miércoles, 6 de marzo de 2019

La pelea del mono y el cangrejo

Hace mucho, mucho tiempo, en un brillante día de otoño japonés, un mono de rostro rosado y un cangrejo amarillo estaban jugando juntos en la ribera. Mientras corrían por allí, el cangrejo encontró un onigiri, y el mono, una semilla de caqui.

    El cangrejo recogió el onigiri y se lo mostró al mono.

    —¡Mira lo que he encontrado!

    Entonces el mono levantó su semilla de caqui.

    —¡Yo también he encontrado algo bueno! ¡Mira!

    Aunque al mono le gustaba el caqui, no le servía de nada la semilla que acababa de encontrar. La semilla de caqui es tan dura e incomestible como una roca. Él, por tanto, con su naturaleza avariciosa, sintió mucha envidia de lo que había encontrado el cangrejo, y le propuso el intercambio. El cangrejo naturalmente no entendía por qué debería sacrificar su premio a cambio de una semilla dura como una piedra, y no aceptó la propuesta del mono.

    Entonces el astuto mono empezó a persuadir al cangrejo.

    —¡Qué poco sabio por tu parte! ¡No piensas en el futuro! Puedes comerte el onigiri ahora, y sin duda es mucho más grande que mi semilla, pero si plantas esta semilla en el suelo, crecerá en poco tiempo y se convertirá en un gran árbol, que dará una buena cosecha de caquis todos los años. ¡Ay, si pudiera mostrártelo cuando la fruta amarilla cuelgue de sus ramas! Por supuesto, si no me crees, tendré que plantarla yo mismo, aunque estoy seguro de que te arrepentirás de no haberme hecho caso.

    El simple cangrejo no podía resistirse a la inteligente persuasión del mono. Por fin se rindió y aceptó su propuesta y se llevó a cabo el intercambio. El avaricioso mono se tragó en nada el onigiri y, con mucha reticencia, le dio la semilla al cangrejo. Le hubiera gustado quedársela también, pero tenía miedo de enfadar al cangrejo y que este le pillara con sus pinzas afiladas como tijeras. Se separaron entonces, el mono se fue a casa a los árboles del bosque y el cangrejo a las piedras cerca del río. En cuanto el cangrejo llegó a casa, puso la semilla de caqui en el suelo como el mono le había dicho.

    A la siguiente primavera, el cangrejo se sintió feliz al ver un brote de un joven árbol salir del suelo. Cada año, crecía, hasta que una primavera floreció por fin, y durante el siguiente otoño le dio varios caquis grandes. Entre las suaves y anchas hojas verdes, colgaban frutas como pelotas doradas, y conforme maduraban se cogían un tono naranja oscuro. El pequeño cangrejo disfrutaba de salir todos los días, sentarse al sol, mirar de la misma forma que un caracol mueve sus cuernos y observar cómo los caquis maduraban hasta la perfección.

    «¡Qué deliciosos van a estar!», se dijo.

    Por fin, un día, supo que los caquis ya debían estar maduros y quiso probar uno. Intentó varias veces escalar el árbol, con la vana esperanza de alcanzar uno de los hermosos caquis que colgaban sobre él, pero no lo conseguía, pues sus patas no estaban preparadas para escalar árboles, sino solo para correr por el suelo y sobre las piedras, lo que puede hacer perfectamente. Ante este dilema, se acordó de su viejo amigo el mono, quien, como él sabía, podía escalar árboles mejor que nadie. Decidió pedirle ayuda, y partió a buscarlo.

    Corrió al estilo cangrejo por la ribera pedregosa, llegó a los caminos del sombrío bosque, donde encontró al mono echándose una siesta en su pino favorito, con la cola apretando una rama para evitar caerse mientras dormía. Se despertó del todo sin problemas, sin embargo, cuando oyó que lo llamaban, y escuchó con atención al cangrejo. Cuando se enteró de que la semilla que había cambiado hacía tanto tiempo por un onigiri se había convertido en un árbol y estaba dando buen fruto, se alegró, pues había preparado un astuto plan para quedarse con los caquis.

    Aceptó ir con el cangrejo para coger la fruta para él. Cuando llegaron al lugar, el mono se sorprendió al ver qué árbol tan bueno había salido de la semilla, y qué gran número de caquis maduros doblaban las ramas.

El mono empezó a comerse los caquis tan rápido como podía.

   

    Escaló a toda prisa el árbol, y empezó a coger y comerse, tan rápido como podía, un caqui tras otro. Siempre elegía el mejor y el más maduro que encontraba, y siguió hasta que no pudo comer más. No dio ni una al hambriento cangrejo que esperaba en el suelo, y cuando hubo terminado, solo quedaba la fruta verde y dura.

