a. El eolio Atamante, hermano de Sísifo y de
Salmoneo, gobernó en Beocia. Por orden de Hera se casó con Néfele, un fantasma
que creó Zeus a semejanza de la diosa con el que deseaba engañar al lapita
Ixión y que ahora vagaba desconsoladamente por las salas del Olimpo. Néfele dio
a Atamante dos hijos: Frixo y Leuconte, y una hija, Hele. Pero Atamante se
sentía agraviado por el desdén de que le hacía objeto Néfele y, habiéndose
enamorado de Ino, hija de Cadmo, la llevó en secreto a su palacio al pie del
monte Lafistio, donde engendró con ella a Learco y Melicertes.
b. Cuando se enteró por los sirvientes del palacio
de la existencia de su rival, Néfele volvió furiosa al Olimpo y se quejó a Hera
de que la habían agraviado. Hera le dio la razón y prometió solemnemente: «¡Mi
venganza eterna caerá sobre Atamante y su casa!»
c. Néfele volvió inmediatamente al monte Lafistio,
donde anunció públicamente la promesa de Hera y pidió la muerte de Atamante.
Pero los hombres de Beocia, que temían a Atamante más que a Hera, no escucharon
a Néfele, y las mujeres de Beocia eran devotas de Ino, quien las indujo a que
tostaran el trigo para sembrar sin que lo supieran sus maridos y así se
perdiera la cosecha. Ino preveía que cuando llegara el momento de que germinara
el grano y no apareciera ningún tallo, Atamante enviaría emisarios al oráculo
de Delfos para preguntar qué andaba mal. Ya había sobornado a los mensajeros de
Atamante para que volvieran con una respuesta falsa,
a saber, que la tierra recuperaría su fertilidad solamente si Frixo, el hijo de
Néfele, era sacrificado a Zeus en el monte Lafistio.
d. Frixo era un joven hermoso de quien se había
enamorado su tía Biádice, esposa de Creteo y a quien cuando él desairó sus requerimientos,
ella acusó de haber tratado de violarla. Los beocios creyeron el embuste de
Biádice, aplaudieron la sabia elección de Apolo de un sacrificio propiciatorio
y exigieron la muerte de Frixo; en vista de lo cual Atamante, llorando
fuertemente, condujo a Frixo a la cima de la montaña. Estaba a punto de
cortarle la garganta, cuando Heracles, quien por casualidad estaba en la vecindad,
subió apresuradamente y le arrancó de la mano el pedernal de los sacrificios.
«Mi padre Zeus —dijo— aborrece los sacrificios humanos.» Sin embargo, Frixo
habría perecido a pesar de esa defensa si de pronto un carnero de oro alado
suministrado por Hermes por orden de Hera —o según dicen algunos, de Zeus
mismo— no hubiese descendido del Olimpo para salvarle.
—¡Monta en mi lomo! —gritó el carnero, y Frixo le
obedeció.
—¡Llévame a mí también! —suplicó Hele—. ¡No me dejes
a merced de mi padre!
e. Frixo la colocó tras él y el carnero voló hada el
este, en dirección al país de Cólquide, donde Helio tenía sus caballos. Al poco
rato Hele sintió vértigo, no pudo mantenerse firme y cayó en el estrecho entre
Europa y Asia llamado ahora Helesponto en su honor, pero Frixo llegó sin
novedad a Cólquide y allí sacrificó el carnero a Zeus Libertador. Su vellón de
oro se hizo famoso una generación después cuando fueron a buscarlo los
argonautas.
f. Intimidados por el milagro del monte Lafistio,
los mensajeros de Atamante confesaron que Ino los había sobornado para que
volvieran de Delfos con una respuesta falsa, y en seguida quedaron en
descubierto sus engaños y los de Biádice. En vista de esto, Néfele volvió a
exigir la muerte de Atamante, y pusieron en la cabeza de
éste la venda del sacrificio que había llevado Frixo; sólo una nueva
intervención de Heracles le salvó de la muerte.
