Contrariamente a lo que se piensa en general, la Atlántida no es en absoluto un invento del folklore, es decir, no es parte de la tradición oral de ninguna cultura de parte alguna de la Tierra. Su mención emana de una, y sólo una fuente escrita{51}: los Diálogos de Platón y, más específicamente, los de Timeo y de Critias. El Timeo pretende registrar una conversación entre Sócrates. Timeo (un científico). Cutías (un historiador) y Hermócrates (un general), durante la cual discuten la naturaleza del Universo. Critias narra la historia de Atlántida, que se supone le contó Solón, el gran legislador de Atenas, que vivió unos doscientos años antes de Platón, a su abuelo. En su juventud. Solón visitó Sais, en el delta del Nilo, que entonces era la capital del Bajo Egipto (véase fig. 38, capítulo 10). Allí conversó con sacerdotes cultos y. en el curso de la conversación, descubrió que sabía muy poco de la historia antigua de su propio país. Para alentar a los sacerdotes a que relataran historias de la antigüedad. Solón comenzó a contarles el hecho más antiguo del que los atenienses tenían noticia, el Diluvio de Deucalión, lo que hizo que el más anciano de los sacerdotes exclamara: «Oh. Solón. Solón, vosotros los griegos sois como niños... Vuestras almas son jóvenes, no abarcan ni conclusiones derivadas de las tradiciones remotas, ni ninguna antigua disciplina de su existencia en otros períodos anteriores.» ¿Es que Solón no sabía que el Diluvio de Deucalión era la última de una serie de catástrofes, y que los atenienses descendían de una noble raza que vivió mucho tiempo antes de todo esto? De las numerosas y poderosas hazañas de estos antiguos atenienses, cuya ciudad había sido fundada nueve mil años antes de la conversación de Solón con los sacerdotes, lo más sobresaliente fue la derrota del poder guerrero del océano Atlántico.
Este poder guerrero provenía de una isla más grande que Libia y Asia juntas. La isla «proveía un paso fácil a otras islas vecinas, como también era fácil pasar desde ellas al continente que bordea el océano Atlántico». (Para comprender mejor esta geografía se recomienda al lector observar la figura 35. Para los griegos del tiempo de Solón, el mundo estaba compuesto por «Europa» y «Asia» —comprendiendo, esta última. Asia Menor y el norte de África— separadas por el Mediterráneo, y todo esto rodeado por la «corriente del Océano», que, a su vez, estaba cercado por un continente. En los tiempos de Platón se sabía ya que el Océano era mucho más grande que una corriente y se le llamó Atlántico, pero, hasta donde llegan mis conocimientos, no fue explorado por los griegos.) Cuando los reyes de Atlántida intentaron conquistar y esclavizar toda el área mediterránea, los antiguos atenienses encabezaron la lucha contra ellos y «consiguieron la más amplia libertad para todos nosotros que vivimos dentro de los pilares de Hércules». Con posterioridad, se produjeron grandes terremotos y diluvios y. en el transcurso de un día y una noche, la raza de los antiguos atenienses fue «sumergida debajo de la tierra», mientras que Atlántida desapareció bajo el mar, dejando sólo bajíos no navegables para señalar su emplazamiento.
ig. 35. El mundo, tal como lo conocían los antiguos griegos.
En el Critias, en un diálogo con los mismos cuatro participantes. Critias ofrece detalles completos sobre la historia, la geografía, la religión y la cultura de la Atlántida y. luego, continúa explicando cómo los habitantes de esas tierras habían degenerado gradualmente, hasta que Zeus pensó que su debilidad no debía permanecer sin castigo, por lo que llamó a todos los dioses y dijo... En este momento el diálogo termina bruscamente Algunos creen quo Platón murió antes de terminarlo, mientras que otros consideran que lo comenzó antes, pero después lo dejó de lado, ocupado en otras cuestiones, y nunca volvió a acercarse a él.
¿Describió Platón un lugar que pensaba real, o lo imaginó para probar un punto de vista filosófico? Si creía que era real, ¿qué parte de su relato es fiable? Los trabajos sobre la Atlántida son de tres tipos principales: los que tratan de probar que la descripción de Platón es literalmente cierta; los que conceden alguna distorsión en el tiempo o en el lugar, o en ambos; y los que rechazan de plano el aceptar que sea algo más que una ficción. Si ignoramos a los que basan sus argumentos en relaciones ocultas y fantasías similares y no se dejan confundir por los simples hechos, se verá que todos los que integran la primera teoría, y muchos de los de la segunda, han dicho sinceramente que creen que la evidencia científica es válida. Sin embargo, demasiado a menudo se han extraído conclusiones incorrectas a partir de hechos científicos establecidos, o se han basado las argumentaciones en teorías científicas anticuadas. El verdadero análisis científico, en cambio, ha apoyado invariablemente a aquellos que afirmaban que la Atlántida era una ficción y que, en el mejor de los casos, admitirían que pudiese estar basada, en parte, en hechos reales conocidos por Platón.
El concepto popular de la Atlántida se planteó en un libro de Ignatius T. T. Donnelly, un autodidacta de múltiples inquietudes: Atlantis: The Antediluvian World («Atlántida: El mundo antediluviano»), que se publicó por primera vez en 1882 y fue el primero de varios libros de éxito. (Otro que ha tenido el mismo permanente impacto, aunque en un campo muy distinto, es The Great Cryptogram [El gran criptograma], en el que trataba de probar que la obra de Shakespeare estaba literalmente salpicada de claves criptográficas que indicaban que el verdadero autor era sir Francis Bacon. Lo mismo que en el caso de la Atlántida, la idea original no era suya, pero su libro constituyó el trampolín para que los partidarios de este punto de vista lo transformaran en un culto permanente.) El concepto que Donnelly tenía sobre la Atlántida era el de un continente, en el océano Atlántico, habitado por una raza superior que existió hasta hace alrededor de 11.500 años, y que se desplomó en un gran cataclismo. Los supervivientes se abrieron camino hacia otras regiones, llevándose con ellos su importante cultura. Donnelly comienza por formular trece propuestas que trata de probar. Sus «pruebas» se basaban principalmente en la comparación de las civilizaciones del Viejo y Nuevo Mundo, en la distribución en el globo de las tradiciones sobre diluvios, y en supuestas referencias a la Atlántida en las mitologías del Viejo Mundo. Sólo tres de dichas propuestas mantienen una relación directa con nuestra perspectiva orientada hacia la geología:
1. Que antiguamente existía en el océano Atlántico, frente a la desembocadura del Mediterráneo, una gran isla formada por los restos del continente atlántico y que en el mundo antiguo se conocía como Atlántida.
2. Que la descripción que Platón hace de esa isla, que hasta ahora se había considerado una fábula, era historia real.
12. Que la Atlántida desapareció después de una terrible convulsión natural que sumergió a toda la isla en el océano y. con ella, a casi todos sus habitantes.
En relación con las propuestas 1 y 12, Donnelly invoca argumentos geológicos para demostrar: a) que existían grandes masas de tierra en el lugar en que Platón sitúa a Atlántida, y b) que era posible que un continente fuera destruido de la noche a la mañana. El primer argumento es razonable a la luz de los conocimientos geológicos de entonces. La sonda de profundidad ha revelado la existencia de una cordillera en el centro del Atlántico Norte, a la que se le ha dado el nombre de Dolphin Ridge (cordillera del Delfín) y que es la parte que está más al norte de la cresta dorsal del Atlántico medio. Se ha observado que la flora y la fauna en ambos lados del Atlántico Sur son similares, lo que indica que, en algún momento, existió algún tipo de conexión entre ellos. Pero las deducciones que hace Donnelly con respecto del segundo punto, tomando como base las pruebas geológicas de que disponía, son muy dudosas. Esencialmente, sus argumentos se reducen a los siguientes: a lo largo de los tiempos geológicos, los continentes han surgido y se han sumergido; se sabe de islas que desaparecieron súbitamente (se da como ejemplo a Santorín; Krakatoa, por supuesto, no había entrado aún en erupción ni había caído su caldera, cosa que ocurrió en 1882). En consecuencia, no hay nada extraño en la afirmación de Platón de que el continente Atlántida desapareciese con tanta rapidez como él sostiene.
Donnelly no tiene en cuenta el hecho de que mientras es cierto que los continentes surgen y desaparecen, lo hacen muy lentamente. Si una gran isla o un continente desaparecieran, el proceso precisaría muchos milenios: no puede suceder tan súbitamente como para dejar el recuerdo de un gran desastre, que es lo que cree Donnelly (como muchos otros, aún hoy) que sucedió con la tradición del diluvio. Las inundaciones, sin duda, pueden anegar extensas áreas con bastante rapidez, pero la más generalizada que pueda imaginarse, finalmente se escurrirá y dejará las tierras por encima de las aguas. Las únicas fuerzas geológicas capaces de producir un hundimiento súbito y permanente de la tierra son los terremotos y las erupciones de las calderas, pero, en tal caso, sólo afectan, como máximo, a unos pocos kilómetros cuadrados.
El ya fallecido Lewis Spence, un científico dedicado a los mitos, intentó conciliar el relato de Platón con los hechos geológicos como él los entendía, cambiando la época de la Atlántida. Hizo notar la incongruencia existente entre la cultura descrita como seguramente perteneciente a la Edad del Bronce y su destrucción hace alrededor de 11.500 años; porque la Edad del Bronce no comenzó hasta aproximadamente hace 5.000 años. En 1925 indicó que la destrucción de la Atlántida constituyó sólo el último hecho en la disolución de un inmenso continente que antes había ocupado todo el Atlántico Norte, o su mayor parte. Ese continente, afirmó, comenzó a desintegrarse en la época del Micènico tardío, «debido a sucesivos acontecimientos volcánicos y, también, a otras causas». Dos grandes restos, las Antillas y la Atlántida, persistieron, hasta hace 25.000 años, unidos por una cadena de islas. Las Indias Occidentales representan los restos de las Antillas; la Atlántida continuó desintegrándose hasta que el desastre final alcanzó los últimos restos hacia el año 10.000 a.C. La lenta desaparición de la Atlántida produjo sucesivas olas de migraciones durante mucho tiempo, y una de éstas coincide con la fecha que da Platón para la destrucción de ese continente. La raza superior era el Cro-Magnon, cuya avanzada cultura de la Edad de Piedra es similar a la de los antiguos habitantes de América Central.
