Hay una serie de tradiciones que son distintas a las demás porque aparecen en toda la Tierra, o, para ser más exactos, en casi toda ella. Tales tradiciones son las que se refieren a grandes inundaciones que destruyeron, ya sea a la Humanidad o. al menos, a una parte muy importante de los habitantes de la Tierra. Estas tradiciones están tan extendidas que muchos las consideran una «memoria racial» de alguna inundación catastrófica que afectó simultáneamente a una porción considerable del mundo. En el otro extremo se encuentran los que creen que todas las tradiciones de inundaciones derivan de un mismo y único diluvio, el diluvio universal de la Biblia cuya memoria se diseminó por el mundo cuando el hombre emigró desde la escena original. ¿Soporta la evidencia geológica alguno de estos puntos de vista diametralmente opuestos y. si no. qué nos dice sobre ello?
Cuando la geología comenzaba a surgir como ciencia, no existía problema. Los primeros geólogos no dudaban que los fósiles que había en las rocas sólidas, actualmente muy por encima del nivel del mar, fueron dejados allí por la inundación de Noé: lo que contrasta con lo que reconocen incluso los pueblos primitivos como restos de criaturas que antes vivieron en el agua. Todavía en la actualidad hay quienes coinciden con el primer punto de vista. Sin embargo, pronto se admitió que las rocas que contenían fósiles marinos habían sido arrojadas muy lentamente y a lo largo de prolongados períodos que comenzaban hace cientos de miles de años. Las formas marinas más antiguas datan del Precámbrico, hace más de 600 millones de años. También resultó evidente que la superficie de la Tierra nunca, en ninguna época, había estado totalmente sumergida. Mientras los sedimentos que más tarde se consolidarían, formando las rocas, como arenisca y esquisto, se depositaban en un determinado lugar, alguna otra región debía estar sobre el nivel del agua para poder erosionarse y proveer de este sedimento. Sólo la piedra caliza se precipita directamente con el agua del mar (o, lo mismo sería, con agua fresca), pero ni la piedra caliza más conocida, como la de los tiempos Cretácicos, estaba en todas partes. La posibilidad de una inmersión total de la superficie de la Tierra, si es que existió alguna vez, debe situarse en una era primitiva de la historia terrestre, a más de 3.5 mil millones de años, y tal vez antes de la vida misma.
Durante un tiempo, los primeros geólogos continuaron pensando que los extensos depósitos de arena y grava que dejaban atrás los glaciares continentales del Pleistoceno eran el resultado del diluvio bíblico. De ahí que denominaran «diluviales» a esos depósitos y que apodasen «diluviano» al tiempo en que se produjeron. Ahora bien, las analogías con los depósitos de los glaciares de las montañas actuales no dejan ninguna duda de que éstos son el resultante de glaciares más gruesos y extensos que ninguno de los hoy conocidos, pero diferentes de los cascos helados que cubren la Antártida y Groenlandia, sólo en grado pero no así en la clase. Hoy se sabe que durante la pequeña parte de tiempo geológico que le atañe a la Humanidad, la distribución de los océanos y los continentes, e incluso de las montañas y los valles, ha sido prácticamente la misma, y que cualquier cambio, relativamente reciente, que se produzca tendrá lugar, en conjunto, de una forma lentísima.
Los cambios más sustanciales en el nivel del mar, que se han verificado durante el tiempo en que el hombre se halla presente en el planeta, han sido los relacionados con la glaciación del Pleistoceno, ya comentados en el capítulo 3. Estos cambios no sólo son demasiado lentos para haber incitado a tradiciones de catástrofe, sino que también son insuficientes para producir las profundas inundaciones imaginadas en la mayoría de los mitos. Recordemos que el nivel más alto alcanzado por el mar durante el último período interglacial fue sólo de alrededor de treinta metros sobre el nivel actual, lo que deja una parte importante del globo sobre el agua. Además, esa cota sólo se alcanzó hace más de cien mil años. Y esto no es todo: como ya se ha visto en el capítulo 3, algunas regiones del mundo se elevaron después de que el peso del hielo fuese eliminado, y se elevaron a un ritmo más rápido que el del nivel del mar: o sea, que el cambio del nivel del mar con respecto al de la Tierra, desde la terminación del Pleistoceno, debería recordarse como-el opuesto a la inundación.
¿Podrían lluvias intensas producir una inundación tan extensa que anegara todos los lugares bajos del planeta? Otra vez la respuesta es un definitivo no. Suponiendo que las intensas lluvias cayeran sobre todas las áreas del mundo al mismo tiempo, habría grandes dificultades mecánicas para tratar de sumergir una parte importante del suelo, y, luego, para que se escurriera. Para empezar, el único punto del que puede venir el agua es desde el mar, porque, aparte de una cantidad insignificante, que podría agregarse desde las profundidades de la Tierra a través de los volcanes —lo que los geólogos llaman «agua juvenil»—, la cantidad total de agua en el planeta es constante. Por tanto, si una gran cantidad de agua pasa a la atmósfera para formar nubes de lluvia, el nivel del mar descenderá en la misma cantidad y, así, más cantidad de suelo estará expuesto. Así, una vez que la humedad cae en forma de lluvia, ¿qué le impedirá fluir hacia el océano tan rápidamente como pueda? Lo mejor que se puede hacer para lograr un diluvio debido a lluvias simultáneas, muy fuertes y en todo el mundo, sería el desbordamiento de muchos grandes ríos al mismo tiempo.
Debido a que es imposible producir un verdadero diluvio universal por medio de ningún proceso geológico normal, se han hecho algunos ingeniosos intentos para invocar, como causa de los mismos, algún agente extraterrestre. Tales teorías citan siempre al folklore como evidencia, y refuerzan sus argumentos con interpretaciones incorrectas o forzadas de rasgos geológicos que pueden ser explicados mucho más fácilmente en términos de la acción normal de los agentes geológicos. Pero la universalidad de las tradiciones sobre inundaciones puede explicarse sin necesidad de un diluvio generalizado de origen cósmico o de ningún otro origen, si se tiene en cuenta que las inundaciones son un fenómeno geológico universal. Se ha visto cómo leyendas sobre volcanes, relatadas por pueblos muy separados en el tiempo y en el espacio, tienen muchos rasgos comunes. Si los volcanes estuvieran en todas partes, las leyendas sobre ellos serían, sin duda, tan comunes que alguien podría buscar una erupción universal como la causa fundamental. Tal como se han dado las cosas, los volcanes activos, y con ellos sus leyendas, se hallan restringidos a algunos cinturones en la faz de la Tierra. Por otra parte, prácticamente no existe región en que no se haya producido alguna vez una inundación que pusiese en peligro las vidas de los pobladores del lugar. Un río de cualquier parte puede desbordarse a causa de las Intensas lluvias, o aumentar súbitamente su caudal por la rotura de un dique natural. Hasta los desiertos tienen inundaciones, porque, cuando cae una lluvia que no es frecuente, en general estriba en intensos aguaceros, y allí no hay vegetación capaz de retardar el escurrimiento. (Los habitantes del desierto han sido atrapados alguna vez en uno de estos temporales, increíblemente temibles, que son las «inundaciones repentinas».)
Hubo un tiempo, no demasiado lejano (en términos geológicos), en el que el clima del mundo era, en general, más húmedo que ahora. Cuando los glaciares cubrieron la parte norte de Eurasia y Norteamérica, las precipitaciones eran más intensas fuera de estas zonas, y también en las regiones de nieve. Por otra parte, los ríos tenían mayor longitud y existían muchos lagos inmensos fuera del frente de hielos. Great Salt Lake (Gran lago Salado), en Utah, es el remanente del Lake Bonneville (lago Bonneville), una antigua masa de agua fresca que antes llenó parte de la Great Basin (Gran Cuenca). Varios lagos en el desierto de Nevada, incluidos Pyramid Lake (lago de la Pirámide) y Walker Lake (lago Walker) y, recientemente, el ya seco Winnemucca Lake (lago Winnemucca), son residuos del antiguo Lake Lahontan (lago Lahontan). Otros rasgos topográficos asociados con diferentes niveles de estos lagos resultan llamativos —al menos, para un experto— cuando se viaja por Utah y Nevada. Así, la elevación de las playas y los sedimentos de los deltas debidos a la erosión producida por las olas sobre la línea costera. Cuando los glaciares se derritieron, se formaron inmensos lagos en el frente de los hielos. Los Grandes Lagos de Norteamérica constituyen hoy una parte de su tamaño primitivo, y existía un gigantesco lago Agassiz, del que el lago Winnipeg es el residuo mayor. Es imposible estimar la cantidad de pequeños lagos que fueron aprisionados temporalmente por lenguas de hielo, pero debió de haber miles de ellos en diferentes momentos y en distintos lugares.
Cuando los diques de hielo que embalsaban estos lagos fallaban, se producían de pronto muchas inundaciones locales que podían arrasar las poblaciones indígenas, arrastrándolas corriente abajo, del mismo modo en que fue arrasada la ciudad italiana de Vajont Dam, en el año 1963{35}, pero en mayor escala. La topografía de los «channeled scabland» (mesetas cortadas por cañones), en el estado de Washington, en el que extensas áreas de la altiplanicie de basalto del río Colorado quedaron al descubierto, son un ejemplo de estas inundaciones de grandes proporciones producidas por el agua derretida. El rasgo sobresaliente de esa región es la serie de quebradas interconectadas (valles que son secos la mayor parte del tiempo) y que cortan una altiplanicie, transformándola en un laberinto de montecillos aislados, mesetas y grandes extensiones. Dry Falls (cataratas Secas) Grand Coulee (Gran Quebrada) (Ilustración 34) tiene ciento veinte metros de altura. Los cañones del río Columbia fueron socavados por una o más inundaciones originadas cuando gigantescos lagos periglaciares desaguaron de pronto y, probablemente, una de las fuentes de estas aguas fue el antiguo lago Missoula, que se originó cuando Clark Fork quedó obstruido por una lengua de hielo (fig. 26). Si la mente humana retrocediera varios miles de años, comprobaría que las condiciones existentes hasta hace unos diez mil años, al menos en Norteamérica, eran de continuas inundaciones —como sugiere la leyenda de Klamath, de la creación de Cráter Lake (lago del Cráter), narrada en el capítulo anterior— que se producían cuando los lagos, embalsados por lenguas de hielo que se retiraban, vertían súbitamente sus aguas, lo que constituía un fenómeno habitual, y frecuentemente serio, aun cuando no llegara a alcanzar el grado de gravedad de los que se produjeron en los «channeled scablands».
