miércoles, 6 de marzo de 2019

La gorriona de la lengua cortada

Hace mucho, mucho tiempo, vivían en Japón un anciano y su esposa. El anciano era un hombre bueno, amable y trabajador, pero su esposa era la típica arpía que destruía la felicidad de su hogar con una lengua malhablada. Siempre estaba gruñendo, desde la mañana hasta la noche. El anciano hacía mucho tiempo que había dejado de prestar atención a sus enfados. Pasaba la mayor parte del tiempo trabajando en los campos, y, como no tenía ningún hijo, para divertirse cuando llegaba a casa, tenía una gorriona domada. Amaba tanto a la pequeña ave como si hubiera sido su hija.

    Cuando volvía por la noche después de un duro día de trabajo al aire libre, su único placer era criar a la gorriona, hablar con ella y enseñarle pequeños trucos que aprendía muy rápido. El anciano abría su jaula y la dejaba volar por la habitación, jugando con ella. Después, cuando llegaba la hora de la cena, siempre guardaba algunos trocitos de su comida para alimentar al pequeño pájaro.

    Pero, un día, el anciano salió a cortar madera en el bosque y la anciana se quedó en casa para lavar las ropas. El día antes había hecho algo de almidón y salió a buscarlo, pero no lo encontró. El recipiente que había llenado hasta el borde el día anterior estaba casi vacío.

    Mientras se preguntaba quién podía haberlo usado o robado, bajó volando la gorriona y, tras hacer una reverencia con su pequeña cabeza alada, un truco que le había enseñado su señor, el hermoso pájaro dijo:

    —Soy yo quien se ha llevado el almidón. Pensé que era comida que me habían preparado en el recipiente y me lo comí todo. Si he cometido un error, pido humildemente que me perdones. ¡Pío, pío, pío!

    Como podéis ver, la gorriona era un pájaro sincero, y la anciana debería haberla perdonado al pedirlo tan agradablemente. Pero no lo hizo.

    La anciana nunca había querido a la gorriona, y había discutido con su marido por conservar «ese sucio pájaro», como ella la llamaba, diciendo que solo le daba más trabajo. Ahora estaba encantada de tener un motivo de queja real contra la mascota. Regañó e incluso maldijo al pobre pájaro por su mal comportamiento y, no contenta con usar esas duras palabras y desconsideradas, en un arranque de ira agarró al pájaro —que todo este tiempo tenía las alas extendidas y la cabeza inclinada ante la anciana, para mostrar cuán arrepentida se encontraba—, tomó las tijeras y le cortó la lengua.

    —¡Supongo que usaste esa lengua con mi almidón! ¡Ahora verás qué tal te va sin ella! —Y con estas ominosas palabras, tiró lejos al pájaro, sin preocuparse de lo que pudiera pasarle y sin sentir la más mínima piedad por su sufrimiento. ¡Así de cruel era!

    La anciana, después de alejar a la gorriona, hizo algo más de pasta de arroz, gruñendo todo el tiempo por tener que molestarse en repetir la tarea y, después de almidonar todas las ropas, las extendió en tablas para que se secaran al sol, en vez de plancharlas como se hace en Inglaterra.

    Por la tarde, el anciano llegó a casa. Como siempre, llevaba todo el camino de vuelta deseando que llegara el momento en que alcanzara su puerta y viera a su mascota acercarse volando y piando, agitando las alas para mostrar su alegría y, por último, posándose en su hombro. Pero esa noche, se sintió muy decepcionado, pues ni siquiera pudo ver la sombra de su querida gorriona.

    Avanzó más rápido, quitándose a toda prisa sus sandalias de paja y subiéndose al porche. Todavía no veía por ninguna parte a la gorriona. Estaba seguro de que su esposa, en uno de sus arranques de ira, la habría encerrado en su jaula. Así que llamó al pájaro y dijo, ansioso:

Y con estas terribles palabras ahuyentó al pájaro.

    

    —¿Dónde está hoy Suzume1?

    La anciana fingió no saber nada, respondiendo:

    —¿Tu gorriona? Te puedo asegurar que no tengo ni idea. Ahora que lo pienso, no la he visto en toda la tarde. ¡No me extrañaría que ese ingrato pájaro hubiera volado, cansado de tus cuidados!

    Pero después de que el anciano no dejase de preguntarle una y otra vez por su pájaro, insistiendo constantemente que debía saber qué le había pasado a su mascota, ella lo confesó todo. Le dijo, molesta, cómo la gorriona se había comido la pasta de arroz que había hecho especialmente para almidonar su ropa, y cómo cuando el pájaro había confesado lo que había hecho, llena de ira le había cortado la lengua con las tijeras. También le confesó finalmente que había alejado al pájaro y le había prohibido de nuevo la entrada.

