miércoles, 6 de marzo de 2019

FOLKLORE SOBRE LOS TERREMOTOS

...algunos dicen que la Tierra

  se hallaba febril y se estremecía.

  MACBETH

  El conocimiento popular sobre los terremotos parece ser exclusivamente etiológico. Sólo he encontrado dos ejemplos de leyendas evemerísticas que puedan atribuirse específicamente a los movimientos sísmicos: uno referente al de Nueva Madrid, de 1811, que se relata en este capítulo, mientras que el otro es parte de la tradición de los indios araucanos acerca de inundaciones y se halla en el capítulo sobre el Diluvio. Incluso en aquellas zonas que no son particularmente sísmicas, los habitantes han intentado explicar porqué, de vez en cuando, tiembla el suelo. En su libro Causes of Catastrophe (Causas de catástrofe), L. Don Leet ha recogido más de veinte explicaciones de este tipo, de todo el mundo. La mayoría de las que se transcriben más adelante proceden de esta fuente, a menos que se acrediten específicamente como provenientes de otras. Las ideas más generales suponen que existe una criatura o divinidad que reside sobre o debajo de la tierra, y si no fuera por el hecho de que las ideas geológicas falsas están extraordinariamente bien representadas en lo que se refiere al fenómeno de los terremotos, este capítulo estaría compuesto, en su mayor parte, por variaciones sobre un mismo tema.

  Muy a menudo se ha considerado que el ser responsable de los terremotos era al mismo tiempo el que estaba encargado de sostener a la Tierra. Los indios algonquinos representan a la Tierra transportada sobre una tortuga gigante. En las islas Célebes creen que un inmenso cerdo ocasiona los temblores que produce cuando se rasca contra una gigantesca palmera. En las Molucas y en Sumatra, el animal que sostiene la Tierra es una serpiente, y, en Persia, un cangrejo. En lugares tan separados entre sí como Bali, Bulgaria. Borneo. Malaya y Constantinopla, de entre todas las bestias, se eligió al búfalo. Los Lamas de Mongolia creían que la Tierra descansaba sobre la espalda de una inmensa rana, y que los terremotos se producían sobre cualquier parte de su cuerpo que se sacudiera. En la mitología de Brahmán, de la India, las siete serpientes que custodian las siete partes inferiores del cielo se turnan para sostener a la Tierra; los temblores se producen cuando cambian los turnos. En otras mitologías de la India son ocho elefantes los que sostienen la Tierra, que se estremece cuando uno de ellos se fastidia y sacude la cabeza. Según los indios del sur de California, siete gigantes sostenían la Tierra.

  Los tlascaltans, de México, creen que el globo terráqueo descansa sobre las espaldas de ciertas criaturas divinas, las cuales ocasionan los terremotos al cambiarla de uno a otro hombro. Hace mucho tiempo, en Letonia, se suponía que un dios llamado Drebkhuls llevaba la Tierra consigo y que ésta vibraba cuando él caminaba. Los habitantes de Nias, una de las islas de Indonesia, creen que la Tierra está sostenida por un demonio, Ba Ouvando, que la sacude cuando se enfada porque no se ofrecen los apropiados sacrificios en su honor. En la religión maniquea se dice que la Tierra se halla sostenida por el gigante Homophore y que los movimientos sísmicos se producen cuando él lucha con otro gigante. En Colombia, el dios Chibchacum fue condenado a transportar la Tierra sobre sus espaldas como castigo por haber inundado, en una travesura, el valle de Bogotá. Antes de que esto ocurriera, el planeta descansaba sobre una sólida base formada por tres vigas.

  En la parte del África occidental que se conocía como Senegambia, los aborígenes percibieron que los terremotos siempre parecían provenir del oeste y los explicaban del siguiente modo: después de su creación, la Tierra fue colocada sobre la cabeza de un gigante. Todas las cosas que crecen en el suelo, son sus cabellos, y las criaturas que se mueven sobre ella son los parásitos que se arrastran en esos cabellos. Dicho gigante se sienta y mira hacia el este, pero de vez en cuando vuelve tranquilamente su rostro hacia el oeste, y entonces, al girar la cabeza a su anterior posición, lo hace tan torpemente que vibran las cosas que están en la parte superior de su cabeza. (El continente africano es. en general, sísmicamente estable. Incluso en los agrietados valles del este, y en el mar Rojo, la actividad sísmica es moderada si se la compara a la de otras zonas activas. No obstante, como la mayoría de las masas estables. África se encuentra bordeada por disyunciones que son sísmicamente activas. De ahí que en el África Occidental las sacudidas provengan del oeste.)