En todos los tiempos, incluido el presente, ha habido temor de inundaciones en las áreas costeras de todo el mundo —especialmente sobre las costas del Pacífico— que serían particularmente memorables para aquéllos suficientemente afortunados como para sobrevivir al desastre. Nos referimos a los tsunamis, o seísmos de las olas del mar. Aunque no de un modo universal, los tsunamis pueden producir estragos, con frecuencia en sitios muy separados entre sí, con un intervalo de pocas horas de diferencia. Puesto que los tsunamis son importantes, no sólo como posible fuente de leyendas sobre inundaciones, sino también en relación con temas de importancia primordial en los capítulos siguientes, es necesario, ahora, considerar detalladamente estas formidables olas.
Los tsunamis se asocian, como regla general, a los terremotos submarinos. Pueden producirse directamente si la falla del terremoto desplaza la superficie del mar, o, indirectamente, por avalanchas submarinas, inundaciones de lodo o hundimientos debidos a un seísmo. De vez en cuando, se originan por una erupción submarina si una explosión bajo el agua desplaza importantes cantidades de ésta. Cuando se produce la caída de una caldera sobre el mar, los desplazamientos del fondo pueden ocasionar tsunamis, como sucedió cuando la erupción del Krakatoa, en 1883. En estos casos, el tsunami puede alcanzar proporciones asombrosas. También en las erupciones del tipo de la del Krakatoa, las inmensas olas se producen cuando, de pronto, después de una explosión importante, caen grandes cantidades de cenizas volcánicas sobre la superficie del mar.
La propagación de un tsunami es extremadamente compleja. La velocidad con que se desplaza depende de la profundidad del agua y llega hasta trescientas y quinientas millas (de 480 a 800 kilómetros) por hora en mar abierto. Debido a que la velocidad depende de la profundidad (cuanto mayor es la profundidad, más veloz es la ola), y debido a que el suelo oceánico es cualquier cosa menos suave y plano, la ola frontal se hace pronto muy irregular; por otra parte, la altura de ésta disminuye rápidamente a medida que se expande, aproximadamente en una proporción igual a la raíz cuadrada de la distancia recorrida. Por tanto, antes de que un tsunami se haya desplazado mucho desde su origen, se transforma, no en una ola tremendamente alta, sino en una ola larguísima, hasta el punto de que llega a alcanzar de cien a cuatrocientas millas (ciento sesenta a seiscientos cuarenta kilómetros) de una cresta a otra, pero no tiene más que unos pocos metros de altura. Los barcos que se hallan en alta mar ni se dan cuenta de su paso, tan gradual es su elevación y su descenso. Pero cuanto tales volúmenes de agua se aproximan a una costa empinada, se superponen y son capaces de producir graves daños, aun cuando su punto de origen se encuentre a miles de millas. Los científicos de muchos países trabajan para perfeccionar un sistema de alarma ante los tsunamis, porque, como se dijera en el capítulo 5, éstos son, potencialmente, la consecuencia más seria de un terremoto. La mayor parte de los 2.000 muertos causados por el terremoto de Chile de 1960 se debió al tsunami que produjo el seísmo; y, además, 61 personas muñeron por ese mismo tsunami en Hilo y Hawái, y 180 en Japón. Afortunadamente, sólo un pequeño porcentaje de terremotos causan desplazamientos del fondo marino como para originar tsunamis, y las caídas de las calderas al fondo del mar se dan rarísimamente.
Fig. 26. «Lake Missoula» (lago Missoula), que desaguó repentinamente cuando la lengua que bloqueaba Clark Fork cedió y creó parte de la topografía de los «channeled scabland». Los diluvios posglaciales de este tipo pudieron inspirar algunas de las leyendas que sobre inundaciones tienen los indios norteamericanos. (Tomado de Regional Geomorphology of the United States (Geomorfolcgía regional de Estados Unidos), de W. D. Thornbury. Reproducido con permiso de John Wiley and Sons.)
Por lo general, pero no siempre, el primer signo visible de que se acerca un tsunami estriba en una retirada del mar muy por debajo fie la marca de la marea baja. Algunas veces, el agua retoma en pocos minutos, y, en otras, .se retira a varios kilómetros mar adentro regresa incluso media hora más tarde. La mayoría de la gente describe un tsunami como una rompiente gigantesca que corre sobré el mar y aparece espectacularmente sobre la playa antes de romper sobre ésta. En realidad, la mayor parte de las veces, el agua llega como una pared sólida, o, más generalmente, como una marea que sube con extrema rapidez. Todo lo que flota, incluidos barcos de considerable tamaño, puede ser alzado y llevado lejos, tierra adentro. Los objetos sólidos que pesan toneladas son arrastrados como si se tratase de trozos de madera. En el tsunami del terremoto chileno de 1960, en Ofunato, Japón, grandes barcos de pesca fueron levantados por encima de un muelle de ocho pies (dos metros cuarenta) sobre el nivel del agua y depositados a ciento cincuenta pies (cuarenta y cinco metros) hacia dentro, entre las ruinas de las casas. En 1946, un tsunami arrojó un bloque de coral que pesaba varias toneladas sobre un malecón en el puerto de Mahukona, Hawái. Aun cuando el descenso de las aguas no ocasiona grandes devastaciones en un lugar determinado, sí es posible que produzca terribles daños cuando desaguan de nuevo en el mar, socavando los cimientos, arrancando de cuajo los árboles y llevándose cualquier cosa, incluso las personas, hacia el mar. En el pueblo de Tjaringin, en la costa de Java (véase fig. 32, capítulo 8), las olas producidas por la caída de la caldera del Krakatoa fueron responsables, aunque resulte paradójico, de los incendios, porque cuando las aguas arrancaron las casas desde los cimientos, las lámparas se volcaron y derramaron su combustible.
Para determinar la altura a que se elevará un tsunami en una playa, así como la altura inicial de la ola en su origen, es tan importante la configuración de la línea costera y el fondo del mar, como la topografía local. Arrecifes o islas a corta distancia de la costa pueden servir de protección, mientras en una bahía en forma de embudo, o en la desembocadura de un río, el agua se eleva a alturas fantásticas. Cada tsunami es único en sus características y proporciones. En Hawái se observó que un determinado tsunami resulta más intenso en una localidad que en otra, mientras que los efectos del próximo, si llega desde una dirección ligeramente distinta, tiene efectos opuestos en los mismos lugares. También varía la ola más alta de una serie de un tsunami. En el que alcanzó a Hawái después del terremoto de las islas Aleutianas, en marzo de 1957, la tercera cresta fue la más alta, alcanzando nueve o diez pies (dos setenta a tres metros); en el tsunami del terremoto de Chile, en 1960, la primera ola que llegó a Hilo tenía cuatro pies (un metro veinte) sobre el nivel medio del mar, la segunda, nueve pies (dos metros setenta), y la tercera, treinta y cinco pies (diez metros y medio); sin embargo, en Hawái, las alturas máximas oscilaron entre dos y diecisiete pies (sesenta centímetros a cinco metros con diez centímetros). El tsunami del gran terremoto de Alaska, en marzo de 1964, produjo daños a lo largo de la costa de California, especialmente en Crescent City, donde se perdieron varias vidas debido a la ignorancia popular de las características de los tsunamis: muchas personas que habían evacuado el área peligrosa comenzaron a regresar después de que pasaron la primera y la segunda cresta, pero fueron la tercera y la cuarta, ambas de doce pies (tres metros sesenta) de altura, las que barrieron la ciudad. En San Francisco, se calcula que se apiñaban en la playa unas diez mil personas en el momento crítico. Si una ola importante, como la tercera y la cuarta de Crescent City, hubiera azotado esa extensión de costa, todas hubieran perecido.
Por tanto, desde el punto de vista exclusivamente geológico, se podría esperar que las tradiciones de inundaciones independientes hubieran surgido, casi en cualquier parte del mundo y en cualquier época, originadas por catastróficas inundaciones que provenían de causas perfectamente naturales y, sin embargo, de todas las posibles causas de anegamiento, sólo los tsunamis han sido capaces de inspirar mitos en zonas muy separadas entre sí, en el mismo momento. Aunque se requieren inundaciones muy distintas para explicar las muchas tradiciones conocidas, no es sorprendente que éstas guarden entre sí notables semejanzas. Porque, bien mirado, sólo de dos maneras puede la gente sobrevivir a una inundación: o estando por encima de ella o huyendo en algún objeto flotante. Por tanto, hay leyendas en las que los supervivientes se van a puntos elevados o trepan a árboles muy altos. Otros relatos dicen que los supervivientes flotan a salvo en una barcaza, una canoa, un arca, o lo que sea. En la mayoría de las tradiciones de este tipo, una embarcación constituye el medio de salvación, cosa que tampoco resulta sorprendente, ya que la profundidad del agua se suele exagerar hasta el punto de que se considera que todo queda sumergido y no hay, por tanto, otra forma de explicar la salvación de alguien que se salve para posibilitar el desarrollo de la Humanidad. Este tipo de exageraciones tienden, también, a reducir el número de sobrevivientes al mínimo de un hombre y una mujer, necesarios para repoblar el mundo (pero, sin embargo, algunas leyendas se las arreglan incluso con menos). Y, finalmente, ¿es que acaso sorprende que algunas leyendas que se originaron independientemente culpen del desastre al mal comportamiento de «alguien»? Se ha de recordar cómo los maoríes (véase capítulo 6) atribuían la erupción del Tarawera al hecho de que las víctimas habían quebrantado un tabú. No obstante, es indudable que muchas tradiciones de inundaciones en partes muy separadas del mundo muestran similitudes en detalles, muy reminiscentes del diluvio de la Biblia, que no pueden explicarse totalmente por la semejanza de las inundaciones y la de las reacciones humanas ante ellas.
