Un hombre se
detuvo en la plaza de un pueblo. Era un tipo extraño: alto, magrisìmo, con unos
ojos que parecían encendidos en perenne cólera. Hablaba con voz estridente,
mirando amenazadoramente a los que estaban en torno suyo. Abrió una cajita de
madera y sacó de ella un hombrezuelo de un palmo de estatura.
-Pim-gritó-;
divierte a hombres y mujeres, divierte a viejos y niños.
El enano, de pie,
sobre la mano de su dueño, saludo a diestra y siniestra, mientras sus
minúsculas pupilas, negrísimas y opacas, daban vueltas sobre su esclerótica
amarillenta. La gente reía. Nang pensó que Ling, su hijita, habría celebrado
con risas los ademanes y los guiños de Pin. Pero Lin, pobre niña, no podía
moverse de su camita. Estaba enferma desde hacía dos años, la tristeza se
aliaba con la dolencia para acabar con ella. Hacía mucho tiempo que el padre no
había visto sonreír a su criatura.
“Si quiero
tener a Pim, es necesario que me apodere de el” Nang era hábil y prudente. El
hombre alto y magro volvió a meter al enanito en la caja y pasó el platillo
entre los circunstantes. Entonces Nang se acercó y le dijo:
-Yo debo irme
a mi pueblo, que dista a una legua de aquí. Tengo la barca a la orilla del ròp.
Si quieres trasladarte a algún pueblo de los alrededores puedo llevarte.
Y Nang
contribuyó al espectáculo con una moneda de cobre.
El dueño de
Pim lo miró con desconfianza. Luego dijo con una mueca:
-Acepto- y
continúo pasando el platillo.
Hubiérase
dicho que dispensaba a Nang un favor supremo. Cuando hubo recogido una cierta
suma, el dueño de Pim despidió con voces coléricas a la gente que no se decidía
a abandonar la plaza.
-Siégueme-
Invito Nang.
Ambos
caminaron un largo trecho. La barca reposaba en la arena de la ribera. Era
brillante y roja; una alfombre verde de lana le daba un aspecto cómodo y
acogedor. El hombre larguirucho salto adentro sin doblarse. Tenía la
imposibilidad y la rigidez de un palo.
-Puedes echarte-aconsejo
Nang-; la barca es blanda como una cama.
El hombre se
echó sin muchos cumplidos.
Estrechaba
contra su pecho la cajita de madera.
Nang empujó la
ligera embarcación hacia el agua. Y se puso a remar. Cantaba con dulzura:
La luna
despierta
En su palacio
de nubes.
Y dentro de
poco
Se asomará a
la ventana.
La barca se
deslizaba sobre el agua apacible del río. En el cielo palpitaban las sombras
violentas del crepúsculo. El larguirucho estaba cansado; la voz de Nang,
armoniosa y amable, lo acunaba. Acabó por dormirse, estrechando como siempre la
cajita de madera.
Cuando se
convencido de que el sueño del compañero era profundo, Nang detuvo la barca y
la varó en la orilla. Entonces se apodero de la cajita y echo a correr. Llegó a
su pueblo en pocos minutos y se precipitó a su casa, donde lo esperaba la mujer
y la enfermita.
-Traigo un
regalo-gritó alegremente.
Abrió la
cajita y ante todo asombro de la mujer y la niña, sacó de ella Pim.
El hombrecito
se escabullo de su prisión y púsose a
hacer piruetas por la estancia, dando saltos sobre la cama de la niña.
De repente se
puso grave:
-Oh, amigo
mío!-dijo saltando velozmente sobre el hombro de Nang. Yo soy el príncipe
Ven-Sa. Vivía feliz en mi palacio de madreperla y cristal. Mis padres me
adoraban, mis amigos me querían y admiraban. Y fui a parar no sé cómo a la casa
del Mago Tom-Bu. Un verdadero diablo. Tom-Bu odiaba a mi padre. Y precisamente
para hacerle daño, me transformo en una especia de ridículo juguete,
pronunciando algunas palabras mágicas. Hace diez años que me lleva
consigo, obligándome a hacer el bufón
ante miles de espectadores.
