martes, 2 de abril de 2019

Hablemos de trasgos

De duendes y trasgos,
muchedumbre vana,
se agita y se afana
en pos de su Señor.
JOSÉ DE ESPRONCEDA:
Poesías

Entre los muchos seres mágicos que se manifiestan en nuestro mundo, ninguno
hay que haya soportado mejor el paso del tiempo y la evolución tecnológica de
los humanos como los trasgos. Quizás el motivo se encuentra en su carácter familiar,
al tratarse de seres habituados al contacto con el hombre y que habitan en su propia
casa. Por esta razón, la palabra Trasgo se hace sinónima de duende en muchas partes
de España, sobre todo en Castilla.
Antonio de Torquemada, en su Jardín de flores curiosas (1570), dedica un
coloquio, el tercero, a «fantasmas, visiones, trasgos, encantadores, hechiceras, brujas,
relatadores, con algunos cuentos de cosas acaecidas y otras cosas curiosas y
apacibles», donde escribe que los trasgos no son otra cosa que unos «demonios más
familiares y domésticos que los otros, los cuales, por algunas causas o razones a
nosotros ignotas, perseveran y están más continuamente en unas partes que en otras;
y así parece que algunos no salen de algunas casas, como si las tuviesen por sus
propias moradas y se dan a sentir en ellas con algunos estruendos y regocijos y con
muchas burlas sin hacer daño ninguno». Y más adelante: «Que aunque yo no daré
testimonio de haberlos visto he oído decir a muchas personas de crédito que los oyen
tañer con guitarras y con cascabeles y que muchas veces responden a los que los
llaman y hablan con algunas señales y risas y golpes». Como podemos ver, aunque no
estemos de acuerdo en cuanto a considerados demonios, Torquemada describe a la
perfección lo que hace un Trasgo y su vinculación especial a determinadas casas de
los humanos.
Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611), nos
proporciona esta definición de trasgo: «El espíritu malo que toma alguna figura, o
humana o la de algún bruto, como es el cabrón». Buscando el origen de la palabra
Trasgo, la encuentra derivada de la latina transvertere, por ser el oficio del trasgo el
cambiar y trastornar todas las cosas. Sin embargo, Corominas, en su Breve
diccionario etimológico, dice que probablemente derive del verbo trasguear… «hacer
travesuras».
En realidad, hay una gran variedad de trasgos, formando una de las familias más
numerosas del grupo de los duendes domésticos. Están extendidos por todo el
occidente de Europa, y en España los encontramos en su variante doméstica, tanto
benéfica como maléfica. En el campo y en las afueras de los hogares han sido
desplazados por otros elementales parientes suyos, como enanos, busgosos,
tentirrujos, diablos burlones, etcétera.
Los trasgos son conocidos en Europa con nombres muy variados, que dependen
del país, región o incluso comarca. Así, en España aparecen como trasgos en
Cantabria, La Rioja, Castilla, Asturias y norte de León; trasnos en Galicia, trastolillos
en Cantabria y tardos en Galicia y Castilla. En cualquier caso, presentan múltiples
variedades entre ellos.
Son seres de pequeño tamaño (entre los 40 y 80 cm de altura), traviesos,
juguetones, con piel de coloración oscura o marrón y que, tocados con gorros
generalmente rojos, visten blusas de bayeta del mismo color. Sus ojos son negros y
brillantes, con uñas en las manos, provistos de pequeños cuernos y rabo. Es frecuente
que tengan un agujero en la mano izquierda y que sean cojos. Su relación con
nosotros se suele limitar a la pura y simple travesura, y les gusta actuar en solitario.
Cuando un trasgo se instala en una casa, lo primero que hace es empezar a
explorar su nuevo hábitat. Le fascinan dos lugares especialmente, las cuadras y las
cocinas. En el primero no hay nada que le divierta más que molestar al ganado, y en
la cocina revuelve y rompe todo lo que encuentra. Sucio por naturaleza, le encanta
revolcarse en el estiércol y limpiarse el trasero con la leche de las vacas en cuanto sus
dueños se descuidan. Sin embargo, en determinadas circunstancias, llega a tomar
cariño a los habitantes de la casa, por lo que se conocen casos de trasgos que ayudan
en las labores del hogar, ya sea limpiando platos, barriendo u ordenando las cosas.
En la vida del Lazarillo de Tormes, se dice del clérigo avaro que andaba de noche
«hecho trasgo», frase utilizada en el siglo XVII en el sentido de revolver todo por la
noche y de estar inquieto; así, en el entremés del Celoso extremeño, de Cervantes,
exclama la criada Cristina de su amo que «toda la noche anda como trasgo por toda la
casa».
Una de sus costumbres favoritas y más estúpidas, como iremos viendo, es la de
recoger Y contar los granos de maíz, linaza o mijo que encuentre desparramados.
Esto es bueno para los habitantes de una casa que le quieran echar y es de un
resultado fulminante, tanto si el trasgo tiene la mano izquierda agujereada como si
no:
Si es un trasgo con agujero o «furacu», por el mismo se le irán cayendo todos los granos de cereal a la
vez que los está contando, con lo cual nunca terminará el recuento y se irá.
Respecto al trasgo que no tiene agujero en la mano, esta aparente ventaja la compensa con creces por el
hecho de que sólo sabe contar hasta cien o diez o dos, según versiones, así que se equivocará de forma
irremediable cuando pase de esa cifra, volviendo a contar de nuevo, hasta que se aburre, por lo que
nunca vuelve a aparecer por esa casa.
El motivo que le obliga a realizar con tesón tan inútil tarea es su pasión —casi
enfermiza— por el orden.
Aunque, si profundizamos más, parece ser que el motivo, en tiempos más lejanos,
era otro. Recordemos —como así lo hace Constantino Cabal— que los romanos
echaban a los muertos habas negras, ya que las habas, el maíz o el mijo era lo que
primitivamente se daba a los mismos para «matarles» el hambre, y los muertos que
no tienen hambre no dañan a los vivos. En Ibiza, por ejemplo, en la noche del Día de
Difuntos, se dejaban, en otros tiempos, frutas desgranadas y una luz encendida toda la
noche, por si los fallecidos de la casa tenían hambre.
TRASGO versus DIAÑO
El trasgo, en general, campea a sus anchas principalmente en dos espacios
geográficos: en las casas humanas y en los caminos.