La historia del diluvio y de Noé, cualquiera que sea su origen, puede haberse extendido por el mundo sólo de dos modos: por difusión, cuando la gente que pertenece a una cultura en la cual se origina la leyenda emigra a nuevas tierras, o por transmisión, que requiere el contacto entre un narrador y alguien, perteneciente a otra cultura, que le escuche. Las tradiciones sobre inundaciones se encuentran en todo el hemisferio occidental, desde Alaska a Tierra del Fuego. Desde el punto de vista extremo del difusionismo, este hecho evidencia que los indios de Norte y Sudamérica descienden de una de las tribus perdidas de Israel, que llevaron con ellos el relato de Noé cuando migraron, a través de Asia, a Norteamérica, por el estrecho de Bering, y, luego, hacia el sur, en Sudamérica. Pero mientras los antropólogos creen que el hombre llegó a América por el estrecho de Bering, las olas de migración se produjeron mucho antes de que existiera el prototipo de Noé. Por tanto, esto nos lleva a la transmisión y a su corolario, es decir, al sincretismo (fusión de elementos de tradiciones independientes). Si todos los paralelos bíblicos en las tradiciones sobre inundaciones del Nuevo Mundo son el resultado de contactos culturales, o bien ese contacto se produjo mucho antes de que llegara el primer misionero, lo que parece difícil, o tales paralelismos son posteriores a la llegada de los primeros misioneros.
Un ejemplo, que resulta muy esclarecedor, de cómo una leyenda se comunica de una cultura a otra, literalmente de la noche a la mañana, ha sido relatado, hace algunos años, por Alice Lee Marriott en un artículo de New Yorker. Un día, cuando se hallaba en Dakota del Sur reuniendo el folklore de las tribus de la región, el anciano que la informaba le pidió que le relatara alguna de las leyendas de su pueblo. Ella le contó la historia de «the Brave Warrior and the Water Monsters» («el bravo guerrero y los monstruos del agua»): Beowulf. No fue necesario introducir muchos cambios: «Todo estaba tan dentro de las pautas del comportamiento legendario que el anciano pudo entender con facilidad, y reflexioné que debía de haber más de este tipo de distribución-universal-del-folklore de lo que imaginaba.» Un poco después, oyó que el hombre relataba la historia a una audiencia constituida por su pueblo, «y debo admitir que lo hizo mejor que yo. Era un relator de historias creativo, nacido para eso, y agregaba aquí y allá pequeños detalles que redondeaban el relato y lo enriquecían. De esta forma se debe de haber transmitido la historia de Beowulf, hace cientos de años, de un oyente a otro, mejorada y embellecida hasta que, finalmente, fue escrita». El artículo culmina graciosamente cuando relata que, unos años más tarde, encontró, en una revista de etnología, un trabajo titulado *Occurrence of a Beowulf-like myth among North American Indians» («Un caso de mito del tipo de Beowulf entre los indios norteamericanos»), publicado por un estudiante graduado que, violando una ley tácita entre los etnólogos, utilizó el mismo informante.
Teniendo presente este ejemplo, parece completamente natural que ciertos detalles del relato bíblico del diluvio reaparezcan por todo el mundo. Durante más de diecinueve siglos, los misioneros lo han llevado a cada rincón de la Tierra. La historia de Noé es una de las más pintorescas de la Biblia, y es, también, su sentido particularmente evidente y, por tanto, susceptible de enfatizar. Más aún, debe de haber resultado impresionante precisamente en esos pueblos que tenían una tradición de inundaciones con la cual se podía fusionar. Los misioneros han sido siempre de los primeros en afrontar los lugares salvajes para llevar el Evangelio a los pueblos primitivos, y, en muchos casos, fueron los primeros en transcribir las leyendas de los pueblos entre los que cumplían su misión. En otros casos, sin embargo, estas leyendas fueron recopiladas por etnólogos y otras gentes que llegaron bastante después que los misioneros. Y debido precisamente a que ellos fueron los primeros que dieron forma escrita a lenguajes oscuros, resulta imposible probar si un relato sobre inundaciones es verdaderamente anterior a su influencia o si es, simplemente, el de Noé recreado con locales particularidades, lo mismo que Beowulf en Dakota del Sur. Sólo se conoce un ejemplo incierto de documentos pre-misioneros (que se considerará posteriormente), pero, en cambio, sí se ha comprobado un caso en que Noé fue devuelto del mismo modo en que Beowulf: un misionero, de nombre Moffat, relató en un libro publicado en 1842, que nunca había encontrado una leyenda referida a inundaciones entre los sudafricanos hasta que, un día, un hotentote namaqua le contó una. Sospechando que, podía tener la influencia de algún misionero, interrogó al hombre exhaustivamente, pero éste le aseguró que era una historia de sus antepasados, y que los hotentotes nunca habían encontrado antes un misionero. Sin embargo, más adelante, cuando Moffat comparaba sus notas con las de otro misionero, se enteró que el otro había relatado la leyenda de Noé al mismo hotentote.
El antropólogo inglés sir James Frazer, y otros antes que él, especialmente el geógrafo y antropólogo alemán Richard Andree, recopilaron leyendas sobre inundaciones de todas partes del mundo y las examinaron para tratar de establecer si se debían a origen local o a transmisión. Tratar de citar lo que ellos exponen llenaría un extenso libro y, además, sería repetitivo. De modo que sólo se examinarán algunos ejemplos, típicos del mundo entero, a la luz de su medio geológico. Así, posteriormente, el lector podrá obtener sus propias conclusiones en cuanto al origen de las tradiciones que sobre inundaciones se hallan en tan diversos pueblos.
La más antigua historia de inundaciones conocida es la de Noé, cuyo origen puede rastrearse hasta Sumeria. La historia bíblica es demasiado conocida como para repetirla aquí. Lo que no es tan conocido es que la versión del Génesis fue recogida, por algún ignoto editor, de dos narraciones distintas y no por completo consecuentes. Una de ellas proviene de los documentos yahavistas (jehovistas) (J) y la otra de una fuente «sacerdotal» más cercana (S). El enviar las aves para constatar si las aguas habían descendido, y el ofrecimiento de sacrificios por Noé, son peculiares de J; las instrucciones detalladas para construir el arca, el monte Ararat como el lugar de descanso, y el arco iris de promesas, son peculiares de S. En J. la inundación culmina en cuarenta días; en S, en ciento cincuenta. En J. los animales tardan una semana en embarcar: en S, aparentemente, un día. Y en S la inundación se produce, además de las lluvias, por un embate de aguas subterráneas.
La versión babilónica es prácticamente idéntica, excepto que el nombre del personaje principal es Utnapishtim. La historia de Utnapishtim está incorporada en la épica de Gilgamés, recordada en tabletas desenterradas, en Nínive, de la biblioteca de Ashurbanipal (668-633 a.C.). Se han encontrado bastantes fragmentos y textos de versiones más antiguas, en distintos lugares, como para probar que la versión de Ashurbanipal, a su vez, se basa en un relato sumerjo que se remonta hasta alrededor del 3400 a.C., y en la cual el héroe se llama Ziudsuddu o Xisuthrus. Utnapishtim era un buen hombre al que el dios del mar le previno que el mundo, para castigar la debilidad de la Humanidad, sería destruido por una inundación. Según las instrucciones recibidas. Utnapishtim construyó un barco en el que se acogió con su familia, en la cual todos sus miembros eran hábiles artesanos, y los animales. Después de siete días de tempestad, la embarcación varó en «Mount Nisir» (monte Nisir). Utnapishtim envió una paloma que no vio tierra y regresó; luego, una golondrina, que también regresó, y. finalmente, un cuervo que no retomó a la nave. Después de desembarcar. Utnapishtim ofreció un sacrificio a los dioses, que «olieron el dulce sabor» y prometieron que no habría más diluvios y, por último. Utnapishtim se fue a vivir con ellos.
Al principio se pensó que los hebreos podían haber conocido esta historia cuando estuvieron cautivos en Babilonia, bajo el reinado de Nabucodonosor (605-562 a.C.), pero el relato del Génesis en su forma más antigua, en los documentos jehovísticos, se cree que se escribió en el siglo VIH o IX antes de Jesucristo. Otros han sugerido que pudieron recoger el relato de los canaanitas, si bien parece más factible que los Patriarcas llevasen el relato con ellos cuando migraron desde Mesopotamia.
Fig. 27. Mapa esquemático de Mesopotamia, cuna de la tradición hebreo-babilónica sobre inundaciones.
Se ha intentado desvirtuar a Mesopotamia (fig. 27) como la fuente de la tradición bíblica, basándose en que las lluvias no son lo suficientemente intensas en la zona como para producir una inundación. No obstante, las lluvias que originan la crecida de un río en su curso inferior pueden caer en cualquier punto de su cuenca colectora, y tanto el Tigris como el Éufrates son, en verdad, ríos muy largos. Además, existen pruebas arqueológicas de que hubo inundaciones allí, no una, sino varias veces. En Ur, a la altura de el Obeid, se halló una capa de cieno producida por una inundación de tres metros de espesor, lo que indica que tuvo lugar durante el cuarto milenio antes de Cristo; en Kish también existen pruebas de otra inundación producida bastante después del 3000 a.C.; en Fara hay una capa de sesenta centímetros de terreno aluvial que prueba que hubo una inundación que se produjo un poco después de la de Ur, pero antes de la de Kish; y en Nínive hay un estrato de seis a siete pies (un metro ochenta a dos diez) de espesor, que debe ser de la misma época de la de Ur, o muy cercana. Estas capas constituyen una prueba de posibles inundaciones locales del Tigris o del Éufrates, o de ambos a la vez.
El geólogo austríaco Eduard Suess planteó, en 1904, que las inundaciones en Mesopotamia podrían haber sido más catastróficas si un tifón hubiera empujado las aguas poco profundas del golfo Pérsico hacia dentro, sobre el delta, aumentando así la crecida de los ríos, ya desbordados. El reciente desastre producido por un tifón en el este de Pakistán acentúa la verosimilitud de esta sugestión. Además. Suess creía que un terremoto pudo haber sido la causa de la irrupción de las aguas subterráneas, como un factor adicional de la inundación. La región es sísmicamente inestable y, en los planos aluvionales de los grandes ríos, el agua, frecuentemente, brota a chorros y forma grandes fuentes cuando el suelo se comprime debido a las sacudidas de un terremoto (estos chorros de aguas subterráneas se observaron en el terremoto de 1811-12, en Nueva Madrid, entre otros). Frazer señala que este detalle, que no se halla ni en la antigua versión jehovística ni en la sumeria, parece constituir un embellecimiento posterior de la historia primitiva. Creo que esto fortalece la posibilidad de que se iniciara al observar cómo las aguas brotaban a borbollones del suelo durante un seísmo, porque, de este modo, no es necesario depender de la coincidencia de un terremoto con una inundación simultánea.
