domingo, 24 de marzo de 2019

El tornaviaje

Como se sabe, una bula del papa Alejandro VI, y luego el tratado de Tordesillas,
dividieron las tierras de las nuevas exploraciones en dos zonas de influencia católica,
una española y la otra portuguesa, a través de una especie de meridiano que dejaba en
poder de Portugal parte del actual Brasil, así como África y parte de Asia, hasta cerca
de las islas Filipinas, y concedía el resto a España.
Los barcos de cualquiera de ambas coronas que entrasen en la zona de la otra
podían ser apresados por su legítimo adjudicatario, y su carga expropiada. En la
vuelta al mundo que comenzó el portugués Hernando de Magallanes, el guipuzcoano
Juan Sebastián Elcano, que asumió el mando a la muerte de aquél, estuvo a punto de
ver abortada la expedición en la ruta occidental, que controlaban en exclusiva los
portugueses.
Lo cierto era que, al parecer, ni los vientos ni las corrientes hacían posible el
retorno de occidente a oriente por el Pacífico, y los barcos que iban de Acapulco a las
islas Filipinas no podían regresar al punto de partida. En 1528 y 1529, Álvaro de
Saavedra intentó por dos veces regresar desde las Carolinas a México, pero no lo
consiguió, y además murió durante el segundo intento.
Muchos marinos imaginaban que debía existir la que denominaron «la ruta de
retorno», el «tornaviaje», pero nadie era capaz de encontrarlo. Así, se convirtió en
una esperanza legendaria y en un motivo de grave preocupación para las autoridades.
Vivía en aquellos tiempos un marino guipuzcoano llamado Andrés de Urdaneta,
versado en cosmografía, astronomía y matemáticas. Urdaneta había participado en
numerosas expediciones por el Pacífico, había vivido muchos años en las islas de las
Molucas como superviviente de la expedición de Elcano y fue testigo de los dos
frustrados intentos de Saavedra de regresar a México.
En 1553, Urdaneta había ingresado en la orden de San Agustín, y se había
retirado a un convento mexicano. Diez años después, Felipe II le ordenó abandonar
su vida monacal para incorporarse a una expedición dirigida por Miguel López de
Legazpi, cuyo objetivo, además de colonizar las Filipinas, era intentar encontrar la
famosa, desconocida y legendaria «ruta de retorno».
Andrés de Urdaneta, en un viaje de regreso difícil, hizo remontar su navío hacia
latitudes cada vez más altas, hasta que los vientos del noroeste, y una inesperada
corriente marina, la llamada Kurosiva, devolvieron su barco en pocos días a la costa
occidental de América, y por fin a Acapulco, en octubre de 1565.
El sabio cosmógrafo volvió a su convento, y la ruta que había abierto se
denominó paso de Urdaneta, y fue utilizada desde entonces por los galeones
españoles que partían de Manila con destino a Panamá o a Lima. Así hasta el siglo
XX, durante todo el tiempo en que funcionaron los grandes barcos veleros.
Hay que decir que unos miembros de la misma expedición Legazpi, el capitán
Alonso de Arellano, un piloto mulato de Ayamonte de nombre Lope Martín, y un
griego llamado Nicolao, que era el maestre, navegando en un patache que se separó
de la flota, pretendieron haber encontrado también la ruta de retorno, pero no
presentaron ninguna carta náutica ni derrotero que pudiese justificarlo, y su aventura
fue tomada por una superchería.

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