miércoles, 6 de marzo de 2019

La liebre blanca y los cocodrilos

Hace mucho, mucho tiempo, cuando todos los animales podían hablar, vivía en la provincia de Inaba en Japón una pequeña liebre blanca. Su casa estaba en la isla de Oki, y al otro lado del mar estaba la tierra de Inaba.

    La liebre quería pasar a la tierra de Inaba. Día tras día, salía y se sentaba en la playa y miraba al otro lado del agua hacia Inaba, y día tras día deseaba que hubiera alguna forma de pasar allí.

    Un día, como de costumbre, la liebre estaba en la playa, con la mirada perdida en el horizonte, cuando vio a un gran cocodrilo nadando cerca de la isla.

    «¡Qué suerte!», pensó la liebre. «Ahora podré conseguir mi deseo. ¡Pediré al cocodrilo que me lleve al otro lado del mar!».

    Pero dudaba mucho de que el cocodrilo aceptara sin más. Así que pensó que en vez de pedir un favor, intentaría engañarlo.

    Con una fuerte voz, llamó al cocodrilo.

    —Oh, señor Cocodrilo, ¡qué buen día hace!

    El cocodrilo, que había salido a disfrutar de la luz del sol, estaba empezando a sentirse solitario cuando el saludo alegre de la liebre rompió el silencio. El cocodrilo nadó cerca de la costa, feliz al escuchar la voz de alguien.

    —¡Me pregunto quién me ha hablado ahora mismo! ¿Fue usted, señora Liebre? ¡Debe sentirse muy sola!

    —Oh, no, no estoy sola para nada —dijo la liebre—, pero era un día tan bueno que salí a disfrutarlo. ¿No querrá jugar un rato conmigo?

    El cocodrilo salió del mar y se aposentó en la playa, y los dos jugaron juntos un rato.

    —Señor Cocodrilo, vive en el mar y yo en esta isla, así que no nos encontramos a menudo, por eso, sé muy poco sobre usted. Dígame, ¿cree que hay más de los suyos que de los míos?

    —Por supuesto, hay más cocodrilos que liebres —respondió el cocodrilo—. ¿No puede verlo usted misma? Vive en esta pequeña isla, mientras que yo vivo en el mar, que se extiende por todo el mundo, así que si llamo a todos los cocodrilos que viven en el mar, las liebres no tendrán ninguna oportunidad.
    —El cocodrilo estaba muy confiado.

    La liebre pensaba engañar al cocodrilo.

    —¿Cree que es posible llamar a suficientes cocodrilos para hacer una línea desde la isla hasta Inaba a través del mar?

    El cocodrilo lo pensó un momento.

    —Por supuesto, es posible.

    —Entonces, inténtelo —dijo la artera liebre—, ¡y los contaré desde aquí!

    El cocodrilo, que era muy simple, y que no tenía la menor idea de que la liebre intentaba engañarlo, aceptó su petición.

    —¡Espere un poco mientras voy al mar y llamo a mi gente!

    El cocodrilo se lanzó al mar y desapareció un tiempo. La liebre, mientras tanto, esperó pacientemente en la playa. Cuando el cocodrilo volvió, traía consigo un gran número de cocodrilos.

    —¡Mire, señora Liebre! —dijo el cocodrilo—. No nos cuesta nada a mis amigos y a mí formar una línea desde aquí hasta Inaba. Hay suficientes cocodrilos para llegar desde aquí hasta China o India. ¿Ha visto alguna vez tantos cocodrilos?

    Entonces todo el grupo de cocodrilos se colocaron en el agua para formar un puente entre la isla de Oki y la tierra de Inaba. Cuando la liebre vio el puente, dijo:

    —¡Qué espléndido! No creí que esto fuera posible. ¡Ahora, déjenme contarles! Para hacerlo, sin embargo, con su permiso, deberé andar sobre su lomo hasta el otro lado, así que por favor, no se muevan, ¡o me caeré en el mar y me ahogaré!