El espesor del cieno de las inundaciones que aparece en las excavaciones de Mesopotamia no prueba ni que las aguas fueron profundas ni que se mantuvieron durante mucho tiempo. El factor decisivo en la sedimentación no es la profundidad del agua, sino su velocidad. Las aguas que fluyen con rapidez no depositan sedimentos; por el contrario, frotan y erosionan levantando todo lo que esté suelto y arrastrándolo o haciéndolo, girar. En el momento en que, por cualquier razón, la corriente se detiene, las partículas caen al fondo: primero las más pesadas y, luego, cuando la velocidad de la corriente disminuye, caen sucesivamente las más finas. Las obstrucciones locales, así edificios o muros, pueden acelerar o, por el contrario, frenar la corriente. Si el flujo tiene que estrecharse para pasar alrededor de diversos objetos, o entre éstos, su velocidad aumenta, y lo mismo sucede con su capacidad de roce y, entonces, socava o elimina la obstrucción. Pero si ésta está situada de tal modo que favorezca el estancamiento de agua, una parte importante de la carga queda en el lugar en reposo, mientras otros puntos no reciben ningún sedimento. Esto puede explicar por qué la capa aluvial dejada por la inundación del cuarto milenio a.C. no se encuentre en todas las zanjas que se cavaron en los primeros estratos de ocupación en Ur.
La inundación del cuarto milenio pudo ser o no la que se conmemora en la tradición de Utnapishtim-Noé, aunque muchos, entre ios que me incluyo, creen que sí lo fue. Pero, cualquier crecida que haya sido la responsable, estuvo limitada a la cuenca inferior del Tigris-Eufrates. Sin embargo, especialmente si ambos ríos se desbordaron al mismo tiempo, se debió de inundar una gran extensión de las tierras bajas del delta, lo suficiente como para haber constituido «todo el mundo» para los habitantes de Ur y de otras ciudades de la planicie.
Después del diluvio babilónico-hebreo, el más conocido para la mayoría de nosotros es el de Deucalión, de la mitología clásica.
De las varias tradiciones griegas sobre inundaciones, es la única en que se dice que éste fue universal. Deucalión, hijo de Prometeo, era un rey de Tesalia. Cuando la Humanidad se comportó de un modo malvado. Zeus decidió destruir el mundo. Prometeo se lo advirtió a Deucalión, que era un hombre piadoso y bueno, y le aconsejó construir una gran barcaza de madera y llenarla de provisiones. Llovió durante nueve días y nueve noches y las aguas crecieron tanto que sólo la cumbre del monte Parnaso (véase fig. 28) se mantuvo sobre el nivel del agua. Deucalión y su mujer, Pirra, flotaron a salvo en su barcaza, que, finalmente, se varó sobre el Parnaso cuando las aguas retrocedieron. Tan sólo desembarcar dieron gracias por su salvación y le rogaron a Zeus que aliviara su soledad. Zeus les ordenó que lanzaran tras de sí los «huesos de su madre». Interpretando que esto debía significar las rocas, los huesos de la madre Tierra, Deucalión y Pirra arrojaron piedras detrás de ellos y cada una de ellas se transformó en un hombre o en una mujer. Deucalión y Pirra tuvieron un hijo al que llamaron Helén, del que nacieron los antecesores de los griegos (helenos).
Los griegos, incluido Aristóteles, aceptaban el diluvio de Deucalión como hecho histórico. Un pilar de mármol hallado en la isla de Paros anota una lista de los reyes de Grecia y las fechas de sus reinados, según la cual el diluvio de Deucalión tuvo lugar alrededor de 1539 a.C. Sin embargo, las fechas del mármol de Paros son, para los acontecimientos más antiguos, un poco más antiguas que las estimadas en las genealogías existentes, ya que, de acuerdo con éstas, Deucalión vivió alrededor de dos generaciones después, y la inundación se produjo alrededor de 1430 a.C. El historiador egipcio Manetho afirmó que el diluvio de Deucalión se produjo durante el reinado de Tuthmosis III (1490-1439 a.C.). En la mitad del siglo XV a.C., o quizás antes, hubo una erupción, del tipo Krakatoa, en el volcán de Santorín, en el mar Egeo (sobre el que trataremos en los capítulos siguientes). Al terminar dicha erupción, el volcán cayó formándose una caldera, y esta caída pudo generar uno o más tsunamis, posiblemente mucho mayores que ninguno de los que se habían producido antes en el área del Mediterráneo. Las fechas posibles para Deucalión y la erupción son lo suficientemente cercanas, según nuestros conocimientos actuales, como para que la interpretación (planteada por primera vez por A. G. Galanopoulos) de que la leyenda o mito del diluvio de Deucalión sea una consecuencia de esta catástrofe, parezca muy razonable. Bajo este punto de vista. resulta significativo que Andree exprese que, en una versión anterior del mito, se diga que la inundación había venido del mar («Meerjlut»), y esto, ¿qué puede significar si no un tsunami?
Fig. 28. Grecia y el mar Egeo, indicando la situación de lugares que se mencionan en varios mitos clásicos. La erupción del Santorín, en el año 1500 a.C., puede haber sido el origen de varios mitos y tradiciones aparentemente no relacionados, y pudo, asimismo, ser la causa de la súbita desaparición de la civilización minoica.
Versiones posteriores de la historia del diluvio de Deucalión incluyen detalles muy semejantes al relato hebreo-babilónico. Con el paso del tiempo, la inundación venida desde el mar se transformó en lluvia durante nueve días y nueve noches, la barcaza se transformó en un arca, se incluyeron animales en la lista de pasajeros y Deucalión envió varias veces consecutivas una paloma para comprobar si las aguas se habían retirado. De este modo, dos tradiciones de dos lugares diferentes, basadas en inundaciones que se produjeron a varios siglos una de otra, se funden en lo que es, esencialmente, el mismo relato. Una de las diferencias entre la tradición griega y la hebrea es que a Deucalión y Pirra les siguieron un número no especificado, pero presumiblemente bastante elevado, de acompañantes, surgidos de «los huesos de la Tierra», para ayudarles a repoblar la Tierra. Ahora bien, evidentemente, si los griegos creían que su inundación se había producido menos de mil años antes, eran necesarias más de una familia de sobrevivientes para llegar a constituir, en el tiempo que había transcurrido desde el desastre, una población igual a la del mundo que ellos conocían.
No hay acuerdo respecto a Deucalión y los personajes asociados a otras tradiciones de inundaciones. Frazer, quien, por supuesto, ignoraba que se hubiera producido un acontecimiento geológico aproximadamente en la misma época, y que podría haber sido el origen de una gran inundación, y que, además, no se impresionó con la sugerencia, bastante acertada, de Andree, de que el diluvio de Deucalión pudo constituir la tradición de algún tsunami generado por un terremoto (aunque Frazer creía firmemente que un tsunami podía ser la causa de la inundación), calificaba la leyenda de Deucalión como mito de observación, ideado para explicar el espectacular valle de Tempe (valle del Templo) (véase fig. 28). Los antiguos griegos suponían que dentro del círculo de las montañas tesalianas hubo un lago de vastas proporciones, y que el desfiladero se había producido cuando, súbitamente, las aguas irrumpieron. (En realidad, el desfiladero es el resultado del proceso normal de erosión, y el lago es un producto de la imaginación.)
J. V. Luce y otros prefieren relacionar el diluvio de Deucalión con el desbordamiento de la cuenca de lago Copáis (véase fig. 28), una tierra baja pantanosa (hoy drenada y cultivada) que se inundaba cada vez que el río Cefiso aumentaba su volumen. Según Luce, esta crecida se debía, posiblemente, a las excesivas lluvias producidas por la erupción del Santorín (lo que es verosímil), y el desagüe de la cuenca bloqueada como resultado de «un terremoto asociado con una erupción del Thera» (lo que, por las razones que se expondrán en el capítulo siguiente, no es posible). Ambos, Frazer y Andree, unen la inundación del lago Copáis con Ogyges, un rey de quien se dice que fundó la ciudad de Tebas, en Beocia. La inundación de Ogyges, la tradición más conocida sobre inundaciones después de la de Deucalión, no se difundió tanto ni fue tan importante como la de Deucalión, y los griegos —para los que ésta también era un hecho histórico— creían que había sido anterior. Por supuesto, existe la posibilidad de que el diluvio de Deucalión se debiese a una inundación desde la costa, producida por un tsunami o por la inundación de una región mal desaguada, como la cuenca del lago Copáis. En el caso de que se diera una conjunción de ambas causas, sería más factible que la inundación resultante inspirara una tradición de diluvio universal.
La tercera gran inundación en las leyendas griegas es la que se asocia al rey Dárdano de Arcadia, quien debió retroceder hasta Samotracia a causa de las inundaciones que se produjeron en su tierra. Frazer atribuye este mito a alguna inundación real en los alrededores del lugar de nacimiento del rey, Feneus, zona que, como la región del lago Copáis, sufría frecuentes crecidas. Existen muchas otras leyendas referidas a inundaciones totalmente locales, algunas de las cuales señalan con claridad un tsunami en su punto de partida. Muchas de ellas, también, pudieron inspirarse de un modo particular en el tsunami de Santorín, pero dichas leyendas se considerarán en un capítulo posterior, ya que en éste nos ocuparemos sólo de las tradiciones de diluvios generalizados.
Fuera de Grecia, las leyendas sobre inundaciones son sorprendentemente raras en Europa. Hay una referida a Gales, otra a Lituania, dos en la mitología nórdica, una de Transilvania, que involucra a un pez que puede derivarse de la leyenda india, y otra de Voguls, una tribu que vive a ambos lados de los Urales, que atribuye las inundaciones a las lluvias después de una prolongada sequía. La historia galesa cuenta cómo se inundó toda Gran Bretaña cuando el lago Llion se desbordó; en sus detalles se trata, obviamente, del relato bíblico trasplantado a un medio local. La leyenda lituana resulta más elaborada, y contiene elementos comunes a la Biblia y a Deucalión: cuando Dios miró hacia abajo desde el cielo y contempló guerra e injusticias entre los hombres, envió dos gigantes, el viento y la lluvia, que llevaron durante veinte días y veinte noches la devastación a la tierra pecadora. Cuando miró de nuevo, estaba comiendo nueces y arrojó una de las cáscaras, que cayó precisamente en la cima de una montaña en la que los animales y unas pocas personas se habían refugiado. Todos subieron a la cáscara de nuez y flotaron sobre las aguas, salvándose así. Cuando Dios decidió que aminorara la tormenta y que las aguas retrocedieran, distribuyó a los sobrevivientes enviando una pareja a cada región. La que llegó a Lituania era ya vieja y se sentía sola. De modo que Dios les envió el arco iris para que se consolaran, y les ordenó que saltasen sobre los «huesos de la Tierra». Saltaron nueve veces y cada vez que lo hicieron surgió otra pareja, constituyéndose así los progenitores de las nueve tribus lituanas.
