miércoles, 6 de marzo de 2019

EL PREDICADOR

Había un predicador que, cada vez que se ponía a rezar no dejaba de elogiar a los
bandidos y desearles toda la felicidad posible. Elevaba las manos al cielo diciendo:
«¡Oh, Señor: ofrece tu misericordia a los calumniadores, a los rebeldes, a los
corazones endurecidos, a los que se burlan de la gente de bien y a los idólatras!».
Así terminaba su arenga, sin desear el menor bien a los hombres justos y puros.
Un día, sus oyentes le dijeron:
«¡No es costumbre rezar así! Todos estos buenos deseos dirigidos a los malvados
no serán escuchados».
Pero él replicó:
«Yo debo mucho a esa gente de la que habláis y por esa razón ruego por ellos. Me
han torturado tanto y me han causado tanto daño que me han guiado hacia el bien.
Cada vez que me he sentido atraído por las cosas de este mundo, me han maltratado.
Y todos esos malos tratos son la causa por la que me he vuelto hacia la fe».

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