Los jinetes solitarios y su cabalgadura, siempre abrigan el temor de un encuentro, en algún recodo del camino, con la fatídica Viuda.
En la obscuridad de la noche, de pronto el caballo se encabrita y se niega a seguir su camino. Sólo continúa adelante, aguijoneado por las filudas espuelas y rebencazos de su amo; más, a poco de andar, el caballo lanza fuertes relinchos y se desboca en alborotada carrera; guiado ahora, no por las riendas que mantiene en las manos su jinete, sino por la magia de la Viuda, que se encaramó a sus ancas. Ya no se detendrá, ni siquiera frente al próximo barranco, en donde se precipita, empujado, con fuerza titánica, por la Viuda: jinete y caballo encontrarán la muerte en el fondo de la quebrada.
Cuando los viajeros nocturnos escasean, por los caminos, la Viuda se acerca a los poblados en busca de algún peatón trasnochador y en estas ocasiones se deja ver, en alguna ventana iluminada. Los moradores son invadidos de intenso temor y confusión, al observar su horrible cara, de palidez cadavérica, con grandes ojos brillantes y movedizos, y su cabellera tiesa amarrada con un velo negro que cae hasta barrer el
suelo, junto a su largo vestido. Los varones más valientes, salen presurosos a perseguirla; la ven deslizarse sobre el suelo, con la velocidad del viento y es imposible alcanzarla, si ella así no lo permite: en los despoblados tras algunos matorrales, se detiene junto a uno de sus perseguidores, para disfrutar con él las delicias del amor... El infortunado o afortunado, regresa a su casa aturdido, como ebrio, arañado en el rostro y en las manos, con sus ropas parcialmente descosidas y desabrochadas.
En estos últimos tiempos y marchando con los avances de ciencia y de la técnica, se dice que la Viuda también se encarama a los automóviles, de volantes solitarios, especialmente si llevan algunos grados de alcohol en la sangre.
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