viernes, 5 de abril de 2019

El fantasma dorado

Muchas veces se ha dicho que los mitos fueron un mecanismo de defensa
inventados por los indios para desplazar a los españoles hacia otros lugares lejanos, y
es indudable que en numerosos casos tuvieron esta función, pero en este lío del mito
de El Dorado parece más bien que las informaciones de los indios fueron buenas, y lo
que ocurrió es que los españoles no las entendieron o no supieron ajustar la realidad
al mito que perseguían. El Dorado tuvo una ubicación concreta, que fue la
confederación mwiska, de Bogotá, con Guatavita como uno de sus centros
neurálgicos. Desde allí su forma fue extendiéndose a Quito y a los Llanos. Su poder
de atracción fue tan increíble que logró el milagro de que tres expediciones españolas
salidas de lugares tan distantes como Coro (Venezuela), Santa Marta (costa atlántica
colombiana) y Quito (Ecuador) se encontraran en plena sabana de Bogotá, a muy
poca distancia de Guatavita. Es demasiada casualidad, y la historia raramente es
casual.
Figurilla votiva quimbaya
(Museo de América, Madrid).

En cuanto a la identificación de el país de la Canela con El Dorado, obedece,
obviamente, a un sincretismo motivado por la idea de riqueza. La canela era símbolo
de riqueza, junto con todas las especies, y venía de Oriente a través de infinitos
intermediarios, todos los cuales sacaban buenos dividendos de la transacción (se dice
que daba un 300 por 100). No olvidemos que las especies movilizaron los
descubrimientos portugueses y españoles. En la mentalidad española de la primera
mitad del siglo XVI no podía concebirse que un territorio con canela fuese pobre,
como tampoco podía imaginarse que otro donde un cacique se recubría el cuerpo de
polvo de oro careciese de minas de tal metal.
El problema fue que los españoles alcanzaron todos los objetivos geográficos
donde se situaban las riquezas, sin encontrar lo que su imaginación suponía que
tenían que hallar. Se llegó a la sabana de Bogotá y no apareció El Dorado, ya que no
había minas de oro. Se supuso entonces que se había errado, y se volvió a los
indicadores anteriores, que señalaban los llanos o el país de la Canela. Cuando se
llegó a este último y los llanos fueron cruzados en todas direcciones, se supuso que El
Dorado estaba en el Amazonas, y cuando también se recorrió tal río, se ubicó en
algún lugar de aquella laguna donde habían dicho a Ordás que nacía el río Orinoco.
El Dorado fue, así, un verdadero mito que empeñó a los españoles en perseguir un
fantasma en toda la zona septentrional de Sudamérica, una de las zonas más duras del
continente que, de no ser por él, no se habría descubierto, posiblemente, hasta bien
entrado el siglo XIX.

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