En la época de Spence, los geólogos habían llegado aproximadamente a un acuerdo respecto a una antigua posible conexión entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Las similitudes entre los fósiles pre-Mesozoicos de la flora y la fauna a ambos lados del Atlántico Sur son demasiado sorprendentes como para que sean una coincidencia. Algunos sostienen que esta conexión fue un angosto puente de tierra, de existencia más o menos temporal, como, por ejemplo, el istmo de Panamá, mientras que otros consideran todavía que la cordillera del Delfín fue una gran masa de tierra que se hundió. En 1912 apareció una «evidencia» que fue lanzada como prueba de que, en algún momento, la cordillera del Delfín estuvo sobre el nivel del mar. Un eminente geólogo francés pronunció una conferencia en la que afirmó que fragmentos de roca rescatados en 1898 por el arpeo de un barco que buscaba un cable telegráfico que se había roto eran de cristal basáltico (taquilita), similar al que se formó en la erupción del Pelée en 1902. Se ha hecho notar que mientras la lava del monte Pelée se había solidificado al aire libre, era cristalina en su textura, pero que cuando se solidificó fuera de otra lava se formó el típico basalto de grano fino. El geólogo francés consideraba esto como una prueba de que la roca cristalina del fondo del océano se había formado bajo la presión atmosférica, y que, por tanto, una superficie que ahora estaba a dos millas (más de tres kilómetros) de profundidad, debió de estar antes sobre el nivel del mar.
Pero, por desgracia para esta argumentación, no es la presión, sino la velocidad de enfriamiento, lo que rige la cristalización del magma, un hecho que ya era conocido en el momento en que se dio la conferencia. Si el magma se enfría muy rápidamente, los cristales no tienen tiempo de crecer y. por tanto, la roca resultante no será vítrea. Nada cambia si el enfriamiento se produce por el contacto con el aire o con agua fría que esté en las profundidades del mar. Si se enfría más lentamente, como la lava del Pelée que no estuvo expuesta al aire, se formarán finos cristales, y si se enfría lentísimamente en las profundidades de la tierra, producirá rocas de grano grueso, como el gabro, en el que los cristales individuales son visibles a simple vista. En las islas Hawái se han observado cubiertas vidriosas sobre los basaltos recogidos a una profundidad de 17.000 pies (5.100 metros) o más, de modo que no hay razones para que la taquilita tomada de la cordillera del Delfín no se formara precisamente en el lugar en que fue recogida.
Algunos geólogos aún pretenden que plantas y animales pudieron cruzar puentes de tierra, aunque la cantidad de éstos es cada vez menor. La existencia de puentes de tierra que permitan el paso de seres humanos es fácilmente demostrable sólo en el caso de que las regiones estén casi contiguas, como sucede en el estrecho de Bering, o en la parte occidental de las islas Canarias{52} y África. Sin embargo, puentes de tierra sobre el Atlántico son sólo una conjetura y nunca se ha producido un acuerdo general respecto de dónde pudieron haber existido. De cualquier modo, aun en el caso en que existieran, la conexión se cortó hacia el final del período Mesozoico, hace 70 millones de años, porque, desde ese momento, las floras y las faunas a ambos lados del Atlántico se desarrollaron de forma independiente. Por tanto, los puentes de tierra, si es que existieron alguna vez, no sirven en absoluto de ayuda para demostrar la existencia de tierra en medio del Atlántico en tiempos tan recientes como hace 11.500 años.
Cuanto más se sabe sobre el fondo del océano Atlántico —y nuestro conocimiento se ha incrementado a pasos agigantados en las últimas décadas— se hace más difícil, yo diría que imposible, encontrar ningún lugar en el que pudiese existir una conexión por tierra. Se sabe que la corteza terrestre que está debajo de los océanos es esencialmente diferente de la que se encuentra bajo los continentes; es más delgada y falta el estrato «granítico» que tienen los continentes{53}. No hay ninguna corteza del tipo continental sumergida debajo de ningún océano, y tampoco existen estrechas franjas de este tipo de corteza que unan los márgenes opuestos de ningún océano.
Más aún, los conceptos geológicos actuales eliminan la necesidad de que existiera tierra de ningún tipo en ningún momento. Actualmente, la teoría del deslizamiento continental, que hasta hace una década no se tomaba en serio entre los geólogos de Estados Unidos, es respetada y gana partidarios día a día. Según esta teoría (formulada independiente y casi simultáneamente por Frank B. Taylor. geólogo norteamericano, y Alfred Wegener. meteorólogo alemán. alrededor de 1910-1911), los continentes estuvieron unidos y constituían uno o quizá dos supercontinentes que, posteriormente, se rompieron, formándose así dos bloques que se van separando entre sí lentamente durante los últimos 70 millones de años. El deslizamiento continental, además, explica fácilmente el que las líneas costeras en los lados opuestos del Atlántico encajen perfectamente cuando, en un mapa, se las recorta y junta entre sí, lo que también explica por qué el sistema de rocas de África se corresponde con el de América del Sur, como asimismo sucede con la edad de los fósiles; y explica por qué pueden eliminarse algunas diferencias en las direcciones paleomagnéticas{54} de las rocas anteriores al Terciario, desplazando los continentes hasta unirlos de nuevo.
Al principio, el deslizamiento continental no se aceptó con entusiasmo porque el mecanismo que se propuso no era razonable. Describía bloques rígidos de un material liviano llamado «sial» (esencialmente granítico en su composición, con altas proporciones de silicato de aluminio) que flotaban como icebergs en una «sima» más densa y algo plástica (que era básicamente basáltica, con altas proporciones de silicatos de hierro y magnesio). Actualmente, aun cuando el mecanismo no se entiende totalmente, se dan dos tipos de evidencias independientes que hacen que resulte difícil creer que los continentes no se han movido uno con relación al otro. El último refinamiento de la teoría constituye el concepto de «placas tectónicas» que ha revolucionado el pensamiento geológico. Según tal planteamiento, la litosfera (la corteza terrestre y parte del manto; véase fig. 36) se divide en varias planchas (las opiniones sobre su espesor exacto difieren, pudiendo llegar a 200 kilómetros), creando en la cresta del centro del océano fosas que se deslizaron sobre una capa débil de la parte superior del manto, el que, a juzgar por el hecho de que las ondas sísmicas se retardan en él, está en un estado más plástico que el material que se encuentra por encima y por debajo de él: posiblemente, porque está parcialmente fundida. Esta débil capa se llama astenosfero{55}.
Fig. 36. El desplazamiento continental según una nueva tectónica global. Nuevo material del manto de la Tierra se levanta a lo largo de la cresta media oceánica, produciendo las placas (compuestas de la corteza y la parte superior del manto) que se separan. En este caso, una placa se desplaza hacia el oeste, arrastrando un continente (que podría ser Sudamérica), choca con una placa oceánica que se mueve hacia el este (placa del océano Pacífico), y. esta última, se hunde bajo el continente. Las reacciones físicas y químicas entre el material de la corteza que se hunde y el manto originan el vulcanismo y los terremotos. (Tomado de Takeuchi y de otros, 1967.)
Cuando chocan las placas se producen fenómenos desde el punto de vista geológico. Si dos placas que transportan continentes se encuentran, se origina un pliegue montañoso. El Himalaya, por ejemplo, se formó cuando la India se desplazó hacia el norte contra Asia. Cuando una placa oceánica choca contra un continente, como ocurrió cuando el nordeste del Pacífico chocó contra Asia y el sudeste del mismo océano lo hizo contra Sudamérica, se sumerge bajo la placa continental más liviana y su camino de descenso queda marcado por un plano inclinado de los hipocentros de los terremotos llamado (en honor al sismógrafo norteamericano Hugo Benioff) zona de Benioff, por un foso oceánico, mar adentro, y montañas encogidas, al borde del continente. Cuando el material que se hunde desciende a una profundidad considerable, se funde y. lentamente, se recicla, formando así una cresta en una acción de tipo de correa transportadora que, se supone, es arrastrada por las corrientes. La asociación del vulcanismo activo con el descenso de las placas no es casual, sino que se debe a que los materiales más livianos pierden el gas al hundirse. No todas las placas chocan de frente, sino que algunas giran un poco mientras se trasladan. El nordeste del Pacífico golpeó de refilón sobre la costa oeste de Estados Unidos y se sumergió bajo las islas Aleutianas, separando a la Baja California de México y produciendo la conocida falla de San Andrés y sus ramificaciones, a la que están ligados la mayor parte de los terremotos de la zona.
Las dos pruebas que sirven de base a la idea de que el fondo del océano se está expandiendo realmente son las “anomalías magnéticas" y la datación por el potasio-argón de las rocas del fondo del océano. Aunque la dirección del campo magnético de la Tierra —es decir, la localización geográfica de los polos magnéticos, que no coinciden totalmente con los polos geográficos— no ha cambiado sensiblemente desde los tiempos del comienzo del Terciario, su polaridad se ha invertido —o sea, que los polos magnéticos del norte y del sur se han hecho intercambiables— varias veces, de un modo brusco, a través de los tiempos geológicos. La última inversión conocida sucedió entre 13.500 y 17.500 años atrás. No se sabe ni cuándo ni por qué se produjo, aunque debe relacionarse de algún modo con el núcleo fluido exterior de la Tierra que creó el campo magnético principal cuando ésta giraba sobre su eje como una dinamo gigantesca. Cualquiera que haya sido la razón, las capas que se formaron a raíz de erupciones en las distintas épocas geológicas muestran alteraciones de la polarización normal e invertida{56}, polarización que puede estar en relación recíproca en todo el globo.
