domingo, 24 de marzo de 2019

De tesoros

En tierra española son incontables los lugares —castros y castillos, grutas y pozos,
lagos y lagunas, montes y bosques— en los que se asegura que hay tesoros
escondidos, y hubo un tiempo, no hace muchos siglos, en que la corona otorgaba
concesiones para buscarlos. Por poner un ejemplo notorio, Juan de Herrera,
arquitecto de El Escorial, tuvo licencia de Felipe II para buscar tesoros por tierras
toledanas.
La existencia de tales tesoros se atribuía, por lo general, a la rapidez con que los
moros debieron abandonar la península en los últimos tiempos de la Reconquista.
Ante la imposibilidad de llevárselas consigo, los fugitivos habrían optado por
esconder sus riquezas en determinados puntos, esperando regresar algún día para
recuperarlas.
Sin embargo, no solo hay tesoros escondidos por los moros, sino otros
pertenecientes a tiempos más antiguos, e incluso posteriores a la dominación árabe.
Además, no hay que olvidar que, como ya se ha dicho, bajo la denominación
castellana de «moros», la gallega de mouros o la balear de morus, pueden encontrarse
también otros pueblos y gentes distintas de los árabes, y de difícil identificación.
Lo cierto es que el recuerdo de los tesoros que los árabes escondieron en España
antes de abandonarla se mantiene todavía fresco, o al menos se mantuvo así hasta
hace pocos años, pues gentes de muchísimos lugares —gallegos, leoneses,
castellanos, vascos— que habían prestado en África su servicio militar, en los
tiempos en que existían el llamado Protectorado de Marruecos y la famosa «mili»,
contaban que, al conocer el pueblo de donde procedían, solía haber algún moro que
les aseguraba que, en aquel pueblo o comarca, sus antepasados habían dejado
enterrado un riquísimo tesoro.

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