domingo, 28 de julio de 2013

Teseo

Durante una visita a Corinto, el rey Egeo de Atenas se casó en secreto con la
princesa Etra. Ésta se había cansado de esperar que Belerofonte, con quien debía
contraer matrimonio, volviera de Lidia. Tras unos días felices con Etra, Egeo le dijo:
—Me temo que tengo que irme, querida. Si tuvieras un hijo, lo más seguro para
él sería que atribuyeras su paternidad al dios Poseidón. Mi sobrino mayor te mataría, si
supiera lo de nuestra boda, porque espera ser el siguiente rey de Atenas. ¡Adiós!
Egeo no regresó nunca.
Etra tuvo un hijo al que llamó Teseo y, el día que éste cumplía catorce años, le
preguntó:
—¿Puedes mover esa enorme roca?
Teseo, un muchacho con una fuerza enorme, levantó la gran piedra y la lanzó
lejos. Escondidas bajo la roca, encontró una espada con una serpiente dorada grabada en
la hoja y un par de sandalias.
—Esto lo dejó aquí tu padre —dijo Etra—. Es Egeo, rey de Atenas. Llévaselo y
dile que lo encontraste bajo esta roca. Pero, ten cuidado: no digas nada a sus sobrinos,
porque se enfurecerían si descubrieran que tú eres el auténtico heredero del trono de
Atenas. Es por ellos que durante todos estos años he dicho que tu padre era Poseidón y
no Egeo.
Teseo viajó a Atenas por el camino de la costa. Primero, se encontró con un
gigante llamado Sinis, que tenía la horrible costumbre de doblar dos pinos, el uno hacia
el otro, atar algún pobre viajero por los brazos a las copas de los mismos y, de repente,
soltarlos. Los árboles se enderezaban partiendo al viajero en dos. Teseo luchó contra
Sinis, lo dejó sin sentido e hizo con él lo que él hacia con los demás.
Después, Teseo se enfrentó y mató a una monstruosa cerda salvaje, una bestia
que tenía unos colmillos muy grandes y más afilados que una hoz. Más tarde, combatió
con Procrustes, un malvado posadero que vivía junto al camino y que sólo tenía una
cama en su posada. Si el viajero era demasiado bajo para la cama, Procrustes lo alargaba
con un instrumento de tortura llamado «potro»; si era demasiado alto, le cortaba los
pies, y si tenía la altura adecuada, lo asfixiaba con una manta. Teseo derrotó a
Procrustes, lo ató a la cama y le cortó los dos pies. Pero vio que aún era demasiado alto,
así que también le cortó la cabeza. Luego, envolvió el cadáver con una manta y lo arrojó
al mar.
El rey Egeo se había casado de nuevo, recientemente, con una bruja llamada
Medea. Teseo desconocía este matrimonio, pero cuando llegó a Atenas, Medea, con su
poder mágico, supo quién era él y decidió envenenarle, poniendo matalobos en su copa
de vino. Medea quería que el siguiente monarca fuera uno de sus hijos. Por suerte,
cuando Egeo vio la figura de la serpiente en la espada de Teseo, supuso que el vino
estaba envenenado y rápidamente tiró la copa que Medea tenía en la mano y que, en ese
momento, ofrecía a Teseo. El veneno hizo un gran agujero en el suelo y Medea escapó
en una nube mágica. Luego, Egeo mandó un carruaje a Corinto para recoger a Etra y
anunció:
—Teseo es mi hijo y heredero. Al día siguiente, cuando Teseo se dirigía al templo, los sobrinos de Egeo le
tendieron una emboscada, pero Teseo luchó y los mató a todos.
Varios años antes, el hijo del rey Minos, Androgeo de Creta, estuvo en Atenas y
ganó todas las competiciones de los juegos atléticos: carreras, saltos, boxeo, lucha y
lanzamiento de disco. Los sobrinos de Egeo, celosos, lo acusaron de conspirar para
hacerse con el trono y lo asesinaron. Cuando Minos protestó ante los dioses del Olimpo,
éstos ordenaron a Egeo que, cada nueve años, enviara a siete chicos y siete chicas de
Atenas, para que fueran devorados por Minotauro de Creta. Minotauro era un monstruo
—medio toro y medio hombre— que Minos guardaba en el centro del laberinto que
Dédalo había construido para él. Minotauro conocía todos los rincones y curvas del
laberinto, y conducía a sus víctimas hasta un pasillo sin salida, donde las tenía a su
merced.
Los atenienses, enojados con Teseo por haber matado a sus primos, lo eligieron
como uno de los siete chicos que enviaban al sacrificio ese año. Teseo lo agradeció,
diciendo que estaba contento de tener la oportunidad de librar a su país de aquel
espantoso tributo. El barco en el que viajaban las víctimas del sacrificio estaba
aparejado con velas negras, de luto, pero Teseo se llevó también unas velas blancas.
—Si mato a Minotauro, izaré estas velas blancas. Si Minotauro me mata a mí,
seguirán puestas las negras.
Teseo rezó a la diosa Afrodita. Y ella lo escuchó y le ordenó a su hijo Eros hacer
que Ariadna, la hija de Minos, se enamorara de Teseo. Aquella misma noche, Ariadna
fue a la prisión donde estaba Teseo, drogó a los guardias, abrió la puerta de su celda con
una llave robada del cinturón de Minos y le preguntó a Teseo:
—Si te ayudo a matar a Minotauro, ¿te casarás conmigo?
—Encantado —contestó él, besándole la mano.
