Unos ganaderos pidieron pasar la noche en los sótanos de una casa que hacía esquina entre la calle Santa Clara (más probable c/.Huérfanos) y la plaza de los Huérfanos. A media noche la hija de los dueños despertó alertada por extraños ruidos que procedían de la parte baja de la casa y allí se dirigió. Sin que los ganaderos notaran su presencia, observó que se encontraban alrededor de un cabo de vela al tiempo que pronunciaban unas palabras rituales, dichas las cuales se abrió uno de los muros. Entraron en la grieta y al poco salieron cargados de bolsas repletas de monedas. Apagaron la vela y se cerró la grieta.
La muchacha esperó a que los extraños visitantes abandonaran la casa y a la noche siguiente, en compañía de su madre, bajó al sótano, encendió el ya pequeño cabo de vela que había quedado y volvió a repetir el ritual que la noche anterior vio celebrar a los ganaderos. Permaneció la madre fuera sosteniendo la vela y ella entró en la grieta, quedando deslumbrada por los tesoros que vio; pero tanto se entretuvo, que no advirtió los gritos de su madre cuando vio cerrarse la grieta al apagarse el cabo de vela.
Allí quedó sepultada, pues sólo ella conocía las palabras del ritual.
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