En aquellos viejos tiempos, además de los mortales de la Tierra, existían unos
cuantos dioses-río, fuertes, con cuernos de buey y conocidos con el nombre de su río en
particular. También había docenas de náyades inmortales, a cargo de las fuentes y los
manantiales, cuyo permiso solicitaban siempre los mortales antes de beber, si no
querían que algo malo les pasara. Estos dioses-río y náyades rendían pleitesía a
Poseidón, igual que las sirenas y las nereidas de agua salada. Pero las haimdríades, a
cargo de los robles, las melíades, responsables de los fresnos, y todas las demás ninfas
de nombres diversos, encargadas de los pinos, los manzanos y los mirtos, estaban a las
órdenes de Pan, el dios del campo. Si alguien intentaba talar uno de esos árboles sin
antes hacer un sacrificio a la ninfa correspondiente —normalmente la ofrenda era un
cerdo—, el hacha se desviaba del tronco y el leñador se cortaba las piernas.
El gran dios Pan evitaba relacionarse con los dioses del Olimpo, pero protegía a
los pastores, ayudaba a los cazadores a encontrar presas y bailaba a la luz de la luna con
las ninfas. Cuando nació, Pan era tan feo que su madre, una de las ninfas, huyó de él
aterrorizada: tenía cuernos pequeños, una barbita, y piernas, pezuñas y cola de cabra.
Hermes, su padre, lo llevó al Olimpo para que Zeus y los otros dioses se rieran de él. A
Pan le gustaba dormir todas las tardes en una cueva o en un bosquecillo y, si alguien lo
despertaba sin querer, soltaba un grito espantoso que hacía que el pelo del intruso se
erizase: es lo que todavía hoy se llama «pánico».
Una vez, Pan se enamoró de una ninfa llamada Pitis, que se asustó tanto cuando
Pan intentó besarla, que se convirtió a sí misma en un pino para escapar del acoso. Pan,
entonces, arrancó una de las ramas del pino y se la colocó como si fuera una corona en
memoria de la ninfa. Sucedió algo parecido cuando se enamoró de la ninfa Siringa: ésta
huyó de él convirtiéndose en un junco. Incapaz de saber cuál de los miles de juncos que
crecían a orillas del río era ella, Pan cogió un cayado y los golpeó muy enojado.
Después, sintiéndose avergonzado, recogió los juncos rotos, los cortó en diversas
longitudes con un cuchillo de piedra, les hizo unos agujeros y los ató en fila: había
creado un nuevo instrumento musical, la flauta de Pan o siringa.
Una tarde de abril del año uno después de Cristo, un barco navegaba hacia el
norte de Italia, siguiendo la costa de Grecia, cuando la tripulación oyó unos lamentos a
lo lejos; una voz fuerte gritó a uno de los marineros desde la orilla: «Cuando llegues a
puerto, asegúrate de dar la triste noticia de que el gran dios Pan ha fallecido». Pero
nunca se supo cómo y por qué había muerto. Quizá aquello fue sólo un rumor inventado
por Apolo, quien quería apoderarse de los templos de Pan. L
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