    Puedes imaginarte cómo se sentía el pobre cangrejo después de esperar pacientemente, durante tanto tiempo, a que creciera el árbol y, cuando la fruta ya había madurado, ver al mono devorar todos los caquis buenos. Estaba tan decepcionado que estuvo corriendo alrededor del árbol, gritándole que recordara su promesa. El mono al principio no se dio cuenta de las quejas del cangrejo, pero cuando se cansó, agarró el caqui más verde y más duro que pudo encontrar y se lo tiró a la cabeza al cangrejo. El caqui es tan duro como una piedra cuando está verde. El proyectil del mono dio de lleno, y el golpe le dolió mucho al cangrejo. Una y otra vez, tan rápido como podía recogerlos, el mono cogió todos los caquis duros y se los tiró al indefenso cangrejo hasta que cayó muerto, cubierto de heridas por todo el cuerpo. Allí, quedó con un aspecto horrible al pie del árbol que él mismo había plantado.

    Cuando el malvado mono vio que había matado al cangrejo, huyó del lugar tan rápido como pudo, temblando de miedo, como el cobarde que era.

    El cangrejo tenía un hijo que había estado jugando con un amigo cerca de donde esto había tenido lugar. De camino a casa, se encontró a su padre muerto, en la peor condición, su cabeza aplastada y la concha rota en varios lugares, y alrededor de su cuerpo yacían los caquis inmaduros que habían sido las armas del delito. Ante esta horrible visión, el pobre cangrejito se sentó y lloró.

    Pero cuando hubo llorado un tiempo, se dijo que llorar no le serviría de nada. Era su trabajo vengarse del asesinato de su padre, y estaba decidido a hacerlo. Buscó alguna pista que le llevara a descubrir al asesino. Al mirar al árbol, se dio cuenta de que había desaparecido la mejor fruta, y que lo único que había alrededor del árbol eran trozos de piel y muchas semillas, así como los caquis verdes que habían acabado con su padre. Entonces entendió que el mono era el asesino, pues recordó que su padre le había contado una vez la historia del onigiri y la semilla de caqui. El joven cangrejo sabía que el caqui era la fruta favorita de los monos, y pensó que era seguro que la avaricia por la fruta deseada había sido la causa de la muerte del anciano cangrejo.

    Al principio pensó en atacar al mono al momento, pues ardía de rabia. Después pensó, sin embargo, que era inútil, pues el mono era viejo y astuto, y sería difícil vencerlo. Debía derrotarlo en su propio juego y pedir a algunos de sus amigos que lo ayudaran, pues sabía que él solo no podría matarlo.

    El joven cangrejo partió al instante a visitar al mortero, el viejo amigo de su padre, y le contó lo que había ocurrido. Le pidió consejo con lágrimas en los ojos acerca de cómo vengar la muerte de su padre. El mortero sintió mucha pena cuando escuchó la horrible historia, y le prometió al momento ayudarle a castigar al mono con la muerte. Le avisó que tenía que tener mucho cuidado con lo que hiciera, pues el mono era un enemigo fuerte y astuto. El mortero mandó llamar también a la abeja y a la castaña, que también habían sido buenas amigas del cangrejo, para hablar con ellos del asunto. En poco tiempo, llegaron la abeja y la castaña. Cuando les contaron los detalles de la muerte del viejo cangrejo y de la maldad y la avaricia del mono, ambos aceptaron con alegría ayudar al joven cangrejo en su venganza.

    Hablaron mucho tiempo sobre las formas de llevar a cabo sus planes, después, se separaron y el mortero se fue a casa con el joven cangrejo para ayudarlo a enterrar a su pobre padre.

    Mientras sucedía todo esto, el mono se felicitaba, como los malvados a veces hacen antes de que les llegue su castigo, de lo bien que había hecho todo. Pensó que estaba bien haber robado a su amigo todos los caquis maduros y después haberlo matado. Aun así, por más que sonreía, no podía evitar del todo temer las consecuencias si se conocieran sus malvados actos. Si lo descubrían, aunque él pensaba que era imposible, pues había escapado sin ser visto, la familia del cangrejo le odiaría y buscaría venganza. Así que no saldría y se quedaría en casa varios días. Descubrió, sin embargo, que ese tipo de vida era extremadamente aburrida, acostumbrado como estaba a vivir libre entre los árboles.

    —¡Nadie sabe que fui yo quien mató al cangrejo! —dijo para sí mismo—. Estoy seguro de que el anciano expiró antes de que lo dejara. ¡Los cangrejos muertos no tienen boca! ¿Quién va a decir que era un asesino? Como nadie lo sabe, ¿de qué sirve que me encierre y me preocupe sobre el asunto? ¡A lo hecho, pecho!

    Con esto, se acercó al poblado de los cangrejos y se acercó tan silenciosamente como pudo a la casa de su antiguo amigo e intentó escuchar lo que decían los vecinos. Quiso descubrir lo que decían sobre la muerte de su jefe, pues eso había sido el anciano. Pero no escuchó nada.

