lunes, 25 de marzo de 2019

LEYENDAS DE SAN ILDEFONSO

1.- El hombre que robó a la Virgen
En el tejado de la fachada norte del Templo, sobre el contrafuerte derecho, hay una cabeza que dicen ser de diablo. Su historia/leyenda es la siguiente:
Un joven cordobés de buena familia quiso expoliar las joyas de la Virgen de la Capilla; para ello quedó escondido en la iglesia y cuando salieron todos los fieles y cerraron la puerta, se dispuso a hacer su tarea. Se dirigió al camarín de la Virgen y le rezó un Ave María para que se le fuera el remordimiento que sentía; pero aun así no soportaba su mirada, por lo que decidió ponerle un velo por encima de la cabeza, y así poder robar las joyas. Cometida esta felonía con nocturnidad, surcó los campos con la intención de poner leguas de por medio, pero cuando amaneció, sólo había llegado hasta “Los Villares”. Allí se cundió la noticia del robo antes de que él llegase con su saco y, como viesen sospechoso el hato que llevaba, fue aprendido y de vuelta a Jaén, juzgado y sentenciado a muerte, a pesar de las súplicas y promesas económicas de sus padres. Así pues, la cabeza fue puesta en un palo, en el tejado del Templo, para ejemplo del pueblo. Cuando los carroñeros se la comieron, pusieron la de piedra para que no quedase olvido de cómo se pagaba semejante sacrilegio para con la Virgen. (4) (E)
2.- San Cristóbal (Internet) (E)
En el testero situado a los pies del templo, en su parte derecha, se encuentra un gran cuadro de aproximadamente 8 metros de altura, datado a principios del siglo XIX. Representa a un gigante con el Niño a cuestas, en medio de un río, apoyándose a modo de bastón sobre una palmera. La leyenda cuenta que este gigantón llamado Offerus, se marchó de su hogar porque quería servir al rey más poderoso de la Tierra. Cuando lo encontró, le pidió que lo aceptara como su servidor. El rey lo aceptó, pero un día notó que este rey le tenía miedo al diablo y Offerus, decepcionado, le dijo: «Si temes al Diablo es que no eres tan poderoso como él, por tanto, a partir de este momento quiero servir al Diablo», y partió. Después de muchos días de búsqueda se encontró con una tropa de jinetes pintados, enfurecidos, con enormes espadas y hachas. El jefe se dirigió a Offerus y le dijo: ¿A quién buscas? «Busco al Diablo para servirle», dijo. El jefe afirmó: «Yo soy, sígueme», y lo siguió; pero un día notó que el Diablo evitaba pasar por delante de una cruz que había en el camino y le preguntó: ¿Por qué evitas la cruz? «Porque temo a Cristo» contestó el diablo. Entonces le dijo: «Si temes a CRISTO, es que eres menos poderoso que él; en tal caso, quiero entrar al servicio de Cristo». Offerus continuó solo su camino en busca de su nuevo jefe.

