domingo, 24 de marzo de 2019

El dragón de Wifredo el Velloso

Al que fue primer conde de Barcelona se le atribuye, entre muchas otras hazañas, la
de haber exterminado a uno de los dragones que habitaban en la Cova del Drac, en las
montañas de Sant Llorenç del Munt. Este dragón lo habían traído los sarracenos de
África cuando era pequeño. Mezcla de ave y de reptil, fue alcanzando un tamaño
monstruoso, de manera que tenía una fuerza descomunal. Como era capaz de volar,
llegaba muy lejos para atacar y devorar a los rebaños y a los seres humanos.
Deseoso de terminar con aquel terrible azote, el conde envió a sus mejores
caballeros. Para llegar a la cueva que servía de guarida al dragón, los caballeros
desmontaron, procurando aproximarse con sigilo. Sin embargo, la bestia era astuta, y
salió de su refugio por sorpresa. Lo primero que hizo fue arremeter contra los
caballos entre rugidos y fuertes aleteos, y consiguió que huyesen galopando llenos de
terror, sin mirar el suelo que pisaban, hasta despeñarse en una sima que desde
entonces se conoce como sima de los Caballos. Luego, el dragón atacó a los
caballeros, y aunque éstos se defendieron bravamente, consiguió desarmarlos, herir a
todos y matar a varios, que luego devoró.
Ante el fracaso de sus caballeros, y como el dragón era cada día más osado en sus
correrías y más sanguinario en sus ataques, el propio Wifredo decidió ir en su busca.
Como armas, además de su espada y su escudo, llevó un grueso tronco de árbol, con
el que hostigó primeramente a la bestia. La lucha entre el conde y el dragón se
prolongó durante mucho tiempo, y los rugidos de la fiera se podían oír a muchas
leguas de distancia. Al fin, el dragón consiguió partir en dos de un coletazo el tronco
con que Wifredo le golpeaba y, antes de que el conde pudiera evitarlo, lo sujetó con
sus garras para llevárselo volando por los aires, pero el conde no perdió la serenidad.
Sacó su espada de la vaina, buscó entre las patas del dragón el punto que le pareció
más vulnerable y hundió allí su espada hasta la empuñadura, ocasionándole la
muerte.
El cuerpo de la bestia vino a caer sobre el cerro en que permanecían los
fragmentos del tronco partido, que formaban en el suelo la figura de una cruz, y que
desde entonces se conoció con ese santo nombre. Para testimonio de su hazaña y
conocimiento de todos, el conde ordenó que el pellejo del dragón se llevase a
Barcelona, donde permaneció muchos años expuesto a la admiración pública.

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