miércoles, 6 de marzo de 2019

SANTORIN, EGIPTO Y EL MEDITERRÁNEO ORIENTAL

Si bien Creta y otras islas del Egeo recibieron el mayor impacto de los distintos fenómenos producidos por la erupción de Santorín en la Edad del Bronce, algunos de sus efectos pudieron causar consternación o caos en lugares más distantes del mundo mediterráneo. Egipto, aproximadamente a quinientas millas (ochocientos kilómetros) de Santorín, y precisamente en el paso de los vientos dominantes del noroeste (véase fig. 33), no pudo dejar de experimentar una serie de espectaculares manifestaciones. Comparándolo con Krakatoa, cabe suponer, sin temor a equivocarse, que al menos el Bajo Egipto se oscureció durante cierto tiempo debido a la nube de cenizas que acompañó a los paroxismos mayores, y que todo Egipto debió de escuchar el ruido o experimentar el golpe de las olas que seguían a tales explosiones. Más aún: cualquier tsunami debió de llegar hasta las costas del país. Además, los egipcios eran cultos, de modo que sería sorprendente que ningún escrito hiciera mención de un fenómeno tan inusual que podía ser interpretado como un efecto, directo o no, de la erupción minoica. Y aun sería más sorprendente si los egipcios que registraron el fenómeno se dieran cuenta de la conexión de éste con un hecho tan alejado, aunque más tarde oyeran hablar de él.

  Sin embargo, no hay textos que se refieran a esta época particular de la historia egipcia, que se produjo durante la dinastía XVI11 (véase tabla 2). Se ha dicho que muy poco de la literatura de ese tiempo se ha preservado, debido a que Akhenatón (Amenofis IV), el rey que trató infructuosamente de imponer una religión monoteísta en Egipto, ordenó destruir la totalidad de las antiguas escrituras en un esfuerzo por borrar toda mención de los nombres de antiguos dioses. Sin embargo, algunas inscripciones y papiros posteriores se refieren a hechos que debieron de suceder en la dinastía XVIII.

  En el papiro del Hermitage, en Leningrado, hay pasajes como el siguiente:

  «El Sol queda velado y no brilla a la vista del hombre. Nadie puede vivir cuando el Sol queda velado por las nubes.

  »Nadie sabe que es el mediodía... su sombra no se percibe. No hay brillo cuando él (el Sol) está oculto... está en el cielo como la Luna.

  »El río está seco, incluso el río de Egipto.

  »El viento del sur soplará contra el viento del norte.

  »La Tierra está cayendo en la desdicha.

  »Esta tierra debe de estar perturbada.

  »Te enseñaré una tierra que está cabeza abajo: en ella sucede lo que nunca ha ocurrido antes.»

  Y en el papiro de Ipuwer, del museo de Leiden, se dice:

  «La plaga se extiende por toda la Tierra.

  »La sangre se halla en todas partes. El río está rojo. Los hombres se acobardan tras probarlo... y tienen sed después del agua (de beber).

  »¡Todo está en ruinas! Puertas, columnas y muros se consumen por el fuego. Las ciudades están destruidas. ¡Oh, que cese el ruido de la Tierra y no haya más tumultos!

  »Los árboles están destruidos. No se encuentran frutas ni hierbas... hambre... los granos han muerto por doquier.

  »Todos los animales, sus corazones lloran... el ganado se lamenta. Mirad, el ganado se ha extraviado y no hay nadie que lo reúna.

  »La tierra está sin luz.»

  Y. finalmente, una inscripción en un altar de El Arish, que se ha indicado como perteneciente a la época de Ptolomeo, o a los tiempos helenísticos, relata hechos que sucedieron durante el reinado de un rey Thom (o Thoum):

  «La tierra está muy afligida. La maldad ha caído sobre esta Tierra...

  »Hubo un gran trastorno en la morada...

  »Nadie dejó el palacio durante nueve días, y en esos nueve días de trastornos hubo una tempestad que ni los hombres ni los dioses veían la cara de su vecino.»

  Sin duda, parece haber sucedido algo que no tenía precedentes, incluyéndose fenómenos que hacían una referencia directa a una nube de cenizas que produjo un oscurecimiento, y que se escuchó el sonido y el choque de las olas del paroxismo más importante de la erupción de la Edad del Bronce. También se sugiere algo de un terremoto.

  Tan pronto como se descifraron estos escritos egipcios fragmentarios, se resaltó la similitud que existía con la descripción bíblica de las plagas de Egipto. Hay que admitir que algunos de los paralelos son muy próximos cuando se comparan pequeños extractos fuera del contexto, pero son demasiado similares para descartarlos como mera coincidencia. Recientemente. J. G. Bennett señaló que ambos, el relato bíblico y el escrito egipcio, tienen muchos rasgos comunes con el informe sobre la erupción de Tambora, de 1815, así como la mejor documentada de Krakatoa en 1883. En su relato del desastre de Tambora en su History of Jaua (Historia de Java), sir Stamford Raffles menciona el oscurecimiento del Sol, una lluvia de piedras y granizo, plagas de insectos, un remolino de viento, la destrucción de las cosechas (por las cenizas caídas) y de los animales (por falta de forrajes), y las epidemias, atribuyéndolo todo, de un modo u otro, a los efectos de la erupción. Bennett cree que las plagas de Egipto que prepararon el camino del Éxodo fueron, en realidad, efectos de la erupción de Santorín cuando ésta se percibió a cientos de kilómetros de distancia.

  Los eruditos sobre la Biblia no están de acuerdo acerca de la probable fecha en que se produjo el Éxodo, pero una de las posibilidades lo sitúa en 1446-1447 a.C. (la otra, alrededor del 1200 a.C.). Esta fecha se basa en una frase del Libro de los Reyes 6:1, que dice que Salomón comenzó a construir el templo de Jerusalén en el cuarto año de su reinado, 480 años después del Éxodo. El reinado de Salomón se ha fijado, con aceptable grado de certeza, entre 970-930 a.C. Supongamos por un momento que 1447 a.C. es la fecha correcta, y examinemos las plagas de Egipto a la luz de su posible conexión con la erupción minoica.