    Cuando la liebre saltó desde la isla al extraño puente de cocodrilos contó mientras saltaba de un lomo al otro.

    —Por favor, quédense quietos o no podré contar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve…

    Así la astuta liebre llegó sin problemas a la tierra de Inaba. No contenta con conseguir su deseo, empezó a reírse de los cocodrilos en vez de agradecérselo cuando abandonó el lomo del último.

    —¡Oh! ¡Estúpidos cocodrilos! ¡Me he reído de ustedes!

    Y estaba a punto de huir con toda la velocidad que podía. Pero no escaparía tan fácilmente, pues pronto los cocodrilos comprendieron que los había engañado para pasar al otro lado, y que la liebre ahora se estaba riendo de ellos por su estupidez, se enfurecieron y decidieron vengarse. Así, algunos corrieron detrás de la liebre y la capturaron. Entonces, todos rodearon al pobre animalito y le arrancaron todo el pelo. Gritó con fuerza y les pidió que la perdonaran, pero con cada trozo de piel que le arrancaban, dijeron:



Algunos cocodrilos corrieron detrás de la liebre y la capturaron.

   

    —¡Lo tiene merecido!

    Cuando los cocodrilos le quitaron el último trozo de pelo, tiraron a la pobre liebre a la playa, y se alejaron riéndose de lo que habían hecho.

    La liebre daba pena, le habían arrancado todo su bello pelo blanco, y su pequeño cuerpo desnudo estaba temblando con el dolor y sangrando sin cesar. Apenas podía moverse, todo lo que podía hacer era quedarse tumbada en la playa y llorar por la desgracia que le había ocurrido. Aunque era culpa suya, que se había buscado todo ese sufrimiento, cualquiera que viera a la pequeña criatura no podía evitar sentir lástima de ella por su triste situación, pues los cocodrilos habían sido muy crueles en su venganza.

    En ese momento, un número de hombres, que parecían hijos de un rey, pasaron cerca, y al ver a la liebre en la playa llorando, se detuvieron y le preguntaron qué había sucedido.

    La liebre levantó la cabeza de entre sus patas y respondió:

    —Me he peleado con unos cocodrilos, pero me vencieron, me arrancaron el pelaje y me dejaron aquí para que sufriera, por eso estoy llorando.

    Os sorprenderá saber que uno de los jóvenes tenía una mala y vengativa disposición. Pero fingió amabilidad, y le dijo a la liebre:

    —Lo siento mucho. Si quisieras, conozco un remedio que curaría tu cuerpo dolorido. Ve y báñate en el mar, luego vuelve y siéntate al viento. Eso hará que vuelva a crecerte el pelo, y así estarás como al principio.

    Después, todos los jóvenes siguieron su camino. La liebre estaba muy contenta de haber encontrado una cura. Fue y se bañó en el mar, y salió y se sentó al viento.

    Pero cuando el viento la secó, la piel se endureció y la sal incrementó el dolor tanto que se arrastraba en la arena con agonía y lloró con fuerza.

    Entonces, pasó otro hijo del rey, que llevaba una gran bolsa a la espalda. Vio a la liebre, se detuvo y preguntó por qué lloraba tanto.

    Pero la pobre liebre, al recordar que el hombre que la había engañado era muy parecido al que le hablaba en ese momento, no respondió, sino que continuó llorando.

    Pero este hombre tenía buen corazón, y miró compasivamente a la liebre.


Este hombre tenía buen corazón, y miró compasivamente a la liebre.

   

    —¡Pobrecilla! Veo que te han quitado todo el pelo y han dejado la piel bastante desnuda. ¿Quién te ha tratado con tanta crueldad?