g. Pero Hera estaba encolerizada con Atamante y le
volvió loco, no sólo a causa de Néfele, sino también porque había consentido
que Ino hospedara al infante Dioniso, el bastardo de Zeus con su hermana
Sémele, que vivía en el palacio disfrazado de muchacha. De pronto, Atamante
tomó el arco y gritó: «¡Mirad, un ciervo blanco! ¡Apartaos mientras yo
disparo!» Dicho eso, traspasó a Learco con una flecha y luego descuartizó su
cuerpo todavía tembloroso.
h. Ino tomó a Melicertes, su hijo menor, y huyó;
pero difícilmente habría evitado la venganza de Atamante si el infante Dioniso
no le hubiera cegado momentáneamente, de modo que comenzó a azotar a una cabra
confundiéndola con Ino. Ésta corrió a la Roca Moluria, desde la que se arrojó
al mar y murió ahogada. Esta roca adquirió luego mala reputación, porque el
salvaje Escirón la utilizaba para arrojar por ella a los viajeros. Pero Zeus,
recordando la bondad de Ino con Dioniso, no quiso enviar su alma al Tártaro y
en cambio la divinizó como la diosa Leucotea. También divinizó a su hijo
Melicertes como el dios Palemón, y lo envió al istmo de Corinto cabalgando en
un delfín; los Juegos ístmicos, fundados en su honor por Sísifo, se celebran
todavía cada cuatro años.
i. Atamante, ahora desterrado de Beocia y sin hijos,
pues el que le quedaba, Leuconte había enfermado y muerto, preguntó al oráculo
de Delfos dónde podía establecerse, y obtuvo esta respuesta: «Dondequiera que
las fieras te den de comer». Caminando a la ventura hacia el norte, sin tener
qué comer ni beber, llegó adonde se hallaba una manada de lobos devorando un
rebaño de ovejas en una desolada llanura de Tesalia. Los lobos huyeron al
acercarse él y Atamante y sus hambrientos compañeros comieron la carne de
carnero que habían dejado los lobos. Entonces recordó el oráculo y, después de
adoptar a Haliarto y Coroneo, sus resobrinos corintios, fundó una ciudad a la que llamó Alos en recuerdo de sus andanzas o en
honor a su sirvienta Alos, y a la región se la llamó Atamania. Luego se casó
con Temisto y constituyó una nueva familia[1].
f. Otros cuentan las cosas de manera distinta.
Omitiendo el casamiento de Atamante con Néfele, dicen que un día, después del
nacimiento de Learco y Melicertes, su esposa Ino salió de caza y no volvió. Las
manchas de sangre que encontró en una túnica desgarrada le convencieron de que
la habían matado las fieras, pero la verdad era que se había apoderado de ella
un súbito frenesí báquico cuando la atacó un lince. Ella lo había estrangulado,
lo había desollado con los dientes y las uñas y se había ido, vestida
únicamente con una piel, a celebrar una orgía prolongada en el Parnaso. Después
de un intervalo de luto, Atamante se casó con Temisto, quien, un año después,
le dio dos hijos. Entonces se enteró con espanto de que Ino vivía todavía.
Mandó buscarla inmediatamente, la instaló en el aposento de los niños del
palacio y le dijo a Temisto: «Tenemos una nodriza que parece idónea, una
cautiva tomada en la reciente incursión en el monte Citerón». Temisto, a quien
no tardaron en desengañar sus sirvientes, fue al aposento de los niños
simulando que no sabía quién era Ino, y le dijo: «Por favor, nodriza, prepara
un juego de ropas de lana blancas para mis dos hijos y otro juego de ropas de
luto para los de mi infortunada predecesora Ino. Tendrán que ponérselos
mañana».
k. Al día siguiente Temisto ordenó a sus guardias
que entraran en el aposento de los niños y mataran a los mellizos que estuvieran
vestidos de luto, pero que no tocaran a los otros dos. Sin embargo, Ino,
sospechando lo que tramaba Temisto, había vestido con ropas blancas a sus propios hijos y con ropas de luto a los de su rival. En
consecuencia, fueron asesinados los mellizos de Temisto y la noticia enloqueció
a Acamante: mató a Learco confundiéndolo con un ciervo, pero Ino escapó con
Melicertés, se arrojó al mar y se hizo inmortal.
l. Otros más dicen que Frixo y Hele eran hijos de
Néfele e Ixión. Un día, cuando vagaban por un bosque, se encontraron con su
madre presa de un frenesí báquico y que conducía a un carnero dorado por los
cuernos. «Escuchad —balbuceó—, éste es un hijo de vuestra prima Teófane. Ella
tenía muchos pretendientes, por lo que Posidón la transformó en oveja y él se
transformó en carnero y la poseyó en la isla de Crumisa.»