En esta obra vamos a mostrar únicamente el trasgo casero y juguetón como
representante de los denominados «duendes domésticos», y hemos recogido
preferentemente las leyendas que ubican su campo de acción en el interior de los
hogares, porque respecto de las apariciones que hace en los caminos, el trasgo se
comporta como un verdadero «diaño burlón», si es que no es el mismo, pues a
diferencia de sus actividades en las casas, donde prefiere adoptar la forma humana, en
los caminos y montes adopta la forma animalesca, bien sea de carnero, de oveja o de
cualquier otro bicho que en un principio no dé motivos de sospecha, aunque más
tarde se comporte de la manera más extraña que uno se pueda imaginar. Desde el
momento que circunscribe su campo de acción al exterior de las casas, no lo vamos a
tratar aquí, sino que será objeto de estudio en otra obra, dejando constancia tan sólo
de que los trasgos domésticos (tal como son conocidos en España) son descendientes
directos de los «elementales de los bosques», y esto se aprecia por el hecho evidente
de conservar como pedigrí ciertos signos distintivos como son los cuernos, el rabo, el
cuerpo velloso, sus inclinaciones hacia el sexo femenino…, representando el «diaño»
el eslabón entre los tradicionales faunos y sátiros y el duende doméstico, ya que tanto
trasgos como follets se dan preferentemente en aquellas zonas donde antiguamente se
ubicaron estos seres mitológicos, como los Busgosos en Asturias, el Tentiruja en
Cantabria, el Feram en Cataluña, etcétera.
Por todo lo cual, no debe extrañamos que la frontera que separa al diaño burlón
del trasgo sea tan difusa que en muchos lugares les consideran el mismo personaje
con distinto nombre; así ocurre en Galicia, donde al lado del trasno está el «diaño
burleiro», o en Asturias, donde las fechorías del trasgu y del diaño se funden de
continuo, o en Cantabria, donde sus trasgos son tan silvestres que actúan con igual
frecuencia dentro como fuera de las casas, y lo mismo ocurre en Castilla y León.
Nosotros sí marcamos esa diferencia, y aunque en las zonas mencionadas no se
atengan a una nomenclatura clarificadora, lo cierto es que hay pruebas suficientes
para distinguir a unos de otros, a pesar de que su parentesco es tan estrecho que
realmente sospechamos que se trata del mismo ser con el matiz reseñado
anteriormente, es decir, su tendencia a los transformismos animalescos, a ser
considerados físicamente como demonios y desarrollando sus actividades en el
exterior de las casas. Al trasno en algunas ocasiones se le denomina «domo», no
siendo el diaño tan inofensivo como el trasgo, pues muchas veces sus víctimas sufren
auténticas agresiones físicas. Es frecuente encontrarlo como un carnero abandonado,
un corderillo mal herido, un asno o caballo oportuno, apetitoso para ser montado,
etc., dispuesto a que si el hombre o mujer que circunstancialmente pase por allí —
sobre todo después de una romería— logra «picar» se encuentre en casi todos los
casos burlado con los más diversos sistemas: si es un cordero o carnero que quiere
llevárselo a su casa, lo fastidiará orinándole sobre la espalda o haciéndose cada vez
más pesado o no siendo capaz de matarlo; si se trata de una ternera o vaca,
extraviándose ésta y haciendo extraviar a su dueño; si de un niño pequeño y llorón se
trata, al final soltando una fuerte carcajada cuando ve desnuda a su benefactora; si se
trata de una cabalgadura, en el momento que lo monta arrojándole al río… y así una
tras otra.
Éste es el diaño burlón, cuyos dominios son los caminos, los montes, los ríos, los
bosques…, pero que cuando traspasa los límites de un determinado pueblo y se
inmiscuye en una vivienda humana se convierte en un trasgo de tomo y lomo, con
todas sus consecuencias.
Es cierto que encontramos a muchos trasgos en los alrededores de una casa,
tirando piedras a los transeúntes, o deshaciendo la labor que el campesino ya había
realizado; o en las cuadras, trenzando caprichosamente las crines de los caballos; o en
el molino, jugando con la harina o en un bosquecillo, cortando las ramas de los
árboles que a la mañana siguiente resultan estar intactas, y en todos estos casos cabría
preguntarse ¿se trata de trasgos o de diaños? Desde el momento que el diaño gusta de
manifestarse en la forma que hemos dicho, todo aquello que salga de dicha conducta
es factible atribuido a los trasgos, y por esta razón aparecerán en este libro casos en
que la labor de estos seres se desarrolla en las cercanías de una vivienda y no
propiamente en su interior.
Para la investigadora María del Mar Llinares, refiriéndose al trasno gallego, la
lección que quiere dar a los humanos es clara: el hombre tiene sus limitaciones y no
debe sobrepasadas en ningún sentido, ni queriendo hacer el mundo según sus deseos
(= poner orden), ni queriendo saber demasiado (= «deixa a noite para que né»), ni
queriendo apoderarse de lo que no es suyo.
EL TRASGU ASTURIANO
Aspecto y costumbres
Existen innumerables descripciones de los trasgos, pues antaño era rara la familia
asturiana que no conociera alguna historia protagonizada por estos incómodos
hombrecillos. Según parece, el trasgu es pequeño, enano, de no más de ochenta
centímetros de altura, tiene la piel negra u oscura, las piernas torcidas, con grandes
uñas en las manos, la boca descomunal, la nariz aplastada, los ojos brillantes,
coronado con pequeños cuernos y en posesión de rabo. Es muy delgado y cojo, lo
cual no le impide moverse con una rapidez asombrosa, ya que es enormemente ágil y
puede dar prodigiosos saltos, gozando de una impresionante flexibilidad. Su rostro
tiene, la mayoría de las veces, una expresión burlona, que puede transformarse en
colérica cuando algo le ofende o incómoda.
Respecto a su vestimenta, ésta se compone de una blusa roja y de una gorra de
idéntico color.
En Asturias, cada aldea puede llegar a albergar hasta una decena de rasgos, lo que
demuestra lo ampliamente extendidos que se encuentran. En cuanto a sus costumbres,
son las ordinarias de toda la familia de los duendes, si bien tienen una característica
obsesión: no soportan que el fuego del hogar en el que se asientan esté apagado. Sus
lugares favoritos son el desván, la cuadra o la cocina, pero eso no quiere decir que
vivan en ellos, sino que es allí donde más se les suele ver, por ser el «campo de
operaciones» favorito de sus trastadas.
En cuanto a su naturaleza, el trasgu es una especie de diablillo cojo que tiene un
agujero, «furacu», en la palma de su mano izquierda. En Portugal, al trasgo se le
llama «strago» o «demonio da mao furada».
Recordemos, respecto a su cojera, la novela satírica El diablo cojuelo (1641), de
Luis Veléz de Guevara, en la cual don Cleofás, el protagonista, lo descubrió dentro de
una redoma de astrólogo. No nos extrañaría que el escritor ecijano se hubiese
inspirado en los mitos asturianos sobre los «trasgos» y los «familiares» para
completar los rasgos de su personaje. El diablo cojuelo es muy utilizado en los
conjuros de los hechiceros, siendo mencionado por vez primera en el siglo XIII, en la
obra Virgilis Corduberius Philosophia, gozando de gran simpatía y popularidad y
considerado el más listo, gracioso y veloz, razón por la cual se contaba con él en
todos los rituales de magia.
El poeta asturiano Francisco González Prieto describió de esta manera al trasgu:
Y era un pequeñacu churrumbelu
Chanceru y feu pero coxicaba,
y los cuernos y el rau se tapaba con un gorrete…
Trasgu
Con su gorra roja y su famoso agujero, «furacu», en la palma de la mano izquierda, el trasgu asturiano, negruzco,
enano y feo, es uno de los más conocidos duendes domésticos. Por otra parte, aunque los trasgos no se
caracterizan por su inteligencia, el trasgu se lleva la palma, nunca mejor dicho.