    Cuando la liebre escuchó estas amables palabras, se sintió agradecida, y animada por su bondad, la liebre le habló de todo lo que le había ocurrido. El pequeño animal no le ocultó nada a su amigo, sino que le contó con franqueza cómo había engañado a los cocodrilos y cómo había cruzado el puente que habían hecho, pensando que deseaba contar el número; cómo se había burlado entonces de ellos por su estupidez, y cómo los cocodrilos se habían vengado. Después, continuó hablando de cómo la había engañado un grupo de hombres que se parecían mucho a su amable amigo, y la liebre terminó su larga historia de desdichas rogando al hombre que le diera alguna medicina que la curara y le hiciera crecer de nuevo el pelo.

    Cuando la liebre terminó su historia, el hombre sintió mucha compasión y dijo:

    —Siento mucho todo lo que has sufrido, pero recuerda, todo ha sido consecuencia de tu engaño a los cocodrilos.

    —Lo sé —dijo la arrepentida liebre—, pero me he arrepentido y he decidido no engañar nunca más, así que te suplico que me enseñes cómo puedo curar mi cuerpo dolorido y que me crezca de nuevo el pelo.

    —Entonces, te contaré un buen remedio —dijo el hombre—. Primero ve y báñate bien en el lago de allí para quitarte toda la sal del cuerpo. Después coge esas flores de kava que crecen cerca del borde del agua, échalas en el suelo y rueda sobre ellas. Si haces eso, el polen hará que vuelva a crecerte el pelo, y en poco tiempo estarás perfectamente.

    La liebre estaba muy feliz ante la nueva idea, tan amable. Se arrastró hasta el lago que le había señalado, se bañó bien en ella, tomó las flores cerca del agua y rodó sobre ellas.

    Para su sorpresa, incluso mientras lo estaba haciendo, vio que su bonito pelo blanco le crecía de nuevo, el dolor cesó y se sintió tan bien como antes de que todo empezara.

    La liebre se alegró por su rápida recuperación y fue saltando alegre hasta el joven que la había ayudado y se arrodilló a sus pies.

    —¡No tengo palabras para expresar mi agradecimiento! Desearía poder darte algo a cambio. ¿Podrías decirme quién eres?

    —No soy el hijo de ningún rey, como crees. Soy un hada, y me llamo Okuninushi no Mikado —respondió el hombre— y esos seres que pasaron antes eran mis hermanos. Han oído hablar de una bella princesa llamada Yakami que vive en la provincia de Inaba y van en su busca para pedir que se case con alguno de ellos. Pero en esta expedición soy solo un sirviente y me han dejado atrás con esta gran bolsa en mi espalda.


Cuando la princesa miró el rostro del amable hombre se acercó hasta él directamente.

   

    La liebre se arrodilló de nuevo ante el gran hada Okuninushi no Mikado a quien muchos adoraban como un dios en aquella parte de la tierra.

    —¡Oh, no sabía que eras Okuninushi no Mikado! ¡Qué amable has sido conmigo! Es imposible creer que ese desagradable tipo que me envió a bañarme en el mar sea uno de tus hermanos. Estoy segura de que la princesa, a quien han ido a buscar tus hermanos, se negará a ser la esposa de ninguno de ellos, y te preferirá a ti por la bondad de tu corazón. Estoy segura de que te ganarás su corazón sin querer, y te pedirá ser tu mujer.

    Okuninushi no Mikado no prestó atención a lo que decía la liebre, sino que se despidió de ella, siguió su camino y alcanzó pronto a sus hermanos. Lo hizo justo cuando llegaban a la puerta de la princesa.

    Como la liebre había dicho, la princesa no podía aceptar ser la esposa de ninguno de los hermanos, pero cuando ella miró el rostro del amable hombre se acercó hasta él directamente.

    —A ti me entrego —le dijo, y así se casaron.

    Este es el final de la historia. Okuninushi no Mikado es adorado por la gente en algunas partes de Japón, como un dios, y la liebre se hizo famosa como «la liebre blanca de Inaba». Pero nadie sabe qué pasó con los cocodrilos.

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