Aparentemente, en la mitología nórdica no hay influencia de la Biblia. Uno de los mitos se sitúa en tiempos anteriores a la aparición del hombre, en el tiempo de los gigantes. Cuando el malvado Ymir fue herido por Odín y sus hermanos Vili y Ve, la sangre se vertió a borbotones y produjo una inundación que ahogó a todos los gigantes cubriéndolos de escarcha, con excepción de Bergelmir y su mujer, que escaparon a Jótunheim y fundaron una nueva raza de gigantes. El otro mito escandinavo que hace referencia a una inundación es el de Ragnarok. «El crepúsculo de los dioses», inmortalizado en la ópera de Wagner. No resulta claro si esta debacle se supone que sucedió en el pasado o si está reservada como el Día del Juicio Final de la Cristiandad. Según lo describe Bulfinch, no ha llegado aún el día en que será destruida toda la creación visible. La Tierra se estremecerá, el mar se saldrá de su cauce, el cielo se despedazará y multitud de hombres perecerá. Luego, el lobo Fenris arrancará las cadenas que lo aprisionan, la serpiente Midgard saldrá del mar, y su padre Loki se liberará de su cautiverio y se unirá a los enemigos de los dioses. Encabezadas por Surtur, los gigantes de fuego de Muspelheim avanzarán. En la batalla que seguirá, los dioses y sus enemigos morirán, excepto Surtur, cuyas llamas consumirán el Universo. Después, un nuevo cielo y un nuevo mundo surgirán del mar. Otras versiones utilizan el tiempo pasado, y afirman que unos pocos hombres sobrevivieron al holocausto escondiéndose en el interior del gran árbol de cenizas Yggdrasil, que es el que sostiene al Universo, y que no fue destruido.
Las tradiciones sobre inundaciones de Asia son muy diversas. El mito persa del Bundahish, una de las últimas escrituras de los persas, relata cómo, en los tiempos antiguos, la Tierra estaba repleta de criaturas malignas moldeadas por el perverso príncipe Ahriman. El ángel Tistar (la estrella Sirio) descendió sucesivamente en tres formas distintas —hombre, caballo y toro— y. en cada una de estas formas, hizo que lloviese durante diez días y diez noches. La primera inundación ahogó a todas las criaturas malvadas, pero las semillas del mal perduraron y envenenaron la Tierra. Antes de que Tistar regresara (en la forma de un caballo blanco) para enviar una segunda lluvia de limpieza, tuvo que luchar con el demonio Apaosha, que apareció bajo la forma de un caballo negro. Finalmente, con la ayuda de Ormuz, que atacó al demonio con un rayo. Tistar obtuvo la victoria. Antes de ser reducido. Apaosha profirió un terrible grito que aún se escucha durante las tormentas. La segunda lluvia limpió de veneno la Tierra e hizo que el mar fuese salado. Un gran viento arrastró las aguas hasta el fin del mundo, donde formaron tres grandes mares y veintiuno menores. Este mito no ofrece una visible semejanza con la tradición hebrea y parece ser esencialmente etiológico, ya que explica un cierto número de fenómenos naturales.
La tradición india es completamente distinta. En su versión más antigua relata cómo un hombre llamado Manu encontró un pequeño pez en el agua que le llevaron para sus abluciones matinales. El pez dijo: «Protégeme y yo te salvaré. Una gran inundación destruirá a todas las criaturas.» «Pero, ¿cómo puedo protegerte?», preguntó Manu. «Ponme en una jarra hasta que sea mayor. Cuando sea más grande que la jarra, cava un estanque para mí. Cuando sea demasiado grande para el estanque, déjame en el mar, puesto que entonces seré lo suficientemente grande como para que otros peces no puedan comerme.» Manu así lo hizo. Por indicación del pez construyó una embarcación, y cuando llegó la inundación, embarcó en ella. Él fue el único que se salvó de entre todas las criaturas de la Tierra. La raza humana se reprodujo porque los dioses dieron a Manu una mujer, después que éste ofreciera un sacrificio acordado con los dioses. 1
La leyenda de Manu es posterior al Veda, y sólo existen en estos libros oscuras referencias que puedan relacionarse con ella. Apareció por primera vez en el Satapatha Brahmana, que se remonta hacia el 600 a.C. Sin embargo, algunos creen que puede ser más antigua que la leyenda babilónica, aunque no hay razón para creer que haya sido el origen de ésta. Se ha sugerido que, según el medio geográfico, es posible que la rotura de una presa de un lago en el Himalaya sea la base real para una tradición de inundaciones en la literatura sánscrita.
En versiones posteriores. Manu no es un hombre común, sino un gran profeta o un rey. Como en el caso del mito de Deucalión, después de un tiempo aparecieron elementos posiblemente semíticos. En el Matsya Purana, que es del año 320. Manu lleva consigo a todas las criaturas vivientes y las semillas de las plantas en su «arca».
Cachemira posee un mito, obviamente etiológico, similar al que se atribuye al valle de Tempe (valle del Templo), en Grecia. El famoso valle de Cachemira, rodeado por altas montañas, se dice que estaba ocupado en la antigüedad por un lago, pero Vishnú creó una abertura en las montañas, cerca de Baramulla, a través de la cual desaguaba el lago, dejando el Happy Valley, que entonces estaba habitado por los descendientes de Ksayapa, tío de Brahma
La tradición budista de China y Japón no alude a una inundación universal. Hay una leyenda china que se refiere a la crecida de un río en particular. Frazer lo atribuye a un intento histórico de tratar de controlar las aguas del Hwang Ho (río Amarillo), llamado el «Dolor de China» debido a las desastrosas inundaciones que a menudo se producen. Durante el reinado de un soberano mítico llamado Yao, hubo un terrible diluvio que duró veintidós años. Yao llamó a Kun para controlar la situación. Kun luchó sin éxito durante más de nueve años, tratando de contener las aguas por medio de diques. Su hijo Yu continuó esta tarea, pero utilizando un sistema distinto, pues trató de diversificar el curso del río, dividiéndolo en nuevos cauces, y. después de trece años, obtuvo éxito. Muchos fragmentos de folklore geográfico recuerdan la labor de Yu. Así, la famosa Lung Men Gorge (Puerta de los Dragones), por ejemplo, se supone que fue cortada por él para desviar el Hwang Ho al mar.
Un relato chino completamente diferente, y bastante imaginativo, narra que una reina o diosa, llamada Nu Kua, luchó con el jefe de una tribu vecina. Mortificado por el hecho de haber sido vencido por una mujer, se golpeó la cabeza contra el Bambú Celestial y se desmayó, produciendo un agujero en la Bóveda del Cielo. Por allí cayó agua en grandes cantidades, pero Nu Kua cogió piedras de cinco colores distintos, las deshizo hasta transformarlas en polvo y mezcló una argamasa con la cual remendó el orificio y detuvo la inundación.
No hay tradiciones de inundaciones en el Asia Central semiárida, lo que no resulta sorprendente. El sudeste de Asia, en cambio, sí tiene mitos sobre inundaciones, muchos de los cuales muestran influencias bíblicas. Uno de los más interesantes es el de los Lolos, unos aborígenes independientes y cultos que viven al sudeste de China. Los Lolos creen que los patriarcas que vivían en la Tierra alcanzaron edades increíbles, más avanzadas que la de Matusalén, y que moran en el cielo. Cuando la Humanidad se tornó malvada, uno de estos patriarcas semi-divinos, Tse-gu-dzih, envió un mensajero a la Tierra pidiendo un poco de sangre y carne de un mortal. Sólo se encontró una persona que estuviera dispuesta a complacerle, un hombre llamado Du-mu. De modo que Tse-gu-dzih cerró las puertas de la lluvia y dejó que las aguas se acumularan hasta el cielo. Du-mu se salvó, en un tronco hueco, junto con sus cuatro hijos y algunas nutrias, patos salvajes y lampreas. De los cuatro hijos (de cuyas esposas no se habla) descienden los pueblos cultos del mundo, mientras que el resto de la humanidad es el producto de figuras de madera realizadas por Du-mu para repoblar la Tierra. Los Lolos observan el Sabbat o día de descanso (que. sin embargo, es cada seis días), durante el cual no trabajan. Esta costumbre, junto con las tradiciones de los patriarcas y la de las inundaciones, se adjudican a las enseñanzas de los misioneros nestorianos. el primero de los cuales se dice que llegó a China en el año 635.
Para los Benua-Jakun, una tribu aborigen del estado malayo de Johore, la superficie terrestre es sólo una piel que cubre el abismo lleno de agua. Una vez, el dios Pirman cortó la piel y todos se ahogaron, con excepción de un hombre y una mujer que él había encerrado en una embarcación de madera. Cuando, después de la inundación, la nave quedó inmóvil, ellos royeron hasta que lograron salir. La mujer concibió en las pantorrillas de sus piernas y. de la derecha, surgió un niño, mientras que de la izquierda lo hacía una niña. Toda la Humanidad desciende de dichos niños.
Resulta curioso que no haya leyendas de inundaciones entre los egipcios. E igualmente sorprendente es que no existan en Egipto inundaciones desastrosas. Todos los años, el Nilo se desborda suave y previsiblemente, dejando detrás suyo un depósito de magnífico lodo que proporciona al suelo nueva vida. Cuando las aguas no alcanzan la altura habitual, se suceden días de escasez y. si bien crecidas demasiado grandes llegan a producir ciertos trastornos, las crecidas anuales han sido siempre, en líneas generales, benignas. De no producirse, este hecho constituiría precisamente el desastre capaz de ser conmemorado en una leyenda. También los otros ríos importantes de África experimentan una anual inundación que, puesto que se espera, no constituye ninguna calamidad.
