domingo, 28 de julio de 2013

La leyenda de la vainilla

La historia cuenta que en los tiempos del rey totonaca Teniztli III, una de sus hijas, Tzacopontziza “Lucero del Alba”, llamada así por su gran belleza fue consagrada al culto de Tonacayohua diosa de la siembra y los alimentos.
Tzacopontziza se enamoró de un joven príncipe llamado Zkatan-oxga “Joven Venado”, a pesar de que tal sacrilegio estaba penado con la muerte; al no encontrar refugio para su amor, huyeron hacia la montaña, donde se les apareció un monstruo que los envolvió en llamas obligándolos a retroceder.
A su regreso los sacerdotes los esperaban y sin explicación alguna fueron degollados y llevados al adoratorio, en donde tras sacarles el corazón y ponerlos en piedras votivas del ara de la diosa, fueron arrojados a una barranca. En el lugar en que se les sacrificó, la hierba empezó a secarse como si la sangre de las dos víctimas, allí esparcida, tuviera un maléfico influjo.
Tiempo después empezó a brotar un arbusto elevándose a varios palmos del suelo y cubierto de espeso follaje, al alcanzar su desarrollo total, comenzó a crecer junto a su tallo, una orquídea trepadora sobre el tronco del arbusto. Una mañana, la planta se cubrió de flores y todo el sitio se baño de exquisitos aromas.
Ante el asombro de los sacerdotes, no dudaron en creer que la sangre de los dos príncipes se había transformado en arbusto y orquídea; su sorpresa fue mayor, cuando las hermosas flores se convirtieron en largos y delgados frutos que al madurar desprendían un dulce y suave perfume, como si el alma inocente de Lucero del Alba esenciara en él, las fragancias más exóticas.
Así la vainilla fue declarada planta sagrada y se elevó como ofrenda divina en los adoratorios totonaca tomando el nombre de caxixanath que significa flor recóndita.

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