domingo, 24 de marzo de 2019

LA MAGA DE LAS SERPIENTES

EL séptimo Inca del Perú llamado Llora-sangre, siendo príncipe, fué enviado
por su padre, al mando de 15,000 hombres de guerra, á la conquista de nuevas
tierras que agrandasen el Imperio.
El príncipe, bien aleccionado de lo que debía hacer internóse en las provincias de
los Antis, donde comunmente adoraban por Dioses á los tigres y á las culebras
grandes.
Decían los naturales de las culebras, que eran de un tamaño y monstruosidad
considerables, midiendo á veces más de veinticinco pies, eran las dueñas de la tierra
cuando ellos fueron á ocuparla y que como eran ferosísimas antes, hubo que
encantarlas para que no hiciesen mal, operación que practicó una maga que alcanzó
gran familiaridad con aquellos animales sagrados, adivinando el porvenir por lo que
las culebras le decían secretamente.
Cuando el príncipe Jahuar Huacac (Llora sangre), volvió al Cozco, después de
conquistada la provincia de los Antis y de imponer á los nuevos vasallos la adoración
al Sol, llevóse á la ciudad imperial muchas de las culebras sagradas y la maga que las
interpretaba, presentándole á su padre aquellos grandes reptiles que los sometidos
habían tenido por Dioses hasta entonces.

Inca Roca seguido de su corte,
quiso ver personalmente á la
maga y las culebras traídas por su
hijo y después de contemplarlas
dijo que era bien estraño que
hubieran hombres y naciones
capaces de adorar seres tan viles.
Ordenó sin embargo para solaz de
su corte y queriendo conmemorar la campaña de su hijo, que las serpientes quedasen
á cargo, de la maga en el barrio llamado hasta hoy Amaru Cancha, palabra que se
descompone en dos: Amaru, serpiente; Cancha, barrio ó gran recinto. En ese barrio
hubo siempre serpientes en épocas posteriores pues Inca Roca así lo dispuso y las
gentes del pueblo solían pedir baticinio á las magas que las cuidaban.
Parece que estas magas curaban las enfermedades de los ojos y propalaban una
superstición á propósito de las palpitaciones de los párpados, superstición que más
tarde llegó á ser una creencia, hasta para los mismos Incas.
Era buen agüero palpitar el párpado alto del ojo izquierdo, pero era mucho mejor
si palpitaba el mismo párpado del ojo derecho, aquello auguraba que se verían cosas
felicísimas y ocurrirían prosperidades, habría placeres y descanso mayor que lodos
los imaginables. Si al contrario eran los párpados bajos los que palpitaban, el derecho
significaba llanto y habían de sobrevenir cosas que diesen pena, enfermedades y
dolores. Si palpitaba el párpado bajo izquierdo ya era extremo de males los que
sobrevendrían pues anunciaba infinidad de lágrimas, desdichas y cosas tristísimas.

En este caso había otra superstición tan ridícula como la del mal agüero y que
servía para conjurar los males, consistiendo en una papita mojada con saliva, que la
maga pegaba sobre el mismo párpado bajo izquierdo. La paja impedía que corriesen
las lágrimas y deshacía el mal pronóstico, pero era indispensable que fuese colocada
por las propias manos de la maga de las serpientes.

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