La única leyenda del sur de África que guarda alguna relación con una inundación no es, en absoluto, una leyenda de inundaciones, sino una que trata de explicar el origen de un lago particular, el Dilolo, en el límite entre Zaire y Angola En realidad, esta leyenda pertenece al capítulo 4. «Folklore sobre la forma de la fierra», como algunas otras ya citadas en dicho capítulo. Según este relato, una cacique llamada Moena Monenga solicitó abrigo y comida en un poblado. No solamente no se los proporcionaron, sino que, cuando les reprochó a los pobladores su orgullo, ellos se burlaron y le dijeron: «¿Qué puedes tú hacer?» En consecuencia, ella se lo demostró: comenzó un lento exorcismo y. al final del mismo, todo el pueblo se hundió en el suelo y el agua empezó a fluir llenando la depresión. Cuando el cacique del pueblo regresó de caza y vio lo que le había sucedido a su familia, se ahogó en el lago, desesperado. Este relato fue recogido por Livingstone y resultó ser el único que encontró en sus años de misionero que guarde alguna relación con una tradición de inundaciones. Él pensaba que el nombre del lago provenía de la palabra ilolo, que en el lenguaje local significa «desesperación».
La falta de tradiciones en Egipto y el resto de África ha sido un obstáculo definitivo para las teorías que sostienen que hubo grandes volúmenes de agua sobre toda la faz del globo a causa de colisiones cósmicas. Un trabajo poco conocido que afirma que hubo un impacto con un meteorito gigantesco alrededor de hace unos 11.500 años, expresa, un poco débilmente, que «Egipto tuvo la suerte de estar situado fuera de los efectos geológicos y de flujos producidos por la colisión y que fueron los causantes del diluvio». No alcanzo a comprender cómo Egipto pudo estar «situado fuera» cuando, precisamente, el impacto-generado-por-el-meteorito es lo que originó la inundación de la que se habla en la leyenda de Deucalión, que, justamente, se cita como evidencia en favor de la misma catástrofe. Se dice que el interior de África está «incluso mejor situado que Egipto, con elevaciones mayores y más cerca del punto de no distorsión de la geosfera»; pero luego, en la oración siguiente, los autores citan una versión, distinta de la leyenda del lago Dilolo, que dice que una gran ola cruzó el país, dejando el lago en una depresión. Una vez más, es difícil seguir el razonamiento que, por un lado, atribuye la falta de folklore sobre inundaciones a la ausencia de inundaciones allí, mientras expone la «evidencia» de un folklore que se refiere a una ola gigantesca que barrió una parte considerable del interior del sur de África. En su bien conocido Worlds in Collision (Mundos en colisión). Immanuel Velikovsky se enfrenta a la falta de tradiciones africanas sobre inundaciones con un ingenio que resulta admirable: invoca una «amnesia colectiva» que, de un modo muy conveniente, eclipsa el desastre fuera de la memoria de sociedades enteras, del mismo modo en que un individuo trata de borrar por completo acontecimientos desgraciados.
En el otro extremo del mundo. Australia posee varias tradiciones sobre inundaciones que tienen muy poco en común entre sí, y nada en común con el relato bíblico. Es posible que se trate de relatos independientes acerca de inundaciones locales. Según los aborígenes del lago Tyres, de la región de Victoria, en cierta ocasión, una rana gigante se tragó toda el agua del mundo. Los otros animales trataron de hacerla reír para que, de este modo, devolviera el agua, pero ninguna de sus bufonadas consiguieron arrancarle más que una sonrisa, hasta que la anguila se puso sobre su cola y comenzó a danzar. Entonces, la rana rió tan estrepitosamente que el agua brotó a chorros provocando una terrible inundación, en la que muchos se ahogaron. En otra leyenda de Victoria (¿quizá parte de la misma?) los sobrevivientes de una gran inundación deben sus vidas al pelícano que los cogió en su barca.
Desde el oeste de Australia llega un relato con una moral bastante obvia: hace mucho tiempo vivían dos razas en las orillas opuestas de un río, una blanca y otra negra. Se casaban entre ellos, compartían las festividades y luchaban entre sí de modo amigable. Los blancos eran más poderosos y tenían mejores lanzas y bumerangs y, por tanto, llegaron a sentirse superiores y rompieron sus relaciones con los negros. Durante cierto tiempo, esta situación se mantuvo. Hasta que un día comenzó a llover. Llovió durante meses, y el río se desbordó y forzó a los negros a retirarse tierra adentro. Finalmente, las lluvias cesaron y las aguas retrocedieron. Cuando los negros volvieron a sus antiguos terrenos de caza les sorprendió ver que sus orgullosos vecinos habían desaparecido bajo las aguas de un amplio mar. Según Andree, esta leyenda es antigua, pero el detalle de que la raza blanca era orgullosa fue agregado después de la colonización de Australia por los ingleses.
Los Mares del Sur también suministran una abundante tradición sobre inundaciones en diversas formas. Aparte de algunos paralelos bíblicos, que pueden ser atribuidos fácilmente a influencia misionera, muchas de estas tradiciones son asombrosamente compatibles con el ambiente geológico local. Con frecuencia se dice que la inundación llega del mar, como puede esperarse en islas que están sujetas a terremotos que generan tsunamis, u olas que azotan como tifones.
En las Society Islands hay una leyenda ligada a la isla de Raiatea. Un día, un pescador, ya sea por ignorancia o por desobediencia, violó un tabú pescando en aguas sagradas del dios del mar Ruahatu. Su anzuelo se enganchó en los cabellos del dios, que estaba durmiendo, y después de una larga e intensa lucha tiró de un dios que, en verdad, estaba furioso. Para castigar al pescador. Ruahatu decidió que la Tierna se hallaba entonces profanada y debía ser destruida. El pescador se echó a sus pies y le pidió clemencia, implorándole que, al menos, le permitiera escapar. Ruahatu cedió y le ordenó que se dirigiera con su familia al islote de Taomorama, dentro de los arrecifes del lado este de Raiatea. A la mañana siguiente, las aguas del océano comenzaron a subir y la gente de Raiatea se fue hacia las montañas. Por fin, todo quedó sumergido, hasta las cumbres de las montañas, y todos se ahogaron. Cuando las aguas retrocedieron, el pescador y su familia volvieron a la isla principal y fueron los antecesores de los habitantes actuales. Esta leyenda es, según Andree, un intento de explicar los fósiles de corales y conchas encontrados sobre el nivel del mar, y que datan de una posición más alta del mar con relación a la tierra. Las gentes de Raiatea no parecen preocupadas por una inconsistencia llamativa en el relato: el punto más alto del lugar está a 3.388 pies (1.016 metros) sobre el nivel del mar, mientras que Taomorama, el lugar en que se refugiaron, es una pequeña isla coralina de sólo un par de pies (unos sesenta centímetros) sobre el nivel de la marea alta en su punto más alto. Nada puede estar más alejado de la tradición bíblica que el pecador sea salvado mientras los inocentes son destruidos. Se trata, simplemente, de la misma actitud polinesia evidenciada en la leyenda de Kahawali, que tanto llegó a perturbar a William Ellis (véase capítulo 6).
La misma postura se revela en una tradición sobre inundaciones de las islas Fiji. En este caso, la inundación (en forma de lluvia incesante) la envía el gran dios Ndengei para castigar a sus débiles e impenitentes sobrinos por haber matado al pájaro de Turukawa. Cuando las aguas llegaron hasta los picos altos en los que se habían refugiado, las cimas se salvaron por la intervención de dioses menores, a los que ellos apelaron. Algunas versiones dicen que se les aconsejó que construyeran una balsa con los frutos de la pampelmusa, otras que les enviaron dos canoas, y otras, en fin, que se les enseñó cómo hacer una piragua. De cualquier modo, llegaron, flotando, hasta la isla de Mbengga, cuyos habitantes se consideran el equivalente Fuji de los descendientes del Mayflower.
La topografía decididamente inusual de Mangaia, una de las islas Cook, se refleja claramente en las tradiciones sobre inundaciones. Roca volcánica erosionada coronada por un núcleo central plano a 554 pies (166 metros) sobre el nivel del mar en su punto más alto, dicha isla está rodeada por una especie de foso, que no tiene más de 20 a 40 pies (6 a 12 metros) sobre el nivel del mar, en el que se cultiva el taro. El foso, a su vez, está rodeado por una plataforma elevada de rocas de coral erosionadas llamadas Makotea, de 110 hasta 210 pies (de 33 a 63 metros) sobre el nivel del mar. Desde la base del Makatea hasta una altura de unos 45 pies (13.50 metros) se extiende un talud, de unos 100 pies (30 metros) de anchura, que desciende escalonado hasta el mar, terminando en un risco de 15 a 35 pies (de 4.5 a 10.50 metros) de altitud. Al nivel del mar hay un arrecife periférico de 300 yardas (274 metros) de ancho, en donde se encuentran formas coralinas. La forma de Mangaia es única (figura 29).
Fig. 29. La isla de Mangaia, en el sur del Pacífico, cuya forma única inspiró una tradición local. El centro de la isla es un antiguo volcán que se redujo hasta el nivel del mar. y. después, alzado de nuevo y erosionado, mientras un arrecife periférico se formaba a su alrededor. El hundimiento gradual permitió que el coral creciera hacia arriba, formando un arrecife coralino separado de la isla por una laguna. La nueva elevación dejó al arrecife de coral alto y seco, formando el «Makatea», una plataforma rodeada por una depresión como un foso, que fue la laguna. (Tomado de Marshall. 1927.)
El mito local relata que la forma de la isla era antes llana y regular, con suaves declives. Un día, los dioses del mar y de la lluvia decidieron desafiarse para ver quién era el más poderoso de los dos. Con la ayuda del dios del viento, el del mar atacó la isla y pudo inundar la costa hasta la altura del Makatea. Después, el dios de la lluvia hizo que lloviese durante cinco días y cinco noches, de modo que el agua arrastró la arcilla roja y las pequeñas piedras hacia el océano y excavó profundos valles de las lomas, hasta que sólo quedó, de la superficie original, la parte central plana del pico. Habiéndose enterado de la amenazante lucha, el primer jefe, llamado Rangi, condujo a su pueblo al pico central: la «Crown of Mangaia» («Corona de Mangaia»), Cuando la situación se hizo más precaria. Rangi suplicó al dios supremo que ordenase a los otros que suspendieran la contienda.
