domingo, 14 de julio de 2013

La flor azul

Jo-Fu, un joven muy inteligente, apuesto y bueno, se enamoró de Estrella Triste, la melancólica hija del rey. Pero Jo-Fu era pobre y de origen humilde. Jamás osaría declarar su sentimiento a la princesa de sus sueños. Con todo, el amoroso secreto era un gran peso para su corazón. Y fue a pedir consejo al anciano Mi.
El viejo Mi le dijo:
-Ve en busca de la flor azul. Mira ahí tienes una caja. Está hecha de madera de cerezo. La flor azul de la felicidad no crece en los jardines, ni en las praderas, ni en los bosques, aparecerá, por milagro, dentro de esa caja, tan pronto encuentres a quien te demuestre que no es egoísta.
Jo-Fu estaba radiante de alegría.
¿Podrá amarme, pues Estrella Triste?
-Te amara cuando vayas a ofrecerle la flor azul. Te amará y su melancolía desaparecerá de su corazón y de su rostro.
-¡Oh anciano! Entonces todo es fácil.
-No es tan fácil como crees, hijito. El egoísmo es el torvo dueño del alma humana.
-Tengo muchos amigos que son generosos.
-Ponlos a prueba, pidiéndoles algún sacrificio.
-Lo hare, sabio Mi.
-El primero que te de una prueba de altruismo, hará nacer la flor de la alegría. Entonces abre la caja, y verás cómo brilla con tierna luz su delicada corola.
Jo-Fu dio las gracias al anciano y se alejó con el ánimo lleno de esperanza.
Y se dirigió a la blanca casa de Wan, su amigo más querido.
Wan lo recibió con amabilidad y le ofreció dulces y licores.
Jo-Fu palpaba la cajita de madera oculta en el bolsillo de su chaqueta, y pensaba “Wan es realmente bueno. Me daría todo cuanto posee, si se lo pidiese”
-¿Cómo van las cosas?- pregunto el amigo.
-Por desdicha me van muy mal. Un incendio destruyo mi casa. No me ha quedado nada; tengo que ir errante de ciudad en ciudad. ¿Puedes hospedarme tú?
-Puedes quedarte aquí un día. No más. Ya que espero a un viejo tío, a quien debo mucho. Habita al otro lado del río. Estaba cansado de vivir solo.
-¡Oh, pero  tu casa es espaciosa! Los tres cabemos perfectamente.
-A mi tío le acompañan tres criados.
-La casa es grande –Insistió Jo Fu-; un rinconcito me basta.
-Dentro de poco tomaré esposa. Luego, naturalmente, vendrán los hijos.
-Comprendo- dijo Jo- Fu, decepcionado.
Saludó a Wan y fue a visitar a otro amigo. Este tenía mujer e hijos. Era de carácter muy expansivo. Lo acogió cordialmente.
-Estoy contento de verte- dijo.
Le presento a su esposa y a sus hijitos, lo invitó a comer. “Realmente me quiere”, pensaba Jo-Fu con alivio. “En su rostro alegre y sincero se lee la bondad”
¿Eres rico preguntó?
El amigo lo miro sin suspicacia.-Riquísimo. Me dedico al comercio ¿sabes? Mis colegas dicen que soy hábil. Tengo en verdad el instinto de los negocios.
¡Feliz tú! A mí en cambio la fortuna me es adversa. Tal vez, si me prestaras una suma, lograría rehacer mi vida.
La alegría del amigo se hizo trizas como un cristal golpeado por un palo de hierro.
-¿Una suma? En este momento mi caja de caudales está vacía. Mis acreedores no me pagan. Estos tiempos son malos.
Jo-Fu  comprendió que también este segundo amigo era esclavo del egoísmo. La florecilla azul ciertamente no se abriría gracias a él. Por eso fue a poner a prueba el corazón de otros jóvenes, de cuyo afecto no había dudado nunca. Mas ¡Pobrecito!, no hizo otra cosa que multiplicar sus decepciones. Convenciose, con el alma llena de amargura, que el altruismo no existe en la tierra.
Una tarde, cansado y descorazonado, fue a parar en casa de un leñador.
¿Puedes darme alojamiento por esta noche? Llueve y hace un día que ando sin descanso. No puedo con mis piernas.
El leñador era un hombre rudo.
-No creas que tu petición es de mi gusto. ¡Bah, échate en la yacija, allá en el rincón! ¿Tienes hambre? Pues has caído en mal sitio. A mí no me sobra nada. ¡Ah mira! Puedo ofrecerte un poco de pescado salado y un puñado de arroz. Agua  sí la hay en abundancia. La jarra está llena.
-No quiero que te sacrifiques por mí- dijo Jo-Fu. Me echaré en el suelo, sin más.
-¿Crees que no tengo una cama, una verdadera cama para mí? Tampoco me falta comida. Poseo una casita a poca distancia de aquí.
El hombre encendió la lámpara, porque ya la noche invadía la estancia.
-Arréglate como puedas. Yo me voy.
Jo-Fu comió el arroz  y el pescado que el hombre había dejado sobre una mesita, bebió agua fresca de la jarra y se echó en la yacija. Mas, a pesar de estar muy fatigado, no lograba conciliar el sueña. Pensaba en la princesa Estrella Triste, tan dulce, tan melancólica, tan lejana. Tenía en su pensamiento la flor azul que nunca podría ofrecerle para hacerla feliz y ser amado por ella.
