domingo, 24 de marzo de 2019

El hombre-pez de Liérganes

Sin duda el más famoso fue el hombre-pez de Liérganes, cuyo nombre fue Francisco
de la Vega Casar. Hijo de un matrimonio campesino, Francisco nació en Liérganes,
villa de aguas salutíferas, a pocas millas de Santander. Ya desde niño fue un
extraordinario nadador, y su capacidad de resistencia en el buceo era la admiración de
todos.
Cuando cumplió los quince años de edad, su madre, que había quedado viuda, lo
envió a Bilbao para que adquiriese el oficio de carpintero, y el muchacho estuvo dos
años de aprendiz en un taller, hasta que, la 1673, cuando estaba bañándose en la ría
con víspera de San Juan de otros aprendices y compañeros de trabajo, desapareció
bajo las aguas y se le dio por ahogado, sin que se pudiese recuperar su cuerpo.
Mas Francisco no se había ahogado. En 1679, unos pescadores encontraron en la
bahía de Cádiz, «nadando sobre las aguas y sumergiéndose en ellas a su voluntad»,
un extraño ser, de apariencia humana pero escamoso y con membranas entre los
dedos de las manos y de los pies. No sin esfuerzo, los pescadores consiguieron
capturar aquel espécimen nunca visto antes y llevarlo a puerto. El ser no hablaba, ni
daba señal alguna de inteligencia, pero en consideración a sus rasgos humanos, e
imaginando que pudiera tratarse de alguna persona poseída por los espíritus
infernales, los pescadores lo condujeron al convento de San Francisco, donde tras
largas horas de interrogatorio se le logró sacar una palabra, «Liérganes», el nombre
de su pueblo natal.
En la comunidad había un fraile santanderino, fray Juan Rosendo, que a partir de
aquel dato, con mucha paciencia, pudo reconstruir la historia del extraño ser. Fray
Juan Rosendo, que por aquellos días había regresado de Tierra Santa y estaba en el
convento de camino para su tierra originaria, se ocupó de acompañar al hombre-pez
hasta Liérganes y entregarlo a su madre y a sus hermanos, uno de ellos sacerdote.
En la casa materna permaneció el hombre-pez nueve años, aunque «con el
entendimiento turbado», como señalan los narradores contemporáneos suyos.
Cumplía el oficio de llevar y traer recados, lo que muchas veces lo acercaba a la orilla
de la mar. Y en ella desapareció un día de forma definitiva, sin que nadie pudiese dar
nuevos datos fidedignos de su existencia.

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