Esta explicación folklórica de la forma de Mangaia indica una valoración precisa, aunque mal aplicada, del papel que representan las aguas al escurrirse y las olas del mar, especialmente las que son llevadas por la tormenta, en la formación del paisaje. La historia geológica de la isla, expuesta brevemente, es la siguiente: la isla fue, en un principio, un volcán formado desde el fondo del mar. Cuando cesó toda su actividad, fue erosionándose a causa de la acción combinada del agua al escurrirse y de las olas del mar, hasta que no quedó nada más que un bajío. Este último fue elevado sobre el nivel del mar y sometido a la acción prolongada de los elementos naturales (descomponiéndose la roca superficial en arcilla roja) y a la erosión de las aguas que se deslizaban y cavaban profundos valles en los taludes. Mientras tanto, un arrecife periférico creció alrededor del límite de la isla. Luego, la isla se hundió tan gradualmente que los corales pudieron desarrollarse hacia arriba hasta formar un arrecife de coral, separado de la tierra firme por una laguna. En etapas posteriores del hundimiento, el arrecife se extendió también hacia fuera. La nueva elevación de la tierra dejó al arrecife alto y seco, formando el Makatea: la extensión hacia el mar del arrecife coralino se transformó en el talud escalonado: y la antigua laguna, detrás del arrecife, se convirtió en el foso plano como una hoja de nenúfar. En la última etapa de desarrollo, creció un nuevo arrecife periférico que avanzó más allá del borde de la terraza. Frazer hace notar que:
«Si el que recopiló la historia no hubiera descrito los aspectos de la isla... quizá nosotros no habríamos podido percibir el origen puramente local del relato, v nos hubiéramos sentido tentados a buscar sus orígenes en alguna lejana fuente, incluso encontrando una confusa reminiscencia con Noé y su arca. Se puede conjeturar que muchas otras histonas de grandes inundaciones podrían ser resueltas, en forma similar, refiriéndolas a mitos locales, si estuviéramos más familiarizados con aquellos rasgos naturales de! lugar que con los relatos que se han inventado para tratar de explicarlos.»
Los indios de América del Norte tienen un abundante folklore que evidencia la forma en que mitologías primitivas asimilan profundamente elementos posteriores. Por ejemplo. Old Coyote Man (Anciano coyote), el héroe de la leyenda del Cuervo, se supone que inventó los caballos; sin embargo, los caballos eran desconocidos para los indios hasta que los conquistadores los introdujeron en el siglo XVI. El parecido general de la mayoría de las leyendas de los indios norteamericanos sobre inundaciones se explica fácilmente en términos de migraciones o contactos entre las tribus, y la frecuente semejanza con el relato bíblico no es difícil atribuirla a los esfuerzos de los misioneros.
Una leyenda chippewa es inusual porque atribuye las inundaciones a la fusión de la nieve. AI comienzo de los tiempos, en el mes de septiembre hubo una gran nevada. Un pequeño ratón hizo un agujero en la bolsa de piel que contenía el calor del sol, y el calor se esparció por la Tierra y fundió las nieves en un instante. El agua derretida se elevó hasta la parte alta de los pinos más altos y continuó ascendiendo hasta que las montañas más altas quedaron sumergidas. Un anciano había previsto la inundación y advirtió a sus amigos, pero ellos sólo respondieron: «Cuando llegue, nos iremos a las montañas.» Todos se ahogaron, pero el anciano había construido una gran canoa en la que flotó sobre las aguas y rescató a todos los animales que encontraba. Después de cierto tiempo, envió al castor, a la nutria, a la rata almizclera y al pato, uno cada vez, para tratar de encontrar tierra. Sólo el último regresó, llevando lodo en su pico. El anciano puso el lodo sobre el agua y sopló sobre él, y éste se expandió formando una isla lo bastante grande como para acogerle a él y a todos los animales.
Aun en el árido Sudoeste hay tradiciones de inundaciones. Según los papagos, el Gran Espíritu creó primero la Tierra y todos los seres vivos, menos el hombre. Luego, hizo al héroe Montezuma, con cuya ayuda creó todas las tribus indígenas. El primer mundo era feliz y apacible, pero fue destruido en una gran inundación. Advertido por su amigo Coyote. Montezuma había construido un barco y, cuando las aguas se elevaron, ellos dos se salvaron. Al retirarse las aguas, el Gran Espíritu, otra vez con la ayuda de Montezuma, creó de nuevo el hombre y los animales.
Un relato sobre inundaciones de Arizona pertenece a la categoría de geomitos «ex post facto», inventados para explicar un detalle del paisaje. En este relato se narra cómo, cuando las aguas subieron, un gran jefe condujo a sus guerreros más y más arriba en las Superstition Mountains (montañas de la Superstición). Cuando fue obvio que incluso los picos más altos quedarían sumergidos, el jefe convirtió a sus guerreros en piedra para que no tuvieran el ignominioso destino de ahogarse, y allí están hasta hoy, guardando las alturas (Ilustración 35). Los Apache Warriors (Guerreros apaches) son, en realidad, columnas de toba{36} del Mioceno, unidas y desgastadas por los elementos naturales. No sé si ésta es una leyenda auténtica o no. pero las Superstition Mountains, que están a unas veinte millas (32 kilómetros) al este de Fénix, son consideradas sagradas por los apaches. Creen que el orificio que lleva a las profundidades de la Madre Tierra está ubicado en esta cadena de montañas, y que esta entrada se halla custodiada por una serpiente de nueve cabezas que no permite el paso a ningún mortal. Se supone que los vientos que surgen de dicho orificio son los causantes de las grandes tormentas de polvo. La importancia del relato de los Guerreros Apaches no reside en la inundación misma, sino en la creación de una impresionante forma terrestre que necesita ser explicada. Si el relato no es un moderno «fakelore» (pseudo folklore) y si se dice que la inundación es el diluvio, me inclinaría a creer que se fusionaron tradiciones después de que los apaches se enteraron de la inundación de Noé.
Dicho entre paréntesis, me han asegurado que hay norteamericanos actuales que señalan una capa de roca, débilmente coloreada, en la parte alta de las Goldfield Mountains (montañas de los Campos de oro) de Arizona, como la marca más alta de! diluvio de Noé (Ilustración 36). La capa descolorida es una toba de riolita, debajo de la cual hay granito precámbrico gris oscuro y cubierta por un flujo de lava oscura; la toba sobresale tanto que, en los días claros, puede verse desde Fénix, a veinte millas (treinta y dos kilómetros) de allí.
En una leyenda de los indios Makah, del cabo Flattery, de Washington, en cierta ocasión el océano Pacífico se elevó y descendió varias veces en el transcurso de pocos días. Primero, el agua se elevó lo bastante como para separar el cabo de la tierra firme; luego, de pronto descendió, dejando alta y seca la bahía Neah. Cuatro días después alcanzó el nivel más bajo y. entonces, comenzó a crecer lentamente hasta que el cabo y toda la Tierra quedaron sumergidos, con excepción de las cumbres de las montañas. El agua que se elevaba era muy cálida. Los que tenían canoas, cargaron en ellas sus pertenencias, y las aguas los llevaron de aquí para allá, pero, generalmente, hacia el norte, pues la corriente era muy intensa. Numerosas canoas quedaron atrapadas en los árboles, y muchos indios murieron. Cuando, después de más de cuatro días, el mar volvió a su normalidad, un considerable número de las tribus se encontraron que estaban más al norte, donde aún permanecen sus descendientes.
J. G. Swan, que, según Andree, fue el primero en registrar esta leyenda, en 1869, lo atribuye a algún movimiento «volcánico que elevó y hundió un área». Sin embargo, la región inmediata no es volcánica y. en cualquier caso, no se conoce este tipo de levantamientos en relación con el vulcanismo. ¡Cuánto más simple resulta decir que fue el mar el que se elevó y descendió, como afirma la leyenda! Permitiendo algún tipo de exageración, no es posible describir mejor un tsunami originado por algún lejano terremoto.
La tradición sobre inundaciones es muy numerosa a lo largo de toda la América Latina. Hay muchas leyendas en las que los sobrevivientes de un diluvio, una familia o una pareja, escapan en una calabaza, en una canoa o en una balsa, o se suben a los árboles o escalan una montaña. En algunos casos son muy fáciles de identificar los matices bíblicos.
Un ejemplo primitivo de leyenda sobre inundaciones de origen local e independiente, es el de los indios araucanos, cuya región comprende la parte de Chile que se conocía como Araucania (figura 30). Se dice que dos serpientes fueron la causa de que el mar se elevara cuando trataban de probar cuál de ellas poseía más poderosas artes mágicas. La inundación se produjo tras un intenso terremoto relacionado con una erupción volcánica, y la gente se refugió en una montaña que flotó hasta llegar cerca del Sol. Desde entonces, cada vez que los araucanos perciben un terremoto, corren hacia las montañas llevando consigo cuencos para protegerse del calor del Sol. A lo largo de esa parte de la costa del Pacífico hay fallas activas, el movimiento de una de las cuales originó el terremoto de mayo de 1960. Esa sacudida generó un tsunami que resultó desastroso. A través de los tiempos, los tsunamis originados por terremotos deben de haber sido numerosos. También resulta significativo que una de las tres veces en que una erupción volcánica parece haber sido motivada directamente por un terremoto es la de Puyehue, situado en una de las fallas en que se producen seísmos. Comenzó, primero, una erupción que se prolongó durante dos días antes de la primera sacudida, probablemente porque el movimiento de tierra permitió que aguas superficiales se pusieran en contacto con el magma caliente (como ocurrió en otro conocido caso, el de Pematang Bata, de Sumatra, en 1933). ¿Es necesario buscar otro origen para la tradición araucana sobre inundaciones que alguna cadena de circunstancias similar en el pasado? El hecho de que el desastre fuera atribuido sólo al capricho de criaturas sobrenaturales, y no a un castigo por alguna transgresión, explica claramente la consciencia que tenían los indios, que eran quienes lo sufrieron directamente, de las causas del fenómeno.
Bogotá, la capital de Colombia, está en la meseta de Cundinamarca, rodeada por montañas. El drenaje de esta meseta se produce a través del río Punza, que corre por un estrecho desfiladero, en las montañas que limitan la meseta por el oeste, y cae por allí formando las cataratas de Tequendama, de alrededor de 450 pies (135 metros) de altura, antes de encontrarse con el río Magdalena. La tradición respecto a inundaciones de los indios chibchas, como las del valle de Tempe (valle del Templo) y el de Cachemira, significa un intento imaginativo de explicar la geografía local: hace mucho tiempo, las gentes que vivían en la meseta eran temibles salvajes. El dios del Sol, Bochica, se mezcló entre ellos tomando la forma de un anciano, y les enseñó cómo construir cabañas y organizarse en sociedades ordenadas. Su hermosa mujer. Chia, que era malvada, trató de frustrar sus esfuerzos de civilizar a los indios, pero su magia no era tan poderosa como la de él. Lo mejor que pudo hacer, en lo que a maldades se refiere, fue lograr que el Funza creciera fuera de su cauce e inundara toda la meseta, que en aquellos tiempos estaba rodeada por una ininterrumpida cadena de montañas. Sólo unas pocas personas, que llegaron a tiempo a las montañas, pudieron escapar y no se ahogaron. Bochica, enfadado, desterró a Chia al cielo, en el que ella se transformó en la Luna. Luego, rompió las montañas y las aguas de la inundación pudieron escurrirse, dejando sólo el lago Guatavita
Fig. 30. La región de Chile en la que se produjo el terremoto de mayo de 1960. Un tsunami como el originado por la sacudida más fuerte pudo ser el origen de la tradición sobre inundaciones entre los indios araucanos.