Sus muchos nombres
No siempre se le llama trasgu, dependiendo tal consideración de los lugares
geográficos donde sea visto.
En algunas poblaciones, como en Boal, al trasgu se le llama «Cornín»,
precisamente en referencia a sus pequeños cuernos. Luciano Castañón asegura que
también se le puede denominar trasno (como en Galicia), y así es conocido en el
concejo de El Franco, donde se reza esta particular oración:
San Antón y San Froilán
prende el lobo y ceiba el can;
San Antolín el Paduano,
Petcha a porta qu’entra el trasno.
Con el nombre de «Diablu burlón» o «Diañu burlón» lo denominan en otras
poblaciones, término con el que nosotros no estamos totalmente de acuerdo, ya que
su personalidad es muy diferente a la de los duendes, encuadrándose más bien, en el
grupo de los «elementales de los bosques», que aún permanecen en este hábitat, pues,
recordemos, el duende doméstico originariamente procede de esta familia, si bien en
una época remota decidió frecuentar y acomodarse en las casas humanas, rodeadas a
ser posible de frondosa vegetación, haciendo incursiones dentro y fuera de ellas.
En otras zonas son conocidos también como «gorros coloraus», porque llevan una
caperuza o gorro rojo, y existe una frase tradicional que afirma: «Es más enredón que
el del gorru colorau», referido a un niño sumamente revoltoso. Al trasgu, en la parte
de Navia, le llaman «Pisadiel de la mao furada» o «Pisadiel, el de la man furá», por el
agujero que tiene en la palma de la mano izquierda, y en la zona occidental con el
extraño nombre de «Xuan dos camíos». En algunas poblaciones de Laviana le llaman
«Meque», y, si algún niño es particularmente revoltoso, no es extraño que le digan:
«Esti guaje ye más traviesu qu’el mequi».
Por último, en ciertos relatos no utilizan la palabra trasgu, sino la más usual de
«duende», sobre todo cuando éste hace sus travesuras en lugares más urbanos, con
mayor población, así como en casas más señoriales y alejadas de ambientes naturales.
Cosas de duendes, que no de trasgos
El folclore astur es muy agradecido a la hora de encontrar referencias sobre duendes
y trasgos pues levantas una piedra y encuentras uno, entras en una casa y encuentras
dos.
Están tan familiarizados los asturianos con ellos que existe un dicho popular, no
exento de gracia, que refleja esta confianza:
«La casa se vende con todo y con duende».
Ya dejó escrito Jove y Bravo, en su Asturias (1897), que «hay en el hogar otros
muchos espíritus ligeros. Los duendes innominados, que unas veces se distraen en
amedrentar a los moradores de la casa arrastrando sendas cadenas por el pavimento…
otros, haciendo rechinar sobre sus enmohecidos goznes las puertas de las cuadras o
cerrando de golpe las maderas de los ventanales del desván».
Nos cuenta Aurelio de Llano una Vieja historia ocurrida en el Palacio de
Rozadiella, cerca de Cangas de Tineo, en el que no se podía vivir por culpa de un
duende. Cuando sus habitantes decidieron largarse de allí, cargando sus enseres en
varios carros, alguien vio que con ellos también se mudaba el duende.
—¿Dónde vas? —le preguntó el carretero.
—Ya que todos vais,
de casa mudada,
también yo me mudo
con mi gorra encarnada.
En el edificio ovetense de la Real Audiencia, en la calle de Cimadevilla, había un
duende, allá por mediados del siglo XIX, que le daba por tirar de las togas y de los
pies de los magistrados cuando éstos dormían en los tribunales.
En la posada que hubo en la calle de la Rúa, contigua al palacio del marqués de
Santa Cruz, era fama que existía, hacia 1840, un duende que inspiraba pesadillas a los
huéspedes, presentándose ante ellos en forma de enanillo calzado con grandes
espuelas con las que propinaba espolonazos en las nalgas de los durmientes. Este
hecho dio lugar a denuncias, chistes, sobresaltos y artículos humorísticos en la prensa
local.
El padre Feijoo relata, en su Teatro crítico universal, un suceso acaecido en el
pueblo de Llanes, donde «corrió uno de estos años pasados por indubitable la
existencia de un duende, gran enredador, que se decía infestaba continuamente una de
las casas de aquella villa». Como no podía Ser menos, Feijoo cita este caso, no para
demostrar la existencia de estos diminutos seres, sino para todo lo contrario, ya que
acaba diciendo que después «por muchos y segurísimos informes se supo que el
duende había salido fingido y que dos muchachas, con un enredillo bien poco
artificioso, habían puesto a todo el pueblo en aquella creencia».
Formas de echar al trasgu
En Asturias conocen tres métodos de actuación cuando la presencia del trasgu
empieza a ser demasiado molesta, sabiendo ya de antemano que mudarse de casa,
como hemos visto, no sirve para nada, y además porque así es como los trasgos se
han ido extendiendo por casi toda España. Estos tres «trucos» son sendos retos que se
le hacen, pues es creencia generalizada que el trasgu piensa que sabe hacerla todo y
acepta cualquier tarea antes de medir bien sus consecuencias:
1. Traer un «paxu» (cesta plana de castaño) lleno de agua del mar, puesto que, evidentemente, le es
imposible hacerlo al derramarse el agua por los innumerables orificios que tiene.
2. Coger del suelo medio copín de linaza, puesto que, conforme la va recogiendo, se le vuelve a caer por el
agujero que tiene en la palma de la mano izquierda. También sirve el alpiste, maíz, centeno, mijo o trigo.
3. Poner blanca una pelleja de carnero negro, pues cuando la lleva de río en río, restregándola contra las
piedras, canta:
Aunque gaste más jabón
que hay de Madrid a Valencia,
no se me ha de poner blanco
este pellejo o pelleja
Como se puede ver, el trasgu es incapaz de hacer ninguna de estas tres cosas, y
cuando comprueba que es imposible se irá humillado de la casa para siempre. Pero
conocemos, por lo menos, un caso de un trasgu que, cuando vio desparramado por la
puerta del molino los granos de linaza, exclamó:
¿Crees que lo voy a apañar?
¡Pues ya puedes esperar!…
Y no contó la linaza, lo que demuestra que éste, en concreto, o bien no era un
Trasgo o bien no era tan bobo.
La glotonería del trasgu
Se sabe que el trasgu es muy comilón y excesivamente goloso, por lo que le gusta
robar dulces caseros para luego comérselos a sus anchas en su escondida guarida.
Debido a su ciega glotonería se le podía engañar fácilmente, y abundan los relatos en
que sale mal parado de esas incursiones en busca de tortas y postres.
Por si no ha quedado claro que este duendecillo no siempre es muy listo ni muy
inteligente, recogemos aquí una leyenda, donde asimismo se ponen de manifiesto sus
fabulosas dotes de observador.
