domingo, 24 de marzo de 2019

El caldero de oro

En la cabecera del río Esla, el viejo río Ástura que dio nombre a uno de los pueblos
de la península que con mayor tesón resistió la invasión de Roma, se alzó la villa de
Riaño. En esa villa, desaparecida definitivamente hace poco más de una década, se
conocía desde muy antiguo la existencia de un caldero de oro que estaría oculto en
algún punto de los alrededores.
Ninguno de los narradores de su historia coincidía en el lugar de las montañas o
en el pueblo preciso en que tal caldero estaba enterrado, aunque todos aseguraban que
era muy antiguo, de los tiempos anteriores al cristianismo, que había sido utilizado
para las ceremonias paganas y que era de oro macizo. Hasta había quien decía que
contenía oro molido. También algunos narradores oyeron contar a sus antepasados
que, todo alrededor, el caldero llevaba grabadas ciertas imágenes.
Parece que la gente joven de la zona solía buscarlo con ahínco, en la esperanza de
enriquecerse, pero los más ancianos narradores afirmaban que era mejor no buscarlo,
pues también era tradicional la noticia de que aquel caldero estaba cargado de malos
augurios y que su hallazgo podía acarrear la desgracia de todos.
Se dice que, por fin, hubo quien encontró el famoso caldero: al parecer fue un
profesional de la comarca, acaso farmacéutico, que solía recorrer los montes en busca
de aras vadinienses y otros objetos arqueológicos ayudado de un detector de metales.
El hallazgo debió de tener lugar a mediados de los años setenta del siglo XX, cuando
Riaño, aun que condenada a muerte por un embalse desde un plazo muy anterior,
alentaba todavía bajo una especie de larga suspensión de la sentencia, y con ciertas
esperanzas de librarse por fin del cenagoso anegamiento.
Como si el hallazgo del caldero hubiese marcado el final de una tregua, a partir de
entonces se reactivaron los trámites para la conclusión del embalse, en nombre de
pretendidos intereses públicos y a mayor gloria de la industria hidroeléctrica, y
aunque el asunto fue muy controvertido, al fin Riaño fue destruida violentamente, sus
casas derribadas y su solar apisonado, y el que fue uno de los más hermosos valles de
la cordillera cantábrica quedó cubierto por las aguas.
Nadie pudo aclarar la identidad del supuesto farmacéutico ni se conoce el
paradero actual del caldero de oro.

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