—¿Qué les sucedió a los pretendientes, madre?
—preguntó la pequeña Hele.
—Se convirtieron en lobos —contestó Ino— y aullan
por Teófane durante toda la noche. Ahora no me hagáis más preguntas y montad
los dos en el lomo de este carnero y él os llevará al reino de Cólquide, donde
reina Aetes, el hijo de Helio. Tan pronto como lleguéis, sacrificadlo a Ares.
m. Frixo obedeció las extrañas órdenes de su madre y
colgó el vellón de oro en un templo dedicado a Ares en Cólquide, donde lo
guardaba un dragón; y muchos años después su hijo Presbón, o Citisoro, fue a
Orcómeno desde Cólquide y salvó a Atamante cuando iba a ser sacrificado como
víctima propiciatoria[2].
*
1. El nombre de Atamante se relaciona en el mito con
Atamania, la ciudad que, según se dice, fundó en el desierto de Tesalia, pero
parece formado más bien con Ath
(«alto») y amaein («segar»), con el
significado de «el rey dedicado a la Segadora de Arriba», es decir, a la diosa
de la Luna de la Cosecha. El conflicto entre sus esposas rivales Ino y Néfele
fue probablemente el que se produjo entre los primeros pobladores jonios de
Beocia que habían adoptado el culto de la diosa Cereal, Ino, y los invasores
eolios pastorales. Una tentativa de ceder los
ritos agrícolas de la diosa jonia Ino al dios del trueno eolio y su esposa
Néfele, la nube de lluvia, parece haber sido frustrada con la tostadura del
trigo para sembrar por las sacerdotisas.
2. El mito de Atamante y Frixo registra el
sacrificio anual del rey, o de su sustituto, en la montaña —primeramente un
niño vestido con el vellón de un carnero y luego un carnero— durante el
festival del Año Nuevo para provocar la lluvia, que los pastores celebraban en
el equinoccio de primavera. El sacrificio del carnero a Zeus en la cumbre del
monte Pelión, no lejos de Lafistio, se realizaba en abril, cuando, de acuerdo
con el Zodíaco, Aries estaba en ascensión; los hombres más importantes del
distrito solían subir penosamente, vestidos con pieles de ovejas blancas
(Dicearco: ii.8), y el rito todavía sobrevive allí en nuestros días en la forma
del sacrificio y la resurrección simulados de un anciano que se pone una
máscara de oveja negra (véase 148.10). Las ropas de luto que se ordenó poner a
los niños condenados a morir indican que la víctima llevaba un vellón negro y
el sacerdote y los espectadores vellones blancos. El amor de Biádice por Frixo
recuerda el amor de la mujer de Putifar por José, un mito análogo de origen
cananeo; y algo muy parecido se dice de Antea y Belerofonte (véase 75.a),
Cretéis y Peleo (véase 81.g), Fedra e Hipólito (véase 101.a-g), Filonóme y
Tenes (véase 161.g).
3. Que Néfele («nube») era un don de Hera a Atamante
y creada a imagen de la diosa, indica que en la versión original Atamante, el
rey eolio mismo, representaba al dios del trueno, igual que su predecesor Ixión
(véase 63.1), y su hermano Salmoneo (véase 68.1); y que, cuando se casó con
Temisto (quien, en la versión del mito que da Eurípides, es la rival de Ino),
ella desempeñó el papel de la esposa del dios trueno.