 

  1. «...Y todas las aguas que estaban en el río se volvieron de sangre. Y los peces que estaban en el río murieron, y el río apestaba y los egipcios no podían beber del agua del río; y había sangre en toda la tierra de Egipto» (Éxodo 7:20-21).

  Galanopoulos, elaborando el pensamiento de Bennett, ha indicado que lluvias cargadas con cenizas rojizas pudieron caer sobre Egipto. Es verdad que las cenizas minoicas más profundas de Santorín son de un color rosa pálido y que algunas cenizas finas de esa fase de la erupción pudieron llegar hasta Egipto. Sin embargo, la mayor parte del material que llegó tan lejos habría sido la pumita superficial, que es más blanca. Tanto el relato bíblico como el egipcio acentúan el aspecto sangriento de las aguas, pero incluso cantidades mayores de cenizas rosadas es muy difícil que sugieran sangre, ni siquiera en forma figurada. Y si durante una tormenta cayó material rojizo o rosado en tan grandes cantidades como para que las aguas del río se tiñeran sensiblemente, ¿no hubiera sido la lluvia misma más colorida y más idónea para inspirar un relato de una lluvia de sangre?

  Hay un modo más fácil de que las aguas tomen un color rojo sangre. A lo largo de la historia se han registrado muchos casos en que las aguas se han enrojecido. Las algas, de agua salada o dulce, producen pigmentos rojos, y lo mismo ocurre con algunos protozoarios. En su texto sobre Modera Microbiólogo (Microbiología moderna). W. Umbreit afirma: «Ninguna (de las algas) provoca enfermedades, pero algunas, al crecer, secretan sustancias venenosas. A veces se desarrollan con tal vigor que originan mareas venenosas que pueden ser verdes, rojas, amarillas o marrones. De hecho, este tipo de crecimiento de las algas pudo muy bien ser una de las plagas de Egipto...»

  No sólo cabe que se diese una proliferación de las algas o de otros organismos que secreten pigmentos que tiñeran de color «sangre» las aguas del río y las lagunas, sino que existe una remota posibilidad de que dicha proliferación se relacione con la erupción de Santorín. En 1850. C. G. Ehrenberg registró más de cincuenta casos de lluvias y nieves «sangrientas» desde 730 a.C. hasta 1850. e hizo una lista de varias algas que. en algunos casos específicos, las producen. Muchos de estos sucesos coincidieron con lluvias meteóricas y otros fenómenos anormales. Sería muy interesante investigar la posibilidad de descubrir si el régimen meteorológico normal de todo el Mediterráneo oriental fue alterado por la erupción de Santorín. y si esto provocó condiciones favorables para que se desarrollara algún tipo de organismo que secretara pigmentos, en el caso de Egipto. Pero esto es tarea para un «biomitólogo».

 

  2. «...Y salieron las ranas y cubrieron el suelo de Egipto» (Éxodo 8:6).

  Gaianopoulos piensa que las perturbaciones meteorológicas ocasionadas por la erupción levantaron remolinos de viento que, al pasar sobre los lagos y los ríos, arrastraron a las ranas a otra zona. Hay casos en que, literalmente, han «llovido» ranas y otros pequeños animales. Pero, una vez más, creo que hay una explicación más simple para aclarar la presencia de tales batracios.

  En Nuevo México vi directamente, durante un verano, cómo una humedad anormal en el desierto es capaz de lanzar, desde el suelo, miles de ranas. Un día, después de un aguacero que se había producido a varios kilómetros de distancia, en la montaña, un arroyo, normalmente seco, se desbordó en cuestión de minutos inundando el suelo. El agua permaneció allí bastante tiempo antes de absorberse, ¡y de pronto había ranas por todas partes! Sin duda estaban en el suelo, en un estado de vida latente, esperando la humedad para emerger y alimentarse. No eran tantas como las ranas bíblicas, pero sin duda constituyeron una plaga, con su coro incesante, día y noche. En pocos días, las aguas se secaron y las ranas desaparecieron tan súbitamente como habían aparecido.

  ¿Cómo resultado indirecto y remoto de la erupción de Santorín se produjeron lluvias especialmente fuertes que fueron la causa de la plaga de ranas de Egipto?

 

  3. «...Y el polvo de la tierra... se transformó en piojos en los hombres y en las bestias; todo el polvo del suelo se transformó en piojos en todos los lugares de Egipto» (Éxodo 8:17).

 

  4. «...Y llegó un gran enjambre de moscas hasta la casa del faraón y a las casas de sus sirvientes y en toda la tierra de Egipto: el suelo se echó a perder por el enjambre de moscas» (Éxodo 8:24).

  Si las condiciones anormales de humedad pueden producir ranas, también pueden favorecer la reproducción de los piojos y las moscas, que explicarían las plagas tres y cuatro.

 

  5. «...Y todo el ganado de Egipto murió, pero no el ganado de los hijos de Israel» (Éxodo 9:6).

 

  6. «...Y cogieron las cenizas del horno y se pusieron de pie delante del faraón; y Moisés las espolvoreó hacia el cielo; y se transformaron en hervor sobre los hombres y los animales, que se llenaron de llagas» (Éxodo 9:10).

  Decididamente, la «peste de las bestias» recuerda a las ovejas envenenadas de Islandia en 1947 y 1970 a causa de las erupciones del Hekla. Durante las primeras dos horas de las erupciones relativamente menores, que comenzaron el 5 de mayo de 1970, las violentas explosiones lanzaron lluvias de cenizas sobre alrededor de veinte mil kilómetros cuadrados a la redonda hacia el norte y nordeste del volcán. Las malditas partículas, que cayeron cerca del volcán, contenían cien partes por millón de flúor: las partículas más finas, que cayeron sobre algunos de los terrenos de pastos más importantes del país, contenían dos mil partes por millón. Las ovejas que comían la hierba con polvo que contenía las cenizas venenosas murieron al cabo de unos pocos días si la dosis ingerida era lo suficientemente alta; en caso contrario morían por hambre cuando los nocivos efectos impedían que pudieran comer hierba. Afortunadamente. la mayor parte de los granjeros siguieron las indicaciones oficiales y pudieron conservar sus vacas, y tantas ovejas como fue posible, cobijándolas bajo techo hasta que las lluvias eliminaron el nocivo polvo de las hierbas. Sin embargo, se perdieron por lo menos 6.000 corderos y 1.500 ovejas.