Después de muchos viajes, encontró a un ermitaño y le preguntó cómo podría servir a CRISTO. El ermitaño le respondió: “sígueme”, y cogiendo la mano de Offerus, lo condujo a través de un dificultoso camino hasta la orilla de un impetuoso torrente de agua, y le dijo: «Los pobres que intentaron cruzar estas aguas se ahogaron; quédate aquí y traslada a la otra orilla, sobre tus hombros, a aquellos que te lo pidieren. Si haces esto por amor a CRISTO, Él te admitirá como su servidor». Entonces Offerus se construyó una casita en la ribera del río y comenzó a transportar de noche y de día a los viajeros pobres que se lo pedían. Cierta noche, dieron tres golpes a su puerta y oyó la voz de un niño que lo llamaba. Se levantó, subió al niño sobre su espalda y penetró en el torrente. Al llegar a la mitad, vio cómo el torrente se enfurecía de pronto; las olas del agua aumentaban y amenazaban con derribarlo. Offerus aguantaba lo mejor que podía y viendo que el niño se hacía cada vez más pesado, tuvo que recurrir a su bastón para no hundirse. Temiendo que el niño se ahogara, lo miró y le dijo: «Niño, ¿por qué te haces tan pesado?, parece como si transportara al mundo». El Niño, con su bola en la mano, le respondió: «No solamente transportas el mundo, sino a aquel que hizo el mundo. Yo soy CRISTO, tu Dios y señor, y en recompensa de tus buenos servicios, en adelante te llamarás CRISTO-BAL que quiere decir “portador de Dios”.
3.- La procesión celestial:
En la primera mitad del siglo XV, los moros hacían incursiones esporádicas en la ciudad; pero la visión de unos testigos en la noche del día 10 de junio de 1430 (habían despertado por causas diversas como ruido, sed, ladridos, etc.) fue analizada por el Obispo de la Diócesis, quien, después de oírlos interpretó que la Virgen ampararía a las tropas cristianas.
Se trata de historia y no de leyenda, pues existen numerosos documentos de la época que lo acreditan. Así lo transcribe D. José Chamorro en su “Guía artística monumental de Jaén”
"El día 10 de junio de 1430, poco antes de la media noche, en medio de una claridad maravillosa, no de candelas, sino celestial, bajó la calle Maestra del Arrabal (c/Ancha), siguió por detrás del cementerio (Plaza S. Ildefonso) y llegose hasta las espaldas de la Capilla un maravilloso cortejo. Lo abría siete cruces que llevaban mancebos barbirrapados; un grupo de personas con trajes talares; una dueña más alta que todos, que, pareciendo estar en estrado o trono, caminaba de su pie, llevando en su brazo derecho un niño; un hombre a su lado, muy semejante a la imagen de S. Ildefonso en el altar de su Iglesia, y a su otro lado una dueña; dos centenares de hombres y mujeres y cien guerreros armados, haciendo sonar las armas. Blancas las vestiduras de mancebos, de hombres, de mujeres, de la dueña y del santo. Blanca la falda de la Señora y la toca y la diadema, en la que brillaba divina pedrería. Blanco el Niño, y blancos los pañales. La procesión blanca, defendida por los armados de la fe, pasó por las calles solitarias. A espaldas de la capilla de S. Ildefonso, en el Altozano, se detuvo la procesión y, era tanta la gente que en la procesión venía, que el Altozano estaba lleno.
Había en el muro de la Iglesia un altar revestido de paños blancos y rojos al que iluminaba la luz celestial que despedía el cortejo; luz que daba a las casas y a los tejados de ellas, claridad de medio día. La divina Señora ocupó un sitial brillante y reluciente como plata y sentáronse, a izquierda y derecha de ella, las mujeres y los hombres que daban compañía. Y otros hombres permaneciendo en pie, cantaban loando a la Reina de los Cielos. Y el hombre que a S. Ildefonso semejábase, mostraba abierto un libro ante los ojos de aquella Señora, de cuyo rostro y del de su Hijo, hacía claridad que no era de sol, ni de luna, ni de candelas, sino resplandor nunca visto. En punto de la media noche, las campanas de la torre de la Catedral y las de S. Ildefonso, S. Bartolomé, S. Lorenzo, Santa Cruz, S. Andrés, S. Miguel y la Magdalena, tocaron a Maitines. El muro y los contrafuertes de la Capilla de S. Ildefonso mostraron de nuevo la pátina oscura de sus piedras, y las calles del Arrabal quedaron otra vez en el seno de las sombras. Al día siguiente del Descenso de Nuestra Señora, refirieron visto el milagroso suceso, Pedro, hijo de Juan Sánchez (casero de la mujer de Raúl Díaz de Torres), y Juan, hijo de Usanda Gómez, los cuales dormían en casa de Alonso García, a espaldas de la Iglesia; María Sánchez, mujer de Pedro Hernández, moradora en la calle Maestra del Arrabal, y Juana Hernández, casada con Aparicio Martínez, que habitaba cara al cementerio del templo. El honrado y discreto varón Juan Rodríguez de Villalpando, Bachiller en Decretos, Provisor, Oficial y Vicario General del Obispado, por el muy Reverendo Don Gonzalo de Zúñiga, Obispo de Jaén, hizo comparecer a los que vieron el prodigio, ante los Notarios Juan Rodríguez... el 13 de junio de 1430, haciendo información de la cual se guarda una antigua copia en el Archivo de la Virgen. Una de las noches siguientes, los moros prepararon una emboscada, penetrando en el Arrabal, más los vecinos les salieron al paso y los derrotaron y pusieron en fuga; y desde entonces no volvieron más” Dejamos a la imaginación del lector otro origen de esta leyenda.

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