió: Tu mujer, tu hijo y tu hija. El rey replicó: Te los daré.
El joven le dio la rama y juntos entraron en el palacio. Cormac encontró reunidos a su mujer, su hijo y su hija. ¡Qué bonita joya tienes!, le dijo su mujer. No es extraño: la he pagado muy cara, respondió Cormac, y le explicó el trato que había hecho. Jamás creeremos que haya en el mundo un tesoro al que aprecies más que a nosotros tres, dijo su mujer. ¡Realmente, es demasiado duro que mi padre nos haya cambiado por una rama!, exclamó la hija de Cormac. Los tres estaban desolados, pero Cormac sacudió la rama y al instante olvidaron su pena, se acercaron alegremente al joven y partieron con él.
La noticia de este extraño acontecimiento no tardó en difundirse, primero por Tara y después por toda Irlanda. La reina y sus dos hijos eran muy queridos, de modo que su partida provocó un inmenso grito de dolor y pena. Pero Cormac sacudió su rama y las quejas cesaron de inmediato, y la pena de sus vasallos dejó paso a la alegría.

9.

Manannan mac Lir y el rey Cormac, hijos de Art. Segunda parte. Cormac encuentra de nuevo a su mujer, su hijo y su hija.

Pasó un año, y Cormac sintió deseos de volver a ver a su mujer, su hijo y su hija. Así pues, salió de su palacio y tomó la dirección en que les había visto alejarse. Entonces lo rodeó una nube mágica y llegó a una llanura maravillosa. Allí se levantaba una casa a cuyo alrededor se encontraba reunida una muchedumbre de jinetes ocupados en cubrir la casa con plumas de pájaros exóticos. Cuando cubrían media casa advertían que carecían de plumas suficientes como para terminar su trabajo, y entonces partían en busca de más plumas. Pero, durante su ausencia, las plumas que habían colocado desaparecían arrastradas por el viento o por cualquier otra causa. Por lo tanto, su tarea no tenía visos de acabar jamás. Cormac los contempló durante largo rato, hasta que perdió la paciencia y dijo: Ya veo que estáis haciendo eso desde el comienzo del mundo, y que continuaréis haciéndolo hasta que el mundo acabe.
Y siguió su camino. Después de haber visto muchas otras cosas curiosas, llegó a una casa y entró en ella. Allí encontró a un hombre y una mujer de gran tamaño, vestidos con ropas multicolores. Los saludó; y, como ya era tarde, ellos le ofrecieron hospitalidad por esa noche, cosa que aceptó.
El anfitrión trajo personalmente un cerdo entero, que constituiría la cena, y un enorme leño que, cortado en varios trozos, serviría para cocerlo. Cormac preparó el fuego y puso encima un cuarto de cerdo. Cuéntanos una historia —le dijo su anfitrión—; y, si es cierta, cuando hayas terminado de contarla estará cocido el cuarto de cerdo. Cormac respondió: Comienza tú; después hablará tu mujer, y después yo. El otro replicó: Muy bien. He aquí mi historia. Este cerdo es uno de los siete que poseo; y con su carne podría alimentar al mundo entero. Cuando uno de ellos es muerto y comido, sólo tengo que poner los huesos en el establo para volver a encontrarlo vivo al día siguiente. La historia era cierta, porque, en cuanto acabó, el cuarto de cerdo estuvo cocido.
Cormac puso a cocer un segundo cuarto de cerdo, y la mujer tomó la palabra. Tengo siete vacas blancas —dijo—, y todos los días lleno siete cubas con su leche. Si todos los habitantes del mundo se reunieran en esta llanura, tendría suficiente leche para saciarlos a todos. La historia era verídica, porque, en cuanto acabó, comprobaron que el cuarto de cerdo estaba cocido. Cormac dijo: Veo que sois Manannan y su mujer, ya que Manannan es quien posee los cerdos que has mencionado, y ha traído a su mujer y a las siete vacas desde la Tierra Prometida.
Ha llegado tu turno de contar una historia —dijo el dueño de casa—. es verdadera, cuando haya acabado estará cocido el tercer cuarto del cerdo. Cormac contó cómo había adquirido la rama maravillosa de las nueve manzanas de oro y encantadora música; cómo había perdido simultáneamente a su mujer, su hijo y su hija. Cuando acabó su relato, el cuarto de cerdo estaba cocido. Tú eres el rey Cormac —le dijo su anfitrión—. Lo reconozco por tu sabiduría. La comida está lista, come. Y Cormac respondió: Jamás he comido en compañía de sólo dos personas. Manannan abrió una puerta e hizo entrar a la mujer, el hijo y la hija de Cormac, que, lo mismo que ellos, se sintió muy feliz de volver a verlos. Yo soy quien te los ha quitado —dijo Manannan— y quien te ha dado la rama maravillosa. Mi objetivo era hacerte venir aquí.
Cormac no quiso empezar a comer hasta que no se le explicaran las maravillas que había visto en su camino. Manannan consintió en ello, y le explicó que, por ejemplo, los jinetes que cubren de plumas una casa y empiezan de nuevo su trabajo una y otra vez sin acabarlo nunca, son los literatos que buscan fortuna, creen encontrarla y, sin embargo, no la alcanzarán jamás, porque, cada vez que vuelven a su hogar trayendo dinero, se enteran de que todo cuanto habían dejado a su partida ha sido gastado ya.
Finalmente, Cormac, su mujer y sus hijos se sentaron a la mesa y comieron. Cuando llegó el momento de beber, Manannan sacó una copa y dijo: Esta copa posee una propiedad particular. Cuando se dice una mentira delante de ella, se rompe; y si inmediatamente después se dice la verdad, los trozos vuelven a reunirse. Cormac exclamó: ¡Pruébalo! Manannan dijo: Es fácil. La mujer que te quité ha tenido desde entonces un nuevo marido. De inmediato, la copa se rompió en cuatro pedazos. Mi marido ha mentido, afirmó la mujer de Manannan. Y decía la verdad, porque al instante los cuatro fragmentos de la copa se reunieron sin que ésta guardara la menor huella del accidente.
Después de la comida, Cormac, su mujer y sus hijos fueron a acostarse. A la mañana siguiente, cuando se despertaron, estaban en el palacio de Tara, capital de Irlanda, y Cormac encontró cerca de sí la rama maravillosa, la copa encantada e incluso el mantel que cubría la mesa sobre la que habían comido la víspera en el palacio del dios Manannan. A estar del cronista Tigernach, su ausencia había durado siete meses, y esos acontecimientos maravillosos habrían sucedido en el año 248 d.J.C.