Recordó las palabras del anciano Mi “El egoísmo es el torvo dueño del alma humana”. Paso la  noche en la inquietud. Al amanecer se levantó  y salió de la cabaña. Ya no llovía. El cielo, sobre la oscura cabellera de los arboles tenía un luminoso, delicadísimo color azul. El joven dio unos cuantos pasos y se detuvo. Un hombre estaba echado al pie de una encina. Jo-Fu se inclinó ansioso sobre él, le agarro un brazo, lo sacudió.
-¿Duermes? Cuidado el suelo esta empapado de agua. Levántate, haz un esfuerzo. Te acompañare a la cabaña del leñador.
El sueño del leñador era pesado.
-Te digo que despiertes.
De repente, Jo-Fu lanzó un pequeño grito de asombro. El durmiente no era otro que el mismo leñador. El buen hombre le había ofrecido su modestísima casa, su poca comida. Y para que aceptara la hospitalidad sin remordimiento, le había  contado la mentira de otra casa con un lecho cómodo y comida en abundancia.
“Entonces el altruismo existe”, pensaba  el joven satisfecho.
En su corazón, como en el cielo, renacía la esperanza. Ayudó a su bienhechor a levantarse, lo acompaño a la cabaña, lo despojó de los vestidos calados y lo obligó a echarse en la yacija. Luego abrigo con una manta el cuerpo del anciano. El hombre pronto se quedó dormido.
Jo-Fu salió de la cabaña emocionado y alegre. Atravesó  el bosque a paso ligero. El sol hacía de brillar las hojas llevadas por la lluvia nocturna; llegaba con sus rayos a todos los rincones, borrando las últimas sombras. Los pajaritos gorjeaban, las mariposas confiaban al aire del nuevo dìa sus pequeñas alas multicolores.
Jo-Fu tocó instintivamente la caja que hacía tanto tiempo  guardaba en el bolsillo. La tomo con ansiedad, abriola y vio, conmovido, la mágica flor de la alegría que libera el alma de la tristeza, la delicada flor azul.
Dirigiose resueltamente al palacio real.
Y dijo a los recelosos guardias que intentaban negarle el paso:
-La princesa Estrella Triste no sabe sonreír, tiene el alma oscura como la noche. Yo le traigo un don que disipara su melancolía.
-Mientes- dijeron los guardias, que eran seis hombres fuertes como colosos. Mientes.
Trataron de rechazarlo.
Pero Jo-Fu se sentía protegido por Buda.
-me ire- dijo-; pero antes quiero entregar mis ofrenda a Estrella Triste.
-¿Crees, tonto de ti, que Estrella Triste, nuestra maravillosa princesa, la hija del monarca más poderoso de la tierra, pude recibir a un joven de tu estampa? Vete, si no quieres salir mal parado.
Un viento formidable se levantó de improvisó, echó a tierra a los tozudos guardias, empujó  a Jo-Fu arriba, por una escalera de mármol rojo, hizole atravesar con prodigiosa rapidez, galerías, claustros, salones, corredores, terrazas… y finalmente lo izó, como  hubiese sido una pluma, en la cumbre e la torre de oro. La princesa estaba sola allá arriba: contemplaba la ciudad, el río lejano, las nubes. Llevaba un vestido de raso blanco adornado con perlas.
La aparición de Jo-Fu la sobresaltó.
-¿Quién eres?- preguntó la muchacha con débil voz emocionada.
También el joven estaba conmovido.
-Un día te vi- explicó. Pasabas entre la multitud en tu carroza de oro. Y me dije “La princesa no sabe sonreír. Su esplendor no tiene alegría”. Desde aquel instante, sólo pienso en ti, tan hermosa y tan inexplicablemente infeliz.
El joven abrió la cajita de madera y ofreció a Estrella Triste la flor azul. La muchacha se animó, brillaron sus ojos, su boquita se abrió en una radiante sonrisa.
-Te esperaba-dijo. Buda me había advertido en sueños que un joven de almo limpia, confiado en la bondad de los hombres, vendría un día a ofrecerme la flor azul de la alegría. La duda de no verte llegar me atormentaba, encendía en mi animó  un ansia  dolorosa y ardiente.
-Debo decirte-confesó el joven- que ya no tengo demasiada confianza en la bondad de los hombres. Pero estoy seguro de que existe todavía algún hombre generoso. Si no tuviese este convencimiento, la flor que te ofrezco, la flor del milagro, no se habría abierto.
Estrella Triste llevó al joven a presencia de su padre, el emperador.
El anciano monarca, que veía sonreír a su amantísima hija por primera vez, abrazó a Jo-Fu con  paternal ternura. Y llamó a Pa-Tu, su ministro y amigo para encargarle la organización de los festejos nupciales.

Jo-Fu y Estrella Triste, que tomó luego el nombre de Estrella Radiante, se desposaron con gran pompa. Todos notaron, sobre los negrísimos cabellos de la princesa, una extraordinaria diadema: la flor de la felicidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario