domingo, 24 de marzo de 2019

La sirena de Luarca

Hubo en un pueblo de Asturias una doncella llamada Serena, que gustaba tanto de la
mar, de bañarse en sus aguas y recorrer las playas, y contemplar el crecer y menguar
de las mareas, y saltar entre las rocas de la orilla, que a menudo abandonaba las
labores de casa o dejaba a medio terminar las faenas del corral y de la huerta.
Harta y furiosa, su madre un día la maldijo de corazón, diciéndole que deseaba
que se hiciese pez. Y la maldición surtió efecto, pues la muchacha, la siguiente
ocasión en que se metió en el agua, descubrió que sus piernas se transformaban en la
cola de un pez, y quedó para siempre presa del encantamiento, obligada a vivir en la
mar, de la que salía a veces a la orilla para entonar canciones que llenaban de
melancolía a quien las escuchaba. Acaso esta misma Serena fue la sirena que vivió en
las costas de Luarca y que se enamoró de un marino normando o vikingo, tripulante
de alguna de las naves que bajaban a las costas españolas para desvalijarlas, en busca
de botín.
El caso es que, después de que el aventurero del norte regresase a su país, la
sirena tuvo de él un hijo. Desesperada por su soledad, la sirena dejó al recién nacido
sobre una roca, antes de alejarse mar adentro. El llanto del niño atrajo a unas
gaviotas, que consiguieron transportarlo volando hasta dejarlo depositado en la torre
de la iglesia de Santa Eulalia. Las gaviotas salvadoras llamaron después la atención
del párroco y el niño fue recuperado y criado como cristiano, y educado en las artes
de la guerra, hasta crecer y hacerse un arrogante caballero que peleó victoriosamente
contra los moros y llegó a casarse con una infantina portuguesa. Algún narrador
asegura que su nombre fue Gavilueto.

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