Se ha pronosticado que si el fondo de los océanos se está expandiendo desde las crestas medio-oceánicas, como afirma el concepto de las placas tectónicas, la dirección paleomagnética alternativa de las rocas que se han formado en épocas sucesivas de polaridad magnética alternativa debería mostrar anomalías en el esquema del campo magnético, tales como franjas paralelas a la cresta dorsal del centro del océano a ambos lados, cosa que se ha confirmado por las investigaciones magnéticas realizadas allí (para las que se utilizan magnetómetros aéreos o remolcados por barcos). La velocidad de esta expansión se ha estimado en. al menos, un centímetro por año, aunque algunos la elevan hasta ocho centímetros y. además, la velocidad no ha sido constante. Las pruebas de las anomalías magnéticas son confirmadas por los resultados de la datación de carbono-14 realizadas en las rocas del fondo del océano a distintas distancias de la Cresta Dorsal del Atlántico Medio. Las edades que se obtuvieron coinciden con las pronosticadas en las pruebas de polaridad, indicando un aumento uniforme desde el centro a ambos lados de la cresta.
No se necesitan, pues, más argumentos para probar que nunca existió una masa de tierra, o isla, en el océano Atlántico, al menos no desde el tiempo que el hombre está sobre el planeta. Pero aún hay otra comprobación, surgida desde el campo relativamente reciente de la paleoclimatología, que aporta otro grano de arena para confirmar que no existe una Atlántida sumergida en el océano Atlántico. Por medio de técnicas biogeoquímicas fundamentadas en las proporciones en que se halla el estable (es decir, no radiactivo) isótopo de oxígeno en las conchas de los organismos marinos, es posible determinar la temperatura del agua en la que viven dichos organismos y en la que secretan sus conchas. La mayoría de los átomos de oxígeno tienen un peso atómico de 16, pero algunos pocos —en el oxígeno de la atmósfera alrededor de dos sobre mil— tienen un peso de 18. Por estudios realizados sobre especies vivas se sabe que cuanto más fría está el agua, mayor es la proporción de oxígeno «pesado» (O18) que interviene en la composición del carbonato de la concha. Por tanto, midiendo las proporciones relativas de los dos isótopos de oxígeno en los fósiles de conchas, es posible calcular la temperatura de las aguas marinas de la antigüedad, lo que, a su vez, indica cómo era el clima en aquel entonces. (Este condensado esquema del método está muy simplificado, pero sirve para ofrecer una idea general del principio en que se basa.) De cualquier modo, las investigaciones paleoclimáticas indican que hace 11.500 años, el océano Atlántico, en una latitud media, era frío —precisamente en el punto en que se supone que estaba la Atlántida—, como podía esperarse, ya que esta época se sitúa hacia el final de las glaciaciones del Pleistoceno. Sin embargo, el clima que describe Platón en la Atlántida era suave y bastante parecido al del área del Mediterráneo en los últimos miles de años.
Tras eliminar, desde el punto de vista geológico, la posibilidad física de que existiera en alguna parte una antigua masa de tierra sobre el Atlántico, toda argumentación sobre la Atlántida basada en similitudes culturales y lingüísticas cae por su propio peso. Si estas similitudes no son simplemente casuales o imaginarias, deben de tener alguna otra explicación. (No obstante, estas preguntas van más allá de los fines de este horizonte geológico.) O bien la Atlántida existió en otra parte, o nunca existió, excepto en la imaginación de Platón.
Seleccionando con sensatez aquellas partes del relato de Platón que resultan apropiadas, y desechando las que aparecen como distorsiones o exageraciones, cabe suponer el enclave histórico de la Atlántida en cualquier parte del globo y. en verdad, es difícil encontrar ninguna zona de éste que no haya sido propuesta en uno u otro momento: el Ártico; varios lugares de Europa y del Mediterráneo; África del Norte y del Sur; América del Norte, del Sur y Central; Sri Lanka e, incluso, el Pacífico Sur. En muchos casos, la elección del punto revela una buena dosis de chauvinismo, y el que hace la propuesta trata de probar que su propio país constituyó el enclave real de la Atlántida. o que su nación desciende de los atlantes y, por tanto, sus miembros son superiores a los demás. Spence, por ejemplo, afirma:
«Si se le permite a un patriota escocés jactarse, diré que creo firmemente en la superioridad mental y espiritual de los escoceses, lo que se debe, en gran parte, al predominio de sangre Cro-Magnon que, seguramente, corre por las venas de sus gentes... Los ingleses también, sin duda, extraen su cordura, su poder físico y la marcada superioridad en las cosas mentales de la misma fuente y. si la mayor parte de su sangre es ibérica, ¿no deriva esto, también, de la Atlántida? A la mezcla de sangre Cro-Magnon e ibérica se debe el genio de Shakespeare y de Burns, de Massinger y de Ben Jonson, Milton, Scott y, para referirnos a nuestra época, H. G. Wells y Galsworthy son casi Cro-Magnon puros...»
Los vascos también reclaman el ser descendientes de los habitantes de la Atlántida y creen que su lengua, que no se relaciona con ninguna otra actual, es lo que queda de la lengua original de la Atlántida. El gran erudito sueco del siglo XIX Olaf Rudbeck creía, como muchos de sus contemporáneos, que su nombre se recordaría principalmente por un inmenso tratado inacabado en el que «probaba» que la Atlántida era la península escandinava, y Suecia el lugar de origen de la civilización. Sin embargo, se le recuerda, en realidad, como el descubridor del sistema linfático del cuerpo humano.
Cualquier tratado sobre todas las sugerencias de lugares alternativos para la Atlántida llenaría por sí solo un libro de considerables proporciones. El lector que se interese por más detalles puede consultar el completo trabajo de L. Sprague DeCamp que se titula Lost Continente (Continentes perdidos), publicado por primera vez en 1954 y reimpreso, tras ser revisado, en 1970. Sus disquisiciones geológicas son meditadas y sus argumentaciones son fundamentalmente sensatas{57}.
El mismo proceso de aceptación y rechazo que permite considerar las numerosas localizaciones alternativas de la Atlántida puede ser invocado con respecto al enclave de los egeos. Entonces, ¿por qué debe tomarse con más seriedad que otros? Porque, por primera vez, los dos elementos esenciales y absolutos del relato de la Atlántida —una civilización superior y una catástrofe natural— están presentes en ambas.
La primera persona que pensó que era posible que los minoicos fueran el prototipo de los habitantes de Atlántida fue el erudito K T. Frost, quien, primero en una carta anónima enviada al Times de Londres el 19 de enero de 1909, y luego en una exposición más detallada en que reconocía la autoría de la carta, enfatizaba que la leyenda tenía sentido si se la consideraba como histórica desde el punto de vista egipcio. A los egipcios, la desaparición de los minoicos, cuando parecían ser más fuertes y más seguros, les debió de parecer como si éstos se hubieran hundido en el mar. Pero los escépticos, que exigían una sumersión literal de la Atlántida, no tardaron en señalar que Creta está aún, en gran parte, sobre el nivel del mar. En 1928, un ruso, L. S. Berg, trató de localizar la Atlántida en el Egeo, cerca de Creta. El Egeo se formó en tiempos geológicos recientes (Cuaternario) por la subsidencia de un bloque de tierra («Aegeis») que en otros tiempos unía la península balcánica con Turquía. Pero hoy sólo quedan los puntos más altos sobre el nivel del mar que constituyen las islas del Egeo. Berg creía que el recuerdo de estas antiguas tierras podría haber sido transmitido a los minoicos, quienes, a su vez, las pudieron mencionar a los egipcios durante sus transacciones comerciales, y que estos últimos pudieron haber deducido del relato la tradición de una catástrofe. Esta teoría no es muy recomendable porque requiere que se recuerde el fin de los egeos después de diez o cien mil años, puesto que, en realidad, este fin se produjo gradual e inadvertidamente.
Cuando Marínatos propuso, en 1939, su teoría de la destrucción volcánica de la Creta minoica, se apresuró a reconocer sus implicaciones para con la Atlántida. En 1950 publicó un trabajo en el que demostraba que, posiblemente, el mito de la Atlántida había surgido de la fusión de varios episodios distintos que tuvieron lugar durante un espacio de tiempo de alrededor de novecientos años, pero que se centraban en «la destrucción de Thera acompañada por un fenómeno natural que se percibió en puntos tan lejanos como Egipto» originando «el mito de una isla, poderosa y rica más allá de lo imaginable, que terminó hundiéndose». Dado que este trabajo se publicó originariamente en griego (la versión inglesa no fue publicada hasta 1969, por el First International Scientific Congress on the Volcano of Thera (Primer Congreso Internacional sobre volcanes de Thera]), no recibió el general reconocimiento. El interés actual debe atribuirse a A. G. Galanopoulos, quien, en una serie de trabajos que comenzaron en 1960, se esfuerza en demostrar que las erupciones de la Edad del Bronce de Santorín no sólo explican la Atlántida, sino también varios otros mitos y tradiciones semihistóricas, incluido el diluvio de Deucalión.
Las teorías de Marínatos y de Galanopoulos representan dos caminos distintos que conducen desde la Creta minoica hasta la Atlántida. La ruta de Galanopoulos se basa en la creencia de que la confusa información histórica que existe sobre las erupciones de Santorín y sobre los minoicos fue llevada a Grecia desde Egipto por medio de Solón, que la tradujo, y que fue transmitida a Platón, quien la registró unos doscientos años después Para recorrer este itinerario es necesario encontrar una explicación lógica a las diferencias entre la descripción de Platón y lo que se sabe respecto de los minoicos y las erupciones de la Edad del Bronce.