    —¡Son tan tontos que no saben y no les importa quién asesinó a su jefe! —se dijo.

    Poco podía imaginarse con su «sabiduría de mono» que esta poca preocupación era parte del plan del joven cangrejo. Él fingía a propósito no saber quién había matado a su padre, y también que creía que había muerto por un error suyo. Con esto quería mantener en secreto la venganza, pues estaba meditando cómo hacerlo.

    Así, el mono volvió a casa de su paseo bastante contento. Se dijo que no tenía nada que temer.

    Un buen día, mientras el mono estaba sentado en casa, le sorprendió la aparición de un mensajero del joven cangrejo. Mientras se preguntaba qué podía significar, el mensajero hizo una reverencia.

    —Me ha mandado mi señor para informarle de que su padre murió el otro día cuando se cayó del árbol del caqui mientras intentaba escalarlo buscando su fruta. Hoy, al ser el séptimo día, es el primer memorial después de su muerte, y mi maestro ha preparado un pequeño festival en nombre de su padre, y le invita a participar en él, ya que era uno de sus mejores amigos. Mi señor espera que honre su casa con una amable visita.

    Cuando el mono escuchó estas palabras, se alegró en el fondo de su corazón, pues ya no tenía miedo alguno de ser sospechoso. No podía imaginarse que había una conspiración en su contra. Fingió sorprenderse por la noticia de la muerte del cangrejo.

    —Lamento mucho la muerte de su jefe. Éramos grandes amigos, como sabe. Recuerdo que una vez intercambiamos un onigiri y la semilla del caqui. Me apena pensar que la semilla fue al final la causa de su muerte. Acepto su amable invitación con mucho agradecimiento. ¡Estaré encantado de honrar a mi pobre amigo! —E hizo que unas falsas lágrimas cayeran de sus ojos.

    El mensajero se rio para sí mismo y pensó: «El malvado mono suelta ahora falsas lágrimas, pero en poco tiempo serán reales». Pero en voz alta, agradeció al mono con educación y volvió a casa.

    Cuando se hubo marchado, el malvado mono se rio al pensar en la inocencia del joven cangrejo, y sin preocuparse en lo más mínimo, empezó a desear que llegara el festín que habría ese día en honor del cangrejo muerto, al que había sido invitado. Se cambió de ropa y partió solemnemente para visitar al joven cangrejo.

    Descubrió a toda la familia del cangrejo y a sus familiares esperando para recibirle y darle la bienvenida. En cuanto terminaron las reverencias, lo llevaron a una sala. Allí, el joven jefe de luto lo recibió. Se intercambiaron expresiones de condolencia y agradecimiento, y después se sentaron para tomarse un lujoso festín, del que el mono fue el invitado de honor.

    Cuando terminó, se le invitó a la habitación de la ceremonia del té a beber una taza. El joven cangrejo lo llevó allí y después se retiró. Pasó el tiempo y no volvía. El mono se impacientó.

    —Esta ceremonia del té siempre es un asunto muy lento. Estoy cansado de esperar. ¡Estoy sediento después de beber tanto sake en la cena!

    Se acercó después a la chimenea de carbón, y empezó a echar agua caliente en la tetera que hervía allí, cuando algo salió de las cenizas con un pop y golpeó al mono directamente en el cuello. Era la castaña, una de las amigas del cangrejo, que se había escondido en el fuego. El mono, sorprendido, dio un salto y salió corriendo de la habitación.

Fue culpa de tu padre —dijo el mono, sin arrepentirse.

   

    La abeja, que estaba escondida detrás de la puerta, salió volando y le picó en la mejilla. El mono estaba sufriendo mucho dolor, pues el cuello le ardía por la castaña, y la picadura de la abeja le dolía mucho en el rostro, pero corrió gritando y balbuceando de ira.

    El mortero de piedra se había escondido con otras piedras sobre la puerta del cangrejo, y el mono corrió debajo, el mortero y todas las rocas cayeron sobre su cabeza. ¿Era posible que el mono soportara el peso del mortero al caerse sobre él desde lo alto de la puerta? Yacía aplastado y con mucho dolor, casi incapaz de levantarse. En ese momento, el joven cangrejo se acercó y, con las enormes garras como tijeras sobre el mono, dijo:

    —¿Recuerdas que asesinaste a mi padre? Prepárate para morir.

    —Entonces, ¿eres… mi… enemigo? —resolló el mono.

    —Por supuesto —dijo el joven cangrejo.

    —¡Fue… culpa… de… tu… padre! —dijo el mono, sin arrepentirse.

    —¿Todavía puedes mentir? ¡Pronto dejarás de respirar! —Y cortó la cabeza del mono con sus pinzas. Así el malvado mono encontró su merecido castigo, y el joven cangrejo vengó la muerte de su padre.

    Este es el fin de la historia del mono, el cangrejo y la semilla de caqui.

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