domingo, 24 de marzo de 2019

LA APACHETA

EL Quichua es supersticioso en todo los actos de su vida, su espíritu está bajo
esa influencia dominadora cuando come, cuando duerme, cuando trabaja ó
cuando viaja.
En los interminables caminos de las montañas se encuentra en las alturas una
especie de mojones de piedra blanca, ó pequeños promontorios de guijarros
superpuestos; esos son los altares que el caminante indígena levanta á Pachacamac,
espíritu invisible y superior que rige el mundo.
Los mojones están situados á la distancia de dos ó tres leguas unos de otros y el
chasqui ó correo indio á quien los Incas colmaban de favores por la ventaja de sus
pies que nunca se cansan, detiene su marcha y se inclina reverente al llegar á esos
sitios y diciendo en alta voz Pachacamac-Pac, arroja al montón de piedras el acullico
ó bocado de coca, que ha venido gustando en su camino.
La invocación que hace el indio al inclinarse y levantar los brazos quiere decir:
«Ofrenda á Pachacamac, para vigorizar á nuestra madre la tierra, que es la que nos
sustenta.»
Después de las largas jornadas suele el viajero descansar un instante en la
Apacheta. En ese lugar sagrado, la madre tierra le da nuevamente aliento y fuerzas
para seguir su marcha y si el granizo y la tempestad está vecina, no se alejará de allí,
donde cree estar seguro contra los rayos y los furores del cielo.
Tranquilo esperará que calme la borrasca por que en ninguna parte se esta mejor
en esos casos que al pié del altar humilde, levantado al gran espíritu.

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