  Las tóxicas cenizas de esta erupción relativamente menor llegaron a más de mil doscientos kilómetros de su origen, si bien no se conoce el límite exacto que alcanzaron, puesto que cayeron en el mar. En la mayor parte de los puntos en que se depositaron tenían sólo un poco más de un milímetro de espesor, como término medio. No resulta, por tanto, descabellado suponer que las cenizas minoicas, que provenían de un magma algo más rico en sílice, contenían flúor o alguna sustancia capaz de envenenar al ganado. De cualquier modo, por supuesto, pudo haber presencia de flúor, o de algo parecido, en las cenizas que cayeron en Creta, aunque allí las concentraciones acaso no fueron tan altas como para sumarse al daño de la lluvia de cenizas per se. Sólo las cenizas más finas llegaron hasta Egipto, y en el caso de Hekla eran las cenizas más finas las que contenían la mayor concentración de flúor.

  Por supuesto, es difícil que ésta o cualquier otra desgracia afectara el ganado egipcio y. al mismo tiempo, no al de los israelitas, de modo que cabe presumir que este detalle se debe a una exageración chauvinista por parte del que narraba la tradición: a no ser que, por alguna razón, los israelitas hubieran puesto a resguardo su ganado y lo alimentaran directamente durante el período crítico.

  Incluso no resulta descabellado estimar que gente que no estaba acostumbrada a bañarse, y los animales otro tanto, comenzaran a «hervir y llenarse de ampollas» si el polvo de cenizas contenía sustancias irritantes. Las implicaciones de la lluvia de cenizas que caen del cielo son también un poco sugestivas, aun cuando se advierta que antes fueron lanzadas hacia el cielo por Moisés.

 

  7. «Y Moisés prolongó su camino hacia el cielo: y el Señor envió trueno y granizo, y el fuego se extendió sobre los campos... De modo que hubo granizo, y el fuego se mezcló con el granizo, muy horrible, y como ése nunca hubo otro igual en la tierra de Egipto desde que era una nación. Y el granizo castigó todas las tierras de Egipto, todo lo que estaba en los campos, tanto hombres como bestias: y el granizo castigó a todas las hierbas del campo y a todos los árboles» (Éxodo 10:23-26).

  Muy frecuentemente, el granizo se asocia a una lluvia de cenizas porque las partículas de ceniza actúan como un núcleo alrededor del cual se condensa el hielo. Más aún, toda la clase de fenómenos eléctricos es factible que se asocien con una lluvia de cenizas, incluso en lugares muy alejados de la erupción. Por ejemplo, cuando se produjo la erupción del Hekla en 1766, el aire estaba tan cargado de electricidad en Skagafjördur, situado a trescientos veinte kilómetros del volcán, que la veleta de hierro del tejado de una iglesia parecía que lanzaba lenguas de fuego, y en Holar, que está en el mismo territorio, las pértigas y los bastones brillaban con una luz fosforescente. También se observaron precipitaciones radiactivas fosforescentes en la atmósfera a cincuenta millas (ochenta kilómetros) de la erupción del Krakatoa.

 

  8. «Y el Señor envió un viento del este sobre la tierra durante todo el día, y toda aquella noche; y cuando llegó la mañana, el viento del este trajo la langosta... y no quedó nada verde... en toda la tierra de Egipto» (Éxodo 10:13, 15).

  Es difícil, de alguna forma, relacionar la plaga de langostas con la erupción minoica. a no ser que el viento del este que las trajo fuera parte de los efectos meteorológicos. De otro modo, las langostas serían sólo una coincidencia que añadiría el insulto al agravio. Por supuesto, las desastrosas plagas de langostas no son raras en esta parte del mundo.

 

  9. «Y hubo una espesa oscuridad en toda la tierra de Egipto durante tres días: nadie veía a los demás, ni tampoco nadie se movió en tres días del sitio en que estaba...» (Éxodo 10:22).

  ¿Qué mejor descripción podría hacerse de la densa oscuridad que se produjo como consecuencia de la erupción de Santorín, semejante a la del Krakatoa? Las discrepancias entre la versión egipcia y la bíblica, en cuanto a la duración del oscurecimiento, puede atribuirse fácilmente al hecho de que ambas crónicas se recopilaron cientos de años después del suceso.

 

  10. Y sucedió que a medianoche el Señor aniquiló a todos los primogénitos de Egipto... y a todos los primogénitos del ganado» (Éxodo 12:29).

  La enfermedad y muerte de las gentes y de los animales pudo deberse a los efectos indirectos de la erupción, porque los piojos y las moscas criados en las condiciones excepcionalmente húmedas fueron capaces de provocar enfermedades. Aunque en las erupciones históricas de Santorín los gases tóxicos produjesen náuseas en las personas, o incluso violentos trastornos, a distancias de hasta sesenta millas (noventa y seis kilómetros) en la dirección de los vientos, no es probable que dichas emanaciones llegaran hasta Egipto, y menos aún tan concentradas como para matar a todos los jóvenes o a los débiles. En cualquier caso, la selectividad que supone el afectar únicamente a los primogénitos sólo puede considerarse figurativamente.

