He encontrado una version mas completa de la epopeya de Gilgamesh , con la que se puede visualizar mas claramente el sifnificado de esta leyenda
Al inicio del poema se describe a la ciudad de Uruk rodeada por una sólida muralla de siete capas. En Uruk reina Gilgamesh, «aquel que ha visto todo para darlo a conocer al país, que ha conocido todo para referirlo a todos» como un toro salvaje. «Dos tercios de él son dios, un tercio de él es hombre» «no tiene igual en el ímpetu de sus armas, sus compañeros están atados en su red»
Su gobierno, es tiránico y oprime a sus súbditos de tal modo que éstos elevan una queja a Anu, el dios del cielo, quien decide poner al rey en su sitio. Para ello crea un héroe que pueda vencerlo: «Los lamentos hace saber Anu a Arurua la gran Aruru le gritó: "Tú, Aruru, que has creado al hombre, crea ahora una imagen suya; que a su tiempo sea él un retrato de Gilgamesh, lucharán entre sí y Uruk se calmará". Cuando Aruru oyó esto formó en sí misma una imagen de Anu. Aruru se lavó las manos, cogió un pedazo de arcilla, la lanzó a la tierra, y con la arcilla creó al héroe Enkidu, progenie sublime, de la tropa del guerrero Ninurta. Todo su cuerpo estaba cubierto de pelo, la compostura de su caballera era como la de una mujer; el crecimiento de su cabello era denso como Nisaba. Él no conoce ni gente ni país, va vestido con una ropa como Sumuqan [como un pastor]»
De este modo nace Enkidu, un ser salvaje que vive en la estepa como los animales y en perfecta armonía con ellos: «Y él, Enkidu, su lugar de nacimiento era la montaña, junto a las gacelas comía la hierba, junto a las bestias bebía en los abrevaderos, junto al ganado se complacía en el agua» .
Cierto día, un pastor se encuentra con él, se asusta de su aspecto salvaje, y se enfurece porque Enkidu ha roto las trampas que éste ponía a los animales salvajes. Se dirige a su padre para relatarle lo sucedido y éste lo envía a pedir ayuda a Gilgamesh. El rey le aconseja distraer la atención de Enkidu en otra dirección, mandándole a una prostituta que lo seduzca y le haga abandonar la estepa y la vida salvaje. El pastor sigue el consejo del rey, y Enkidu se acuesta con la prostituta hasta quedar saciado: «Seis días y siete noches se acostó Enkidu con la prostituta y la poseyó. Cuando su voluntad estuvo saciada, se volvió hacia los animales, pero las gacelas, cuando vieron a Enkidu, corrieron de aquí para allá, los animales del campo se apartaron de su cuerpo. Enkidu se aterró, su cuerpo estaba como pegado, sus rodillas se detuvieron, su carrera ya no era como antes. Él se dio cuenta, y su inteligencia se despertó» .Consciente del cambio que se ha producido en Enkidu, la prostituta lo consuela diciéndole que ya no debe correr con los animales del campo, puesto que ahora es «como un dios» .
A continuación, la prostituta le enseña los rudimentos de la vida civilizada, haciendo que cambie de vestido, llevándole a comer con los pastores y dándole a tomar alimentos cocidos y licor, todo ello desconocido hasta entonces para él. Una vez introducido en los rudimentos de la vida social, lo lleva a la ciudad de Uruk. Hasta Enkidu llegan noticias de Gilgamesh y de su despótica forma de tratar a los súbditos, lo cual le enfurece y decide hacerle cambiar de actitud. Pero antes de enfrentarse con el rey, quiere demostrar a los pastores que ha cambiado de talante tomando «su arma para atacar a los leones ‑descansaban ahora los pastores por la noche‑. Apuñaló a los lobos, sometió a los leones ‑los grandes vigilantes ahora descansaban‑. Enkidu ahora era su protector».
Cuando llega a la ciudad es admirado por todos sus habitantes, quienes están convencidos de que por fin el rey encontrará la horma de su zapato. Entre tanto, a Gilgamesh le había sido anunciada en sueños la llegada de Enkidu, quien debería convertirse en su amigo inseparable. Cuando ambos héroes se cruzan, Enkidu trata de impedir que el rey cometa una de sus acostumbradas infamias, que consistía en haberse otorgado una especie de derecho de pernada sobre las muchachas que iban a desposarse. Enkidu se enfrenta con Gilgamesh y lo abate en la lucha. Gilgamesh reconoce entonces el valor de Enkidu y lo convierte en su único amigo. Tras haber cambiado su carácter, a causa de ese vaticinado encuentro, Gilgamesh decide poner fin, junto a su amigo, a todos los males que se abaten sobre su país y, en primer lugar, se dirige contra Humbaba, el monstruo que custodia el Bosque de los Cedros.
Se arman los dos héroes con los mejores pertrechos que se podían forjar en Uruk y se ponen en camino. Pero, antes de partir, a Enkidu le asalta la duda, ya que había conocido al monstruoso Humbaba cuando habitaba con los animales y sabe del terrible poder destructor del guardián del Bosque de los Cedros, colocado allí por el dios Enlil. Los habitantes de la ciudad también tratan de disuadir al rey, pero Gilgamesh declara estar dispuesto incluso a sacrificar la vida con tal de llevar a cabo una acción lo suficientemente heroica como para conferirle nombre y fama eternos: «Si yo caigo -proclama Gilgamesh-, a pesar de ello instituiré mi nombre: "Gish ha caído en la lucha con el guerrero Humbaba". Me aprestaré a entrar en el Bosque de los Cedros. Me haré un nombre eterno».