10.

Manannan mac Lir es padre de Mongan, rey del Ulster a comienzos del siglo VI de nuestra era.

Cormac mac Airt vivió en el siglo III de nuestra era. Hacia fines del siglo VI o comienzos del VII volvemos a encontrar el nombre de Manannan mezclado con la historia épica de Irlanda. En esta época reinaba en el Ulster Fiachna Lurgan, amigo de Aidan mac Gabrain, quien, según los "Anales de Cambrie", murió en 607. También Tigernach menciona la muerte de Aidan mac Gabrain, pero la sitúa en el año precedente.
Aidan mac Gabrain era rey de los scots o irlandeses establecidos en Gran Bretaña. Se le conoce sobre todo por la desdichada guerra que sostuvo contra los anglosajones. Según Bede, fue vencido por Aedilfrid, rey de los northumbrios, en la sangrienta batalla de Degsa Stan, en la que los victoriosos anglosajones perdieron todo un cuerpo de ejército, junto con el hermano de su rey. Esta batalla tuvo lugar en 603.
Ya fuera desde esta batalla o desde otra anterior, las filas del ejército comandado por Aidan mac Gabrain contaban con tropas auxiliares venidas de Irlanda, las cuales habían sido traídas por el amigo de Aidan, Fiachna mac Lurgan, rey del Ulster. Este había dejado a su mujer en su palacio de Rath-mor Maige Linni; y, durante su ausencia, aquella vivió una extraña aventura.
Un día que se encontraba sola, apareció un desconocido y le habló de amor. La reina rechazó sus insinuaciones, y le dijo: No hay en este mundo tesoros ni joyas que pudieran decidirme a deshonrar a mi marido. Entonces, el desconocido le preguntó: Pero, ¿qué haríais si estuviera en vuestro poder salvarle la vida? Y ella exclamó: ¡Ah!, si le viera en peligro, nada me detendría: haría lo que fuera para ayudar a quien pudiera salvarlo. El desconocido replicó: Ha llegado el momento de poner en práctica lo que dices, porque tu marido corre un gran peligro. Se encuentra frente a un terrible guerrero y no es bastante fuerte para resistirle: morirá. Si cedes a mi amor, tendrás un hijo que será un prodigio: se llamará Mongan. Yo iré al combate; mañana por la mañana, antes del mediodía, me encontraré en medio de los guerreros de Irlanda, frente a los de Gran Bretaña. Le contaré a tu marido lo que habremos hecho y le diré que eres tú quien me envía. La reina cedió. Al día siguiente, bien temprano, el desconocido partió cantando los cuatro versos que traducimos:

Voy a reunirme con mis compañeros muy cerca.
Esta mañana el cielo está blanco y puro.
Soy Manannan mac Lir;
Tal es el nombre del guerrero que ha venido.

Manannan cantaba este cuarteto en Irlanda, al salir del palacio del rey del Ulster, en Rath mor Maige Linni, una mañana del año 603 de nuestra era. En ese mismo momento, en Gran Bretaña, cerca de Degsa Stan, dos ejércitos se enfrentaban, listos para el ataque: el de los sajones, comandado por Aedilfrid, rey de los northumbrios; y el de los irlandeses, encabezado por Aidan mac Gabrain y el rey del Ulster, Fiachna Lurgan. De pronto se vio al frente del ejército irlandés a un guerrero desconocido que atrajo todas las miradas por su distinción y por la riqueza de su armamento. Se aproximó a Fiachna y, hablándole aparte, le contó que la víspera había visto a su mujer. Le he prometido a la reina —agregó— ofrecerte mi ayuda. Se situó en primera fila y, según el relato irlandés, que atribuye a los irlandeses el honor de esta jornada, con su acción aseguró la victoria de los dos aliados, Aidan mac Gabrain y Fiachna Lurgan.
Este último volvió a cruzar el mar y regresó a su palacio, donde encontró a su mujer encinta. Ella le contó su historia, y Fiachna aprobó su conducta. Poco después nació Mongan, que pasó por hijo de Fiachna; pero es bien sabido —dice el narrador irlandés— que su verdadero padre era Manannan mac Lir. Al igual que los galos de quienes hablaba San Agustín a comienzos del siglo V, los irlandeses del siglo VII creían en la existencia de dioses enamoradizos y seductores de mujeres.

11.

Mongan, hijo de un dios, es un ser maravilloso.