 

  En resumen, la plaga de la oscuridad es la que más fuertemente puede estar ligada a la erupción de Santorín. En realidad, es difícil explicarla, excepto como consecuencia de los efectos de una nube de cenizas. Todos los otros posibles vínculos son exclusivamente especulativos. Componen una tambaleante pirámide invertida de condicionantes: si la erupción influyó sobre el clima de una amplia región (como puede haber sucedido, al menos en el sentido de provocar más lluvias que las habituales) y si, como consecuencia, hubo tormentas eléctricas y granizo, y suficientes lluvias para que todo tuviera un grado de humedad mucho mayor al de una tierra normalmente muy seca, en ese caso se pudieron crear las condiciones apropiadas para que algunas de las plagas se produjeran. No es posible probar la presencia de flúor en las cenizas, ni tampoco el que no lo hubiera y, por tanto, continúa siendo una mera posibilidad. Pero, sea lo que fuere lo que sucedió con respecto a la historia de Egipto, la erupción minoica debe haber sido la causa de una serie de manifestaciones muy alarmantes, desagradables en extremo e incluso totalmente inusuales, que parecieron de origen sobrenatural. Si tales manifestaciones tuvieron lugar cuando Moisés agitaba a las gentes en favor de la liberación del cautiverio de los israelitas, pudieron constituir la razón por la cual el faraón se decidió, finalmente, a permitir que se marcharan.

  La idea de que el Éxodo y la erupción minoica estuvieron relacionados está en parte sostenida por el hecho de que muchos de los primeros padres de la Iglesia, como Agustín. Eusebio e Isidoro, arzobispo de Sevilla, trataron de emparentar a Deucalión y a Ogyges de las tradiciones griegas sobre inundaciones, con las figuras bíblicas. Isidoro consideró a Ogyges contemporáneo de Jacob, y a

  Deucalión de Moisés. Julio Africano, por su parte, consideró a Ogyges como contemporáneo de Moisés. Todos ellos aceptaban la tradición firmemente establecida de que la inundación de Ogyges era la más antigua. Velikovsky, cuya teoría de la colisión cósmica requiere dos catástrofes en que la primera fue más fuerte que la segunda, relaciona a Deucalión con el Éxodo y traslada la inundación de Ogyges hasta los tiempos de Josué.

 

  La parte más impresionante de la historia del Éxodo es el milagro de la división de las aguas del mar Rojo. En este caso, otra vez, la similitud entre la Biblia y la inscripción de El Arish no deja ninguna duda de que algo muy anormal sucedió, y que sus consecuencias fueron desastrosas para los faraones egipcios. La inscripción cuenta que durante el tiempo de la oscuridad y de las tempestades, el rey Thom (o Thoum) condujo a sus fuerzas a luchar contra los «compañeros de Apopi» (el dios egipcio de la Oscuridad), y que se perdió en un remolino en un lugar denominado Pi-Kharoti. Este es, sin la menor duda, el mismo que Pi-ha-Hiroth (o -Khiroth), donde los israelitas acamparon justo antes de cruzar las aguas. Desgraciadamente. no se sabe dónde estaba Pi-ha-Hiroth. Ni tampoco la Biblia aclara qué faraón gobernaba Egipto en el momento del Éxodo. Su nombre se menciona como «Rameses», del que muchos estudiosos piensan se refiere a Ramsés 111, que reinó alrededor del 1200 a.C. Sin embargo, si el Éxodo comenzó 480 años antes de que Salomón iniciara la construcción de su templo, el faraón no pudo ser Ramsés III ni ningún otro Ramsés, porque, según la actual cronología aceptada, fue Tuthmosis III el que reinaba entonces. El argumento de que era Tuthmosis III coincide con lo que afirman las fuentes egipcias: el historiador egipcio Manetho se refiere a un rey llamado «Tutimacus» o «Timaios», en cuyo tiempo cayó sobre Egipto la desaprobación divina. (¿Podría ser «Thom» o «Thoum» otra versión del nombre de Tuthmosis? La versión de Manetho ha sobrevivido sólo como cita de otros escritores posteriores.)

  Se ha dicho que Tuthmosis III era un gobernante demasiado fuerte como para permitir que los israelitas dejaran Egipto e invadieran Canaán, una región que controlaba Egipto en ese momento, mientras que, bajo el reinado más débil de Ramsés III, Egipto había comenzado a desintegrarse. Este argumento ha sido refutado por Bennett, que señala que el Libro del Éxodo define sin lugar a dudas al faraón como un gobernante poderoso que sólo podía vacilar frente a un terror bajo el cual se sintiera indefenso.

  En todo caso. Galanopoulos ha indicado que cabe explicar no sólo las plagas de Egipto, sino también el milagro del cruce del mar Rojo en términos de la erupción de Santorín, es decir, por el tsunami producido por la caída de la caldera que sería responsable de la inundación de Deucalión. De ser así. Pi-ha-Hiroth debió de estar en la costa del Mediterráneo. Los estudiosos de la Biblia hace mucho que sostienen que la masa de agua que cruzaron los israelitas no era el mar Rojo que hoy conocemos como tal, sino una masa de agua salina. El nombre hebreo en el manuscrito original es «Jam Suf», que significa «Reed Sea» («mar del Cañaveral»), y las cañas no crecen en agua salada. En las costas de la península de Sinaí. a lo largo de la cual ha existido desde lejanos tiempos una ruta principal desde Egipto hasta los países del Mediterráneo oriental, hay una laguna que en la actualidad se llama Sebkha el Bardawil, que, en los tiempos de Herodoto, se conocía con el nombre de Sirbonis Lake (lago Sirbonis) (fig. 38). Este es el lugar que han elegido algunos estudiosos como aquel por el que se cruzó y con el que coincide Galanopoulos. A corta distancia de la costa, las vallas y lenguas de tierra, cortadas por estrechos canales, separan las aguas de la laguna del mar abierto. Durante la retracción de las aguas que se produce antes de un tsunami, la laguna pudo vaciarse total o parcialmente, volviendo después las aguas pasando sobre las vallas. De este modo, los israelitas pudieron cruzar por un tramo del fondo de la laguna cuando las aguas se retiraron, mientras que los que los perseguían fueron atrapados por el mismo tsunami.

