domingo, 24 de marzo de 2019

Benito Soto

Durante muchos años se recordó en Pontevedra la historia del pirata Benito Soto, un
hijo de aquella villa que, en menos de un año, abordó media docena de barcos y mató
a cerca de cien personas. Su aventura se hizo pública cuando se supo que había sido
ahorcado por los ingleses en Gibraltar, y desde entonces fue narrada con asombro por
sus paisanos.
El joven Benito Soto, hijo único de un matrimonio de pescadores, se fue de casa
muy joven. Parece que entró a servir en la Armada y que luego desertó de ella y
anduvo navegando y haciéndose experto marino, según las noticias sobre su vida que
pueden reconstruirse a partir del proceso que lo llevó al patíbulo.
Es el caso que, en 1828, Benito Soto era segundo contramaestre del bergantín
Defensor de Pedro, a las órdenes de un capitán portugués. El buque se dedicaba a la
trata de esclavos y, por lo que se puede suponer, Benito Soto debía llevar rumiando el
propósito de motín, porque mientras el buque estaba fondeado en algún lugar de la
costa cercano a la desembocadura del río Congo, donde su capitán negociaba con los
reyezuelos que controlaban el tráfico humano el precio de las recuas de infelices
secuestrados en las tierras del interior, se hizo con el barco, apoyado por la mayor
parte de la tripulación, comprometió en su aventura al piloto y se dio a la mar,
dispuesto a conseguir mediante el oficio de pirata la riqueza que nunca podría
alcanzar en toda una vida de marino.
El primer barco que abordaron, el 19 de febrero de 1828, fue la fragata inglesa
Morning Star, que provenía de las Indias Orientales, y celebraron el éxito de la
operación rebautizando el Defensor de Pedro con el nombre de La burla negra. Luego
asaltaron la fragata norteamericana Topaz, también procedente del oriente. Intentaron
más tarde abordar el bergantín Unicornio, pero supo defenderse y logró escapar, tras
causar con sus cañones bastantes daños en el barco pirata. Después de reparar las
averías en algún punto de las islas de Cabo Verde, La burla negra abordó a la nave
inglesa Sunbury, y luego a la fragata portuguesa Ermelinda.
Todos los asaltos fueron sangrientos y los piratas cometieron muchas violaciones
y asesinatos, pero llenaron las bodegas de su barco de fardos de té y café, madera de
ébano, seda, vino de Oporto y piedras preciosas, y también se apoderaron de muchas
alhajas, relojes y buenos doblones de oro contante y sonante.
La cercanía de las costas gallegas despertó la morriña de Benito Soto, que juzgó
que la campaña había sido muy provechosa y que convenía tocar tierra para vender la
mercancía y luego buscar la manera de desprenderse del barco y repartir los
beneficios.
En Pontevedra quiso hacer pasar el barco por otro, pero le dio sucesivamente dos
nombres distintos, lo que despertó las sospechas de los aduaneros. Luego buscó a su
madre y a su tío Jesús, supo que su padre había muerto y prometió a su madre que
dejaría la vida del mar para vivir con ella, pues regresaba muy rico a casa.
En pocos días, su tío entró en tratos con un hombre poderoso de la zona,
vicecónsul inglés, ducho en los negocios del contrabando, que se hizo cargo de todas
las mercancías y de las joyas, para venderlas. Sin embargo, las sospechas que el barco
había despertado llegaron a oídos de la Comandancia de Marina, y el corresponsal del
tío de Benito le aconsejó zarpar rumbo a La Coruña, donde podría protegerlo mejor e
intentar allí vender el barco. En La Coruña, alguno de los hombres de la tripulación
contó lo que no debía y el piloto que había sido obligado por Benito Soto a
acompañarlo en su criminal aventura denunció el caso.
La burla negra debió zarpar a toda prisa, y desde entonces se convirtió en una
obsesión para Benito Soto desprenderse del barco y regresar a Pontevedra junto a su
madre, para hacerla feliz en los años de su vejez. Pero lo extraño de la tripulación, del
barco y de las maniobras para venderlo secretamente, suscitaron en Cádiz nuevas
sospechas, y al fin todos fueron presos, interrogados, juzgados y condenados a muerte
la mayoría.
Benito Soto logró huir a Gibraltar, pero allí fue detenido, y en el juicio que se le
hizo tuvo como testigo de cargo al contramaestre de la fragata Morning Star. El caso
es que se le condenó a muerte, y la sentencia se ejecutó el 25 de enero de 1829, en
que fue colgado con la soga reglamentaria, de esparto siciliano si hemos de creer a
los historiadores. Se cuenta que el verdugo no había calculado bien la altura del reo, y
que hubo que ahondar el hoyo para que terminase de asfixiarse, mientras pataleaba en
una larga agonía.
Su tío Jesús se enriqueció, pero su madre, según cuentan, murió en la mayor
indigencia.

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