miércoles, 6 de marzo de 2019

El mono sagaz y el jabalí

Hace mucho, mucho tiempo, en la provincia de Shinshin en Japón, vivía un viajero que se ganaba la vida llevando a un mono y mostrando los trucos que había aprendido el animal.

    Una noche, el hombre llegó a casa de muy mal humor y dijo a su esposa que mandara llamar al carnicero por la mañana.

    —¿Por qué quieres que mande llamar al carnicero? —le preguntó muy confusa.

    —No sirve de nada que siga llevando al mono, es demasiado viejo y se olvida de sus trucos. Lo golpeo con el bastón de todas las formas que sé, pero no baila adecuadamente. Debo vendérselo al carnicero ahora y conseguir todo el dinero que pueda. No hay nada más que hacer.

    La mujer sintió mucha lástima por el pobre animalito, y suplicó al marido que perdonara al mono, pero fue en vano, pues este estaba decidido a vendérselo al carnicero.

    El mono, sin embargo, estaba en la habitación contigua y escuchó toda la conversación. No tardó en comprender que iban a matarlo y se dijo:

    —¡Qué monstruo es mi señor! Yo, que le he servido fielmente durante años, y, en vez de permitirme acabar mis días cómodo y en paz, va a dejar que me mate el carnicero, y mi pobre cuerpo será asado, guisado y comido. ¡Qué horror! ¡¿Qué puedo hacer?! ¡Ah! ¡Qué idea más brillante! Hay, como bien sé, un jabalí salvaje que vive en el bosque cercano. He oído hablar de su sabiduría. Quizá si voy y le cuento el problema en el que me encuentro, me dé algún consejo. Iré y lo intentaré.

    No había tiempo que perder. El mono se escapó de la casa y corrió cuanto pudo para encontrar al jabalí. Este estaba en casa, y el mono comenzó a contarle su historia al momento.

El mono comenzó a contar la historia al jabalí.

   

    —Buen señor Jabalí, he oído hablar de su excelente sabiduría. Tengo un gran problema, y solo usted puede ayudarme. He envejecido al servicio de mi señor y, como ahora no puedo bailar apropiadamente, tiene la intención de venderme al carnicero. ¿Qué me aconseja que haga? ¡Conozco bien su astucia!

    Al jabalí le complacieron los halagos y se decidió a ayudar al mono. Pensó un poco y dijo:

    —¿No tiene tu señor un bebé?

    —Oh, sí —dijo el mono—, un bebé adorable.

    —¿Y no está cerca de la puerta por la mañana cuando tu señora empieza a trabajar? Bien, pues me acercaré pronto y en cuanto tenga una oportunidad, agarraré al niño y correré con él.

    —¿Y entonces? —dijo el mono.

    —Vaya, la madre se llevará un tremendo susto, y antes de que tu señor y ella sepan qué hacer, debes correr tras de mí, rescatar al niño y devolvérselo a sus padres. Ya verás cómo, cuando llegue el carnicero, ellos no podrán venderte.

    El mono le agradeció al jabalí su ayuda muchas veces, y volvió a casa. No durmió demasiado esa noche, como podéis imaginar, al pensar en la mañana. Su vida dependía de que el plan del jabalí funcionara. Fue el primero en levantarse, esperando ansioso lo que había de ocurrir. Le pareció que pasaba mucho tiempo antes de que la esposa del señor empezara a moverse y abriera las ventanas para dejar entrar la luz del día. Entonces, todo ocurrió como el jabalí había planeado. La madre colocó a su hijo cerca del porche, como era habitual, mientras limpiaba la casa y preparaba el desayuno.

    El niño estaba canturreando feliz a la luz del sol de la mañana, toqueteando las esterillas, jugando con las luces y las sombras. De repente, hubo un ruido en el porche y un fuerte grito del niño. La madre salió corriendo de la cocina al momento, solo para ver cómo el jabalí desaparecía a través de la puerta con su hijo en sus garras. Lanzó las manos al cielo con un aullido de desesperación y corrió a la habitación interior donde su marido seguía durmiendo sin inmutarse.

    Se irguió lentamente y se restregó los ojos. Molesto, preguntó a su esposa por qué estaba haciendo tanto ruido. Para cuando el hombre supo lo que había ocurrido y ambos salieron por la puerta, el jabalí se había alejado bastante, pero vieron al mono correr tras el ladrón con todas sus fuerzas.

    Tanto el hombre como su esposa se conmovieron ante la conducta heroica del sagaz mono, y su gratitud no tuvo límite cuando el leal mono devolvió al niño a salvo entre sus brazos.

    —¡Mira! —dijo la esposa—. ¡Este es el animal al que querías matar! Si el mono no hubiera estado aquí, ya no tendríamos a nuestro hijo.
El mono corría tras el ladrón tan rápido como lo permitían sus piernas.

   

    —Por una vez, esposa mía, tienes razón —dijo el hombre mientras llevaba al niño a la casa—. Puedes despedir al carnicero cuando venga, y ahora prepáranos un buen desayuno, y esmérate con el del mono.

    Cuando el carnicero llegó, se le despidió con una petición de carne de jabalí para la cena. El resto de su vida, el mono recibió todo el cariño de la familia y pudo vivir en paz y su señor no volvió a golpearlo.

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