  Sin duda un gran tsunami, uno particularmente grande originado por la caldera, pudo producir los efectos descritos para Sebkha el Bardawil y otras lagunas a lo largo de la costa. El problema principal que plantea esta hipótesis radica en el tiempo. En realidad, resulta una coincidencia de proporciones astronómicas que los israelitas estuvieran en el punto preciso en el momento exacto, lo que, al parecer, sólo la intervención divina podía determinar y. entonces, se ha tratado de sustituir otro milagro con una explicación científica. Sin embargo, pensándolo mejor, la coincidencia es algo menos asombrosa. Si se supone que la erupción minoica fue la causa básica de. al menos, algunas de las plagas que allanaron el camino para el Éxodo, y si la caída de una parte importante de la caldera se produjo poco después del clímax de la erupción, entonces los israelitas pudieron estar en la costa en el momento oportuno, suponiendo, claro está, que la ruta que tomaron fuera ésa. Es más. Sebkha el Bardawil no es el único lugar para el cual es válida la teoría. El mecanismo propuesto pudo funcionar lo mismo en la laguna de Manzala (véase fig. 38), otro de los lugares que los estudiosos consideran posible.


Fig. 38. Mapa del delta del Nilo y áreas adyacentes. Se indican los brazos del Nilo y la Sebkha el Bardawil tal como son hoy. Es probable que fueran algo distintos en el tiempo del Éxodo. La línea de puntos indica los lugares que se han propuesto como el verdadero punto en que las aguas del mar Rojo se separaron para que pasaran los israelitas.

  Pero aun cuando sea factible situar a los israelitas en el punto y en el momento precisos, es difícil imaginar cómo se logró el paso en el tiempo de que se disponía entre el instante en que se retiraban las aguas y cuando retornaron. Generalmente, estos intervalos duran, como máximo, media hora. En el caso excepcional del tsunami de Santorín, dicho tiempo pudo prolongarse un poco más, pero todo el que se gane está compensado por el hecho de que las aguas de una laguna sólo tienen estrechos canales para su desagüe y. por tanto, no descienden tan rápidamente como en la costa abierta, aun cuando se dé el caso de que las aguas sean relativamente bajas. Sin embargo, cuando retorna la ola, no se verá obstaculizada por este inconveniente, ya que se vuelca sobre las fajas de arena que separan a la laguna del mar. O sea, que el intervalo entre la máxima exposición del fondo seco y la máxima inundación es menor que en la costa abierta. Aun cuando los Hijos de Israel fueran, en ese momento, sólo alrededor de seiscientos, como ha sugerido Ben Gurion, sería un problema conseguir cruzar lo que, posiblemente, era una extensión pantanosa en el limitado tiempo de que disponían y teniendo en cuenta que eran muchos hombres, mujeres y niños que llevaban sus ganados y sus posesiones indispensables para poder sobrevivir en el desierto. Sin embargo, no es imposible, especialmente si debían cruzar sólo un pequeño rincón de la laguna. El lugar marcado con una X en la figura 38, por ejemplo, pudo haber sido uno de los primeros sitios expuestos cuando las aguas se retiraron, mientras que el canal que une la laguna con el mar (el lugar sugerido por Galanopoulos y Bacon) sería el último sitio en secarse.

  Por la configuración actual de Sebkha el Bardawil (si se acepta como el lugar, por el momento) es imposible determinar dónde pudieron acampar los israelitas, ni tampoco dónde, exactamente, cruzaron, porque los bancos de arena y las lenguas de tierra que enmarcan las lagunas son rasgos topográficos variables que se modifican constantemente debido a la acción de las olas y de las corrientes. Un mapa de Sebkha el Bardawil, publicado en 1875, muestra una forma diferente, con dos canales que lo comunican con el mar. El informe de Estrabón dice que sólo había un resquicio. ¿Quién es capaz de decir cómo era alrededor del 1447 a.C.? No obstante, las posibles diferencias de matiz no invalidan, de ningún modo, la premisa básica de este mecanismo del cruce, y si alguna vez se prueba que Pi-ha-Hiroth estaba en la costa, la teoría de Galanopoulos se verá sólidamente fortalecida. Hasta entonces, no pueden descartarse otros puntos propuestos.

  La descripción que hace del sitio la Biblia carece de información hasta un grado increíble sobre dónde estaba éste. Se había instruido a los israelitas para que «giraran y acamparan delante de Pi-Hahiroth, entre Migdol y el mar, sobre Baalzephon: delante del cual acamparéis junto al mar» (Éxodo 14:2). Respecto del cruce mismo, dice: «...Y el Señor hizo que el mar se retirara por un fuerte viento toda la noche, y transformó el mar en tierra seca y se separaron las aguas» (Éxodo 14:21). Se cree que las inscripciones egipcias que se refieren a esta época también mencionan tempestades. Los vientos fuertes pueden hacer retroceder las aguas relativamente bajas en el nacimiento del golfo de Akaba o el de Suez, o en algunos de los lagos ahora unidos por el canal de Suez (véase fig. 38). Esto podría haber proporcionado a los israelitas hasta siete horas para efectuar el paso, en vez de bordear la masa de agua junto a la que acamparon; luego, una súbita disminución del viento, o un cambio en su dirección, permitió que las aguas volvieran rápidamente, ahogando a los egipcios. El nacimiento del golfo de Suez o el de Akaba son demasiado salados para ser el «Reed Sea»; los Bitter Lakes (lagos Amargos) constituyen una mejor elección. Por la forma de la línea costera (véase fig. 38) no es difícil imaginar que un fuerte viento del este separase las aguas del Great Bitter Lake (Gran lago Amargo) hacia su lado norte, dejando al descubierto el cerro bajo que lo separa del Little Bitter Lake (Pequeño lago Amargo) (en el que hay mucha menos agua, y en el cual, cualquiera que fuere la acumulación que se produjera, ésta habría sido contra la costa occidental. y no contra la colina que separa la cuenca). El lugar del Bitter Lake, propuesto hace algún tiempo por sir William Dawson, es, para mí, más adecuado a la idea de que las aguas se separaron como afirma la Biblia.

