Sísifo, rey de Corinto, que construyó la primera flota de los corintios, poseía un
gran rebaño. Su vecino Autólico tenía otro más pequeño.
Autólico se había portado bien con Maya, antes de nacer Hermes, ocultándola en
su casa cuando la celosa diosa Hera quería matarla. Hermes, agradecido, le dio a
Autólico el poder mágico de convertir a los toros en vacas y de cambiar el color de
blanco a rojo, o de negro a moteado. Autólico, que era un ladrón muy listo, a menudo
robaba el ganado de Sísifo en los pastos cercanos a su propiedad y convertía los toros
blancos en vacas rojas, y los toros negros en moteados. Sísifo se dio cuenta de que su
rebaño menguaba y que el de Autólico era cada día más numeroso. Sospechaba de
Autólico, pero nunca podía probar que fuera el ladrón. Por fin, se le ocurrió la idea de
marcar las pezuñas de los animales que le quedaban con las letras SIS (abreviatura de
Sísifo). Cuando desaparecieron más animales, Sísifo envió a sus soldados al campo
donde estaba el rebaño de Autólico y les ordenó que examinaran las pezuñas de todas
las reses: encontraron cinco animales marcados con las letras SIS.
—Yo no los he robado —afirmó Autólico—. Son míos. ¿Desde cuándo tiene
Sísifo algún animal de este color? Sísifo debe de haber entrado en mis pastos y marcado
las pezuñas.
Todo el mundo discutía y gritaba. Mientras tanto, Sísifo se vengó. Entró en la
casa de Autólico y se fugó con su hija, con quien tuvo a Odiseo, el más listo de los
griegos que lucharon en Troya.
Un día, el dios-río Asopo se apareció ante Sísifo y le dijo:
—Tienes la mala fama de fugarte con las hijas de los demás. ¿Te has llevado a la
mía?
—No —contestó Sísifo—. Pero sé donde está.
—¡Dímelo!
—Primero, haz que nazca un manantial en la colina donde estoy construyendo
mi nueva ciudad.
Asopo golpeó el suelo con una vara mágica e hizo brotar el manantial, al lado
del cual Belerofonte capturaría a Pegaso.
Sísifo dijo entonces:
—Zeus se ha enamorado de tu hija. Están caminando cogidos de la mano por el
bosque de aquel valle.
Asopo, muy enfadado, fue en busca de Zeus, que había dejado sus rayos
descuidadamente colgados de un árbol. Cuando Asopo corrió hacia él con su vara, Zeus
escapó y se disfrazó de roca. Asopo pasó de largo y Zeus volvió a su forma verdadera,
recogió sus rayos y le lanzó uno a Asopo, que desde entonces cojearía de su pierna
herida.
Zeus ordenó a su hermano Hades que arrestara a Sísifo y que lo castigara con
gran severidad por haberle revelado a Asopo un secreto divino.
Hades entonces fue a ver a Sísifo.
—Ven conmigo —le dijo.
—Por supuesto que no. El dios que viene a buscar a los espíritus es Hermes, no tú. Además, yo no voy a morir todavía. ¿Qué llevas en esa bolsa?
—Esposas, para evitar que te escapes.
—¿Qué son esposas?
—Unos brazaletes de acero, encadenados entre sí. Los inventó Hefesto.
—Enséñame cómo funcionan.
Hades se puso las esposas a sí mismo y Sísifo las cerró con rapidez. Luego,
desencadenó a su perro y puso el collar de éste alrededor del cuello de Hades.
—Ahora, te tengo asegurado, rey Hades —rió.
Pese a que Hades rabió y lloró, Sísifo lo mantuvo encadenado a la caseta del
perro durante un mes. Nadie pudo morirse mientras Hades estuvo preso. Pero cuando
Ares, dios de la guerra, descubrió que las batallas se habían convertido en luchas
fingidas porque nadie moría, fue a ver a Sísifo y lo amenazó con estrangularlo.
—Es inútil tratar de matarme —dijo Sísifo—. Tengo al rey Hades encadenado
en la caseta del perro.
—Lo sé, pero puedo apretarte la garganta hasta que la cara se te ponga negra y
la lengua te cuelgue. No te gustaría nada. También puedo cortarte la cabeza y
esconderla. ¡Libera al rey Hades ahora mismo!
Rezongando, Sísifo hizo lo que le ordenaba Ares. Luego, se fue con él al Tártaro
y le dijo a la reina Perséfone:
—No puedo aceptar que me traigan aquí de esta forma. Ni siquiera me han
enterrado como es debido. El rey Hades debería haberme dejado al otro lado de la
laguna Estigia, donde los jueces no pueden castigarme.
—Muy bien —contestó Perséfone—. Puedes volver a subir y arreglarlo todo
para ser enterrado con un óbolo debajo de la lengua, pero vuelve mañana sin falta.
Sísifo se fue a casa riendo. Llegó el día siguiente y Sísifo no regresó, así que
Hades envió a Hermes para buscarlo.
—¿Por qué? —preguntó Sísifo—, ¿acaso las parcas han cortado el hilo de mi
vida?
—Sí —respondió Hermes—. Vi cómo lo hacían. No tenías que haber revelado el
secreto de Zeus a Asopo.
Sísifo suspiró.
—De todas formas, le obligué a que hiciera aparecer un magnífico manantial de
agua para Corinto.
—Ven, sígueme, y basta de trucos, por favor.
La roca que los jueces de los muertos obligaron a Sísifo a empujar hasta la cima
de la colina en el Tártaro era exactamente igual a la roca en que Zeus se había
convertido cuando se escondía de Asopo.
De todas formas, los corintios amaban a Sísifo, por todo lo que había hecho por
ellos, y siguieron celebrando una fiesta anual en su honor.
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