Mongan, hijo de Fiachna, es un personaje histórico. Las crónicas irlandesas indican la fecha de su deceso y, año mas, año menos, la sitúan en la misma época. Según Tigernach, el más antiguo de los cronistas irlandeses cuyas obras hayan llegado hasta nosotros, Mongan, hijo de Fiachna, fue muerto de una pedrada en 625 por Arthur, hijo de Bicur, bretón. Por lo tanto, Mongan ha existido incluso fuera de la epopeya. Ahora bien, según la leyenda, no sólo era hijo de un dios, sino que, debido a otro prodigio —consecuencia del primero— en él revivió Find mac Cumaill, el célebre guerrero de la epopeya osiánica, el Fingal de Macpherson; y, sin embargo, cuando nació Mongan, hacía aproximadamente tres siglos que Find había muerto.
Una leyenda irlandesa relata cómo fue probada la identidad de Mongan con Find. Ocurre que cierto día estalló una discusión entre Mongan y su file Forgoll acerca del lugar donde había muerto Fothad Airgtech, rey de Irlanda muerto por Cailté, uno de los compañeros de Find en una batalla cuya imprecisa fecha es fijada por los Cuatro Maestros, audaces cronólogos, en el año 285.
Violentamente irritado al verse contradicho por Mongan, Forgoll lo amenazó con terribles encantamientos que espantaron al rey y a todos cuantos asistían a la escena. Se convino que Mongan dispondría de tres días para presentar la prueba de lo que había afirmado, es decir, para establecer que Fothad no había muerto en Dubtar, Leinster, como pretendía Forgoll, sino a orillas del río de Larne, antaño Ollarbé, en el Ulster, muy cerca del castillo de Mongan. En el caso de que antes de expirar el plazo convenido Mongan no consiguiera probar que tenía razón, de acuerdo con las convenciones en uso todos sus bienes, incluida su persona, pasarían a propiedad del file.
Mongan, seguro del éxito, aceptó ese arreglo sin dudar; y dejó pasar los dos primeros días y la mayor parte del tercero sin perder la calma en absoluto. Su mujer estaba sumida en una profunda tristeza: desde que Mongan contrajera el fatal compromiso, no había parado de llorar. Deja ya de sufrir —le decía Mongan—: alguien vendrá en nuestra ayuda.
Llegó el tercer día y Forgoll se presentó: quería que el contrato fuera ejecutado de inmediato, y pretendía tener derecho a apoderarse desde ya de todos los bienes de Mongan e incluso de su persona. Esperad hasta la noche, le respondió Mongan. Se encontraba en su habitación junto con su mujer, que lloraba y gemía al ver que se aproximaba la hora fatal en que el file se apoderaría de todo, y que el salvador del que hablaba su marido no aparecía. No te aflijas, ¡oh mujer! —le dijo Mongan—. El hombre que viene en nuestra ayuda ya está cerca, oigo sus pasos por el río de Labrinné.
Se refiere al río Caragh, que corre por el condado de Kerry y desemboca en la bahía de Dingle, en el extremo sudoeste de Irlanda. En ese momento, Mongan se encontraba a unas cien leguas de allí, en la parroquia de Donegore, a cierta distancia al nordeste de la ciudad de Antrim, cabecera de un condado que forma la extremidad norte de la isla. Su alumno Cailté, el compañero de combates de Mongan en la época en que este último se llamaba Find, llegaba desde el país de los muertos para dar testimonio de la veracidad de su antiguo jefe y confundir así la audaz presunción del file Forgoll. Venía por la ruta que siempre tomaran aquellos que quisieron alcanzar el nordeste de Irlanda desde la misteriosa comarca habitada por los muertos.
Las consoladoras palabras del rey lograron calmar a su mujer, y hubo un momento de silencio; pero al instante volvió a llorar y gemir. No llores, ¡oh mujer! —dijo Mongan—. El hombre que viene en nuestra ayuda está por llegar: oigo que sus pies agitan el agua en el río de Maine. Se trata de otro río de Caragh hacia el nordeste siguiendo el camino que debía conducir al Cailté hasta el palacio de Mongan. Las palabras de su marido apaciguaron un momento el dolor de la reina; pero, no viendo venir a nadie, volvió a llorar y gemir.
Esta escena se repitió varias veces, ya que Cailté no pasaba río alguno sin que Mongan le oyera y se lo anunciara a su mujer. Por ejemplo, le oyó atravesar el Liffey, que toca Dublín; el Boyne, que corre un poco más al norte; a continuación el Dee, y luego el lago de Carlingforol, cada uno de ellos más cercano que los anteriores al condado de Atrim donde se encontraba Mongan.