 

  En la Biblia hay, además del Éxodo, por lo menos otros tres pasajes en que se alude específicamente a «Caphtor», que es el nombre con que los hebreos conocían a Creta. Uno menciona el hecho de que los filisteos emigraron de Creta, y los otros describen gráficamente una catástrofe que aplastó la «tierra de los filisteos» en términos que, sin lugar a equivocarse, indican dos de las principales consecuencias de la erupción minoica: la oscuridad y el tsunami. Amos 9:5-7 (escrito en el siglo IX a.C.) dice:

  «Y el Señor, nuestro Dios de los Ejércitos, si toca la Tierra, ésta se fundirá, y todos los que allí viven se lamentarán y se elevará como una inundación: y morirán, como en la inundación de Egipto. Es Él, el que llamó a las aguas del mar y las dejó caer sobre la faz de la Tierra... ¿No he sacado Yo a Israel de la tierra de Egipto, y los filisteos de Caphtor, y los sirios de Kir?»

  Esto ha sido interpretado como indicativo de que el Éxodo y la emigración de los filisteos fueron contemporáneos, pero también podría referirse a hechos que tuvieron lugar en momentos distintos.

  (Nadie parece saber demasiado sobre los «sirios de Kir».) Zephaniah 1:15. 17 y 2:5 (siglo VII a.C.) nos dice:

  «Ese día es un día de furia, un día de problemas y de desastres, un día de oscuridad y tristeza, un día de nubes y espesas tinieblas... Y deseo llevar dolor a los hombres, que caminen como ciegos... Infortunio sobre los habitantes de las costas., la tierra de los filisteos. Te destruiré incluso a ti, y no habrá habitantes.»

  Jeremías 47:2. 4, escrito en el siglo VI a.C., se refiere en forma más específica a un tsunami:

  «Mirad, las aguas se elevan desde el norte, y habrá una gran inundación, y cubrirá la Tierra. Porque llegará el día en que todos los filisteos serán desposeídos... porque el Señor despojará a los filisteos, los restos del país de Caphtor,»

  Este pasaje parece implicar que el desastre afectó a «los restos del país de Caphtor» después de que se establecieran en Filistea (lo que sucedió alrededor del 1200 a.C.), y considerándolo aislado puede referirse a algún tsunami posterior al producido por la caída de Santorín. No obstante, las ciudades de Filistea se fundaron tierra adentro, no en las costas, en lugares que podían estar a salvo del mar. Además, las «aguas que se elevaron desde el norte» es una descripción más precisa de la aproximación de un tsunami a Creta, no a Filistea, cuyas costas se extienden, en general, de norte a sur. La «tierra de los filisteos», en el pasaje de Zephaniah, por supuesto, puede significar Caphtor, desde donde venían ellos, y describe muy bien las condiciones que debieron de predominar en Creta durante la erupción y en el momento de un tsunami. Cualquier discrepancia menor se resuelve fácilmente si se recuerda que los pasajes citados fueron escritos mucho después de que sucedieran los hechos (aunque en forma de profecía), que si son tradiciones relacionadas con la erupción minoica, la dispersión de los minoicos a otras tierras y el establecimiento de Filistea. Todas estas cosas debieron de parecer contemporáneas a los cronistas posteriores, aun cuando, en realidad, se desenvolvieron en un período que abarcó más de dos siglos.

  No se sabe con seguridad si los filisteos llegaron directamente desde Creta el 1200 a.C. Los recientes hallazgos arqueológicos indican que es posible que deambularan durante quizá toda una generación antes de encontrar un lugar donde establecerse. Eran una de entre varias tribus (no relacionadas, necesariamente, pero todas desalojadas) de las «Gentes del Mar» (o, más exactamente, «gente de más allá del mar»), que emigraron a la región del Mediterráneo oriental, aproximadamente en la misma época. Las nuevas excavaciones realizadas sobre las ciudades filisteas, tanto tiempo abandonadas, han obligado a revisar antiguas opiniones sobre ellos. No eran semíticos, como se había pensado antes. Cualquiera que haya sido su lengua, no era hebrea, pero qué era no se sabe aún. Una de las hipótesis que se adelantaron es que podría ser luwita{60}, lo que resultó acertado, y que la Linear A minoica podría tener el mismo origen. También se aclaró que los filisteos no eran los palurdos incultos que describen la Biblia o los egipcios. Las excavaciones de Ashdod demuestran que llegaron a conocer refinamientos tales como las bañeras. Pero no cabe afirmar que las relaciones con los israelitas fueran cordiales, hasta el punto de que, antes de establecerse en Filistea, trataron de arrebatar violentamente el territorio que pertenecía a los egipcios. Por tanto, no es posible esperar que ninguno de estos dos pueblos los considerara con simpatía.

  Existe una cierta confusión respecto del nombre Caphtor. Según la Encyclopaedia Britannica (Enciclopedia Británica), «se la debe identificar con la egipcia Ka(p)tar, que, en tiempos posteriores a Tolomeo, pareciera significar Fenicia, aunque el antiguo Keftiu denota a Creta». Alguien ha sugerido que los minoicos podrían ser los antecesores —espirituales, si no físicos— de los fenicios, pero éstos eran un pueblo semítico cuya historia se remonta al menos a 1600 a.C. Después de la caída de la Creta minoica es más que posible que algunos emigrados minoicos se asimilaran en el crisol de razas de Fenicia. Quizá fueron ellos los que infundieron a los fenicios lo que la Britannica llama su «extraño amor, no-semítico, al mar». De cualquier modo, fueron los fenicios los que, comenzando alrededor del 1200 a.C., emergieron como una nación marina, del mismo tipo que lo fueron los minoicos antes del 1450 a.C. Por otra parte, los filisteos, que se sabe llegaron desde Creta, aunque por qué y cómo no está completamente claro, evitaron la costa y establecieron sus ciudades en las más seguras zonas del interior. ¿Es que representan una migración posterior (durante los tiempos turbulentos de alrededor del 1200 a.C.) de un resto de minoicos que —aun cuando su cultura había sido sofocada, primero por las costumbres de sus dominadores micénicos y. luego, por aquellos con los que se encontraron cuando deambulaban antes de llegar a Filistea— todavía retenían en la memoria un terrible desastre que había llegado desde el mar? La respuesta a esta pregunta debe buscarse en la arqueología, no en la geología.

 

  Hasta ahora, se han considerado las posibles relaciones entre la erupción de la Edad del Bronce hasta el diluvio de Deucalión, pasando por otras tradiciones griegas locales de inundaciones, llegando hasta la desaparición de la civilización minoica y el Éxodo. Hay aún otros mitos y tradiciones semihistóricas que también deben rastrearse hasta este momento. ¿Y por qué no? Seguramente, fue el más estupendo despliegue de las fuerzas de la naturaleza que nunca asombró al mundo mediterráneo.

  Uno de esos mitos es el de Faetón. Faetón era el hijo de una ninfa. Clímene. Ridiculizado por sus compañeros de juego por no tener padre, su madre le aseguró que su padre no era otro que Helios (Apolo), el dios del Sol. Entonces Faetón se propuso encontrar a su padre y lograr que éste lo reconociera. Después de un largo viaje hacia el este llegó hasta el palacio del Sol, en el que fue recibido y tratado regiamente. Cuando su padre le prometió el regalo que quisiera. Faetón, decididamente, le pidió tener el privilegio de conducir el carro del Sol a través del cielo durante un día. Desalentado, porque sabía que las fuerzas del joven no eran suficientes para realizar esa tarea. Helios trató de disuadirlo, prometiéndole cualquier cosa en lugar de eso. Pero todo fue en vano: el testarudo joven insistió, y el dios tuvo que mantener su promesa. Como era de esperar. Faetón no pudo controlar los fieros corceles y éstos se lanzaron salvajemente a su recorrido. A cualquier lugar al que el carro se acercaba demasiado en la Tierra, manantiales y ríos se secaban —hasta el Nilo se apartó y escondió su cabeza— y todo se chamuscó. Cuando el carro se alejaba demasiado, la Tierra se cubría de hielo y nieve. La Tierra llamó a Zeus en su ayuda y Zeus golpeó con un rayo a Faetón, y éste cayó a la Tierra sobre el banco del Érídanus (Po), y fue enterrado allí por sus llorosas hermanas, que se transformaron en árboles que sudaban ámbar.

  Con la posible excepción del fimbulvetr (véase capítulo 4). Faetón es, hasta donde yo sé, el único mito que se menciona en relación con cambios muy lentos en el medio del hombre. En el Timeo, en la discusión que precede el relato de la Atlántida, Platón hace que el sacerdote egipcio le diga a Solón que el mito de Faetón «realmente significa un descenso de los cuerpos que se mueven alrededor de la Tierra y en el cielo, y una gran conflagración de las cosas que están sobre la Tierra durante largos intervalos de tiempo...». Tomando esto como base, se ha dicho que cabe atribuir el mito a los cambios de clima que produjeron los varios avances y retrocesos de los glaciares continentales en el periodo del Pleistoceno, y al aumento generalizado de las temperaturas desde la última glaciación. Pero, como señala muy razonablemente Galanopoulos, el término medio del cambio de las temperaturas del océano Atlántico, desde el final del Pleistoceno, ha aumentado un grado centígrado cada mil años, lo que es suficiente para fundir las capas de hielo a lo largo de las centurias, pero demasiado lento como para que tal cambio fuera notado por el hombre. Si el mito tiene alguna base real, un hecho catastrófico significa una fuente mucho más adecuada.

  Galanopoulos ha sugerido que los «arcos luminosos» o rayos que se ven durante una erupción, junto con el descenso de la temperatura asociado con la presencia de cenizas en la atmósfera, pueden atribuirse a Faetón. Los arcos luminosos, un fenómeno volcánico único que se origina en el cráter y que se expande en todas direcciones con la velocidad del sonido, se deben a ondas de sonido cuyos frentes de compresión y dilatación esféricos refractan la luz a distintas distancias, haciéndose así visibles. (El mismo fenómeno se observa desde detrás de un cañón.) También son comunes exhibiciones luminosas espectaculares cerca de los volcanes en erupción, particularmente los volcanes submarinos.

  Si bien coincido con que Faetón puede ser el resultado de la erupción de Santorín, creo que hay una conexión más directa. Es bien sabido que después de la erupción del Krakatoa de 1883, el polvo volcánico permaneció suspendido en la alta atmósfera durante mucho tiempo, provocando durante bastante tiempo después sorprendentes ocasos flameantes en varias partes del mundo. Tan inusitado y brillante era el espectáculo el 30 de octubre de 1883, que las brigadas de los bomberos fueron llamadas en dos ciudades norteamericanas (Poughkeepsie. Nueva York, y New Haven. Connecticut) porque se temía que el fuego venía del oeste. Este tipo de puestas de Sol (que son especialmente notables cuando el tiempo es seco) se vislumbran desde mucho más lejos que ningún otro de los efectos de una erupción, y es posible que sea uno de éstos el que haya originado el mito de Faetón{61}. Piénsese en algunos individuos o grupos preocupados por las cosechas estropeadas por la sequía (o asfixiadas por las cenizas, si se tratara de Creta) contemplando, algún tiempo después de la erupción, este extraordinario ocaso. ¿No pensarían que el mundo entero estaba en llamas? Más aún, ocasos de este tipo se han observado próximos a un oscurecimiento o un apagón, con sus consiguientes descensos en las temperaturas. Para las gentes de aquellos días una desaparición del Sol debió de parecer una lógica explicación de estas manifestaciones anormales. La explicación de un carro enloquecido para esclarecer la causa de las luces y los arcos de fuego que se habían visto en el momento de la erupción (visto con mayor claridad cerca del volcán) no es fundamental, porque la idea de un carro siguiendo un recorrido prescrito a través del cielo pudo haber sido anterior a Faetón, y utilizarse como explicación del curso normal del Sol. Es el apartarse de la normalidad, no la existencia del carro del Sol per se, lo que requería una explicación desde el punto de vista de una alteración de la rutina habitual del dios Sol.