Vivía en Duyos, concejo de Caravia (Asturias), un matrimonio sin hijos. En las
noches de invierno, después de tomar la cena, el marido se iba de tertulia a casa de un
vecino, y mientras tanto su mujer amasaba una torta y la ponía a cocer en la lumbre.
Cuando la torta estaba en su punto de cocción, el trasgu bajaba por las
«calamiyeres» (cadena que servía para sostener sobre el fuego potes y calderas),
cogía la torta y marchaba diciendo:
—¡Ja, ja, ja que te la llevé!
Y esto ocurría una y otra noche sin que la mujer, por miedo, se atreviera a decirle nada al bromista,
hasta que se puso de acuerdo con su marido para que, éste se quedara hilando una noche, vestido con la
ropa de ella, y colocara una piedra en el llar en vez de la habitual torta.
A la hora acostumbrada, asomóse el trasgu a la baranda de la cuña y quedó bastante perplejo al ver que
la hilandera tenía barba. Sin atreverse a entrar, dijo:
—¡Oye! ¿Tienes barbas e hilas?
—¡Sí!
—¿Quieres que coja la torta?
—Cógela si quieres.
Entonces el trasgu bajó muy contento pero, no percatándose del cambiazo, en vez de la torta cogió la
piedra al rojo vivo, soltándola al instante, y soplando las manos subió por las «calamiyeres», diciendo:
—¡Ux, que mi queimé!
Las risotadas del matrimonio fueron tan sonoras que el trasgu no volvió a
aparecer nunca más por ese hogar.
Relato similar se cuenta también en la localidad de Cortes (concejo de Salas).
El Sumicio
En Asturias nos encontramos también con una variante del trasgu, extremadamente
escurridizo llamado Sumicio. Su nombre indica su profesión, ya que tiene su origen
en «sumere», cuyo significado es coger, adquirir, apropiarse, y eso es a lo que dedica
su tiempo libre, salvo cuando duerme. Principalmente se complace en hacer
desaparecer aquel objeto que se acaba de depositar sobre la mesa, y en el momento
preciso en el que desea utilizarse. En la zona occidental de Asturias se suele usar la
maldición que, dirigida a alguien, dice: «¡Mal sumiciu lo suma!».

Sumiciu
Este pequeño duende cleptómano es un verdadero incordio para todos aquellos que tienen la desgracia de
encontrarse en su radio de acción. La escasez de leyendas sobre su existencia se debe, con toda seguridad, a su
habilidad para escabullirse de las miradas de los hombres y, sobre todo, a que, al ser un ladronzuelo, actúa con
nocturnidad y alevosía cuando comete sus fechorías.
No abundan las leyendas que tengan como protagonista a este duendecillo.
Para Aurelio de Llano no hay ninguna discusión: «También han querido elevar a
la categoría de ente mitológico al Sumiciu. Cuando no se encuentra una cosa o
persona que uno acaba de ver, dicen en algunos concejos:
—¡Pero si estaba aquí ahora mismo; aunque le hubiera tragado el Sumiciu! Es
decir aunque se hubiera sumido. Y nada más».
Sin embargo, Constantino Cabal no es de la misma opinión, y considera que el
Sumiciu es un trasgo que «toma» cosas y las guarda; por lo tanto, este pequeño
duendecillo —dice— no es una invención de mitólogas burlones. Por algo existe una
estrofa correspondiente a un cantar, que dice:
En mia vida nunca oí
que na iglesia andaba el trasgu;
si el trasgu non entra aquí
¿Cómo nos falta el rosariu…?
Pero no sólo se tiene noticia del Sumido en Asturias, sino que también Galicia lo
conserva en su panteón mitólógico, creemos que por influencia de sus vecinos del
este. Eladio Rodríguez nos dice, en su Diccionario, que la creencia de que el Sumicio
existe en forma invisible e impalpable, es común en comarcas gallegas, como lo es en
Asturias. Viene a ser una especie de trasno, que tiene la manía de apoderarse de los
objetos subrepticiamente cuando justamente hacen falta.
En el concejo de Somiedo, para que el Sumiciu devuelva lo robado, existe la
táctica de rezar a San Antonio una oración seguidita, sin trabucarse ni equivocarse,
porque si esto ocurre, el zascandil del Sumiciu no devolverá nunca lo que se llevó.
Hemos localizado un pariente cercano suyo en el «Servan» que habita en Suiza,
norte de Italia y, según algunas tradiciones, en los pirineos vascos, dedicado a robar
—aunque sería mejor decir desplazar— los objetos domésticos necesarios, como
tijeras, hilos, agujas, gafas, clavos, llaves, cubiertos de mesa… volviendo locos a
quien los busca, pero al final acaban siempre reapareciendo en los lugares más
insospechados, no siendo de extrañar que la llave de la puerta aparezca de pronto
dentro de una caja de zapatos. Se le suele atribuir también como pasatiempo favorito
el cambiar el vino de los barriles por agua.
EL TRASGO CÁNTABRO
Aspecto y costumbres
Burlones, juguetones y traviesos, los trasgos cántabros, tienen ciertas características
que los distinguen de sus vecinos de Asturias. A diferencia de aquéllos, carecen de
agujero en la mano, y destacan por su comportamiento ególatra, razón por la cual
jamás forman grupos familiares y son solterones empedernidos. Para García-Lomas,
tampoco son cojos, y achaca el que frecuentemente se les represente así, a influencias
nórdicas o astures. Sin embargo, Manuel Llano, Sánchez Pérez y Caro Baroja no
dudan de que son cojos de la pierna derecha y que lucen dos minúsculos cuernecillos
y un pequeño rabo.
En cualquier caso, hay en ellos cierta proximidad a los elementales de los
bosques, razón por la cual, tienen semejanzas con los hombres del musgo; así, visten
con ropajes que no son más que cortezas de aliso puestas al revés, que cosen con
yedra. Al ser la corteza de aliso de color rojizó, es por, lo que mucha gente piensa que
son de ese color. Además, al igual que los busgasas asturianos, utilizan un cayado
hecho de madera desconocida para caminar por el monte. Su cabeza la cubren con un:
gorro blanco. Por el día permanecen en los árboles, desde donde tiran piedrecitas a
quienes pasan por debajo, sobre todo los de la zona de Cabuérniga.
La mejor descripción, y la única, nos la da Manuel Llano en Brañaflor, que nos
pinta de esta guisa a tan pilluelo duendecillo:
El Trasgo es un hombrocu más negru que el sarru, que está vestiu de colorau. Es coju de la pierna
derecha y siempre está riendo como un venturao. Los ojos los tien muy verdes y las melenas negras como
tou el cuerpu. El Trasgo entra en las casas por las troneras y la chimenea sin que nadie le oiga. Desde que
entra hasta que sal, no haz más que picardías. Tira la harina, bebi la lechi, regüelve los chismes de la
cocina y esconde las cosas ande nadie las encuentra.