Con este ánimo se ponen ambos héroes en camino y, tras algunas peripecias, logran dar muerte a Humbaba. Vuelven a Uruk victoriosos y allí son homenajeados por sus ciudadanos. Gilgamesh se lava y se cambia de ropa para purificarse después de matar al monstruo, como le habían aconsejado antes de partir los ancianos de Uruk.
Tras la purificación, Gilgamesh aparece tan bello y heroico que excita el deseo de Ishtar, diosa del amor y de la guerra, de talante lascivo y casquivano. La diosa le hace proposiciones de matrimonio que Gilgamesh rechaza de manera desdeñosa, recordándole todos sus amoríos con hombres y animales, a los cuales la diosa había hecho luego desgraciados. Furiosa y deseosa de venganza, la diosa pide al dios Anu que cree un toro celeste para acabar con el altanero rey. Anu envía el toro a la Tierra y éste se dedica a aterrar a los hombres hasta que se da de bruces con nuestros dos héroes, quienes acaban con él en un abrir y cerrar de ojos. La diosa los maldice por ello y exige a los dioses que les envíen un castigo por haber dado muerte al toro celeste y al guardián Humbaba. Los dioses se reúnen en asamblea y deciden dar muerte a Enkidu, pero absolver a Gilgamesh. Enkidu tiene noticias en sueños de esta decisión de los dioses y, a continuación, cae presa de una enfermedad que le lleva lentamente a la muerte. En el lecho de muerte, consciente de su inexorable final, Enkidu maldice a la prostituta y al pastor que le habían llevado hasta la vida civilizada para acabar de una manera tan terrible, pero Shamash le reprocha que hable así y le hace ver las virtudes de su nuevo estado.
Gilgamesh se siente desesperado por la muerte de su amigo, que no llega a aceptar hasta que, al cabo de varios días, ve caer un gusano de su nariz, síntoma de la descomposición que conlleva la muerte. En aquel momento, Gilgamesh se lamenta profundamente: «como una leona a la que le han quitado sus cachorros. Se inclina sobre el rostro de su amigo. Se arranca los cabellos y los deja sueltos, se rasga y arranca su bellos ropajes» .Acto seguido, se envuelve en una piel de león y se echa al monte con la intención de llegar hasta donde habita Utnapishtín, el héroe del diluvio universal, al que los dioses habían otorgado la vida eterna. El miedo a la muerte ha entrado en su corazón y trata de hallar la inmortalidad. «Gilgamesh, por su amigo Enkidu, amargamente lloraba y corría por el campo: Cuando yo muera, ¿no seré como Enkidu? El miedo ha entrado en mi ánimo, temo a la muerte y corro por el campo» .
Antes de llegar hasta Utnapishtín tiene que pasar por el monte Mashú, custodiado por los hombres escorpiones que guardan las puertas del Sol. Éstos le advierten que el camino que pretende recorrer es muy difícil, pero le indican cómo cruzar. A continuación, llega al jardín de la diosa Siduru a la que pregunta el camino para llegar hasta Utnapishtín. Siduru trata de hacerle desistir recomendándole que se conforme con los humanos placeres y no pretenda alcanzar un tipo de vida que está vedada a los hombres; pero, ante la insistencia del rey, se apiada de él y le indica el camino a seguir. Finalmente, llega a las orillas del Mar de la Muerte -al otro lado del cual existe una isla en la que habita el héroe del diluvio- y allí encuentra a Urshanabi, el barquero de Utnapishtín, quien le lleva ante su presencia.
Una vez llegan a la isla, Gilgamesh narra su hazaña a Utnapishtín y hace que éste le cuente cómo obtuvo de los dioses el favor de la inmortalidad. Utnapishtín le narra de qué modo ha obtenido la vida eterna, pero le advierte que la inmortalidad está reservada a los dioses y que todo lo que haga por conseguirla será inútil. Gilgamesh parece comprender por fin lo infructuoso de sus hazañas y sigue el consejo de Utnapishtín de que vuelva a Uruk. Antes de partir, Utnapishtin hace que el barquero Urshanabi lleve a lavar al héroe, que éste tire sus pieles al mar y se vista con «ropas nuevas que no pierdan su calidad hasta que llegue a la ciudad».
punto ya de embarcar de vuelta, una pequeña luz se enciende en el ánimo de Gilgamesh cuando, para no mandarlo a casa con las manos vacías, Utnapishtín le ofrece una planta que hace rejuvenecer: «"Te revelaré, Gilgamesh, una cosa secreta, una cosa desconocida te diré: Existe una planta similar al espino blanco, su espina se clava en la mano como una rosa; si consigues esa planta con tu mano, la vida encontrarás". Cuando Gilgamesh oyó esto abrió un pozo y ató piedras pesadas a sus pies. Lo tiraron al abismo y él vio la planta. Cogió la planta y ésta pinchó sus manos. Cortó las piedras pesadas de sus pies y, de este modo, alcanzó de nuevo la playa: "Urshanabi [dijo Gilgamesh], ésta es una planta famosa, mediante la cual el hombre obtiene su aliento de vida. La llevaré a la amurallada Uruk, la haré comer, la haré crecer, la planta cortaré. Su nombre es: el viejo se hace joven. La comeré y, de este modo, volveré a mi juventud"» .
Pero de camino a Uruk, mientras el héroe se lava en las frescas aguas de un pozo, una serpiente le roba la planta, con lo que se disipa cualquier esperanza de vencer a la muerte. Vuelve al fin a su ciudad, de la que ya no saldrá hasta que, en el tiempo que los dioses han previsto para él, abandone este mundo como cualquier otro mortal. Acaba el poema con una exaltación de la memoria del héroe; un héroe cuyo nombre, como él deseó, parece haberse hecho eterno.
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