Se comenzará por seguir !a ruta de Galanopoulos, aunque no necesariamente paso a paso. ¿Se puede ir desde Creta y Santorín hasta la Atlántida sin hallar algún obstáculo insuperable? La única forma de averiguarlo es considerar separadamente cada hito importante en la descripción de Platón (suponiendo, por el momento, que se basa en un documento real) y juzgar si encaja en la Creta minoica y/o Santorín y. de no ser así. si existe alguna explicación verosímil para conciliar las discrepancias.
1. Según Timeo, la antigua Atenas se fundó nueve mil años antes de los tiempos de Solón, y guerreó con la Atlántida en algún momento posterior no determinado; según Critias, la guerra fue nueve mil años antes de los tiempos de Solón. (Si Platón estaba en realidad informando, esta inconsistencia revela un cierto descuido por su parte.)
Uno de los argumentos fundamentales de Galanopoulos estriba en que todas las cifras por encima de 100 (en los textos griegos) se han exagerado diez veces como resultado de un error de traducción introducido cuando el sacerdote egipcio le comunicó el relato a Solón: al traducir la palabra o símbolo egipcio de 100 se registró como 1.000. Como se verá más adelante cuando se analicen otras medidas, esta idea tiene bastante sentido, ya que reduce todas las cifras —ya se refieran a tiempo, lugar o número de personas y barcos— a valores que son compatibles con lo que se sabe de la Creta minoica. Sólo alguien que haya tenido la oportunidad de comparar las traducciones con los originales puede apreciar la bella simplicidad y la lógica del argumento de un error de traducción. Como constante consumidora, a veces editora, y. en la actualidad, traductora profesional de textos técnicos, os puedo asegurar que un error como el que pretende Galanopoulos es trivial para la mayoría de la gente en comparación con algunos otros escritos que he visto, tanto publicados como inéditos.
Se sabe que Solón visitó Egipto cuando era joven. Por tanto, no es seguro el momento exacto de su visita. Se cree, sí, que acaeció en algún momento entre 593 y 583 a.C., pero también pudo haber sido después del 570 a.C. De cualquier forma, si se reemplaza 900 por 9.000 años, tanto la fundación de Atenas como la guerra con la Atlántida se sitúan dentro de los límites de error admitido de los datos obtenidos por el carbono-14 para las erupciones minoicas, y un conjunto de datos (después de 1470 a.C.) se aproxima a la datación arqueológica para el fin de la Creta minoica.
2. «Este poder vino desde el océano Atlántico... y había una isla que estaba frente al estrecho... llamada las Columnas de Hércules: la isla era más grande que Libia y Asia juntos...»
Galanopoulos piensa que Platón trasladó la Atlántida al océano Pacífico, comprendiendo que una isla de dimensiones tan exageradas no podía estar en el Mediterráneo. Entonces, presentó argumentos para probar que las «Columnas de Hércules» se referían al principio, no al estrecho de Gibraltar, sino a los cabos Malea y Taenarum (Matapán) (véase fig. 28). No veo la necesidad de falsear la geografía de las «Las Columnas de Hércules». Ya fuera el mismo Platón o algún antiguo egipcio el que ubicó la Atlántida en el océano Atlántico, esto significa que habría estado más allá del estrecho de Gibraltar, y Platón, naturalmente, utilizaba el nombre por el cual él conocía el estrecho.
3. «La isla... era el camino hacia otras islas y. desde allí, se podía pasar a todo el continente opuesto...»
No cabe duda de que Creta era un paso entre África del Norte. Asia Menor, las islas orientales del Mediterráneo y Europa. Como indica J. V. Luce, «desde el punto de vista egipcio, ésta es una descripción bastante exacta de Creta como puerta de entrada hacia las Cicladas y la parte continental de Grecia».
4. La Atlántida era un «reino grande y espléndido» que gobernaba también sobre otras islas y parte del continente y había dominado a parte de Libia dentro de las Columnas de Hércules «llegando hasta Egipto y. desde Europa, hasta Tirrenia».
Políticamente, los minoicos controlaron Creta, muchas de las islas egeas y parte de la Grecia continental, mientras que, desde el punto de vista económico, su influencia se extendió, por lo menos, hasta Libia, Egipto y Sicilia.
5. Después de que los atenienses derrotaron a los agresivos atlantes, «...se produjeron violentos terremotos e inundaciones, y en sólo un día y una noche... todos los guerreros se hundieron juntos en la tierra, y también la isla de Atlántida desapareció en las profundidades del mar».
Como ya se indicara, a causa de las erupciones minoicas se produjeron intensas lluvias, incluso a grandes distancias del volcán, y debido al efecto siembra de nubes de las cenizas en la parte alta de la atmósfera y un tsunami que se originó en la caída de Stronghyli (como se ha estado denominando a !a erupción previa de Santorín), pudieron calificarse como diluvio cuando y donde se hicieron sentir. La terminación de las explosiones principales pudo haberse interpretado como terremotos, como en el caso del Krakatoa, o cabe que un seísmo tectónico se produjese, dentro de un período razonable, después de la erupción. El clímax de la erupción, incluyendo la caída de la caldera, pudo producirse en un día y una noche. La noticia de la súbita desaparición de gran parte de una pequeña isla debe de haber circulado durante un cierto tiempo por todo el Mediterráneo, probablemente sin alteraciones. Al escucharla. ¿no es posible que los egipcios ataran cabos y la unieran a la desaparición más o menos brusca de los comerciantes minoicos? Pero, oyeran o no algo sobre la isla desaparecida, va qué agente podían atribuir los hogareños egipcios la errónea interpretación de la desaparición de toda Creta más que a un terremoto? Aún ahora, como ya se ha visto, la gente cree toda clase de cosas imposibles sobre los terremotos.
6. «...El mar en esa parte es imposible de pasar o penetrar porque en el camino hay un bajío pantanoso que se debe al hundimiento de la isla» (Timeo): «Y después de haber sido hundida por un terremoto (Atlántida) se transformó, para los viajeros de aquí que intentaban cruzar el océano que está más allá, en una infranqueable barrera de lodo» (Critias).
No hay bajíos en el Mediterráneo que puedan ser la base de esta teoría, pero tampoco hacen falta. Como ya señalara Galanopoulos, cuando se produjo la erupción minoica, el mar alrededor de Santorín debió de estar cubierto por una capa espesa de pumita. Probablemente fue más espesa que la que se formó alrededor del Krakatoa en 1883, y en ese caso llegó a tener más de diez pies (tres metros) de espesor. Para los pequeños barcos de la Edad del Bronce, el mar cubierto de piedra pómez resultaría verdaderamente imposible de navegar hasta que la pumita que flotaba se dispersase gradualmente gracias al viento y a las olas o cuando, saturada de agua, se hundiera hasta el fondo. Si la caída de la caldera se produjo cuando la pumita todavía formaba esta capa, es decir, como la culminación de una erupción, es más fácil comprender la conexión entre la isla que se hundía y el bajío enfangado de la descripción.
7. La Atlántida estaba dividida en diez partes, gobernadas por los descendientes de cinco pares de gemelos masculinos que habían nacido de Poseidón y de una mortal, Cleito. El mayor se llamaba Atlas y era «rey sobre los demás». Sus descendientes «poseyeron tal cantidad de riquezas como nunca habían poseído antes los reyes y los potentados... y tenían todo lo que necesitaban, tanto en la ciudad como en el campo, porque, debido a la magnitud de su imperio, muchas cosas se recibían desde el extranjero...»
Esto es compatible con lo que se sabe de la riqueza de los minoicos, comerciantes-marinos gobernados por una confederación de sacerdotes sometidos a la supremacía de Cnosos.
8. En la descripción de Platón, los detalles geográficos de la Atlántida no están del todo claros, y esto se demuestra por el hecho de que distintos traductores discrepan en cuanto a la versión precisa de varios pasajes. La parte del país en que vivía Cleito era donde luego se levantó la Metrópolis de Atlántida, que se describe como «el llano más bello y más fértil»; en el centro de éste había una colina baja, a cincuenta estadios{58}, aparentemente, desde el borde del llano. Pero, la misma ubicación de este valle es algo ambigua: dos traductores coinciden en que estaba hacia el mar; un tercero dice al borde del mar y extendiéndose hasta el centro de la isla.
Alrededor de la colina, Poseidón había creado zonas alternativas, perfectamente circulares, de mar y tierra. Todos los traductores están de acuerdo en que la isla central, en la que se construyeron el palacio real y otros edificios, tenía cinco estadios de diámetro; la zona interior de mar, un estadio: las zonas de mar y tierra que seguían, dos estadios cada una; y la zona exterior de mar y tierra, tres estadios cada una. Los posteriores reyes de Atlántida construyeron puentes sobre las zonas de mar y dragaron un canal desde el mar hasta el puerto interior. El canal tenía trescientos pies (noventa metros) de ancho, cien pies (treinta metros) de profundidad (tres plethra y un plethrum, en griego) y cincuenta estadios de longitud. Si dibujamos un plano siguiendo estas especificaciones, se obtendrá un esquema como el de la figura 37.
La descripción del campo circundante es menos clara. La traducción de Jowett dice que toda la campiña era elevada y escarpada del lado del mar, pero rodeando inmediatamente a la ciudad había un valle oblongo y llano, rodeado de montañas que descendían hasta el mar. Según la traducción de Taylor, cada sitio cercano al mar era elevado y abrupto, pero alrededor de la ciudad había un llano circular «bordeado y encerrado por las montañas» que se extendían hasta el mar. Y. finalmente, la versión de Loeb cuenta que toda la región «se elevaba perpendicularmente desde el mar hasta una gran altura, pero que la ciudad estaba en un suave valle.... circundado por montañas, que se dilataba hasta el mar». Todos coinciden en que el llano tenía tres mil estadios de longitud y dos mil de anchura. ¿«Esta parte de la isla miraba al sur y estaba protegida del norte» (Jowett): o es que «toda la isla estaba orientada hacia el sur, pero sus extremos lo estaban hacia el norte» (Taylor); o tal vez «esta región, a lo largo de toda la isla, miraba hacia el sur y estaba protegida de los vientos del norte» (Loeb)?