Al parecer, también tenía en la cara una pelusilla que le daba un aspecto de
perenne y jovial adolescente. El trasgo montañés es un auténtico ventrílocuo
profesional, pues imita a la perfección todo tipo de animales domésticos, así: maúlla
como un gato, rebuzna como un borrico o ladra como un perro.
García-Lomas, que no cree en la existencia de este duende, considerándolo una de
las muchas alucinaciones de gentes sencillas del campo, nos dice que en sus
apariciones no era totalmente invisible, como ocurre con sus congéneres,
permaneciendo detrás de algún cancel o refugio donde poder emitir sus más variados
sonidos, entre ellos el de simular hipócritas lloriqueos que harían estremecer al más
pintado.
Nos llama la atención que se le describa con ojos verdes saliéndose de la norma,
por lo que a trasgos se refiere, cuyos ojos suelen ser de un negro profundo. Pensamos
que, tal vez, se trate de un involuntario error de Manuel Llano que después ha ido
pasando a otros autores, como ocurre en el romancillo de Carmen Stella:
Los ojos tien verdes,
negras las melenas
más negras que el sarru
de las chimeneas
por onde se mete
por onde se cuela chicuco y travieso.
Trasgo cántabro
Algo más tosco que sus parientes asturianos y gallegos, los trasgos de Cantabria se encuentran aún muy cerca de
sus congéneres de los bosques y, aunque por supuesto entran en las casas, habitualmente pasan el día entre los
árboles. Existe una variante, los «diablillos cernedores» o trastolillos. Incansables glotones, les encanta la leche,
siendo capaces de cualquier cosa por obtener un buen cántaro lleno.
El Trastolillo
En algunas comarcas de la Montaña, el trasgo es conocido con este simpático
nombre. Los trastolillos aparecen como una especie de seres intermedios entre los
trasgos propiamente dichos (que en Cantabria, aunque vinculados a las casas, son
más campestres que, por ejemplo, los de Castilla o Asturias) y los elementales de la
foresta.
Según García-Lomas, es un duendecillo alocado, enredador y burlón, que vive en
las casas de los hombres. Al igual que el trasgu, tira la harina, bebe la leche y afloja
las tarabillas de las ventanas entre chirriantes risas. Conocidos también como
«diablillos cernedores» o «brujos», y tal vez con otras denominaciones que se han
perdido, los trastolillos son pequeños seres de ámbito rupestre, que si bien viven en
contacto con el hombre, no han logrado del todo desprenderse de su originario
entorno natural. A nuestro juicio, se trata de un grupo de «elementales» que no
supieron o no pudieron adaptarse al nuevo medio impuesto por los humanos y se
quedaron en una situación intermedia, lo que a la postre significó su progresiva
desaparición.
Probablemente hubo muchos seres de este tipo hace miles de años, pero o bien se
adaptaron al mundo de los hombres, como los trasgos, o desaparecieron, como los
trentis. En cuanto a su aspecto, aunque apenas sí hay descripciones, no se diferencian
mucho del trasgo cántabro, salvo que tienen los cuernos más grandes y el rabillo algo
mas largo.
EL TRASNO GALLEGO
El trasno y sus secuaces
Manuel Murguía, marido de la poetisa Rosalía de Castro, en su Historia de
Galicia (1888), enumera a los seres fantásticos de su tierra, dividiéndolos en varias
categorías, entre las cuales incluía a los «espíritus de la casa», en cuya lista
relacionaba a las almas en pena, a los tardos y al Tangomango, siendo ésta, por otra
parte, una clasificación incompleta, como iremos comprobando.
Enormemente parecidos a los
trasgos asturianos, los trasnos
no tienen agujero en la palma
de la mano, lo que no es
obstáculo alguno para que
caigan en la misma trampa
que sus parientes, ya tan
limitados que sólo saben
contar hasta cien, y cuando
llegan a esa cifra vuelven a
empezar.


Es cierto que las «almas en pena», para la creencia
gallega, rondan la casa, penetrando en su interior,
produciendo ciertos fenómenos —hoy considerados
parapsicológicos— y hablando, a veces, con los miembros
de su familia para advertirles sobre algo o para que
cumplan una última voluntad referente al entierro, misas o
herencias. Cuando estas demandas no son satisfechas es
cuando pueden ocurrir todo tipo de fenómenos extraños
(ruidos, cambios de objetos de un lugar a otro, etc.),
perturbando la paz del hogar y asimilándose, por
consiguiente, en lo que a sus fechorías se refiere, a un
vulgar duende.
El «Tangomango» al que hace alusión Murguía, parece
referirse a la enfermedad en general y, en concreto, a una
especie de baile de San Vito o a una enfermedad imaginaria
sin demasiada importancia, y, en todo caso, si lo asociamos
a un ser, sería de los minúsculos —malignos— que
penetran en el interior del cuerpo humano para ocasionar
dolencias, pero del que apenas hay datos importantes en
toda la mitología gallega, aunque suponemos que no es
otro que el «Tangaraño».
En cambio, el tardo sí pertenecería a la familia de los
duendes, aunque, según nuestra apreciación, no entre los
llamados «domésticos», sino entre los «vampirizantes», de
los que hablaremos más adelante.
Lo cierto es que en estas tierras de meigas, el duende recibe varios apelativos
según la ocupación a que se dedique. Así, por ejemplo, recibe el nombre de tardo si
se dedica a absorber la energía vital de los que duermen; trasno, si se dedica a hacer
los quehaceres propios de sus congéneres, o sea, a revolver la casa y hacer
desaparecer objetos; Xas, si no hace ninguna de las cosas antes dichas, sino todo lo
contrario; Meniñeiro si protege y divierte a los niños, o diaño burlón, si hace trastadas
por los caminos o los montes.
En algunos lugares de Galicia —según Rodríguez López— se sigue asociando el
duende al demonio o demo, y piensan que éste corre por la noche en busca de
ventanas mal que son cerradas para escapar. Para impedirle pasar, ponen junto a ellas
platos de maíz, pues en el momento que lo derrama se va a otra parte y no vuelve a
aparecer. El «demo» es tan popular que recibe en gallego varios nombres, según las
zonas, culpándosele de los sucesos aparentemente inexplicables que ocurren «é cousa
do demo», por eso no sólo el trasno sería un «demo», sino también elabelurio,
cachano, demiño, democho, demóncaro, demontre, diaño, déngaro, perello, perete,
rabeno, rabudo, demachiño, resalgario, zuncras, sucio, etcétera.
En Galicia, como también ocurre en Cantabria, el trasno no tiene en la mano
agujero alguno que le impida reunir los granos de maíz que haya derramado, pues,
según M. Murguía, «le gusta contar los granos uno a uno, pero en cuanto pasa de cien
se equivoca, principia otra vez, se equivoca otra vez y acaba por aburrirse».
Nunca son malignos, aunque sí muy juguetones, pero no hay que confundidos con
aquellos que infunden entre las gentes lo que llaman el «tangaraño» con su
individualidad propia, ya que se trata de un duende vampirizante del que nos
ocupamos en su momento oportuno, Respecto a su aspecto físico, parece ser que son
muy similares a los asturianos y que les gusta transformarse con mucha frecuencia en
animales, pero solo cuando actúan fuera de los límites de la casa.