4. Ino era Leucotea, «la Diosa Blanca», y probó su
identidad con la Triple Musa realizando una orgía en el Parnaso. Su nombre («la
que hace vigoroso») sugiere orgías itifálicas y el vigoroso desarrollo del
cereal; le debían ofrecer cruentos sacrificios de niños antes de cada siembra
invernal. A Zeus mismo se le atribuye el haber deificado a Ino en
agradecimiento por su bondad con Dioniso, y Atamante lleva su nombre agrícola
en su honor; en otras palabras, los agricultores jonios
arreglaron sus diferencias religiosas con los pastores eolios con ventaja
propia.
5. Sin embargo, el mito es una mezcolanza de
elementos de cultos primitivos. El culto sacramental de Zagreo, que se
convirtió en el del niño Dioniso (véase 30.3), queda sugerido cuando Atamante
toma a Ino por una cabra; el culto sacramental de Acteón cuando toma a Learco
por un ciervo, lo mata y lo descuartiza (véase 22.1). Melicertes, el hijo menor
de Ino, es el Heracles cananeo Melkarth («protector de la ciudad»), alias
Moloch, quien, como rey solar recién nacido, se dirige al istmo montado en un
delfín, y cuya muerte, al cabo de su reinado de cuatro años, era celebrada en
los Juegos Fúnebres ístmicos. A Melicertes se le sacrificaban infantes en la
isla de Tenedos, y probablemente también en Corinto (véase 156.2), como se le
sacrificaban a Moloch en Jerusalén (Levítico
xviii.21 y I Reyes xi.7).
6. Sólo cuando Zeus llegó a ser dios del firmamento
despejado y usurpó los atributos solares de la diosa se hizo de oro el vellón;
por eso el Primer Mitógrafo Vaticano dice que era «el vellón en el que Zeus
ascendió al cielo», pero mientras causaba las tronadas había sido de color
purpúreo oscuro (Simónides: Fragmento
21).
7. En una versión del mito (Ripias: Fragmento 12) se llama a Ino Gorgopis
(«malcarada»), un título de Atenea; el salvaje Escirón que arrojaba a los
viajeros por el acantilado, tomó su nombre del parasol —más propiamente
paraluna— blanco que se llevaba en las procesiones de Atenea. La Roca Moluria
era, evidentemente, el acantilado desde el cual el rey sagrado o sus
sustitutos, eran arrojados al mar en honor de la diosa Luna, Atenea o Ino, y el
parasol se utilizaba, al parecer, para amortiguar la caída (véase 89.6; 92.3;
96J y 98.7).
8. El anegamiento de Hele es igual al de Ino. Ambas
son diosas Luna y el mito es ambivalente: representa la puesta de la luna todas
las noches y, al mismo tiempo, el abandono del culto lunar de Hele en favor del
solar de Zeus. Ambas son igualmente diosas del Mar: Hele dio su nombre a la confluencia
de dos mares; Ino-Leucotea se le apareció a Odiseo en forma de gaviota y le
salvó de perecer ahogado (véase 170.y).
9. Es más probable que la tribu de Atamante emigrara
desde el monte Lafistio y de Atamania, en Beocia, al monte Lafistio y a Atamania,
en Tesalia, que lo contrario; él estaba fuertemente
relacionado con Corinto, el reino de su hermano Sísifo, y se dice que fundó la
ciudad de Acrefia, al este del lago Copáis, donde había un «Campo de Atamante»
(Estéfano de Bizancio sub Acrefia;
Pausanias: ix.24.1). A varios de sus hijos se atribuye también la fundación de
ciudades beocias. Se le describe razonablemente como hijo de Minia y rey de
Orcómeno, lo que le habría dado poder sobre la llanura copaica y el monte
Lafistio (Escoliasta sobre Apolonio de Rodas: i.230; Helánico sobre Apolonio de
Rodas: iii.265) y le habría aliado con Corinto contra los estados intermedios
de Atenas y Tebas. El probable motivo de los viajes de los atamanianos hacia el
norte por Tesalia fue la guerra desastrosa que se libró entre Orcómeno y Tebas,
recordada en el ciclo de Heracles (véase 121.d). Las furias de Néfele en la
montaña recuerdan a las hijas de Minia, de las que se dice que fueron presas de
un frenesí báquico en el monte Lafistio (Escoliasta sobre Alejandra de Licofrón, 1237), el supuesto origen del festival de
las Agrionias en Orcómeno.
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