grupos principales, los godos en el Este, los germanos del Norte o Norse (en Escandinavia),
y los del Oeste, antepasados de los actuales alemanes e ingleses. Una gran parte de las
leyendas y la mitología de los pueblos germanos ha sido preservada en manuscritos
producidos por los escandinavos, principalmente los llamados Edda, escritos al principio
del segundo milenio dC en Islandia, pero que reflejan hechos y sucesos conservados por
la tradición oral muy anteriores a esa época. Los Edda más antiguos son los escritos en
verso, anteriores a los Edda en prosa. Los últimos fueron compuestos por Snorri Sturleson
en ca. 1200 dC.
Entre esos antiguos pueblos indo-europeos germanos, las figuras de la soberanía eran
tan importantes en cuanto a conferir acceso al trono como en la antigua Irlanda. En la gran
obra épica Los Nibelungos, la reina Brynhild (Brunilda) figura claramente como una diosa
de este tipo:
Había una vez una reina que vivía allende los mares...
una doncella de increíble belleza,
y de enorme fortaleza...
Aquél que deseaba poseerla
Tenía que ganar tres torneos
Contra la muy noble dama.
Si perdía uno de ellos,
perdía también su cabeza...
Y entonces habló El Señor del Rin:
´Iré hasta los mares más profundos,
en busca de Brynhild,
pase lo que pase´ (Nibelungenlied VI. 2-6; ca. 1200 dC).
Entre los antiguos pueblos escandinavos, la diosa Gefjon era también una diosa de la
soberanía. Ella procuró un país y un reino para Odin, con la ayuda de un gigante: Tras
brindado hospitalidad al rey Gylfi de Suecia (que simboliza al dios Odin) disfrazada
de pordiosera, éste le ofrece tanta tierra como ella fuera capaz de arar con la ayuda de
cuatro bueyes durante un día y una noche. Gefjon se casa entonces con un gigante, y más
adelante, con la ayuda de sus cuatro hijos gigantes transformados en bueyes logra arar
una extensión de tierra tan grande como es hoy la totalidad de la Isla de Zeeland, parte de
la actual Dinamarca. (Snorri Sturleson, Prosa Edda, Gylfaginning 36).
Cuando Hermigisil, rey de los varini, un pueblo sajón, se hallaba a punto de morir,
conminó a su hijo Radigis a casarse con su madre política, la reina, ya que solamente con
este acto podría establecer su derecho al trono (Procopius, Historia de las Guerras, VIII.
20.20; ca. 500 dC). Siglos más tarde, durante la conquista de Inglaterra por los normandos,
el rey Canuto el Danés hizo lo mismo que los sajones. Tras derrotar al rey Aethelred y
hacerse con casi toda la isla, mandó traer a la reina, una mujer de avanzada edad que vivía
en Normandía para casarse con ella. Solo así consideraba que tenía todos los derechos
legítimos al recién conquistado trono.
En el folklore del Báltico, que está considerado como portador de antiquísimas leyendas
mitológicas, aparecen también varias figuras femeninas que actúan como intermediarias
en la concesión de la soberanía (Zobarskas 1958: 112-18).
Una famosa figura de la soberanía en la antigua Grecia es Penélope, quien esperó
pacientemente durante veinte años el regreso de Odysseus. Los nobles locales, que
deseaban ansiosamente su mano para poder de esa forma apoderarse del trono, eran
pretendientes pragmáticos: no era Penélope misma (una mujer ya entrada en años) lo que
deseaban, sino las tierras y el trono real, ya que al faltar Odysseus, el nuevo marido de
Penélope se convertiría en el rey de Ithaca a pesar de la presencia de Telemaco, hijo ya casi
adulto de Odysseus y Penélope. Otro caso famoso es el de Helena, hija de Zeus y Leda.
Helena era la mujer más bella del universo, y por ello no fue nada extraño que al llegar a su
mayoría de edad aparecieran innumerables pretendientes a su mano, entre ellos Odysseus.
Pero fue Menelaus, hermano de Agamennon, el que salió triunfante en la empresa sobre
todos los demás, ”porque Menelaus brindó los mejores regalos” (Hesíodo, Catálogos de
Mujeres 68.99-100). Menelaus conquistó de esta forma a la rubia Helena, y al mismo tiempo
el reino de su padre, Esparta.
Las diosas de la soberanía más significativas en la mitología de la antigua Grecia son
Aphrodita y Athena. Aphrodita, la diosa del amor y la belleza, era una de las diosas más
importantes del panteón griego (Hesíodo, Theogonia, 190-97). Además de en Grecia,
existían templos dedicados a esta diosa en Fenicia, Asiria, Chipre, Palestina, Cithera y Siria
(Herodotus, Historia, I. 105; Pausanias, Descripción de Grecia 1.14.7). En Roma era
conocida como Venus (Moon 2000b:17). Aunque en primer lugar era una diosa del amor,
Aphrodita era también una Diosa-Madre que en ocasiones representaba a Cibeles (Hesíodo,
Himno Homérico V, 70-74). En la Ilíada, a través de su unión con Anchises figura como
madre del troyano Eneas, a quién protege (Iliada V. 311.313). Además de sus características
como Diosa-madre, Aphrodita muestra también signos que transcienden esa función de
nutrición o fertilidad. Pausanias describe como bajo el epíteto de Areia, Aphrodita actuaba
en Esparta como una diosa de amor y de guerra, y llega a denominarla como ”la guerrera
Aphrodita” (Descripción de Grecia III.17.5-6). Sus funciones guerreras son también
testimoniadas por el hecho de haber desposado a Ares (Homero, La Odisea, VIII).
Además de todo lo anterior, testimonios procedentes de la iconografía y de rituales
asociados con Aphrodita demuestran que en una época fue adorada en gran escala como
una diosa que mantenía una relación especial con el
liderazgo político del país o región. De hecho, datos
históricos la conectan con la arcaica Reina de los Cielos de
la antigua Mesopotamia: la Inanna de Sumeria, Ishtar de
Acadia y Babilonia y Ashtarte de los semitas, teniendo por
lo tanto origen al Este del territorio griego clásico,
probablemente en el Cercano Oriente (Píndaro, Fragmento
122 (ca. 518-483 aC). Y al igual que la Reina de los Cielos, el
rol de Aphrodita como diosa de la soberanía está
simbolizado en el trono, la corona, y el león. Ya a principios
del Siglo VI aC la poetisa Safo (ca. 610-380 aC) identifica a
Aphrodita con el trono:
Aphrodita del brillante y colorido trono,
Artimañosa tejedora hija de Zeus, te suplico
No sobrecargues mi corazón, Señora, con dolor
y angustias (Sappho, Fr. 2, 5, I).
Se conservan aún numerosas estatuas, relieves y
representaciones plásticas de Aphrodita sentada en su
trono, portando a menudo en su cabeza una corona que
recuerda al polos de Anatolia frecuentemente usado por
Cibeles (Fig. 6). Al igual que Inanna, la diosa aparece en
otras ocasiones representada por la estrella de ocho puntas.
Su historia es larga y compleja, y sus mitos, su iconografía
y su rol en la Historia apuntan a su rol principal: creadora
de reyes. Como guerrera activa, ayuda al monarca en las
batallas, y como noble antepasado provee al mismo con
una genealogía real. Por ello no es extraño que un equipo
de arqueólogos descubriera en 1969 en la arcaica localidad
de Aphrodisius en Turquía, un número de cartas de los
emperadores de Roma inscritas en el llamado “Muro-
Archivo” de las ruinas de esa antigua ciudad (Erim 1986).
Una de esas inscripciones menciona una estatua de oro
enviada a esta ciudad, sede de su culto en Asia Menor, por
Julius Caesar (Reynolds 1982:2), quién consideraba a Venus/
Aphrodita como una gloriosa antepasada de su noble linaje,
que se creía que alcanzaba hasta antes de la Guerra de
Troya. Y no fue solamente Julius Caesar el primer líder
romano en rendir homenaje a la Aphrodita de Aphrodisias,
ya que Lucius Cornelius Sulla, durante su campaña contra
Mithridates, el rey de Pontus en Asia Menor (87-85 aC),
fue informado por un oráculo de que debía realizar un
sacrificio a esta diosa: “Lleva un hacha a esa ciudad, y
conseguirás la soberanía suprema”. Y Sulla envió de hecho
a Aphrodisias un hacha y una corona, ambas de oro,
dedicadas a la diosa (Appianos, Bell. Civ., 1, 97).
Athena era también una diosa que realizaba muchas funciones. En la mitología griega
clásica figura principalmente como una diosa de la sabiduría, hija de Zeus y Metis (Hesíodo,
Theogonía 924). Esta diosa aparece también en la iconografía portando un aegis (un peto)
bordeado de serpientes, con Medusa, tras haber sido muerta por Perseus, en el centro
(Apollodorus, Atheniensis Bibliothecae II. Iv.3). Athena consiguió también dar muerte al
gigante con pies de serpiente Enceladus, como lo muestra su figura en un jarrón de bronce
datado a ca. 350-325 aC expuesto en el J. Paul Getty Museum de Los Angeles con el no. 73.
AC 15. Athena figura también como Diosa de la Tierra o del País y Diosa de la vegetación,
y ella fue quien les dio a los atenienses el olivo, algo considerado por éstos como de la
mayor importancia; por ello es que bautizaron a su ciudad con el nombre de Atenas,
poniéndola bajo la protección de esta diosa. Athena obsequió a los atenienses con muyas
dádivas y regalos, entre ellos la flauta y la artesanía femenina representada por el arte de
hilar y tejer. Hesíodo la describe como fuertemente asociada con las artes y la civilización,
con las artes marciales, con la agricultura, la domesticación del caballo, la construcción de
barcos, la carpintería, y las artes domésticas como el tejido y la alfarería (Hesíodo,
Catálogos de Mujeres, Evelyn-White 1920:173). Homero describe la forma en que ayudó
a Odysseus cuando éste naufragó en las costas del país de los focios (Odisea: 6.223). Esta
diosa puede ser por tanto considerada como tri- o trans-funcional, ya que cumplía las tres
funciones socio-religiosas: era venerada como Hygieia, ”Salud”, y como tal proveedora
de nutrición; como Polias, ”Guardiana de la ciudad”, representaba la soberanía; y como
Nike, ”Victoria”, era la diosa que dirigía las batallas que conducían a la victoria, y tras ello
a la paz y la prosperidad.
Mesopotamia. La diosa sumeria Inanna (Fig. 7) fue adorada en la antigua Mesopotamia,
la tierra entre los ríos Eufrates y Tigris, durante más de 4.000 años. Inanna aparece por
primera vez al final del IV Millennium como diosa-patrona de Uruk, representando el
numen del mercado de la ciudad. Las inscripciones más antiguas muestran que Inanna de
Uruk era la que proveía el supremo dominio del reino en Sumeria (Westenholz 1998:71). Su
íntima relación con las estructuras políticas de Sumeria en general, y con los poseedores
del poder político en general, es expresada en el título de “esposo de la diosa” que
asumieron varios monarcas.
Aunque sus orígenes se hallan en la prehistoria, desde la llegada a la zona de los
sumerios en ca. 3.500 aC, esta diosa, conocida como la Reina de los Cielos, jugó un papel
primordial en la vida religiosa de los numerosos pueblos que llegaron a asentarse en esta
región. Los acadios y los babilonios, que ocuparon la zona después de los sumerios (ca.
2.300 aC), continuaron adorándola bajo el nombre de Ishtar.
Varios eruditos han descrito a Inanna como “una diosa de una variedad infinita”,
teniendo en cuenta sus múltiples funciones: una diosa muy ambigua y compleja que no
puede ser reducida a la simple descripción de Diosa de la Soberanía, Diosa de la Fertilidad
o Diosa-Madre (van Dijk and Hallo 1968; Harris 1991). El símbolo más destacado en la
imagen de esta diosa es la estrella de ocho puntas, que representa su forma astral, la
estrella de la mañana y del atardecer, el planeta Venus. Un himno sumerio se dirige a ella
como si fuera una antorcha en lo alto de los cielos:
La prístina antorcha que ilumina el cielo,
Luz celestial, iluminando el día,
Gran reina de los cielos, Inanna,
¡Salve, yo te honro! (Jacobsen 1987:13).
Los reyes de Sumeria, y posteriormente los de Acadia, Babilonia y Asiria, se dirigían
a Inanna pidiéndole no solamente luz y guía, sino también la ofrenda del reino. Esto lo
hacían debido a que en la antigua Mesopotamia un reino (que era considerado divino) no
era heredado sino que era conferido por los dioses, a menudo a través de un hieros gamos
o matrimonio ritual con la diosa Inanna (Westenholz 1998: 73; Moon 2000b:70). En la
arcaica ciudad-estado de Uruk, los arcaicos ritos del hieros gamos que tenían lugar entre
el sacerdote principal y la diosa fueron modificándose con el tiempo hasta que el rey era
considerado como el consorte de Inanna en el mundo mortal. En la poesía sumeria que se
ha podido conservar, se indica como cuando la diosa selecciona un esposo durante los
ritos del festival de Nuevo Año, ella está simultáneamente escogiendo un rey. Una vez
seleccionado, el candidato a rey de Uruk ha de completar dos importantes ceremonias: la
coronación y el rito del hieros gamos (Kramer 1969: 64; Jacobsen 1987: 121-24; Wolkstein
and Kramer 1983: 107-110). Como resultado de su unión con la diosa, el nuevo rey recibe
los poderes de soberanía. En una descripción del hieros gamos, se invoca a la diosa para
que cumpla su cometido:
Que el señor que has escogido siguiendo los dictados
De tu corazón
El rey, tu amado esposo,
Disfrute muchos y largos días en tu dulce regazo.
Dále un reino bueno y glorioso.
Dále el trono de un reino con base duradera.
Dále el cetro para dirigir al pueblo, el báculo y la corona,
Dále una duradera corona, y una radiante diadema en su cabeza (Kramer 1969: 83).
Como diosa de la soberanía, con su atribución de conferir poder y de legitimar reyes,
Inanna se convirtió en una diosa de toda Sumeria. Eventualmente, esta reina llegó a
afirmarse como un arquetipo de diosa de la soberanía en todo el Oriente Próximo y el
antiguo mundo del Mediterráneo. Varias diosas posteriores son consideradas como
descendientes o con origen en esta diosa, siendo las más conocidas entre ellas Ishtar,
Astarte y Aphrodita (Heimpel 1982).
Egipto. Una famosa diosa de la soberanía y transfuncional del antiguo Egipto es la famosa
Isis la grandiosa
cónyuge de los Dioses
(Leyenda de Isis y Ra, ca. 1350-1200 aC. En: Budge 1904: I, 386).
En la cosmología de los antiguos egipcios Isis estaba conectada genealógicamente
con una ideología real que legitimaba la soberanía real, en la forma de Horus, su hijo con
Osiris, el primer dios-rey de Egipto (Hassan 1998: 98). Isis es la estrella más brillante de la
noche, Sothis, hoy conocida como Sirius, visible en la base de la constelación Orion.
Isis (Fig. 8) es la diosa egipcia más conocida, debido en parte a que su culto se hizo
también popular en Grecia, donde Plutarco la identifica con Athena (Isis y Osiris IX), y
Roma; con el Imperio se extendió también a otras regiones europeas (Heyob 1975). Fue
siempre muy popular en Egipto (Lesko 1999: passim), y con el tiempo fue adquiriendo
funciones de otras diosas para así convertirse en una diosa multi-funcional; una de esas
funciones era la de Diosa de la Soberanía (Libro de los Muertos, Himno a Osiris. Budge
1895 y 1904), y otra la de Diosa-Madre (Kinsley 1986 y 1993:70).
En los Textos de las Pirámides, hallados en las paredes interiores de las pirámides de
Unis, Saqqara (V Dinastía), aparecen Isis y su hermana Nephthys en forma de milanos
reales que buscan y encuentran a su hermano Osiris, y en otros lugares son vistas como
dos madres que conciben, crían y alimentan al rey, todo esto en el Otro Mundo. Un
ejemplo es la Declaración en las Pirámides no. 477, donde se le dice al rey:
Levántate, !Oh Osiris!,
Isis tiene tu brazo, !Oh Osiris!
Nephthys tiene tu mano:
Así, ¡véte entre ellas dos! (Pyr. 960a, c).
De los veinticinco Textos de las Pirámides que citan exclusivamente a Isis en forma
individual y la conectan con Osiris, dos son virtualmente idénticos:
Tu hermana Isis viene hacia ti, rebozando de amor por ti.
Ella colocó tu falo en su vulva
Y tu esperma se vierte dentro de ella, alerta como Sothis,
Y Har-Sopd ha salido de ti en forma del Horus que está
En Sothis (Pyr. 632a-633b).
Este episodio, que aparece también en textos funerarios, en himnos y en otras formas
literarias, presenta las partes esenciales del mito que eventualmente resultó en la ascensión
de Isis a su preeminente posición: ella es la que revive al difunto rey Osiris para que
conciba a Horus, su heredero, que vengará la muerte de su padre a manos de Seth. En esos
Textos de las Pirámides aparecen también las diosas Isis, Nephthys, Neith y Selket como
protectoras del trono (Pyr. Utterance 362, y guardianas del rey (Pyr. Utterance 555). Otros
textos indican también claramente las facultades de protección real de la diosa: “Isis te
protegerá, con un abrazo, en paz,- Y expulsará los enemigos, de tu sendero...” (Libro de
los Muertos, Cap. 15, “Himno a Osiris”; Goelet 1994: 18, 23). Hasta la propia faraona
Cleopatra II exclama en una ocasión: “Confiád en Isis. Ella es más eficiente que millones de
soldados”. Este poder de Isis para proteger a su pueblo y al mismo reino, está implícito en
el hecho de que su mayor templo-santuario estaba localizado en la Isla de Philae, en la
frontera septentrional de Egipto, para proteger desde allí al país de una invasión por el Sur,
el lugar más peligroso para el país en ese sentido.
Más adelante, con el transcurrir del tiempo Isis comenzó a apropiarse de los atributos
y los símbolos de otras diosas, notablemente los cuernos de la vaca y el disco solar de
Hathor. Simultáneamente, su culto ganó más y más prominencia durante el Nuevo Reino
(Witt 1997:14). En cuanto a la Isis de los mundos helenístico y romano, aunque portaba
muchos de los atributos del período más antiguo de Egipto, sufrió ajustes de su
personalidad para acondicionarla a llenar la necesidad de un tipo universal de diosa requerido
por un nuevo y complejo mundo de conquistas,
comercio e imperio, adquiriendo por ello muchas
características de otras diosas con objeto de alcanzar
esa universalidad (Egan 1990).
Las llamadas Dos Damas o Dos Amantes,
título que se refiere a la diosa Nekbet del Alto
Nilo (el Sur) y a la diosa Wadjet del Bajo Egipto
(el Norte), representan la unión de los dos
antiguos reinos de Egipto en el trono de un solo
faraón, y la unión del mundo divino y el soberano
sobre los dos reinos, Norte y Sur. Las dos

diosas, fueron combinadas en una sola,
enfatizando así de nuevo la unión del Bajo y el
Alto Egipto. La persistente presencia en las
representaciones pictóricas y en las imágenes de
un uraeus (una serpiente, generalmente cobra,
levantada de frente; otras veces enroscada, con
la cola dentro de la boca), junto con el milano real
volando sobre el rey o como sombrero o tocado
en la cabeza de la reina, son testimonios de la
importante presencia femenina en el reino.
Otra diosa de la soberanía en el antiguo Egipto
es Neith, cuyo nombre aparece como componente
de los nombres de las reinas más antiguas. En un
vaso de diorita con grabados que perteneció al
Faraón Ni-Netjer, que reinó al principio de la
Segunda Dinastía, aparece Neith en forma
antropomórfica con un ankh (símbolo egipcio de la
Vida) en su mano izquierda, y un was (báculo
imperial), signo de poder y soberanía, en la mano
derecha. La diosa se halla en posición de entregar al
rey los atributos divinos de vida y poder, un motivo
muy común en las representaciones e imágenes que
se conservan y que indica la relación entre los
faraones y las diosas (Hollis 2000:220).
Otra diosa-reina de la soberanía del
antiguo Egipto es Hathor, quien se apropió
de la personalidad de la antiquísima Vaca-
Diosa Bat, que fue en su época muy popular
y distinguida (Fischer 1962 y 1963). Hathor
aparece también en varias imágenes con la
figura de una cobra (Roberts 1997). Su
nombre, que se cree significa “Casa de
Horus”, y que se refiere al falcón-dios
Horus, la coloca en las alturas, como diosa
del cielo. Las representaciones
escultóricas más famosas del faraón al
lado de Hathor son los famosos “tríos”
de Menkaure, el faraón de la IV
Dinastía conocido en Occidente como
Mycerinus que edificó la menor de las
tres famosas pirámides de Giza en las
afueras de El Cairo. En cada uno de
estos tríos aparece el faraón en
compañía de Hathor y de una diosa
menor, local o territorial (Fig. 9). La diosa
aparece sentada y “protegiendo” con las
dos manos al faraón. La importante
posición de Hathor en la corte faraónica
es descrita en forma muy explícita en la
famosa narración que dejó Sinuhe, un
cortesano que tuvo que abandonar el
país tras la muerte de su protector el
Faraón Amenemhet I, XII Dinastía, ca.
1900 aC (Brünner 1955; Lichtheim 1973:
232). Tras conseguir grandes éxitos y
una gran fortuna en su exilio en Siria, un
nuevo faraón, Sesastris I, le envía una
carta invitándole a regresar. En ella le
dice que
Este cielo en el palacio (la reina) vive
Y continúa prosperando.
Su cabeza está adornada con el reino del
país;
Sushijosestánenelpalacio(Sinuhe B
185-186; Blackman 1972:32).
Este y otros detalles implican que la reina compartía el gobierno del reino y participaba
en el símbolo divino que legitimaba el poder de gobernar en el antiguo Egipto. Y además
de diosa de la soberanía, Hathor era también la diosa de los países extranjeros, de la
sexualidad, del amor, y de la
intoxicación alcohólica (Blackman
1972:32-36; Hollis 1997: passim;
Roberts 1997).
La India pre e indo-europea.
Además de la arriba citada Madhavi, en
la antigua India de antes y después de
la llegada de los pueblos indo-europeos
eran veneradas varias diosas de la
soberanía. Dos de las más famosas eran
Minatci y Sri Laksmi.
Minatci (Fig. 10) era una princesa de
la dinastía Pantiya del Sur de la India
nacida milagrosamente, que
eventualmente aparece como diosa.
Minatci, diosa de la soberanía y reina
conquistadora, posee aún hoy una tal
reputación que dos templos-catedrales
en su honor, uno en la ciudad de
Madurai en la India meridional, y otro
en Pearland, Texas, son visitados
anualmente por cientos de miles de fieles.
Al primero de ellos acuden diariamente
entre 10,000 y 20,000 peregrinos, y el
segundo sirve las necesidades
espirituales de la comunidad hindú del
Sur de Estados Unidos.
La reina-diosa Minatci es también
reverenciada bajo el nombre de Parvati, una diosa muy popular en toda la India. Otro de
sus nombres es el de Diosa con Ojos de Pez, que en el contexto hindú es un epíteto de
alabanza, ya que ojos grandes que no pestañean, con oscuras pupilas, como los de los
peces, son en la India considerados como un atributo de belleza femenina. Además, existen
implicaciones teológicas debidas a la metáfora que ensalza el vigilante cuidado con que
una madre-pez cuida a sus hijos (Brown 1947: 209-11). Los actos de celebración de la boda
de Minatci con el joven y apuesto rey, conocido como Cuntarecuvarar (El Bello Señor),
son realizados en un gran festival anual que sigue siendo uno de los más famosos y
populares en todo el Sur de India. Tras su matrimonio real, Minatci continúa sin embargo
siendo la más poderosa y capaz de los dos, ya que de hecho es ella la que gobierna (Daniel
1980: 71-73). En cuanto a sus antecedentes históricos, existen testimonios de que
Megasthenes, embajador de Grecia en el Norte de la India en el Siglo IV aC, informó a su
gobierno del acto de una princesa de Pandya que se casa con un dios (Dessigane,
Pattabiramín and Filliozat 1960: xii-xiii; Karavelane 1956: 7).
Sri Laksmi. El término hindú Sri puede ser traducido como majestad, prosperidad, lo
total o completo, buenos auspicios, abundancia, belleza, lo ilustre, y bienestar. Si se
considera el rol del reino en la sociedad hindú, no es sorpresa alguna el que esta institución
haya estado asociada desde sus comienzos con el concepto de Sri y con las bendiciones
de la diosa Sri-Laksmi. No podía haber
ni reino ni soberanía sin la previa
invocación a la diosa y su presencia
activa. Sri es una clase especial de
poderío, claramente distinto del
brahman (Gonda 1969:188). En algún
momento del final de la era védica, Sri,
el concepto de abundancia,
prosperidad y soberanía, se convirtió
en Sri, la diosa que encarna todas esas
cualidades (Fig. 11). En un amplio
sentido, se puede decir que Sri-Laksmi
manifiesta la prosperidad y la
abundancia de todas las cosas
buenas, asociadas con la imagen de
un juicioso y justo soberano. En las
tres representaciones iconográficas de
esta diosa, la simbología implícita en
las mismas indica específicamente su
íntima relación con el rey. La ilustración
presentada en la Fig. 11, lleva por título
Aisvaryalaksmi, o sea, “la Laksmi de
la soberanía”. Ella se ha acercado al
palacio real no solamente para aceptar
ofrendas sino también para añadir su
contribución a las mismas. Esto puede
verse en forma clara en su mano
derecha inferior, abierta en forma de
varadamudra (la postura de conferir regalos), de la que vierten monedas de oro en un
chorro perpetuo. Sus ricas vestiduras y ornamentos, y su corona, son símbolos de realeza,
y los elefantes a sus dos lados simbolizan las tormentas que proveen agua y riego a las
secas tierras.

considerada como “poseedora de Sri”, o “llena de Sri”, o srestha: “la mejor”, o “la más
bendita”. Estos términos son utilizados en los Vedas para describir al rey cuando éste
muestra que ha conseguido una debida abundancia de bienes materiales en su reino, lo
que constituye un signo de la presencia de Sri-Laksmi, el espíritu de la diosa. El rey es un
ser poderoso no simplemente debido a su status, sino también por ser un vehículo de Sri.
Él ha de vivir y actuar en todas las materias, públicas y privadas, de acuerdo con unas
normas y deberes muy estrictos conocidos como rayadharma , los deberes de un rey
(Kane 1941: passim). En circunstancias normales, el rey, siempre que observe y cumpla los
preceptos arriba indicados, puede gozar de las bendiciones de Sri-Laksmi, quién ha sido
descrita como “residiendo en el soberano” (Kalidasa-Raghuvamsá 3, 36 y 4, 14). Mas la
diosa, además de la atribución de poder conferir soberanía, puede también retirar a un rey
su facultad de reinar. Un pasaje del Mahabharata indica como Prahlada pierde su reino y
la soberanía al serle ésta retirada por Sri. La diosa se traslada a vivir en Indra (o Sakra),
privando de la soberanía a Parlada
para conferírsela a un nuevo
soberano (Mahabharata 12: 124.
54-58). Cuando le es conferida la
soberanía a un rey, o éste es
privado de la misma, ello tiene lugar
en la forma de Sri. Sri es la que la
que determina donde o en quien
han de residir las cualidades
reales. El éxito de un rey, como Sri
le indicó a Prahlada, es el resultado
de su propia sila, o virtud. Si
cultiva las nobles cualidades que
residen en su interior, el monarca
atrae la atención y la bendición de
Sr-Laksmi, que le concede la
soberanía del reino. Si por el
contrario no se comporta de la
manera adecuada, pierde estas
atribuciones. Estos hechos
recuerdan claramente y presentan
claras analogías con los del mismo
tipo descritos entre los celtasirlandeses,
donde un rey, para
poder seguirlo siendo ha de ser justo y honesto en sus decisiones, ya que si no es así la
diosa-reina, como en el caso de Medb, le puede retirar la soberanía para conferírsela a un
nuevo monarca.
Para finalizar este apartado, se ha de señalar que Sri-Laksmi es quien selecciona su
consorte nupcial tras efectuar las ceremonias del svayamvara, en las que la novia escoge
el futuro esposo a su gusto (Hiltebeitel 1976: 150-56). De este modo fue como la princesa
Demayanti escogió a su esposo, en lugar de hacerlo por medio de un matrimonio arreglado
entre los familiares de los novios (Collins 2000: 63). Durante los diversos y elaborados
rituales de la ceremonia de coronación, el acto está acompañado de oraciones y mantras
que articulan el establecimiento de Sri. Una vez entronizado, el rey se sienta en su trono,
que es considerado como un repositorio de Sri (Gonda 1969: 188).

extraño origen. El Oeste de su nombre se refiere a la dirección geográfica occidental, que
en la tradición de la antigua China está asociada a la muerte, el mundo de los espíritus, y
entre otras cosas los tigres. Esta diosa es la más antigua de China, ya que existen oráculos
inscritos en hueso que datan de 1,500 aC que registran sacrificios realizados a una “Madre
del Oeste”. Aún hoy, continúa guiando a sus fieles bajo el nombre de Dorada Madre del
Estanque de Color Turquesa. En la arcaica literatura china y los textos religiosos abundan
las referencias a esta diosa, que está también representada regularmente en el arte pictórico
y mencionada en muchas inscripciones. Textos arcaicos y de la Edad Media, y
representaciones en imágenes acompañadas de texto la muestran como poseedora del
poder de proteger o destruir a un rey: ella es la que controlaba el acceso a la inmortalidad
y la comunicación con el mundo de los espíritus, y ella visitaba regularmente a los
Emperadores de China. Son muy abundantes las imágenes de la misma, en especial las que
datan del período de la dinastía Han (206 aC-220 dC). En una de ellas, procedente de la
provincia de Szechwan en el SE de China, aparece esta diosa vestida con ropas chinas y
sentada en un trono formado por un dragón y un tigre que simbolizan yin y yang (Fig. 12).
Su rol más importante era el de proveer legitimidad a los diversos emperadores de China.
Escrituras daoistas y textos de la literatura Tang indican como la Reina Madre imparte a los
monarcas legendarios más antiguos, como el “Emperador Amarillo” y “Shun”, poderes
que les autorizan a gobernar. Emperadores de la era histórica tales como Zhou Muwang y
Han Wudi se reúnen con la Diosa Madre y le ofrecen devoción, y la diosa, a cambio,
reconoce sus reinados como legítimos (Quan Tangshi 1967; Cahill 1993).
Japón. La Gran Diosa Amaterasu (Amaterasu Omikami) ha sido santificada durante
más de 1,300 años como la diosa de soberanía del Japón. Esta santificación es expresada
en dos formas o maneras principales: primeramente, la obligación de asegurarse de que
cada emperador del Japón es una persona nacida en una línea de descendencia “directa y
no interrumpida” de la Gran Diosa; y en segundo lugar, asegurándose también de que
cada ocupante del trono japonés ha de celebrar una Gran Ceremonia de Entronización en
la cual el espíritu de la Gran Diosa penetra en el cuerpo de ese ocupante y lo convierte en
el sagrado soberano del Japón. Esta relación entre el rey del Japón y la Gran Diosa ha sido
santificada más aún varias veces al año a través de los siglos, por medio de rituales
mantenidos en la Corte Imperial, en el Gran Santuario Ise (conocido vulgarmente como La
Meca del Japón), y en miles de otros santuarios a lo largo de los archipiélagos del país.
Estos lazos espirituales entre la diosa y el rey han sido también afirmados y reafirmados en
crónicas históricas, novelas con fondo histórico, poemas, obras de teatro y de arte pictórico,
y últimamente a través de los modernos medios de comunicación de masas. Todas estas
afirmaciones tienen su origen en la creencia en los mitos acerca de Amaterasu recogidos
en la crónica más antigua existente en Japón (el Kojiki), que fue producida en respuesta a
un edicto promulgado por el Emperador Temmu (fallecido en 686). Temmu proclamó que
los “arcaicos orígenes” de la línea imperial deben ser preservados por el hecho de que ellos
revelan “el marco en que se basa el estado y la fundación de soberanía” (Kojiki 1959: 10.3).
Africa. En la religión y la mitología de los pueblos Yoruba de Nigeria aparecen varias
y distinguidas diosas de la soberanía. Òsun, la bella diosa riverina de Nigeria, representa
muchos roles, y entre ellos sobresalen los de salvar y proteger a sus gentes. Su papel más
destacado y distinguido es no obstante el de conferir atributos de soberanía al rey o
soberano local, el Oba. Más aún, Òsun es quizá la más importante de las varias diosas de
los pueblos Yoruba conectadas con los reyezuelos locales de los diversos pueblos y
ciudades por donde discurre el Río Òsun que lleva su nombre (Bádejé 1996).
El festival anual en honor a Òsun sirve para reverenciar a la diosa y recrear la mitología
de la comunidad Yoruba. Òsun es la portadora de la ideología y los valores de su pueblo,
y responsable de dar protección a su rey (Frankfurter 1983:31). Uno de los componentes
más importantes de este rito anual es el “encuentro” sexual del Àtaója, o reyezuelo local,
con una joven doncella que ha sido seleccionada para representar a esta diosa, en una
playa situada en los bancos del río que lleva su nombre. Con este acto y los
correspondientes sacrificios el régulo es legitimado en su posición real (Ogungbile 1998:75).
En todo esto existen claros paralelos y analogías con las mitologías de pueblos indo
europeos como los celtas de Irlanda y los de Irán e India: entre Òsun y la diosa céltica
Boann, y las diosas riverinas Anahita de Irán y Sarasvati de la India; y en el hecho de que
en todos esos lugares un rey necesitaba recibir legitimación en su cargo mediante un coito
ritual con la diosa.
La diosa Púpùpú es la heroína cultural y la fundadora de Ondó, una antigua ciudadestado
de los numerosos ciudadanos Yorubas (que son actualmente más de treinta
millones). En la mitología Yoruba, Púpùpú fue una reina extraordinaria que diseñó los
derechos y privilegios del Oba, y por ello es acreditada con el establecimiento y legitimación
de la realeza en el país (Okonjo 1976; Olúpònà 1991).
Otra diosa de la soberanía entre los Yorubas es Òrosèn, una reina acaudalada y una
mujer de gran belleza, esposa de Olówò Rérengèjen en el antiguo reino de Òwò; antes de
ese matrimonio, esta diosa/reina “había desposado ya a muchos reyes” (Abíódún 1998:101).
Este hecho muestra la estrecha semejanza con la arriba citada diosa céltico-irlandesa
Medb, que tuvo como esposos a un alto número de maridos que gracias a este matrimonio
fueron aceptados como reyes.
LAS DIOSAS DE LOS ANTIGUOS PUEBLOS INDO-EUROPEOS
Los indo-europeos vivían en pequeñas unidades patri-lineales, estratificadas
socialmente de acuerdo a las funciones desarrolladas por los hombres en esas sociedades.
La sociedad era patriarcal, debido en parte al alto status de los guerreros que constituían
la segunda clase o estado en el sistema social tripartito de esos pueblos desarrollado por
el erudito francés Georges Dumézil y sus seguidores, quienes dividieron la sociedad indoeuropea
en tres niveles funcionales, reflejados en sus cultos religiosos y en la mitología.
La primera clase o función incluía a los líderes, sacerdotes, jueces y legisladores; la segunda
función era la de los guerreros; y la tercera o proveedora de sustento y nutrición, estaba
formada por los campesinos, los artesanos y las mujeres (Dumézil 1958a; Littleton 1973).
Estas tres funciones tenían un eco en los panteones religiosos de los indo-europeos.
Aunque en estos panteones dominaban las divinidades masculinas, algo natural en una
sociedad patriarcal, las diosas servían en muchas ocasiones diversas funciones en lugar
de limitarse a las propias de la tercera función. Existían así diosas tri- o transfuncionales
que realizaban la función del sacerdote, proveían fuerza y energía a los guerreros o eran
ellas mismas guerreras y diosas de la guerra, y actuaban también como suministradoras de
nutrición (Dexter 1990: 35).
Muy pocas diosas pueden ser clasificadas como netamente indo-europeas, ya que
estos pueblos, como tantos otros, adoptaron divinidades de pueblos y territorios vecinos.
Las diosas que pueden ser consideradas como definitivamente indo-europeas han sido
identificadas con base en dos criterios: 1) correlación lingüística, o lo que es lo mismo, con
base en nombres cognáticos; y 2) mediante comparación, al haberse hallado similitudes
en las mitologías de dos o más pueblos indo-europeos. En todo caso, es conveniente
indicar que los indo-europeos veneraban predominantemente dioses masculinos, y las
divinidades femeninas que preponderaban en la Europa del Neolítico y en regiones asiáticas
como Irán o India, perdieron gran parte de su importancia con la llegada de esos pueblos
como conquistadores. Un ejemplo claro de esto es la propia Península Ibérica, donde se
han hallado los testimonios más claros y extensos del culto al pan-Céltico dios Lug de
todo el Continente. Entre esos testimonios están los topónimos derivados de ese teónimo,
siendo el más destacado Lucus Augusti (Lugo), urbe
que los romanos edificaron sobre un pequeño

de Lug probablemente allí existente a su llegada, o
un bosquecillo sagrado y lugar de culto al céltico
dios. También existen antropónimos relacionados
con ese teónimo, y derivados de Lug como
gentilicios. En cuanto a los testimonios epigráficos
alusivos a Lug de la Península Ibérica, éstos han
sido hallados principalmente en los altos valles del
Duero y del Turia (regiones Celtíberas), y en la
provincia de Lugo, donde se han documentado tres
(Olivares Pedreño 2002: 203-18). Otros importantes
testimonios son una figura antropomórfica hallada
en el santuario de Peñalba de Villastar, Teruel (Figs.
13 y 14), (Marco Simón 1986), y una dedicación a los
Lugoues realizada por un gremio de zapateros en
una inscripción hallada en Osma, Soria (Jimeno 1980:
38-40, no. 22).
A diferencia de esa preponderancia masculina,
en la Europa del Neolítico, según algunos autores,
el componente principal de la religión de sus
habitantes pre-indoeuropeos pudiera haber estado
formado por diosas en lugar de dioses: el número de
figurillas femeninas que se han excavado hasta el
día de hoy en esa extensa región es veinte veces
mayor que el de figurillas masculinas (Gimbutas
1982:13), y en el otro extremo del mundo, las
excavaciones arqueológicas realizadas en la India
en Mohenjo-Daro y en Harappa (en la región habitada
por pueblos anteriores a los indo-europeos) han
revelado también una gran preponderancia de figurillas femeninas (Mackay 1948:53;
Dexter 1990:76).
Como final, es necesario incluir aquí el hecho de que también en la Península Ibérica
han sido detectadas evidentes señales de culto a un número de diosas Indo-Europeas y
sobre todo Célticas. Entre ellas se pueden destacar las numerosas diosas acuáticas que
patrocinaban los manantiales, fuentes, arroyos, y otros cursos de agua sagrados, cuyos
nombres, con la excepción de Navia, no han llegado a nosotros, pero cuya presencia ha
quedado reflejada en la Mitología, el folklore y las leyendas y costumbres populares de
muchas regiones, especialmente las del NO peninsular (Alberro 2000, 2001, 2002, 2003,
2004: passim). La mítica Brigantia, que dió nombre a la sede principal de los celtas goidélicos
o milesianos que moraban en Galicia, hoy Á Coruña (Fig. 15). Coventina, venerada en los
antiguos territorios célticos de las inmediaciones del Muro de Adriano entre Inglaterra y
Escocia (Figs. 16, 17) y en Narbonne, en las antiguas Galias (Allason-Jones and Mac Kay
1985; Allason-Jones 1996; Collingwood and Wright, 1965), y probablemente también en
Galicia, donde se han hallado tres aras con inscripciones que varios autores identifican
como dirigidas a esta diosa (Monteagudo 1947:68-74; Lambrino 1953, Blázquez 1962: 66,
191 y 1972; Acuña Castroviejo 1969-70; Ares Vázquez, 1967; Bermejo Barrera 1986: 145-
46), aunque algunos autores posteriores, sin testimonios ni razones demasiado
convincentes, las adscriben a un dios masculino, Cohue (Prósper 1997: 288ss; Olivares
Pedreño 2002: 235, Nota 734). Otras diosas identificadas por epígrafes hallados en Galicia
y Norte de Portugal son Abne o Abnai, Frouida, Ocaere, Calaicia, Proinetia, y Poemana,
aunque en algunas de ellas las lecturas son en cierto modo dudosas debido a la mala
calidad del material sobreviviente.
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