Nos cuenta Antonio Fraguas que, una tarde de frío, llevaron a uno de ellos con
forma de cordero blanco y, al entrar en la cuadra, los demás animales, ovejas y
cabras, golpearon nerviosos con las patas en el suelo. Al día siguiente, al abrir la
puerta de la cuadra, salió corriendo de las fincas con tal rapidez que se dieron cuenta
entonces que habían cogido a un trasno (o a un «diaño», dirían otros).
La identificación del trasno con el «diaño burleiro», o diablillo burlón, como ya
dijimos, es algo muy habitual, y de esta opinión es el folclorista Luis Mame, que le
atribuye las mismas facultades transformistas que posee aquél y sus mismas
anécdotas, como la de adoptar la forma de burro y alargarbe cuando alguien lo monta.
En Galicia, el trasno está tan presente en su cultura popular que son muy famosos
los siguientes dichos:
«Anda faciendo trasnadas» o «E un trasno», cuando señalan a alguien que no para
de hacer travesuras. Otras frases populares y de uso corriente son:
«Anda feito un trasno», aplicado a la persona que anda sola por los caminos.
«Seica anda o trasno comigo», dicho por aquella persona a la que todo le sale al
revés de como lo había planeado.
«Ter un o trasno no carpa», o el refrán: «Nunca se fasta o trasno de facer
trasnadas».
Cuento del trasno y el zorro
Se sabe que el trasno tiene una entrada fija por la que penetra en la casa y, por esta
razón, es fácil castigarle para que nunca más vuelva a molestar. El mejor sistema para
cansarlo es ponerle en su entrada habitual una taza de mijo para que al entrar tropiece
con ella y la derrame, obligándole entonces el dueño de la casa a que, como castigo
por su «allanamiento de morada», cuente los granos derramados y los vuelva a echar
en la taza. Pero el trasno, según esta versión, sólo sabe contar hasta dos, con lo que el
cansancio es tanto que no es capaz de reunir los granos en toda la noche.
Dicho esto, a modo de preámbulo, se cuenta que una vez el trasno se hizo
acompañar de un zorro para realizar sus «trasnadas» pero, en el último momento, el
zorro no quiso entrar en la casa. El trasno, a pesar de todo, entró, tirando con sus pies
el mijo que ya estaba colocado en el ventano por donde se suponía que iba a entrar.
Al tirarlo, alertó al dueño de la casa que le gritó:
«¡Agora cólleo!».
El trasno, sorprendido y disgustado, empezó el recuento: un, dous.
Parece ser que el trasno le había dicho al raposo que en aquella casa existía un
gran gallinero y por ello esperaba que, en justa recompensa por su compañía, pues
anduvieron juntos muchas leguas, le había de traer, al salir, un par de pollos o, por lo
menos, uno. Al oír el zorro, desde el exterior, cómo su compañero de aventuras
pronunciaba unos números, se figuró que era una pregunta que le estaba haciendo en
relación a los pollos y así pasaron la noche con el siguiente diálogo:
Trasno: Un, dous.
Zorro: Dous, dous.

Trasno: Un, dous.
Zorro: Dous, dous.
Al amanecer, y sin haber concluido de llenar la taza de mijo, salió el trasno
descompuesto a la par que fatigadísimo. Y el zorro, al ver que no traía ningún pollo, a
pesar de mantener tan intenso «diálogo de besugos», no modificó su manera de
comunicarse con los demás y por eso dice, desde entonces, como una especie de tic o
cantinela monocorde: «dous, dous».
El Xas
En Galicia no sólo tienen la prerrogativa de perturbar la paz del hogar los trasnos, las
bruxas o las meigas. Existen otros seres, con características variopintas y
heterogéneas, representados a veces con aspecto de fantasmas, llamados Xas, palabra
ésta que generalmente se utiliza como sinónimo de duende pero que, a diferencia de
éste, sus diabluras no las realiza en el interior de un hogar humano, sino en sus
alrededores. En el Algarve portugués existe una voz idéntica: «ja», de la que
probablemente se deriva «jano», convirtiéndose así, por derivación lingüística, en el
diaño antes referido.
Estos seres tienen como «campo de operaciones» los molinos solitarios, donde se
esconden y se encaraman para meterse así con las mozas despistadas que aciertan a
pasar por allí (asemejándose de nuevo a los «diablos burlones»).

Xas. Este pintoresco habitante de los
molinos gallegos reúne todas las
malas costumbres de la totalidad de
los duendes domésticos. Nuestro
consejo, si se encuentran con un Xas,
es que se alejen de allí lo antes posible
porque, de lo contrario, les hará la
vida imposible.










De ellos se sabe que se introducían en las cuadras para trenzar los rabos de los
pollinos (como hacen los follets), u ordeñar las vacas y derramar, acto seguido, la
leche recogida (como ocurre con los trasgos), o robar las frutas, a ser posible las más
maduras, de los terrenos del dueño al que están fastidiando o, cómo no, lanzar piedras
sobre las chozas y caserones, sin que exista motivo aparente alguno (como suelen
hacer algunos duendes traviesos y «poltergestianos»).
No olvidemos tampoco al «Perelló», que es una especie de trasno inofensivo y
burlón, llamado también Perete y Perote, menos popular que el anterior y de
actuaciones nocturnas.
En la zona de Rianxo (Pontevedra) recibe el nombre de «Porviso» que, por
extensión, se refiere también al miedo creado por las apariciones de este tipo de
duendes: «Era o medo que nos metian no corpo», exclaman algunos viejos del lugar.
Recordemos que al trasno en algunas ocasiones, se le llama «demo» (demonio),
pues se asemejan sospechosamente tanto en los lugares que eligen para sus acciones
como en ciertas perversas costumbres, si bien en el caso del demonio no se da el
aspecto inofensivo de aquel, aunque sí su carácter burlón.
EL TRASGO CASTELLANO-LEONÉS
Duendes y Martinillos
El Trasgo castellano también tiene otras acepciones, igualmente populares, como son
las de duende, «Martinico» o «Martinillo», que designan al mismo ser, utilizándose
estos términos muchas veces de forma indistinta. En otros casos y otras zonas, se
suelen emplear también nombres como tardos o Pesadillos, pero, a nuestro juicio, sin
que puedan ser considerados como sinónimos, pues, por ejemplo, las acciones del
tardo no se inscriben dentro de las fechorías de un trasgo normal y corriente, sino que
sus quehaceres son otros muy distintos, como alimentarse de la energía psíquica del
durmiente y provocar pesadillas.
Jerónimo Borao, en su Diccionario de Voces Aragonesas (1859) alude en varias
frases proverbiales que se usan en Aragón y cita entre éstas la de «ya viene
Martinico» para indicar que va entrando el sueño a los niños. Comenta dicho autor
que en algunas provincias españolas se llama a los duendes «Martinicos», y que en el
«Libro de Petronio» el diablo dice a uno de sus acólitos que si está en apuros le llame
con las palabras: «Acorredme, don Martín». Lo cierto es que el nombre de Martín o
sus diminutivos han sido utilizados para nombrar a demonios, trasgos y duendes de
diversas latitudes, sobre todo en Andalucía y en ambas Castillas, donde se dejan ver,
en ocasiones, para asustar a los caminantes o a los moradores de una casa.
Manteniéndose, por lo general, en estado de invisibilidad, se divierten, rompiendo o
cambiando las cosas de sitio, apagando las luces y, sobre todo, rasgo característico de
estas tierras, lanzando piedras a troche y moche, Es por todo esto muy famosa la frase
«dar trasgo a uno», en el sentido de fingir acciones propias de un trasgo para asustar a
alguien.
La creencia en duendes estaba tan extendida en el siglo XVI que «era práctica
forense en Castilla —nos cuenta Julio Caro Baroja en su obra Del folklore castellano
— que si una persona iba a habitar una casa y luego se enteraba de que en ella había
duendes, podía abandonarla, y así lo dictaminaron jurisconsultos de la talla de
Covarrubias, Del Puerto y Torreblanca».
De Covarrubias extraemos una de las muchas definiciones que se han dado a los
duendes: «Estos suelen, dentro de las casas y en las montañas y en las cuevas,
espantar con algunas apariencias, tomando cuerpos fantásticos y por esta razón se
dijeron trasgos.».
José A. Sánchez Pérez se hace eco de las descripciones que sobre ellos refieren
algunas personas, diciendo que son seres diminutos, de apariencia humana, negros,
con aire socarrón, sonrisa maliciosa, ojos muy vivos, cojos, vestidos de encarnado y
con un gorrito en la cabeza, o sea, la clásica imagen del Trasgo.
En la provincia de Burgos aún se recuerda el caso del «duende de Horna»,
responsable directo de la desaparición paulatina del cereal guardado en un silo.
En algunos pueblos de la comarca salmantina de La Asmuña se afirmaba que los
duendes andaban por las casas en Tardáguila. También por estas tierras encontramos
al duende «cariñoso» que no deja a los habitantes de la casa que ha elegido ni a sol ni
a sombra, Así, en Puerto de Béjar, cuentan de cierta casa enduendada, cuya dueña se
puso muy enferma, de tal manera que los vecinos sospecharon inmediatamente que
podría ser culpa del duende que se sabía habitaba con ella; así pues, la buena señora
decidió darse tras los consejos de sus amigos y familiares, pero al salir con los
últimos muebles vieron físicamente al duende que venía detrás de ellos con un tajo,
exclamando, con su vocecilla, ante la mirada perpleja de todos, que no estaba
dispuesto a quedarse solo en aquella casa.
Los trasgos de Benavente
Nos refiere Antonio de Torquemada dos casos que a él le contaron de este pueblo
zamorano, cuyos protagonistas decían que eran trasgos, aunque, desde nuestro punto
de vista, no se ajustan del todo al proceder de estas menudas criaturas.
En la primera historia cuenta cómo un estudiante de Salamanca fue a ver a su
madre viuda, asegurándole previamente la gente que había un trasgo en la casa que
hacía algunas burlas. El estudiante no les creyó, pero tanto insistían que, enojado,
cogió una noche una vela y se fue a acostar en un entresuelo, donde tenía su cama y,
cerrando la puerta con llave, se adormeció. Al poco se despertó, «parecióle que
debajo de la cama había luz como de fuego, y, temiendo que lo era y que la cama se
quemaba, alzó la ropa de delante y miró adonde la luz salía y no viendo nada se tornó
a Sosegar; pero luego vio otra luz mayor que la primera y, teniendo temor por
averiguar la verdad, volvió a alzar la ropa, bajando bien la cabeza, y estando así le
tomaron por las piernas y le hicieron dar una horcadilla en el aire cayendo en medio
de la cámara y él, muy espantado, comenzó a dar voces, y trayendo velas y buscando
la cámara y debajo de la cama, ninguna cosa hallaron, y así el estudiante se
desengañó que era verdad lo que le habían dicho del trasgo».
Por lo que se ve, salvo la sensación de que unas manos invisibles le agarraron por
las piernas y le hicieron dar una voltereta en el aire, pocos síntomas más indican que
el autor material fuera un trasgo, teniendo en cuenta que carecemos de antecedentes
de otras fechorías que hiciera en la misma casa.
Luego, Torquemada cuenta otra historia de trasgos en la misma localidad,
acaecida a dos caballeros «que ahora son dos de los más principales que hay en esta
villa y amigos nuestros», que supieron que en casa de una mujer andaba haciendo de
las suyas un trasgo. Como no creían en estas cosas, fueron una noche, junto con un
clérigo, a averiguar qué de verdad había en todo ello.
Cuando estuvieron allí, y tras dar algunos golpes por la casa, pronto surgieron
ladrillos de no se sabe dónde, dando uno de ellos en la espalda de una mujer. Los dos
gentiles hombres y el clérigo, muy maravillados, salieron convencidos de la
existencia de estos pequeños seres.
Queremos hacer una pequeña observación al lector, y es que cuando se producen
fenómenos de paralitergia (caída de piedras) es extensiva la opinión de los
especialistas europeos de que éstas nunca hieren a las personas y ni siquiera les llegan
a tocar o rozar, teoría ésta que hemos de desmentir, al menos en lo concerniente a
alguna de las casas españolas aquí expuestas, pues tanto en el caso del trasgo de
Benavente, como el del «apedreador» de Salamanca —que veremos a continuación
—, así como en el del duende de la ópera de Valencia, las misteriosas piedras de
origen ignoto sí llegan a impactar contra los seres humanos aunque, a decir verdad,
sin producir daños aparentes.
El trasgo apedreador de Salamanca
Siguiendo con el astorgano Antonio de Torquemada, nos describe ahora, en su Jardín
de flores curiosas (1570), un caso que él mismo vio siendo un niño de 10 años,
estudiando en Salamanca, y que hoy sería típico dentro de la fenomenología de los
poltergeist —palabra alemana que, recordemos significa literalmente espíritu que
produce ruidos o estruendos— y que ocurrió en una casa de esta ciudad en la que
vivía una anciana viuda principal, la cual tenía cuatro o cinco mujeres de servicio a su
cargo, dos de ellas jóvenes y buenas mozas. Pronto empezó a correr el rumor de que
en aquella casa «andaba un trasgo que hacía muchas burlas y, entre otras, había una
que de los techos de la casa caían tantas piedras que parecía que las llovía, y que esto
era tan continuo que a todos los de la casa y aun a los que entraban de fuera les daba
un gran trabajo, aunque las piedras no les hacían mal alguno».
La casa producía tan extraños fenómenos que fueron avisados el corregidor y
otros veinte hombres para registrar la misma, pero nada más poner el pie en ella,
empezaron a lanzarles piedras, obligándoles a dar saltos, aunque sin hacerles nunca
daño, lo que dejaba traslucir una intencionalidad más o menos inteligente por parte de
los trasgos que supuestamente estaban detrás de esa misteriosa lluvia de piedras.
A pesar de todo, investigaron la casa a fondo y no encontraron a nadie, lo que no
impidió que las piedras siguieran cayendo. Torquemada sigue diciendo que el
alguacil tomó una piedra «que entre las otras era señalada, y, tirándola por cima de un
tejado de una casa frontera, dijo:
—Si tu eres demonio o trasgo, vuélveme aquí esta, misma piedra.
Y en el mismo momento tornó a caer esta piedra del techo y le dio un golpe en la
vuelta de la gorra, ante los ojos, y todos conocieron que era la piedra que había tirado,
y viendo ser verdad lo que se decía, el corregidor y todos los otros se fueron muy
espantados».
Al final, la casa no se vio libre de tan molesto incordio hasta que llamaron a un
clérigo del pueblo salmantino de Torresmenudas que, con sus exorcismos y conjuros,
expulsó a los presuntos trasgos cesando de ahí en adelante el continuo caer de
piedras.
Hubo teorías para todos los gustos, desde la del demonio sin más, hasta que fue
todo una broma de las dos bellas sirvientas, ideado para facilitar las citas con sus
amantes. Pero este caso es muy semejante al del duende de la opera de Valencia y al
del doctor de las Moralejas, a los que luego haremos referencia, y otros similares en
España y resto de Europa, con lo que siempre hay que tener en cuenta que los trasgos
son muy aficionados, amparándose en su impune invisibilidad, a hacer este tipo de
travesuras.
Ya comentamos páginas atrás que a estos casos de «poltergeist» los
parapsicólogos los estudian desde otra perspectiva, sobre todo si hay adolescentes de
por medio, descartando casi siempre y de un plumazo la intervención de otro tipo de
seres, intervención que, a la vista de lo estudiado hasta el momento, podría suponer
una pieza más del fantástico puzzle que supone el intento de dar explicación
coherente a las casas encantadas.
Los trasgos leoneses
En las históricas tierras leoneses también encontramos la presencia de los
duendecillos, sobre todo en zonas mineras del norte, donde se les suele confundir,
erróneamente, con los enanos, que son los custodios de los tesoros de la tierra; por
eso es signo de buen agüero el que los mineros vean salir a un enano del interior de
una mina, en cuyos alrededores suelen vivir.
No hace muchos años se oyó hablar de la presencia de duendes nada menos que
en los desvanes de la catedral gótica de León, donde se alojaban junto con una
familia, originando diversos disturbios.
Incluso tenemos el testimonio del escritor afincado en León José María Merino,
premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 1992, que, según relató en una
entrevista,[*] tuvo una experiencia personal con un trasgo al que mantuvo como
huésped «non grato» durante un tiempo, ya que «su ocupación principal consistía en
abrir la espita y vaciar una cuba que yo había heredado de mi abuelo y que hacía un
vermú excelente», quedando todo el suelo inundado una y otra vez. Para alejarle de la
frasca del vermú, le entretenía con menudas tareas de las que no hace ninguna
mención.
El trasgo leonés no es tan casero como sus parientes del norte, prefiriendo hacer
sus travesuras por los alrededores de las casas y transformándose con mucha
frecuencia en animales.
En la cultura popular de los Ancares (entre las provincias de León y Lugo) existe
la tradición de colocar cruces en los árboles que bordean los pueblos, para impedir así
que el trasno —así llamado por estas latitudes penetre en ellos y se quede en los
alrededores. En el supuesto de que sea visto en el interior de alguna casa, desaparece
de allí cuando se pronuncian palabras tales como ¡Jesús!, ¡Dios mío!, o simplemente
se reniega de él diciendo:
—¡Arrenégote, cochino!
El «trasno do choco» de los Ancares actúa básicamente en los camino como
cualquier «diaño burlón», haciendo que la gente forastera se extravíe con algún sagaz
procedimiento, tendente a que pierda así toda orientación.
Los folcloristas Francisco J. Rua Aller y Manuel Rubio Gago, nos hacen unas
valiosas aportaciones acerca de este tipo de elementales terrestres ubicados en tierras
leonesas, así como de sus leyendas y tradiciones más o menos remotas en el tiempo,
las cuales aparecen relacionados frecuentemente con las almas en pena. Estos autores
prefieren utilizar el término de duendes a pesar de que por la zona de que se trata sean
más bien trasgos. En Tolibia de Abajo, pueblo de la montaña, situado en la ribera del
Curueño, existía a principios de siglo un duende que traía de cabeza a los lugareños,
al que se le atribuía la desaparición de las longanizas y otros restos de las «matanzas»
del cerdo. Asimismo, se oían pisadas en los pajares y, de cuando en cuando, los jatos
(becerros o terneros) aparecían inexplicablemente atados en el establo de dos en dos
por el mismo collar o cadena. Otras veces desataba las cuerdas de los odres para que
se vaciaran de vino.
En la zona de Babia, a poca distancia de Cabrillanes, se encuentra Mena, un
pueblecito donde aún hoy día existe una vivienda situada bajo la peña del castillo
denominada «La casa del duende de Mena». A este sobrenatural pequeñuelo se le
atribuyen las fechorías de tirar de las faldas de las brañeras, así como el hecho de que
un cordero que se guardaba en el corral, siempre acababa apareciendo en el pajar.
Ante esta repetida anomalía, decidieron sacrificar al molesto cordero el día que murió
el dueño de la casa, para, de esta manera, abastecer de comida a los asistentes al
entierro. Desde ese momento ya no volvió a ser visto ni oído el duende.
En Lagunas de Somoza contaban que había una «casa enduendada», puesto que
se oían balidos de cordero e incluso solía aparecer la silueta de una gallina sin cabeza
a pesar de que en dicha casa no habitaba nadie, lo cual a estas alturas no nos debe de
extrañar. También aseguraban los vecinos, movidos por una ambiciosa imaginación,
que de su techo caían monedas de oro, lo que no ha impedido que este pueblo sea
económicamente tan modesto como los demás de los alrededores.

Trasgo castellano-leonés
Pudiera parecer que el trasgo castellano-leonés, con su obsesión por apedrear a la gente, es un tipo duro, capaz de
hacerse respetar por los seres humanos, pero, en el fondo, sus fechorías son normales y corrientes, y casi nunca
suele herir con sus piedras.
En Ferrol del Bernesga se pueden ver las ruinas de una antigua casa encantada.
Cuando la familia abandonó el domicilio, desesperada por la molesta presencia de su
duende, se produjo un incendio sin causa aparente quedando tan solo intacta la
cocina, que era, con toda probabilidad, el lugar favorito del trasgo bullanguero.
Por último, en el pueblo de Viñales el trasgo local solía entretenerse al estilo de
los follets catalanes, es decir, trenzando las crines de las caballerías provocando
estruendos de lo más variado con el único propósito de no pasar desapercibido, y
desde luego que lo conseguía.

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