    Entonces, la anciana le enseñó a su marido la lengua de la gorriona.

    —¡Aquí tienes su lengua! Maldito pájaro, ¿por qué se comió mi almidón?

    —¿¡Cómo has podido ser tan cruel!? ¡Oh! ¿Cómo puedes ser tan cruel? —Era todo lo que podía responder el anciano. Era demasiado amable como para castigar a su malvada esposa, pero estaba terriblemente molesto por lo que podría haberle sucedido a su pobre gorrioncita.

    —¡Qué desgracia más horrible que mi pobre Suzume haya perdido la lengua! —se dijo—. Ya no podrá piar más, y seguro que el corte le duele tanto que se ha puesto enferma. ¿No puedo hacer nada?

    El anciano lloró mucho después de que su malvada esposa se fuera a dormir. Mientras se limpiaba las lágrimas con la manga de su túnica de algodón, un brillante pensamiento lo reconfortó: por la mañana iría a buscar a su gorriona. Tras decidirse, pudo por fin dormirse.

    A la mañana siguiente se levantó temprano, al alba, y, tras tomar un rápido desayuno, fue a las colinas y a los bosques, parándose en todas las zonas de bambú para gritar:

    —¿Dónde, oh, dónde estará mi gorriona de la lengua cortada? ¡Dónde, oh, dónde estará mi gorriona de la lengua cortada!

    No se paró a descansar para tomarse la comida del mediodía, y era tarde cuando se vio cerca de un gran bosque de bambú. Estos eran los lugares favoritos de los gorriones, y cuál fue su sorpresa cuando vio a su querida gorriona esperando al borde del mismo para darle la bienvenida. ¡Qué felicidad sintió! Corrió hacia ella rápidamente para saludarla. Ella inclinó su pequeña cabeza e hizo unos cuantos de los trucos que le había enseñado, para mostrar el placer que le daba ver a su viejo amigo, y, lo que era aún más sorprendente, podía hablar como siempre. El anciano le dijo lo apenado que estaba por todo lo que había pasado y preguntó por su lengua, sorprendido de que pudiera hablar tan bien sin ella. Entonces la gorriona abrió su pico y le enseñó la nueva lengua que había crecido en el lugar de la otra y le suplicó que no siguiese molesto por el pasado, pues ya se encontraba bastante bien. En ese momento, se dio cuenta el anciano de que la gorriona era un hada, y no un pájaro común. Sería difícil explicaros la felicidad que le causó dicho descubrimiento; se olvidó de todos sus problemas, incluso de su cansancio, pues había encontrado a su gorriona perdida y, en vez de estar enferma y sin lengua como había temido, estaba feliz y satisfecha, y tenía una nueva lengua, sin ninguna señal del maltrato que había recibido por parte de su esposa. Y encima era un hada.

    La gorriona le pidió que la siguiera, y, volando ante él, lo guio hacia una hermosa casa en el corazón de la arboleda de bambú. El anciano se quedó asombrado cuando entró en esa casa tan brillante. Estaba construida de la madera más blanca, las suaves esterillas de color cremoso que había en lugar de alfombras eran las mejores que había visto, y los cojines que la gorriona sacó para que se sentara eran de la mejor seda. Hermosos jarrones y cajas lacadas adornaban el tokonoma2 de todas las habitaciones.

    La gorriona llevó al anciano al lugar de honor y después, tras sentarse a una humilde distancia, le agradeció con muchas reverencias corteses la amabilidad que había mostrado hacia ella durante tantos años

La Dama Gorriona presentando a su familia.

   

    Entonces, la Dama Gorriona, como la llamaremos a partir de ahora, le presentó a su familia. Después de hacer esto, sus hijas, vestidas con delicados vestidos de crepé, trajeron hermosas bandejas anticuadas llenas de un festín de todo tipo de deliciosas comidas, hasta que el anciano empezó a pensar que estaba soñando. En mitad de la cena, algunas de las hijas realizaron una maravillosa danza, llamada suzume-odori («la danza del gorrión») para entretener a su invitado.

    El anciano nunca había disfrutado tanto. Las horas volaron en ese lugar tan adorable, con todas esas hadas para atenderlo, darle de comer y bailar ante él.

    Pero la noche llegó y la oscuridad le recordó que tenía un largo camino de vuelta por delante y que debía pensar en marcharse y volver a casa. Agradeció a su amable anfitriona por su espléndido entretenimiento, y le suplicó que, por él, perdonase todo lo que había sufrido a manos de su malvada mujer. Le dijo a la Dama Gorriona que le reconfortaba y le hacía feliz ver que se encontraba en una casa tan hermosa y saber que tenía todo lo que necesitaba, pues se había preocupado por ella, y necesitaba saber qué le había ocurrido. Ahora que sabía que todo iba bien, podía volver a casa con el corazón tranquilo. Si alguna vez necesitaba algo, solo tenía que hacerle llegar un mensaje y vendría al momento.

    La Dama Gorriona le suplicó que se quedara unos días para disfrutar del cambio, pero el anciano respondió que tenía que volver con su anciana esposa. Probablemente esta estaría molesta porque no hubiera llegado a la hora habitual. También tenía un trabajo al que volver. Por tanto, a pesar de cuánto deseara hacerlo, no podía aceptar su amable invitación. Pero ahora que sabía dónde vivía la Dama Gorriona, se pasaría a verla de vez en cuando.

    Cuando esta vio que no podría persuadirlo para que se quedase más, dio una orden a algunos de sus sirvientes y estos trajeron ante ellos dos cajas, una grande y otra pequeña. Estas se colocaron delante del anciano, y la Dama Gorriona le pidió que eligiera cuál prefería como regalo, pues deseaba darle algo.

    El anciano no podía negarse a tan amable petición y eligió la caja pequeña.

    —Soy demasiado viejo y débil para llevar la caja grande y pesada. Eres muy amable al decir que puedo llevarme la que quiera, así que elegiré la pequeña, que podré llevar más cómodamente —dijo.

    Entonces todos los gorriones le ayudaron a que se la pusiera a la espalda y lo acompañaron hasta la puerta para despedirlo. Hicieron muchas reverencias y le invitaron a volver cuando pudiera. Por tanto, el anciano y su gorriona mascota se separaron felices, esta última sin mostrar ninguna mala intención a pesar de toda la crueldad que había sufrido a manos de la anciana esposa. Es más, solo sentía lástima por que el anciano tuviera que soportarla toda su vida.

    Cuando este llegó a casa, encontró a su esposa más molesta de lo habitual, pues era tarde y lo había estado esperando mucho tiempo.

    —¿Dónde has estado? —le preguntó a gritos—. ¿Por qué has llegado tan tarde?

    El anciano intentó calmarla mostrándole la caja de regalos que había traído con él, y entonces le dijo todo lo que le había ocurrido, y cuán maravillosamente había estado en la casa de la gorriona.

    —Ahora, veamos qué hay en la caja —dijo el anciano, sin darle tiempo para que volviera a quejarse—. Ayúdame a abrirla. —Se sentaron delante de la caja y la abrieron.

    Para su completo asombro, descubrieron que la caja estaba llena hasta el borde con monedas de oro y plata y muchos otros objetos preciosos. Las esterillas de su pequeña casa brillaron conforme sacaban los objetos uno por uno, los dejaban y los manoseaban una y otra vez. El anciano estaba sobrecogido ante la visión de las riquezas que ahora eran suyas. El regalo de la gorriona sobrepasaba sus mayores expectativas, tanto, que le permitía dejar el trabajo y vivir con comodidad y sencillez el resto de sus días.

    —¡Qué maravillosa es mi pequeña y bondadosa gorriona! —dijo muchas veces.

    Pero la anciana, después de los primeros momentos de sorpresa y satisfacción al ver el oro y la plata, no pudo evitar la avaricia de su malvada naturaleza. Ahora empezó a reprochar al anciano por no traer a casa la gran caja de regalos, pues con toda inocencia este le había contado que había rechazado la caja grande que le habían ofrecido los gorriones, prefiriendo la pequeña porque era ligera y fácil de acarrear.

    —Viejo tonto —dijo ella—. ¿Por qué no has traído la grande? Piensa en lo que hemos perdido. Puede que hubiera el doble de oro y plata en ella. ¡Eres un viejo tonto! —gritó, y después se fue a la cama más enfadada que nunca.

    El anciano ahora deseaba no haber dicho nada de la caja grande, pero era demasiado tarde; la avariciosa anciana, a la que no le bastaba la buena fortuna que les había llegado tan inesperadamente, y que tan poco se merecía, decidió, si era posible, conseguir más.

    A la mañana siguiente, temprano, se levantó y obligó al anciano a describirle el camino a la casa de la gorriona. Cuando vio lo que tenía en mente, este intentó detenerla, pero fue inútil. No escuchó ni una palabra de lo que le dijo. Es extraño que la anciana no sintiera ninguna vergüenza por ir a ver a la gorriona después de la forma tan cruel en que la había tratado al cortarle la lengua en un arranque de ira. Pero su avaricia por la caja grande le hizo olvidar todo lo demás. Ni siquiera se le ocurrió que los gorriones podrían estar enfadados con ella, como, sin duda, estaban, y podían castigarla por lo que había hecho.