Ariadna guió a Teseo y a sus acompañantes hasta la salida de la prisión. Luego,
les enseñó un ovillo mágico que le había entregado Dédalo antes de abandonar Creta.
Lo que tenían que hacer era atar el cabo suelto del ovillo a la puerta del laberinto y éste
rodaría mágicamente por los caminos enrevesados, hasta llegar al claro que había en el
centro.
—Minotauro vive allí —dijo Ariadna—. Duerme exactamente una hora de cada
veinticuatro, a medianoche, y muy profundamente.
Los seis compañeros de Teseo vigilaban la entrada, mientras Ariadna ataba el
hilo a la puerta del laberinto. Teseo entró, pasó la mano a lo largo del hilo en la
oscuridad y llegó, poco después de la medianoche, hasta donde dormía Minotauro.
Luego, cuando salió la luna, le cortó la cabeza al monstruo con una espada de hoja
afilada que le había prestado Ariadna. Después, siguió el hilo en sentido contrario hasta
la entrada, donde sus amigos lo esperaban ansiosos. Mientras tanto, Ariadna había
liberado también a las siete chicas y, después, fueron todos juntos hacia el puerto. Teseo
y sus amigos agujerearon los cascos de los barcos de Minos; luego, subieron a bordo del
suyo y partieron rumbo a Atenas. Los barcos cretenses que intentaron perseguirles
pronto se llenaron de agua y se hundieron. Así que Teseo huyó sano y salvo, con la
cabeza de Minotauro y con Ariadna.
Poco después, Teseo atracó su barco en la isla de Naxos porque necesitaban
alimentos y agua. Mientras Ariadna descansaba tumbada en la playa, el dios Dionisos se
le apareció de repente a Teseo:
—Quiero casarme con esta mujer —dijo—. Si te la llevas lejos de mí, destruiré
Atenas, haciendo que todos sus habitantes se vuelvan locos.
Teseo no se atrevió a ofender a Dionisos y, como además tampoco estaba muy
enamorado de Ariadna, la dejó dormida y se marchó. Ariadna se enfureció al despertar
y verse abandonada, pero Dionisos apareció pronto, se presentó y le ofreció una gran
copa de vino. Ariadna se la bebió entera, se encontró mejor enseguida y decidió que era mucho más glorioso casarse con un dios que hacerlo con un mortal. El regalo de boda
de Dionisos fue la espléndida diadema de piedras preciosas que hoy es la constelación
de la Corona Boreal. Ariadna tuvo varios hijos con Dionisos y finalmente volvió a Creta
como reina.
A su regreso, Teseo, a causa de los nervios, olvidó cambiar las velas, y el rey
Egeo, que observaba ansioso la vuelta de las naves desde un acantilado cercano a
Atenas, vio aparecer las velas negras en lugar de las blancas. Vencido por el dolor, saltó
al mar y se ahogó. Teseo, entonces, se convirtió en el rey de Atenas e hizo las paces con
los cretenses.
Unos años después, las amazonas, una fiera raza de mujeres guerreras de Asia,
invadieron Grecia y atacaron Atenas. Gracias a los consejos de la diosa Atenea, Teseo
consiguió derrotarlas; pero, desde entonces, alardeó siempre de su coraje.
Un día, su amigo Pirítoo le dijo:
—Estoy enamorado de una hermosa mujer. ¿Me ayudarás a casarme con ella?
—Por supuesto —contestó Teseo—. ¿No soy el rey más valiente que existe?
¡Mira lo que les hice a las amazonas! ¡Mira lo que le hice a Minotauro! ¿Quién es esa
mujer?
—Perséfone, la hija de Deméter —contestó Pirítoo.
—¿En serio? ¡Pero si Perséfone ya está casada con el rey Hades, dios de la
muerte!
—Lo sé, pero ella odia a Hades y quiere tener hijos. Y no puede tenerlos con el
dios de la muerte.
—Parece una aventura bastante arriesgada —consideró Teseo, poniéndose
pálido.
—¿No eres el rey más valiente que existe?
—Lo soy.
—¡Entonces, vamos!
Cogieron sus espadas y, por la puerta lateral, descendieron hasta el Tártaro. Allí,
le dieron al can Cerbero tres pasteles con jugo de amapola para adormilarlo. Luego,
Pirítoo golpeó con los nudillos la puerta del palacio de Hades y entraron.
Hades preguntó sorprendido:
—¿Quiénes sois, mortales, y qué queréis?
—Yo soy Teseo, el rey más valiente que existe. Éste es mi amigo Pirítoo, que
cree que la reina Perséfone es demasiado buena para ti. Y quiere casarse con ella —le
dijo Teseo.
Hades sonrió. Nadie lo había visto sonreír jamás.
—Bueno —contestó—. Es cierto que Perséfone no es completamente feliz
conmigo. Quizá podría dejarla marchar, si me prometes tratarla bien. ¿Por qué no
hablamos de ello más tranquilamente? Por favor, tomad asiento en ese cómodo banco.
Teseo y Pirítoo se sentaron, pero el banco que les había ofrecido Hades era
mágico. Y se quedaron pegados a él, de forma que no podrían escapar jamás sin
arrancarse una parte de sí mismos. Hades miraba, soltando grandes risotadas, mientras
los dos amigos eran azotados por las furias, picados por unas serpientes con manchas
fantasmagóricas, y los dedos de sus manos y sus pies eran mordidos por Cerbero, que
salía de su estupor.
—¡Pobres estúpidos —dijo Hades, riéndose entre dientes—, os quedaréis aquí
para siempre!

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