Nang se
conmovió. Y también se conmovieron profundamente su mujer y su hijita.
-Quiero
librarte del mal encantamiento-dijo Nang, con generosidad.
-No es
posible-Lámentose pin-; nadie en el mundo conoce las palabras misteriosas que
poseen de hacer que recobre mis proporciones. En cambio, conozco muy bien las palabras que hacen empequeñecer. Se
necesitan pronunciarlas al aire libre. Sin embargo, yo no puedo utilizarlas en mal de nadie. Porque no
soy un hombre como los demás. Me veo reducido a un miserable estado, preso en
las redes de un siniestro maleficio.
La enfermita
estallo en sollozos.
-¡Oh, padre
mío, ayuda a este pobrecillo!
Nang tuvo una
idea genial.
-¿Cuáles son
las palabras que se pronuncian para empequeñecer a un hombre?
-Estas Baquicá
Coquequé
-¡Ah! Baquicá
Coquequé. Muy bien no las olvidare: Baquicá Coquequé.
La enfermita
ceso de llorar inmediatamente.
-Esperadme-
dijo el hombre. Y hecho a correr hacia el río. La barca seguía en la orilla, en
el mismo sitio en que la dejara. Tom-Bu seguía durmiendo.
Nang empujó la
embarcación hacía el agua, salto adentro y se puso a remar, cantando.
El mago, finalmente
se despertó y lanzó un grito de rabia.
-¿Y la cajita?
¿Dónde está mi cajita? Nang, sin inmutarse, pronunció las palabras mágicas:
Baquicá Coquequé.
El hombretón se convirtió inmediatamente en un enanito de
apenas un palmo de alto.
Era realmente cómico,
y la cólera lo hacía más ridículo.
Quiero
recobrar mis proporciones, yo no puedo ser un muñeco.
-Transfórmate,
si quieres-dijo Nang.
-¡Ah! Lo haría
con gusto y te aplicaría un castigo
tremendo, te lo aseguro. Mas así reducido, soy como una monda de manzana; no
puedo hacer nada.
-Lastima-dijo
Nang con ironía.
Tom-bu guardo
unos momentos de silencio. Luego fingió cierta calma y se esforzó en hablar
amablemente.
-Tú podrías
ayudarme. A pesar de todo, no creo que seas malo.
-¿Y cómo podría ayudarte?
-¡Oh! Es muy sencillo. Pronunciando las palabras:
Mitutú, napopó.
-Con mucho gusto, con muchísimo gusto. Pero temo que
estas palabras sean demasiado difíciles para mí. ¿Sabes? Tengo un forúnculo en
la lengua, y no puedo decir todo lo que quiero.
-Pruébalo, te lo ruego, Mitutú, napopó.
Nang había varado la barca.
-Espérame-gritó al hombrecito-; voy a ponerme en la
lengua los polvos de zit. Los polvos de zit son milagrosos.
Echó a correr, y llegó
a su casa en un abrir y cerrar de ojos. Su mujer y su hija estaban
consolando a Pim.
-¡Alegraos todos!-grito Nang.
Y exclamo victoriosamente:
¡Mitutú, napopó!
Pim volvió de golpe a ser el bellísimo príncipe que
antes había sido. Y la niña enferma sintió tan grande alegría con el milagro,
que sanó repentinamente de su enfermedad.
-¡Oh, Nang!-dijo el joven. Ven-Sa conoce la gratitud.
Me voy al reino de mis padres. Pero volveré pronto. Y entonces vosotros me acompañaréis,
y tu hijita será mi esposa.
-¿Y qué haremos con el mago que he transformado en
enano?-preguntó Nang.
-Abandónalo a su suerte- aconsejó Ven-Sa, antes de
alejarse de sus amigos.
Nang no pudo resistir la tentación de volver a ver a Tom-bu. A pesar de todo, le
daba lástima. Pero Tom-Bu ya no estaba en la barca. Dando saltos de impaciencia
y de rabia, acabó por car al río, ahogándose lastimosamente.
Dos años más tarde, el príncipe Ven-Sa contraía
nupcias con Flor de lila, la hijita de Nang. Fueron largos días de festejos y
esplendor.
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