La Huenchur, era una conocida machi, que vivía en una confortable cabaña, construida con sus propias manos, situada en un bello paraje a escasa distancia de las orillas de un lago, cercano al Océano Pacifico.
Durante uno de sus muchos viajes por el bosque, en busca hierbas medicinales, encontró la Huenchur, a un viejo leñador moribundo; lo llevó a su casa y le prodigó toda la fuerza de su arte terapéutico, logrando librarlo de las garras de la muerte. El hombre, una vez repuesto y vigoroso, se prendó de su abnegada salvadora y se unió a ella de acuerdo a las costumbres de la época. Para mayor felicidad, en el hogar nació una hermosa niña a la que dieron por nombre, "Huenchula".
De todos los confines de la región, llegaban hasta la casa de la Huenchur numerosos peregrinos, atraídos por su fama de curandera, amarradora de huesos y partera.
Mantenía en sus repisas, un surtido de las más variadas plantas, de raros nombres, con los que preparaba infusiones, destinadas a bebidas o a fricciones. No faltaban en sus vasijas de greda, remedios a base de "raspaduras de Cacho de "Camahueto" y de cernidos de "Charqui de Imbunche", panaceas de reconocido valor.
En casa de la Huenchur, a la felicidad producida por el éxito profesional, se añadía la dicha de poseer la hija más hacendosa y alegre del lugar. Pero la hermosa Huenchula, tenía otro destino. Y así, al marcharse para siempre, en busca del Millalobo, rey de los mares, truncó la alegría del hogar de sus padres, en pena y amargura.
Inútiles fueron las ceremonias mágicas, realizadas por la Huenchur, para conseguir el regreso de su adorada hija, que se suponía raptada por arte de brujería. Tampoco tuvieron respuesta positiva, las averiguaciones, hechas a toda la gente venía desde las más apartadas comarcas.
La angustia y el dolor, trastornaron la mente de la Huenchur, a tal punto que un día, enloquecida salió a vagar busca de su hija, por valles, cerros, montes y quebradas. Al no encontrarla se acercó al lago y como llevada por una mano misteriosa, se embarcó en un "bongo", amarrado a la orilla y navegó en dirección al río que desagua en el mar, gritando a su paso: Cucao Cucao Cucao, Cule, hasta perderse en las olas del Océano. Cucao es el nombre que desde entonces lleva el hermoso lago en cuyas orillas, se levantaba la casa de la Huenchur y en la que solitario y consumido por la angustia, falleció muy pronto, el desconsolado esposo.
La frágil embarcación de la Huenchur, navegó corto tiempo, a la deriva en el océano, hasta que las enormes olas de un temporal, la destrozaron y se hundió en las profundidades.
Al acudir, "la Pincoya", en socorro del naufragio, reconoció a su abuela, llevando su cuerpo muerto, a presencia de su padre, el poderoso Millalobo, el que le devolvió la vida y su pequeña barca, para que siga navegando en ella, por toda una eternidad. Bajo la prohibición de llegar a tierra firme, pero con la autoridad para controlar el curso de las mareas y la administración de las calmas y tempestades. Y como gracia especial, el poder comunicarse con los habitantes de la tierra, a través del viento y del "Cahuelche".
Todos los pobladores de la aldea de Cucao, saben que cuando el viento sopla en la parte baja de los acantilados, es la Huenchur, que les anuncia la llegada del buen tiempo con el viento Sur. Pero el mal tiempo y la tempestad reinarán, si la Huenchur sopla en las alturas de los cerros, y su voz retumba confusa, como gritando: Cucaoooooo-Cucaooooo-Cucao, Culeeeee
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