Por fin Cailté estuvo muy cerca: atravesaba el Ollarbé, el río de Lame, a muy corta distancia hacia el sur del palacio de Mongan. Pero todavía no se le veía, y sólo Mongan lo había oído. Caía la noche. Mongan estaba en su palacio, sentado sobre su trono; a su derecha se encontraba su mujer, deshecha en lágrimas; frente a él, el file Forgoll reclamaba la ejecución de los compromisos contraídos por el rey y le llamaba a demostrar la buena fe de sus cauciones. En ese momento se vio que un guerrero al que nadie —salvo Mongan— conocía, se acercaba a la muralla por el lado de mediodía.
Llevaba en la mano un asta sin punta con ayuda de la cual saltó sucesivamente los tres fosos y los tres terraplenes que formaban el recinto de la fortaleza. Llegó hasta el patio en un abrir y cerrar de ojos; desde allí pasó a la sala y se situó entre Mongan y la pared. Forgoll estaba del otro lado de la sala, frente al rey.
El recién llegado preguntó qué pasaba, y Mongan le contestó: El file aquí presente y yo hemos hecho una apuesta respecto de la muerte de Fothad Airgtech. El file pretende que Fothad murió en Dubtar, en Leinster, y yo digo que no es así. El guerrero desconocido exclamó: Pues bien, el file ha mentido, a lo que éste replicó: Te arrepentirás de lo que has dicho.
No está bien que hables así —le dijo el guerrero—. Voy a probar lo que he dicho. Nosotros estábamos contigo —dijo dirigiéndose al rey—; estábamos con Find —agregó dirigiéndose al auditorio—. Cállate, cometes un error al revelar ese secreto, le dijo Mongan. Nosotros estábamos con Find —continuó el guerrero—. Veníamos de Alba (es decir, de Gran Bretaña) cuando, cerca de aquí, a orillas del Ollarbé, encontramos a Fothad Airgtech y le presentamos batalla. Yo le lancé mi venablo de tal suerte que le atravesó el cuerpo; y el hierro, desprendiéndose del asta, fue a clavarse en la tierra del otro lado de Fothad. He aquí el asta de ese venablo. Encontraréis el hierro clavado en el suelo, hacia el este, a poca distancia; y un poco más lejos, siempre hacia el este, encontraréis la tumba de Fothad Airgtech. Un ataúd de piedra rodea su cadáver, y dentro de aquél están sus dos anillos de plata, sus dos brazaletes y su collar de plata.[5] Sobre la tumba se yergue una piedra en cuya extremidad inferior se puede leer esta inscripción, grabada en ogámico: "Aquí reposa Fothad Airgtech; combatía contra Find cuando fue muerto por Cailté."
Fueron al lugar indicado por el guerrero y encontraron la roca, el hierro de lanza, la piedra erguida, la inscripción, el ataúd, el cadáver y las joyas que había mencionado: Mongan había ganado su apuesta. El guerrero desconocido era Cailté, alumno de Find y compañero suyo de armas, que había regresado del país de los muertos para defender a su antiguo maestro contra un ataque injusto.
Ya hemos visto que, al divulgar el secreto que Mongan guardara hasta entonces, Cailté había proclamado públicamente la identidad de Mongan con el célebre Find.. Y esta extraña identidad era consecuencia del maravilloso nacimiento de Mongan, quien no debía la vida al rey Fiachna, su padre aparente, sino a un ser perteneciente a una raza superior.  Porque Mongan era hijo de Manannan mac Lir, o sea, hijo de un dios, de uno de esos personajes sobrenaturales que, según la creencia gala recogida por San Agustín, se enamoran de las esposas de los hombres.

[1]      En la "Odisea", l. VI, verso 20, la diosa Atenea, que se aproxima al lecho donde dormía Nausicaa, hija del rey de los feacios, es comparada con una racha de viento.
[2]   "República", l. II; "Platonis opera", edic. Didot-Schneider, t. II, p. 26, líneas 15-20.

[3]      Más adelante, en la leyenda de Cormac, encontraremos una rama análoga.
[4]      Es probable que la rama de plata de Bran mac Febail, que ya hemos mencionado, y la rama con manzanas de oro de Cormac a la que nos referiremos más adelante, hayan sido arrancadas de este árbol. Se le puede comparar con los árboles del palacio subterráneo de Brug na Boinné, p. 180. Sin duda el nombre de la isla de Avalon —o del Manzano—, en el ciclo de Arturo, proviene de un árbol análogo.
[5]      Airgtech, el sobrenombre del rey, probablemente significa "que posee plata", "que posee ornamentos de plata". Debo esta hipótesis al Sr. Ernault.