Fig. 37. La Metrópolis de Atlántida, dibujada según las descripciones de Platón.
¡No cabe duda de que, como afirma Galanopoulos, Platón describía dos lugares distintos! El sugiere que la Metrópolis de Atlántida estaba en la isla de Stronghyli, y la Ciudad Real y el valle de sus alrededores en la parte continental de Creta, siendo la primera el centro comercial y la segunda el asiento del gobierno. En este contexto, los pasajes que describen Metrópolis podrían aplicarse a la época anterior a la caída de Santorín. Las dimensiones resultan acertadas: ninguna de las cifras es un número mayor que cien (en las unidades griegas), y. por tanto, no han estado sujetas a un posible error de traducción. Si por alguna razón Santorín era todavía una caldera antes de la erupción minoica, como lo era Krakatoa en 1883, y si esa caldera estuvo llena parcialmente en la siguiente erupción, lo mismo que se está llenando la caldera en la actualidad, sólo que un poco más, es posible, entonces, que el Stronghyli tuviera una depresión central con una pequeña colina en su centro. Pero, para que esto encaje literalmente con la descripción de la Metrópolis, el fondo de la supuesta caldera pre-minoica tuvo que ser lo suficientemente baja como para que el mar fluyera por el canal artificialmente excavado (lo que supondría una tremenda empresa de ingeniería aun en los depósitos piroclásticos), y esto no es coherente con la actual interpretación de la configuración del volcán antes de la caída. Hasta donde se sabe, se elevó desde el mar hasta formar un pico de altura desconocida. En cualquier caso, aun cuando existiera alguna vez, buscar, como se ha sugerido, los restos de la Metrópolis de Atlántida en la actual bahía de Santorín se trata de algo excesivamente optimista. Cualquier resto de obras humanas que pueda estar en el fondo del mar después de la caída, hace mucho tiempo que habrá quedado enterrado bajo los productos de la erupción que forman el actual Kamenis (véase fig. 31).
Por otra parte, la semejanza entre el valle alrededor de la Ciudad Real y el llano de Mesara, en Creta, es innegable. El valle de Mesara es ovalado y llano, se encuentra al lado sur de Creta, está protegido del norte y sus dimensiones se ajustan si se dividen por diez. Sin embargo, no es Cnosos la que está en el valle de Mesara, sino Festos. y si Creta era la isla principal de la Atlántida, sin duda, sería Cnosos la Ciudad Real. Luce desecha la idea de que la descripción de Platón de la Metrópolis de Atlántida se refiera a Stronghyli y sitúa la Metrópolis en Cnosos, que está en el montículo de Cefala, en un valle fértil y rico.
9. Se dice que Poseidón dotó a la isla central de Metrópolis con agua corriente fría y caliente por medio de dos manantiales.
El manantial cálido se ha esgrimido en favor de Santorín como el enclave de Metrópolis, ya que la actividad térmica se suele asociar con los volcanes. Como regla general, esto es cierto, pero la asociación se produce cuando ha habido actividad volcánica en el pasado geológico reciente, como es el caso del Yellowstone National Park (Parque nacional de Yellowstone): muy raramente (si es que alguna vez) se hallan inmediatos o alrededor de volcanes que aún están en actividad. Las áreas termales de Islandia, por ejemplo, están ligadas a la juventud geológica, pero en ellas actualmente las erupciones volcánicas se han extinguido, mientras que no hay manantiales cálidos en Hekla y otros volcanes vivos. En lo que a Creta se refiere, no es ni nunca ha sido volcánica. Hasta donde se sabe, no existen allí manantiales cálidos, ni siquiera del tipo que se debe a flujos surgentes que proceden del interior de la tierra (como los de Carlsbad) y no a antiguos volcanes extinguidos.
10. Poseidón hizo «que surgieran del suelo, y en abundancia, todo tipo de alimentos». Había gran cantidad de madera para el trabajo de los carpinteros, y todo lo necesario para mantener a los animales salvajes y domésticos. Toda clase de productos fragantes —raíces, hierbas, maderas o esencias destiladas de las frutas y las flores, también frutos cultivados y castaños—, «todo esto, agradable y maravilloso, lo tenía en infinita abundancia esta isla sagrada».
Esta descripción de una tierra de esplendoroso verdor no se parece en nada a la moderna y yerma Creta, y no hay fundamentos para suponer que el clima fuera sustancialmente diferente hace tres mil quinientos años. Seguramente, el Santorín de antes de la caída podría haber sido más húmedo si sus picos eran lo bastante altos como para lograr que las nubes dejaran caer la lluvia en sus flancos: y los árboles deben de haber sido más abundantes en Creta porque sus bosques proporcionaron cipreses para los navíos venecianos hasta los tiempos medievales. Creta llama la atención, aún hoy, por las plantas y las hierbas aromáticas: el tomillo salvaje crece en todas partes propagando en el aire su fragancia cuando se pisa al pasar; los líquenes comunes de Creta se han hallado en las tumbas egipcias y pudieron importarse hasta allí para ser empleados en perfumes, y los aceites aromáticos de Creta se usaban en Egipto para embalsamar. En la Creta actual, también se cultivan frutas. Las viñas crecen en todas partes y se utilizan para fabricar vino, para servir las uvas en la mesa o preparar pasas de uva; las naranjas se cultivan, pero en suelos irrigados; las higueras y los olivos también se hallan por doquier. Pero, por otra parte, las grandes extensiones de Creta seguramente fueron siempre improductivas, aun cuando la cantidad de tierra cultivada en los tiempos minoicos fuera la misma que en la actualidad. En 1948l el 8% del suelo era de labranza; el 10% lo constituían viñas, olivos y huertos; el 5%, barbecho; el 7%, forraje; el 2%, bosques, y un 48% era madara, es decir, tierra desnuda utilizada para pastoreo (especialmente ovejas y cabras); el restante 20% constituía la zona improductiva y montañosa. Al menos la mitad de la madera debió de constituir bosques vírgenes en los tiempos minoicos, pero los despeñaderos y los torrentes debieron de existir y ser como los actuales. Además, ahora, la mayor parte de los cultivos son posibles sólo gracias a los amplios terraplenes y. en realidad, no hay modo de saber si los minoicos utilizaron de forma semejante las escarpadas laderas de las colinas.
11. En la Atlántida «había toda clase de animales, tanto los que viven en lagos y pantanos y ríos como los que habitan en las montañas y en los llanos», y. entre los animales salvajes, se encontraba el «más grande y voraz de todos»; el elefante.
Los lagos y los pantanos casi no existen en Creta y sólo hay dos cursos de agua permanentes. Y si bien no resulta difícil imaginar que algunos elefantes pudieran importarse a Creta como curiosidad, la lógica rechaza la idea de que los rebaños erraran por allí. Un fresco egipcio muestra un mensajero cretense portando un colmillo de elefante. Sin embargo, se ha dicho que quizá los egipcios supusieron que el marfil venía de Creta, mientras que. en realidad, los minoicos pudieron cazar elefantes en el norte de África, o adquirirlos en sus relaciones comerciales con Siria, que se sabe que tenía elefantes en tiempos de Tuthmosis III de Egipto, que reinó hasta 1439 a.C.
12. Los atlantes «extraían de la tierra todo lo que allí se encontraba». incluso oricalco, «en aquellos días más preciado que nada, excepto el oro».
Los recursos minerales de Creta y de otras islas del Egeo son limitados Los minoicos debieron importar una gran parte de los metales que necesitaban. El oricalco. o «montaña de bronce», se supone que era una aleación de cobre y cinc —en otras palabras, latón— que se fabricaba empíricamente agregando «cadmio» (óxido de cinc) en polvo sobre el cobre fundido. Los antiguos desconocían el cinc como metal. No se sabe si los minoicos conocieron el oricalco, ni si se trata del oricalco mencionado en la descripción de la Atlántida, porque de este último se dice que «brillaba con una luz roja», o «resplandecía con ardiente esplendor», o «centelleaba como fuego», depende de qué traducción se lea: todo lo cual indica un tinte rojizo que el oricalco conocido no tiene , ya que es más blanquecino que el latón común.
13. El palacio real construido en el enclave de la colina de Cleito era suntuoso, ya que cada rey luchaba por sobrepasar a su predecesor en la ornamentación, «hasta que lograron que el edificio fuera una maravilla por su tamaño y por su belleza».
¿Cnosos a la perfección?
14. Cada área del centro de la Metrópolis de Atlántida estaba rodeada por un muro de piedra que se extraía de las profundidades de esas áreas. Una clase de piedra era «blanca, otra negra y una tercera roja». El muro alrededor de la isla central o acrópolis estaba cubierto con oricalco: el de la zona siguiente, con estaño; y el que bordeaba la zona exterior, con latón. A cincuenta estadios desde el puerto exterior «se llegaba a un muro que empezaba en el mar y seguía alrededor» de Metrópolis, «al final del cual se hallaba la desembocadura de un canal que llevaba hasta el mar».
Las piedras blancas, rojas y negras se encuentran en Santorín, pero también en cualquier sitio del Egeo. De cualquier modo, seguramente los minoicos no rodeaban sus asentamientos con murallas, ni las revestían con metales ni con cualquier otro material.
15. La acrópolis que había sido la colina de Cleito se vio favorecida no sólo por la instalación del palacio real, sino también por espléndidos templos, uno de Cleito y Poseidón y otro sólo de éste, en el que había diversas estatuas de oro, una inmensa del mismo dios, de pie en un carro romano, y otras imágenes «dedicadas por particulares», mientras que en la parte exterior, bordeando el templo, había estatuas de oro «a las que se les había dado los nombres de los diez reyes» y de sus mujeres.