 

  Una leyenda muy similar a la de Faetón se ha hallado entre los indios kwakiutl, de la Columbia Británica. El hijo del Sol ascendió una vez hasta el cielo, en donde su padre, encontrando la oportunidad de descansar un rato, confió al joven la nariz brillante y las joyas de las orejas que iluminaban al mundo y le pidió que, en su lugar, las llevara por el cielo durante un día. Advirtió al muchacho, por miedo a que provocase un fuego, que no se acercara demasiado a la Tierra. Todo fue bien hasta el mediodía, pero, entonces, el joven se impacientó y comenzó a correr, tomando un atajo. Todo habría ardido si no fuera porque el Sol despertó a tiempo para ver lo que sucedía. Se apresuró a alcanzar a su hijo, arrebató las joyas de su puño y lo lanzó al mar. E. S. Hartland empleaba esta narración para ilustrar la «integridad de la naturaleza humana». Como en el caso de las tradiciones sobre inundaciones, la semejanza entre esta leyenda y la de Faetón podría reflejar una respuesta parecida a la misma clase de estímulos. Los ocasos llameantes son comunes en áreas limitadas después de los incendios de bosques o de pequeñas erupciones, y en todo el mundo después de las grandes erupciones. Incluso resulta posible que la leyenda de los kwakiutl se inspirase también en el brillo ocasionado por la erupción minoica. Pero siempre existe la posibilidad de que Faetón fuese llevado a la Columbia Británica del mismo modo en que Beowulf llegó a Dakota del Sur (véase capítulo 7), sufriendo modificaciones adecuadas para ajustarse a alguna tradición existente sobre las joyas del Sol. Por ejemplo, ¿quién es capaz de asegurar que ningún buscador de oro no intercambió historias con los indios en algún momento antes de 1895, que es cuando la leyenda se registró por primera vez? Los nombres de muchos de los yacimientos en todo el Oeste son un claro testimonio de que la fiebre del oro atrajo una buena cantidad de gente que había recibido una educación clásica. No obstante. Galanopoulos y Bacon se refieren a un mito del tipo de! de Faetón en Guatemala. Por tanto, algún fenómeno que llegó a tener un alcance mundial puede hallarse en la base de los tres, y en verdad que nada se difunde más que el polvo atmosférico que aparece después de una erupción semejante a la del Krakatoa.

 

  Hay aún otro mito clásico que tiene un detalle que podría constituir una memoria de la erupción minoica. Cuando Zeus atrajo a la fiel Alcmena y la llevó al lecho valiéndose de una treta, pues asumió la forma de su marido. Anfitrión (unión de la cual nacería Hércules), hizo que la noche durara tres días enteros para así escapar de los ojos de águila de su esposa Hera (y quizá para prolongar el placer). Marinatos cree que esto es una referencia al extenso y sin duda prolongado oscurecimiento que acompañó al clímax de la erupción.

  El sumario de Luce de las posibles memorias de la erupción de Santorín en la literatura griega incluye varias menciones de islas flotantes. Se dice que. en particular, la isla de Delos originalmente flotaba por el Egeo, y sólo quedó inmóvil cuando Apolo nació allí. Las islas flotantes pueden ser el recuerdo de los bancos de pumita que, sin duda alguna, infectaron el mar después de la erupción, como los que se vieron en varias partes del océano Índico después del suceso de Krakatoa.

  Se ha expresado la posibilidad de que el mito de Ícaro constituya otra repercusión de la erupción minoica. Ícaro era el hijo de Dédalo, aquel «hábil artífice» que construyó el laberinto de Cnosos para el rey Minos. Dédalo perdió el favor del rey y fue encerrado como prisionero en una torre, pero él logró fabricar con cera y plumas alas para sí y para su hijo Ícaro, y ambos escaparon por el aire. Sin embargo. Ícaro ignoró la advertencia de su padre de no volar demasiado cerca del Sol y. por tanto, la cera que sostenía las alas se derritió, de modo que Ícaro cayó al mar cerca de una isla que desde entonces lleva su nombre. Una roca que hay cerca de la costa sur de dicha isla se supone que es Ícaro convertido en piedra. Lo que se da como explicación es que una bomba volcánica de Santorín pudo inspirar el mito, pero, de ser así, no habría caído cerca de Icaria, pues aun cuando la erupción minoica fuese mucho más intensa que la del Krakatoa, ningún fragmento considerable pudo llegar hasta allí, ya que Icaria está precisamente en el límite de distribución de cenizas llevadas por el viento y encontradas en el fondo de los mares (véase fig. 33). La roca de Ícaro coincide con las de la costa, de las que es posiblemente un resto de una erosión. Probablemente, el mito se originó cuando alguien observó la caída de un meteoro en el mar. Y es posible también que sea una invención del ingenio. El nombre Ikaria es, en realidad, el equivalente fenicio del antiguo nombre Ichthyassa, que significa «isla del Pez». No obstante, la gente que vive allí hoy todavía cree que su roca es el Ícaro caído, y aún están más convencidos desde que el gobierno griego eligió el lugar para erigir una estatua en conmemoración del nacimiento de la aviación.

  Antes de abandonar el Mediterráneo oriental y sus tradiciones con relación a Santorín, debemos mencionar otro ejemplo que podría constituir la evidencia de un tsunami en esa parte del mundo. Las excavaciones realizadas en Ugarit, la antigua ciudad que está cerca de la moderna Latakia, han demostrado que su puerto y la mitad de la ciudad quedaron destruidos alrededor del 1400 a.C. Un poema fenicio, encontrado en la biblioteca de Ugarit, habla de tempestad y tsunami, y se supone que hace referencia a aquel suceso. Ugarit sobrevivió al golpe, cualquiera que haya sido su causa, y continuó hasta el 1350 a.C., en que fue finalmente destruida por un terremoto. La fecha de esa ola destructiva está demasiado cercana a la erupción minoica, teniendo en cuenta la incertidumbre que rodea todas las fechas relacionadas con todo esto, y es muy posible que haya sido un tsunami producido por Santorín antes que un tsunami originado por algún terremoto

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