En la región de Río de Janeiro, en Brasil, los indios tienen una leyenda en la que dos parejas se salvan subiéndose a altos árboles. Los hermanos gemelos de un gran mago reñían constantemente porque uno era bueno y el otro malo. Un día, el hermano bueno, enfadado por alguna acción del gemelo malo, dio una patada tan fuerte que la Tierra se abrió y apareció una fuente de agua que la lanzaba tan alto que llegaba hasta las nubes. Pronto, todo el mundo quedó sumergido. El hermano bueno y su mujer se subieron a un árbol de pindona, mientras que el hermano malo y su mujer lo hicieron a un árbol de geniper, y allí permanecieron hasta que las aguas se retiraron. De estas dos parejas descienden los tupinambas y los tominus, dos tribus que siempre disputan entre sí. Cualquier inundación local pudo originar esta leyenda.
Como es lógico esperar de pueblos geográficamente contiguos, los aztecas, los mayas y los quichés de México y de Guatemala tienen tradiciones sobre inundaciones que poseen muchos elementos en común. En todas ellas, la inundación es parte del mito de la creación, en el que hay varios intentos de crear al hombre, con insatisfactorios resultados, y su destrucción en una serie de cataclismos. Como se relata en el Popul Vuh, de los quichés, los dioses no estaban satisfechos después de crear los animales, porque éstos ni hablaban ni reverenciaban a sus creadores. Por tanto, trataron de crear al hombre partiendo de la arcilla. Las primeras personas no podían girar la cabeza, y. aunque sí hablaban, no entendían nada. Entonces los dioses enviaron una inundación que destruyó su defectuosa tentativa. En un segundo intento, hicieron al hombre de madera, y a la mujer de caña, pero, aunque tales criaturas eran mejores que las primeras, todavía ofrecían el aspecto de animales, hablaban de un modo ininteligible y no resultaron agradables a los ojos de los dioses. La mayoría de esos hombres y mujeres fueron destruidos por una lluvia de incandescente resina y por un terremoto, pero quedaron algunos supervivientes que huyeron a los bosques y se transformaron en monos. La tercera vez. los dioses utilizaron maíz blanco y amarillo, y los resultados fueron tan excelentes que los dioses se inquietaron y les desposeyeron de algunas de las características sobrehumanas con que les habían dotado, dejando el tipo imperfecto de seres humanos que tenemos en el mundo de hoy, y que son los descendientes de los quichés.
En los relatos aztecas, la primera raza de hombres fue devorada por los jaguares (u ocelotes): la segunda fue llevada por el viento, siendo los hombres transformados en monos: la tercera, regada con fuego (¿una erupción?) y los seres humanos convertidos en pájaros: y la cuarta fue arrastrada por las aguas y los hombres metamorfoseados en peces, con excepción de una pareja que se salvó en un tronco hueco de un ciprés. La versión mexicana más corriente dice que el hombre que pudo escapar se llamaba
Coxcox y su mujer Xochiquetzal: en otras versiones son un dios y una diosa. La pequeña embarcación en la que escaparon quedó varada en el pico de Culhuacán. De ellos nacieron muchos hijos, todos mudos. Más tarde, llegó una paloma que les dio las lenguas y los dotó de muchos idiomas distintos. De estos niños descienden todas las naciones del mundo.
La historia de Coxcox es la única leyenda sobre inundaciones con posibles elementos bíblicos introducidos posteriormente en un documento pre-misionero existente en forma de pictografía. ¿O no? Según Andree, ninguno de los escritores dedicados a la mitología mexicana que pudieron haber escuchado el relato en el tiempo de los conquistadores, o poco después, mencionó nunca una leyenda del tipo del diluvio bíblico y. además, duda que la interpretación de las pictografías fuera la correcta. En esto sigue a don José Fernando Ramírez, conservador del Museo Nacional de la ciudad de México, que demostró que las descripciones de las pictografías dadas por Clavijero. Humboldt, Kingsborough y otros, estaban basadas en la misma fuente: un mapa publicado por Gemilli Careri en A Collection of Voyages and Travels (Una colección de viajes y travesías), volumen 4, de Churchill. Gemilli Caren interpretó este dibujo como la histona del diluvio y Humboldt y los demás hicieron lo mismo y aceptaron su interpretación. Pero, según Ramírez, la «paloma» trata, en realidad, de representar al pájaro conocido como el tihuitochan, que llama «Ti-hui», y el dibujo representa, en realidad, la historia de la migración de los aztecas al valle de México. Se cree que los aztecas llegaron a México desde el norte. Sus tradiciones cuentan cómo un pequeño pájaro repetía continuamente «Ti-hui, ti-hui», que, en su lengua, quiere decir «¡Vamos!», y sus sacerdotes interpretaron esto como una orden divina para buscar un nuevo hogar. Se establecieron siete sub-tribus, seis de las cuales se instalaron con bastante rapidez en varias partes de México, mientras que la séptima vagabundeó un tiempo, buscando un signo con la forma de un águila asentada sobre una roca y con una serpiente en el pico. Hallaron el signo prometido en el lago Texcoco y, de acuerdo con esto, se fundó en sus costas la ciudad que hoy se conoce como México D.F., en el año 1325. Esta, pues, es la tradición que los historiadores creen que se representa en el dibujo en cuestión. Sólo fue Gemilli Careri el que decidió que el pájaro del dibujo era una paloma que distribuía las lenguas. El también admite que la cronología no «era tan exacta como debería ser, pues transcurren pocos años entre la inundación y la fundación de México», ya que el dibujo incluye símbolos que cuentan la cantidad de años que pasaron en distintos lugares durante el deambular de las tribus.
Gemilli Careri recibió de Coxcox la historia durante su estancia en México, en 1667, bastante más de un siglo después de que los primeros misioneros arribaran con Cortés, mucho tiempo, así, para que los detalles bíblicos pudieran superponerse a las tradiciones y mitos aztecas. Otros relatos mexicanos sobre inundaciones son, obviamente, la historia de la Biblia trasplantada a un medio local más familiar. Por ejemplo, en Michoacán, el personaje central se llama Tezpi en vez de Noé, pero después sigue un relato semejante, en general, a la versión bíblica, Tezpi envía primero a un buitre para encontrar tierra; éste halla tantos cuerpos que no vuelve; luego, envía a otros pájaros, hasta que, finalmente, el colibrí retoma con una ramita en el pico.
Citar otros ejemplos de tradiciones sobre inundaciones podría resultar tedioso, si es que no lo ha sido ya. Se han dado muchos ejemplos, espero, para demostrar que, cuando se las contempla desde el contexto geológico, muchas tradiciones se han originado en el lugar. No veo razón para suponer que, al explicar la ubicuidad de las tradiciones sobre inundaciones, estemos limitados a elegir entre dos alternativas extremas. Velikovsky, por ejemplo, afirma:
«Desde mi punto de vista, la respuesta al problema de la similitud de motivos en el folklore de distintos pueblos, es como sigue: muchas ideas reflejan el contenido histórico real. Hay una leyenda, que se encuentra en todas partes del mundo, según la cual un diluvio barrió la Tierra y cubrió colinas, y aun montañas. Tenemos una pobre opinión sobre las habilidades mentales de nuestros antepasados si creemos que una simple inundación extraordinaria del Éufrates impresionó tanto a los nómadas del desierto que pensaron que todo el mundo se había inundado, y que la leyenda así nacida se transmitió de pueblo en pueblo.»
A esto se puede replicar: por supuesto que muchas ideas reflejan un contenido histórico real. Sin embargo, no existe una leyenda sobre el diluvio, sino, más bien, una colección de tradiciones que son tan distintas que no pueden ser explicadas ni por una sola catástrofe, ni por la diseminación de una sola tradición local. Algunas de ellas son muy imaginativas, pero otras significan intentos corrientes de explicar características topográficas locales, o la presencia de conchas fósiles por encima del nivel del mar. Gran número de ellas son relatos —muy exagerados y distorsionados, como es una regla general del folklore— de desastres locales reales, a menudo consistentes con las especiales condiciones geológicas locales. Por ejemplo, no es accidental que en muchas tradiciones de la costa del Pacífico de las Américas y de las islas de este océano, la inundación se atribuya a la elevación del mar. Más del 90% de la energía liberada anualmente por los terremotos en el mundo se produce en el área del Pacífico, y. por tanto, los tsunamis se generan allí con mayores probabilidades. Uno de los desastres más antiguos de inundaciones que se recuerdan ocurrió hace mucho, mucho tiempo, en Mesopotamia, y produjo tal impresión en los habitantes de la ciudad de Ur que el relato pasó de generación en generación y fue llevado por los patriarcas cuando migraron hacia el Mediterráneo. La leyenda que nació de esa inundación de hace tanto tiempo no hubiera ido muy lejos de su lugar de origen si no fuera por el hecho de que se transformó en parte de las Escrituras, y así, posteriormente, fue llevada celosamente a todos los rincones del mundo por los misioneros cristianos, a menudo mezclándose con tradiciones preexistentes naturales de esos lugares. Las tradiciones sobre inundaciones son casi universales, pero, principalmente, porque las inundaciones en plural son las más universales de todas las catástrofes geológicas.
{35} En este caso, el agua que estaba detrás de la presa se derramó sobre ésta en una enorme ola que se produjo como resultado de un deslizamiento de tierra en el lago. Las consecuencias para los que vivían en el valle, un poco más abajo, fueron las mismas que se habrían producido si el dique hubiera cedido.
{36} Roca pumícea en la que las partículas han sido aglomeradas juntas por el intenso calor de los gases eruptivos en ignición Las tobas unidas recuerdan mucho los íluios de lava una vez que se enfrían Las columnas reunidas en general se desarrollan bien en ellas
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