Decididamente, los minoicos no construían templos ni erigían estatuas heroicas, ni tampoco, hasta donde se conoce, adoraban a un dios del mar. Su religión parece haberse centrado en una madre- diosa, de la cual sólo modelaban o tallaban pequeñas figuras de 30 a 60 centímetros de altura.
Í6. En torno a los manantiales de agua fría y caliente de que los había provisto Poseidón, los atlantes construyeron edificios y plantaron árboles. «También hicieron cisternas, algunas a cubierto y otras al aire libre, para usarlas en el invierno como baños calientes. Había baños para los reyes y baños para uso de la gente común... y había baños para las mujeres...»
Estos detalles se ajustan a la vida minoica de palacio. Los palacios estaban equipados con baños, no sólo para uso de sus habitantes sino también para los baños rituales de los visitantes, antes de que éstos llegaran a presencia del rey. En Cnosos al menos, la reina tenía su propio y elegante baño.
17. En el valle en derredor de la Ciudad Real había un foso que la bordeaba, de cien pies (treinta metros) de profundidad, trescientos pies (noventa metros) de anchura y treinta mil pies (nueve mil metros) de longitud, que se llenaba con los cursos de agua que descendían de las montañas, canalizados hasta el mar. Una red de canales que se comunicaban, alimentados por el canal principal, cruzaba el valle en varias direcciones y por ellos se enviaba la madera talada de las montañas, y también se transportaba a la ciudad los productos del valle. Dos veces al año «juntaban los frutos de la tierra, disfrutando de las ventajas de las lluvias en invierno y de las aguas que proveía la tierra en el verano, cuando se conectaban los cursos de agua a los canales».
Reduciendo en diez veces las dimensiones de este sistema de canales coincide con el valle de Mesara en Creta, pero, aunque la concentración de las lluvias en invierno está de acuerdo con el clima mediterráneo, el total de precipitaciones caídas que implica esta descripción es mucho más elevado que el que tiene Creta. Tampoco existen rastros de un sistema de irrigación en el valle de Mesara ni en ningún otro lugar, al menos hasta ahora.
18. Para fines militares, la Ciudad Real estaba dividida en sesenta mil lotes de diez estadios cuadrados, cada uno con un conductor que debía participar con hombres y materiales en caso de guerra: un carro romano por cada seis lotes, además de caballos y jinetes, soldados armados con armas pesadas y livianas (estos últimos incluían arqueros, hondero, lanzador de piedras y tiradores de jabalina) y marinos para complementar mil doscientos barcos. Los otros nueve gobiernos elevaban sus contribuciones de modo algo distinto que no se especifica.
Reduciendo estas grandes cantidades por el factor diez, la cantidad de barcos y carros desciende a proporciones más creíbles. Sin duda, el sacerdote-rey de la Creta minoica debió de compartir la responsabilidad para asegurar la defensa de la nación, posiblemente en líneas generales, tal como se describe.
19. Los reyes de la Atlántida se encontraban cada pocos años para discutir sus intereses comunes y para administrar justicia, y en esa ocasión aseguraban su lealtad en una ceremonia que se describe con algún detalle. Se soltaba a los toros en el templo y se los cazaba sólo con garrotes y lazos: el que se atrapaba era conducido al pilar sagrado en que estaban inscritos los preceptos de Poseidón y. luego, lo sacrificaban del modo habitual.
Si los minoicos asociaban al toro con el dios del mar, como hacían los griegos —y. hasta donde se sabe, no lo hacían—, o no. es obvio que lo creían sagrado, como demuestra el hecho de que el toro es uno de los motivos más frecuentes en su cultura. La caza de los toros con redes se describe en los vasos de oro minoicos hallados en Vapheio, en Esparta. La representación de los toros atados y listos para el sacrificio en el altar también se conoce. El salto del toro, aunque era un espectáculo para el público, debió asimismo de poseer un significado religioso, por lo menos en sus comienzos. La idea del pilar sagrado ofrece otro elemento de semejanza con los minoicos, y hace más posible que los atlantes fuesen los minoicos.
Suponiendo que cuando los comerciantes minoicos dejaron bruscamente de ir a Egipto, algunos sacerdotes egipcios recopilaran la información de que disponían respecto de la geografía, el gobierno. las costumbres de los minoicos y las circunstancias de su desaparición como gran poder, se puede esperar que su relato contenga alguna información que sea razonablemente precisa, mucha que estaba deformada en distintos grados y. posiblemente, algunos hechos que no pertenecían en absoluto a Creta o a los minoicos. Revisando la argumentación presentada en los apartados 1 a 19 que se detallan más arriba, se ve que 3. 4. 7. 13. 16, y especialmente el 19, se ajustan a la descripción general de la Creta minoica, y que 1, 2, 5, 6, 8, 9, 17 y 18 pueden encajar, con correcciones, a veces muy fácilmente, y otras sólo con argumentos tortuosos. Sin embargo. 11, 12, 14 y 15 resultan completamente opuestas a lo que se sabe. Y debajo de todo esto hay una pregunta insistente: si Solón estaba tan impresionado con el relato sobre la Atlántida que intentaba escribir un poema épico sobre ella, ¿por qué no se lo dijo a nadie, ni siquiera a su amigo más íntimo? ¿Temía que otro escritor le robara la idea? Sin embargo, esto continúa sin explicar por qué Critias. a su vez, guardó el relato para sí desde la edad de diez años, en que lo escuchó por primera vez, hasta que fue el hombre maduro que se supone compartía los Diálogos, porque él también proclamó que le había impresionado profundamente.
El terreno que se atraviesa en el camino alternativo desde la Atlántida hasta la Creta minoica se resalta por la premisa de que la descripción de Platón es esencialmente de su propia invención, pero que probablemente no la hizo a partir de nada. Según el sistema tradicional de los escritores, la tejió con trozos de mito y de tradiciones que conocía, y adornó el conjunto con detalles basados en su propia experiencia e imaginación. Si seguimos este camino no necesitamos preocuparnos por explicar las discrepancias entre Atlántida y Creta, aunque resulta interesante especular sobre las posibles fuentes de algunos detalles. Nuestra tarea principal, a estas alturas, estriba en explicar las semejanzas más importantes. ¿Cómo pudo Platón saber tanto sobre los minoicos, que, en su tiempo, eran los olvidados súbditos de un rey mítico?
El mito de Teseo incorpora uno de los dos ingredientes esenciales de la Atlántida y. además, algunos detalles de la vida minoica. La dominación minoica del Egeo se manifiesta en el hecho de que el mítico rey de Creta exigía tributos a Atenas. Los jóvenes y las doncellas que bailaban peligrosamente delante de los toros (frecuentemente, sin duda, con un final trágico) se transforman, en el mito, en ese tributo que se sacrifica a un toro-monstruo. El laberinto del Minotauro es, obviamente, el palacio de Cnosos. La victoria de Teseo sobre el Minotauro refleja el hecho de que los griegos lograron el dominio sobre Creta. Finalmente, el que los minoicos eran un poder marino se afirma directamente en Tucídides. De este modo. Tucídides y el mito, ambos bien conocidos por Platón, suministran la descripción de una nación marina, más fuerte que todos sus vecinos, en cuya cultura el toro desempeña un papel importante, y que fue sojuzgada por los antiguos griegos. O sea, si Platón eligió el supuesto mítico pueblo de Creta como el prototipo de los minoicos, ¿no era lo más lógico que diera a su país imaginario las características geográficas que le hiciesen semejante a Creta, aunque decidiera cambiar su situación y sus dimensiones? Las semejanzas geográficas permiten avanzar por este camino.
Al asignar una religión a sus ficticios marinos atlantes, era también natural que Platón los hiciera adorar al dios del mar sobre todos los otros, y que modelara su culto sobre el de los griegos —incluido el toro como símbolo sagrado (que ya era sobresaliente en el mito de Teseo) y la erección de templos y de estatuas heroicas— llegando a rastrear sus ancestros hasta el mismo Poseidón. En cuanto a los detalles del ritual atlante del toro, parece demasiada coincidencia que, sólo con la imaginación. Platón se haya aproximado tanto a la realidad. ¿Es posible que hubiese visto representaciones de la ceremonia minoica en obras de arte como las copas de Vapheio, objetos perdidos para nosotros, pero que él conocía como antigüedades de la antigua Creta, o incluso de origen desconocido?
Pero, ¿qué sucede con otro de los ingredientes esenciales del relato sobre la Atlántida, su catastrófica desaparición? Ninguno de los mitos y tradiciones referidos a la Creta minoica que podía conseguir Platón, hasta donde se sabe, contiene ni pizca de semejante idea. ¿Pudo sobrevivir algún eco del suceso de Santorín, al menos oralmente, hasta su tiempo, aunque no fuera necesariamente vinculado a Creta?
La erupción de la Edad del Bronce y la caída de la isla de Stronghyli debió resultar impresionante en aquella época, y es sorprendente que la memoria de dicho acontecimiento se hubiera desvanecido en los tiempos de Platón. En definitiva, los indios de Klamath han preservado la tradición de una erupción similar que sucedió hace más de 6.500 años (véase capítulo 6). No obstante, hay varias razones por las cuales el recuerdo de un acontecimiento egeo pudo quedar empañado más rápidamente. Los pobladores del área del Mediterráneo estaban organizados en sociedades mucho más complejas que las de los indios, y su forma de vida cambiaba rápidamente y. muchas veces, hasta con brusquedad. En el intervalo entre la erupción de Santorín y el tiempo en que Platón escribió los Diálogos se produjeron repetidas guerras y otros cataclismos. Frecuentemente, la atención se centraba en los «peligros presentes y reales», y olas de emigración llevaron a nuevos pueblos al antiguo ámbito. En cambio, los indios Klamath siguieron con los mismos esquemas de existencia de la Edad de Piedra en el mismo lugar durante varios miles de años, prácticamente sin cambios hasta la llegada del hombre blanco.