    Desde que la Dama Gorriona había vuelto a casa en el triste estado en que la habían encontrado, llorando y sangrando por la boca, toda su familia y sus amigos habían estado hablando de la crueldad de la anciana.

    —¿Cómo pudo —se preguntaban— infligir un castigo tan cruel por una ofensa tan pequeña como comer por error algo de pasta de arroz?

    Todos amaban al anciano por lo amable, bueno y paciente que era a pesar de sus problemas, pero a la anciana la odiaban todos y habían decidido, si alguna vez tenían la posibilidad, castigarla como se merecía. No tuvieron que esperar mucho.

    Después de caminar unas horas, la anciana encontró la arboleda de bambú que había descrito tan cuidadosamente el marido, y entonces se puso a gritar.

    —¿Dónde está la casa de la gorriona de la lengua cortada? ¿Dónde está la casa de la gorriona de la lengua cortada?

    Al fin vio los aleros de la casa sobresalir entre los bambúes. Se apresuró hacia la puerta y llamó ruidosamente.

    Cuando los sirvientes le dijeron a la Dama Gorriona que su antigua señora estaba en la puerta preguntando por ella, se vio sorprendida ante la inesperada visita, después de todo lo que había ocurrido, y se maravilló ante la osadía de la anciana por aventurarse a ir hasta su casa. La Dama Gorriona, sin embargo, era un pájaro educado, y así se acercó a saludar a la anciana, recordando que una vez había sido su señora.

    La anciana pretendía, sin embargo, no malgastar ni un segundo en palabras y fue al grano, sin la menor vergüenza.

    —No te molestes en tratarme como hiciste con mi marido. He venido yo misma para coger la caja que se dejó tan estúpidamente. Me marcharé en cuanto me des la caja grande. ¡Eso es todo lo que quiero!

    La Dama Gorriona aceptó al instante y dijo a sus sirvientes que sacaran la caja grande. La anciana la cogió emocionada y se la cargó a la espalda, sin siquiera agradecer a la Dama Gorriona antes de marcharse a casa.

    La caja era tan pesada que no podía correr, ni siquiera andar rápido. Como le hubiera gustado, ya que estaba ansiosa por llegar a casa. Quería ver qué había en la caja, pero no pudo evitar sentarse y descansar cerca del camino. Mientras se tambaleaba bajo la pesada carga, su deseo de abrir la caja se hizo demasiado grande como para resistirlo. No pudo esperar más, pues suponía que esta gran caja estaría llena de oro, plata y gemas como la pequeña que había recibido su marido.

    Al final, la avariciosa y egoísta anciana dejó la caja al lado del camino y la abrió cuidadosamente, esperando alegrarse los ojos con una gran riqueza. Lo que vio, sin embargo, la aterrorizó tanto que por poco perdió los sentidos. En cuanto levantó la tapa, unos cuantos demonios de aspecto horrible salieron de la caja y la rodearon como si tuvieran intención de matarla. Ni siquiera en sus pesadillas se había encontrado con criaturas tan horribles como las que contenía su tan deseada caja. Un demonio con un ojo enorme justo en el centro de la frente se la quedó mirando, monstruos con bocas abiertas como si pensaran devorarla, una serpiente enorme que siseó a su lado y una rana enorme que saltaba y croaba hacia ella.

    Nunca había pasado tanto miedo en su vida, y salió corriendo tanto como le permitieron sus piernas temblequeantes, feliz de escapar viva. Cuando llegó a su casa, se cayó al suelo y le dijo a su marido con lágrimas en los ojos todo lo que le había ocurrido, y cómo acababa de estar a punto de morir a manos de los demonios de la caja.

    Entonces empezó a culpar a la gorriona, pero el anciano la detuvo.

    —No culpes a la gorriona, es tu maldad que por fin ha obtenido su recompensa. ¡Espero que esto te sirva como lección!

    La anciana no dijo nada más y, desde entonces, se arrepintió de su comportamiento y fue convirtiéndose gradualmente en una buena anciana. Tanto cambió que su marido apenas podía reconocerla, y pasaron felices sus últimos días, libres de toda necesidad o preocupación, gastando cuidadosamente el tesoro que el anciano había recibido de su mascota, la gorriona de la lengua cortada.

La anciana nunca había pasado tanto miedo en su vida.

   
        1 Literalmente: ‘Gorrión’.
       
        2 Lugar elevado dentro de las habitaciones tradicionales donde se guardaba la decoración más vistosa

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