Probablemente, si los que estaban próximos a la escena hubieran sabido escribir, hubiesen redactado alguna crónica de la erupción de la Edad del Bronce, y quizá tal crónica hubiera resultado enigmática, como la de Oíd Mataram (Antiguo Mataram). Pero, en aquel entonces, los griegos no tenían escritura, y la escritura minoica Linear A sólo servía, aparentemente, para propósitos limitados a usos domésticos o comerciales. Sobre todo, los antiguos habitantes de Stronghyli no estaban oprimidos. Es posible que si no hubieran tenido tiempo de huir, el hecho se hubiese estimado digno de consideración, desde el punto de vista de sus contemporáneos, especialmente por aquellos que hubieran perdido amigos o familiares en el desastre. Así, con el tiempo, habría surgido un mito en el que se interpretara un justo castigo divino.
El recuerdo de la erupción pudo oscurecerse para la época de Platón, pero no había muerto por completo. Al menos, algunos ecos de ella han permanecido hasta nuestros tiempos, si bien bajo la forma de mitos y tradiciones semihistóricas que, obviamente, no guardan relación entre sí, ni tampoco con la erupción. Así hemos de suponerlo, ya que las consecuencias de la erupción se debieron de experimentar de un modo distinto a diferentes distancias de la fuente de perturbación, y los que estaban en lugares apartados entre sí no tenían forma de comparar sus impresiones y. por tanto, de entender o deducir que el fenómeno que estaban presenciando tenía un origen común. Y de todos los efectos producidos, el del tsunami, como el del Krakatoa, se debió de extender por todas partes, ya que era el más desastroso y. por tanto, más fácil de recordar que otros. Existe el diluvio de Deucalión, que, como ya se vio, cabe que sea un recuerdo del tsunami de Santorín: y es evidente que Platón tenía a Deucalión en la mente cuando escribió el Timeo, porque les hace mencionar a los sacerdotes egipcios su diluvio, considerándolo como una de entre otras muchas catástrofes.
En Grecia existen muchas tradiciones acerca de inundaciones, y algunas de ellas pudieron surgir a causa de la erupción minoica: Platón pudo tomar de cualquiera de ellas la idea del hundimiento, Apolodoro relata que, una vez. Atenea y Poseidón lucharon por la posesión de Ática (una narración que Luce cree que podría reflejar las tensiones entre los minoicos y los micénicos). Atenea creó el olivo, y Poseidón un manantial. Cuando se decidió que la invención más útil era la de Atenea. Poseidón, enfadado, inundó toda Ática, Pausanias dice que Poseidón perdió una contienda similar, con Hera, por la posesión de Argos y que, por esta razón, inundó el llano de Argive. Poseidón también luchó con Atenea sobre Trecén, el lugar de nacimiento de Teseo, con consecuencias similares: la ola era «el toro del mar» que arrolló a Hipólito, hijo de Teseo, como se describe en una novela de Mary Renault. Los tres lugares están situados en la parte este del Peloponeso, en donde el tsunami de Santorín debió de percibirse intensamente. Sin embargo, no debe culparse a la erupción de Santorín de la muerte del hijo de Teseo, ni de que los micénicos arrebataran el poder a Creta, lo que se manifiesta en la muerte del Minotauro a manos de Teseo, cuando éste era joven. Por tanto, o bien la tradición es inconsistente (hecho que se produce con suma frecuencia), o el «toro del mar» fue un terremoto común originado por un tsunami en una época posterior.
Luce cita algunas otras tradiciones que, incuestionablemente, hacen referencia a tsunamis, pero no necesariamente al de Santorín. En una región tan sísmica como ésta se deben de haber producido muchos terremotos causados por un tsunami que se habrían percibido con más fuerza que el de Santorín, aunque éste haya sido el peor. Cuando Belerofonte, el joven que poseía a Pegaso, el caballo alado, rechazó las insinuaciones de la mujer del rey Proteo, de Argos, ella lo acusó de pretender llamar su atención. Proteo no podía matar a alguien que era su huésped, de modo que envió a Belerofonte a Licia con una carta para el rey Yóbates pidiéndole que matara al portador de la misiva. Pero el rey ya había aceptado a Belerofonte como huésped antes de leer la carta y, por tanto, estaba obligado por el código de hospitalidad. Envió a Belerofonte a matar la Quimera que lanzaba fuego por la boca y que, supuestamente, era invencible (véase capítulo 4), esperando que el joven muriera en su intento. Después de matar al monstruo, hiriéndolo desde el lomo de Pegaso, que lo mantenía a una altura segura. Belerofonte oró a Poseidón para que castigara a Yóbates, y todo el valle de Lidia se inundó con una gran ola.
Estrabón cuenta que, durante el reino de Tántalo, un gran terremoto devastó Lidia y Jonia hasta llegar a Troya: los pantanos se transformaron en lagos y una ola marina inundó toda la región alrededor de Troya. El extraño detalle de la inundación de los pantanos puede ser, como sugiere Luce, el recuerdo remoto de las lluvias torrenciales que siguieron a la erupción, pero también es posible que la inundación de los pantanos se debiera a un terremoto que impidió el drenaje, como ocurrió con el Reelfoot Lake (lago Reelfoot) (véase capítulo 5), y que también pudo ocasionar un tsunami.
En una tradición de Rodas se mencionan específicamente unas intensas lluvias junto con una gran «inundación que vino del mar» -—lo que es una correcta descripción de un tsunami— que arrasó la ciudad de Cyrbe. Después de la destrucción, la región se dividió entre Lindos, Yaliso y Camiro, cada uno de los cuales fundó una ciudad con su nombre. Según el testimonio de Luce, hay pruebas arqueológicas en Triandra, en Rodas, de que, después de que ese asentamiento minoico quedó destruido, se implantó cerca una colonia micénica, probablemente en Yaliso. Los colonizadores minoicos reconstruyeron Triandra y coexistieron con los micénicos durante cierto tiempo, pero, finalmente, fueron dominados por estos últimos, coincidiendo, aproximadamente, con la destrucción final de Cnosos.
Hay otra leyenda griega sobre inundaciones que se origina en Samotracia y que relata un diluvio que sobrevino cuando las barreras que separaban el mar Negro del Mediterráneo se rompieron de pronto y el Bósforo y los Dardanelos fueron separados por el flujo de las aguas. En realidad, el pasaje desde el mar Negro al Mediterráneo quedó cortado a fines del Pleistoceno, lo que se debió a la normal erosión. Frazer denomina a esto «mito de observación», adjudicándolo al acierto de algún antiguo filósofo que «imaginó el origen del estrecho, sin poder explicárselo debido a la extremada lentitud del proceso por el cual la naturaleza lo ha excavado». No obstante, el historiador Diodoro Sículo narra que en sus tiempos (era contemporáneo de Julio César) los habitantes de Samotracia aún ofrecían sacrificios en los altares colocados en todo el país para marcar la línea hasta la que había llegado la gran inundación desde el mar, lo que indica que existió una verdadera inundación que dio base a la leyenda. Es posible que fuera el tsunami producido por el Santorín, como dice Luce, pero, sin embargo, pudo también ser algún otro.
Luce piensa que hay una referencia específica a la erupción de Santorín en el peán de Píndaro para Delos, compuesto por haberlo solicitado las gentes de Keos. Píndaro (522-428 a. C.) pone las palabras en boca de Euxantius, quien ensalza la seguridad de una pequeña isla al abrigo de las intrigas y rivalidades de un gran reino. Euxantius, hijo de Minos, rehusó, para poder permanecer en Keos, la séptima parte de Creta. Como un presagio ante la posibilidad de abandonar Keos, hace referencia a un antiguo desastre: «Temblé al oír el ruido de la batalla entre Zeus y Poseidón. En una ocasión, con un rayo y un tridente hundieron un trozo de tierra y toda una fuerza de combate al fondo del Tártaro, quedando sólo mi madre y la bien protegida casa.» El ruido de la batalla puede muy bien referirse a una erupción. Las explosiones de Krakatoa en 1883 fueron confundidas con el fuego de cañones en varios lugares alejados y. en la época en que el arco y la flecha eran las armas más poderosas de los hombres, tales ruidos sólo podían atribuirse a un conflicto de los dioses. La parte de tierra que se hundió en el Tártaro puede ser, según afirma Luce, la de Santorín que se sumergió, y la «fuerza de combate» el desastre de la marina minoica como resultado de la catástrofe.
Marinatos, en cambio, cree que la caída de un ejército al Tártaro se refiere a la devastación de la costa de Creta, y de otras partes, por el tsunami de Santorín. Personalmente, opino que se refiere más bien al daño producido en el mismo Keos. La destrucción, aparentemente injustificable, que revelan las excavaciones en el asentamiento minoico de Hagia Eirene en esa isla se ha atribuido al tsunami de Santorín: si la tierra y las gentes que cayeron al Tártaro fueron las partes más bajas de Keos y sus habitantes, y si la casa «bien protegida» (o con «poderosos muros») fue lo único que quedó sobre el nivel de la destrucción, entonces la yuxtaposición de estas ideas parece tener más sentido. Al mismo tiempo, resulta tentador pensar que la fuerza de combate a que se refiere fuese un cuerpo militar, y que Píndaro aludiera al mismo hecho que da base a la afirmación que hace Platón, en el Timeo, sobre «todos tus guerreros en un cuerpo» que se hundió en la tierra al mismo tiempo que se sumergió la Atlántida.
Además, hay un elemento adicional en el mito de Talos (véase capítulo 6) que podría ser un eco de la erupción minoica. Se dice que Talos tenía un hijo llamado Leucos («Blanco»), que expulsó al verdadero rey de Creta y mató a su hija Kleisthera («Llave de Thera»), con quien se había comprometido, y destruyó diez ciudades cretenses. Luce piensa que Leucos representa las blancas cenizas minoicas que «cubrieron las ciudades y los campos de Creta después de la “muerte” de Talos».
En la crónica de los Argonautas hay un episodio que es factible que implique el recuerdo de la erupción minoica. Cuando se alejaban de Creta por el mar, después de derrotar a Talos, los Argonautas se vieron envueltos por un «negro caos que venía del cielo, o algún otro tipo de oscuridad que surgía de las cavidades más profundas de la Tierra», y se desorientaron por completo. Jasón oró a Apolo, y el dios del Sol les guió, con el brillo de su arco dorado, a la isla de Anafi (a unos 20 kilómetros al este de Santorín). Supongo que algún barco griego se aventuró, acercándose demasiado, a Santorín durante alguna calma pasajera en la erupción minoica y que quedó atrapado en una densa nube de cenizas después de una inesperada y violenta explosión{59}; no durante uno de los paroxismos, porque, a esa altura, el mar que rodeaba a Santorín habría estado completamente lleno de pumita, lo que en absoluto habría permitido la navegación, sino otro menor, pero capaz de producir un total oscurecimiento que sólo fuese temporal y local. Este barco atracó en Anafi sólo por casualidad si estaban desorientados, y. habiendo salido con vida para poder contar la aventura, la tripulación agregó un detalle que podía incluirse en la historia de Jasón y de los Argonautas por los que, más tarde, relataron el suceso.
Un incidente final en la saga de los Argonautas indica que alguien sabía que la geografía de Santorín había sufrido un drástico cambio poco después del episodio del oscurecimiento. En una primera etapa del viaje de regreso a sus hogares, el Argo cruzó el lago Tritonis (que se cree que es el Chott Djerid. en Túnez), en donde el dios local. Tritón, se había presentado a Euphemus, uno de los pilotos del Argo, con un terrón de tierra. Cuando dejaban Anafi, en el último tramo de su viaje. Euphemus tiró el terrón sobre la borda y éste se transformó en la isla de Caliste, que hoy se conoce con el nombre de Thera.
En la Teogonia de Hesíodo hay un gráfico pasaje que describe la batalla entre Zeus y Tifón, que se mencionara en el capítulo 6; «Y el calor que emanaba de ellos tiñó de púrpura el mar, y se produjeron truenos y rayos y vientos de tormenta enfurecidos, y llameantes descargas de rayos. Y toda la Tierra y el firmamento y el mar comenzaron a bullir. Y largas olas se expandieron formando círculos ardientes que llegaron hasta las partes altas y estalló un inacabable terremoto.» Luce comenta que «este pasaje puede interpretarse como la descripción clásica de una erupción volcánica completada con tormentas eléctricas, terremotos y marejadas. Pero se debe admitir que no hay nada que haga suponer que se trate de Thera.» No estoy de acuerdo, hay algo que la liga a la erupción minoica más que a ninguna otra, y esto es «la marejada». Normalmente, los tsunamis no se asocian con las erupciones, sino con las erupciones submarinas, y sólo unas pocas de ellas. La única erupción de la antigüedad que pudo generar un tsunami, si la caída de la caldera fue súbita, es precisamente ¡la erupción de la Edad del Bronce de Santorín!
En resumen, la mitología y las tradiciones griegas que se refieren a los minoicos y a las erupciones de la Edad del Bronce pueden haber provisto los dos ingredientes básicos de la historia de la Atlántida, pero, como ideas independientes, requerían la fusión que realizó Platón, convirtiéndolas en la historia que relató. Porque aunque sabemos que los minoicos debieron de sufrir más que ningún otro pueblo las consecuencias de la erupción, no hay tradiciones que, específicamente, unan a los minoicos con la catástrofe, o. por lo menos, ninguna que haya sobrevivido hasta hoy.
Si las dos ideas básicas de la Atlántida, el poder de una nación y su hundimiento catastrófico, derivan de la yuxtaposición hecha por Platón, debemos considerar Egipto como la fuente, pero no a partir de un documento específico que Solón hubiese llevado a Grecia. Si se ha escrito alguna información sobre los minoicos y su virtual desaparición, tienen que haber sido los egipcios quienes lo hicieron. Por otra parte, es pedir demasiado que sus crónicas sean correctas, de modo que más bien cabe esperar que exista alguna distorsión. No es posible eliminar la posibilidad de que, directa o indirectamente, pero de algún modo a través de Egipto. Platón conociera la historia del catastrófico final del gran poder. Debido a la barrera del idioma y otras bases de confusión, pudo no haber reconocido a Creta, pero sí elegir a los míticos minoicos como prototipos de los atlantes, ya sea por la supuesta crónica o rumor que existía sobre la gente de Creta o porque (lo que no es sorprendente) le recordaba a la Creta que conocía, por el mito de Teseo y por su propia observación.
Tomando todo esto en consideración, si se cree en la realidad del documento egipcio «citado» por Platón en el Timeo y en Critias (que es dudoso), siguiendo así la ruta de Galanopoulos, o si creemos que Platón imaginó a la Atlántida a través de los mitos y de las tradiciones, algunas de las cuales venían desde Egipto, pero que él alteró arbitrariamente, y agregó detalles de su propia experiencia o su imaginación (lo que es muy posible), si, en definitiva, seguimos de este modo la senda de Marinatos, es factible llegar a la conclusión de que la Atlántida deriva de la Creta minoica. Este argumento no es más probable que ninguno de los otros considerados, pero es más verosímil que muchos de los existentes y. al menos, es menos refutable que otros. Ningún razonamiento que no sea prueba tangible y documentada zanjará la cuestión, y no es muy posible que esta prueba se descubra, aunque el argumento sea perfectamente válido. Aun en el caso en que la civilización minoica no hubiese recibido el golpe de gracia de Santorín, el argumento de una Atlántida minoica no queda eliminado, ya que los minoicos fueron un hecho, y la erupción y caída de Santorín acaeció y pudo haber sido Platón el que unió ambas realidades. De cualquier modo, es de esperar que la Atlántida continúe siendo tema de discusión durante muchos años más. No he encontrado ninguna forma mejor de resumir mi pensamiento que citar una afirmación de Bruce Heezen, uno de los autores del trabajo sobre las cenizas de Santorín, que sienta la teoría de la destrucción volcánica de la Creta minoica sobre una firme base científica: «En lo que se refiere a la Atlántida, es muy divertido, y podemos tener razón.
{52} Desde hace tiempo, las islas Cananas han sido unas de las señaladas como el emplazamiento de la Atlántida, y Spence creía que la última ola de migración de Atlántida llegó a través de esas islas. Pero las Canarias no representan, en su conjunto, los restos de una masa de tierra que se hundió; por el contrario, las islas occidentales de dicho conjunto se han formado desde el fondo de! mar, debido al vulcanismo, durante los últimos diez millones de años
{53} La mayor parte de lo que sabemos sobre las partes de la Tierra que son demasiado profundas como para investigarlas directamente por medio de sondas (lo que significa todo, menos la «piel» de la Tierra) se infiere por el comportamiento de las ondas sísmicas cuando se propagan desde los terremotos hasta las estaciones sísmicas por todo el mundo tras las explosiones, grandes o pequeñas, en los instrumentos sísmicos en tierra o en buques Las ondas sísmicas se desplazan a distintas velocidades según los materiales, y las velocidades para todos los tipos de rocas se han medido en los laboratorios; por tanto, la velocidad de las ondas sísmicas que se propagan en diferentes capas terrestres es una indicación de la clase de roca que constituye esas capas.
{54} Mientras algunas rocas se encuentran en proceso de formación, las partículas magnéticas se imantan en la dirección del campo magnético de la Tierra que prevalezca en ese momento y. en condiciones normales, retienen esa magnetización aunque se cambie fundamentalmente la posición de la roca en relación con el citado campo. Existen varias formas de estos remanentes o imantación de los fósiles. La más útil, porque es muy estable, es la magnetización termorremanente, que es del tipo que toma la lava al enfriarse. Las rocas volcánicas, como el basalto, que tiene una alta proporción de minerales que contienen hierro, incluso magnetita, el material que se imanta más fácilmente, adquirirán un remanente magnetizado que se mide con facilidad. Las rocas sedimentarias que contienen una gran cantidad de óxido de hierro, como la arenisca roja, también sirven, porque sus granos de óxido de hierro se alinean con el campo geomagnético al depositarse. Si se recogen con cuidado muestras de estas rocas, observando su posición exacta en el espacio, la dirección de su fragmento magnetizado se puede, después de la preparación adecuada, medir en el laboratorio y por esta dirección, es posible determinar la posición de los polos magnéticos de la Tierra en el momento en que se formaron. Las medidas paleomagnéticas también registran la desviación polar, que es un tipo diferente de los polos magnéticos. En la desviación polar se produce un movimiento de toda la Tierra (o, al menos, de su «envoltura» exterior) con respecto del polo: o del polo respecto de la Tierra. En el caso que sólo se produzca la desviación polar, no habrá movimientos relativos de los continentes de uno con relación al otro.
{55} El prefijo asteno deriva del griego, de una palabra que significa débil.
{56} El magnetismo «normal» significa que los polos magnéticos norte y sur caen, respectivamente, cerca de los polos geográficos norte y sur, como ocurre en la actualidad El «inverso» es cuando el polo norte magnético está cerca del polo sur geográfico, y viceversa.
{57} Es muy interesante la forma en que DeCamp, con estas palabras, descartó, en 1954, la posibilidad de que los continentes se desplazaran: «En suma, quizá sea mejor situar la teoría de Wegener en la estantería marcada como “muy dudosa” y dejarla allí por el momento» (página 162). En la edición de su obra de 1970 la había sacado de esa estantería, la había sacudido y la desplegó en toda su nueva respetabilidad.
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