  Otra imaginativa explicación africana de los terremotos se encuentra en la creencia de la tribu de Wanyamwasi, en la que se dice que un lado del disco de la Tierra descansa sobre una montaña, mientras que el otro lado está sostenido por un gigante, cuya mujer, a su vez, sostiene al cielo. Si el gigante abraza a su mujer, la Tierra tiembla{24}.

 

  Una cristiana leyenda rumana imagina un apoyo inanimado y precario para la Tierra, es decir, que se asienta sobre tres pilares: Fe, Esperanza y Caridad. Si uno de ellos no se muestra eficaz, el pilar correspondiente se contrae y la Tierra oscila, perdiendo el equilibrio hasta que Dios lo restablece. (Un defecto de esta leyenda es que la Tierra puede carecer de las tres virtudes y, sin embargo, no por ello estar a punto de sufrir algún terremoto...)

  La mayoría de este tipo de leyendas no muestran la menor preocupación por explicar qué es lo que sostiene a la Tierra, aunque algunas de ellas la describen como una criatura acuática nadando en una especie de océano universal. La tribu Masawahili, del este de África, ha imaginado un complejo ejercicio circense en el que un gigantesco pez lleva en su espalda una piedra, sobre la que hay una vaca que hace balancear la Tierra en uno de sus cuernos. En este caso, un terremoto se produce cuando la vaca, para aliviar su dolorido cuello, cambia de un cuerno a otro el peso que soporta.

  El folklore más elaborado sobre terremotos se da, sin duda, en el altamente sísmico Japón. La superstición más corriente atribuye los movimientos de tierra al serpenteo de un barbo gigante (namazu) que se encuentra en el subsuelo y cuya cabeza se sitúa en la provincia de Hitachi. El dios Kashima controla todo lo posible los movimientos del pez, al que mantiene por medio del kaname-ishi o «piedra-pivote» (Ilustración 18). No se sabe con exactitud cuándo se originó la leyenda de namazu, pero, según C. Ouwehand, es probable que este origen se encontrase en la idea de una serpiente-dragón que rodea a Japón, representando (como también sucede en otras culturas primitivas) el mar primario que circundaba y sostenía la Tierra. Los conceptos de este ser que parece una serpiente (casi insecto, o como una araña en algunas representaciones), el pez o ballena gigantes, y. finalmente, el barbo, son mutuamente intercambiables y conservan la misma idea básica. Más tarde, en las últimas décadas del siglo XVII, la asociación del dios Kashima y la piedra pivote con los terremotos namazu aparecen en representaciones pictóricas que posteriormente se transformarían en las formas corrientes después de una serie de grabados que surgieron a partir del terremoto del Edo{25} en 1855, la «era Ansei de los desastrosos terremotos». El citado seísmo no fue el más serio de esta era, pero, como dice Ouwehand. «parece, sin embargo, que después del inicio de la era Ansei —tan turbulenta desde muchos puntos de vista, incluso el político—, con desastres naturales y hambres en varias partes del Japón, fue el acontecimiento que, sin duda, estimuló con mayor intensidad la imaginación.» La aparición de los grabados namazu fue una reacción ante la catástrofe. Además de representar el acontecimiento y varias versiones del mito namazu, los dibujos y los textos de tales grabados, típicamente folklóricos, satirizan acerca de ciertas condiciones sociales. El cómo se producen los terremotos se explica por la ausencia del dios Kashima que el namazu aprovecha; el porqué se originan se describe como un castigo motivado por los abusos sociales... ¡y también como una consecuencia de las visitas de la escuadra del comodoro Perry en 1853 y 1854! La sátira expresada en los grabados tiene como finalidad «hacer la vida más llevadera para las masas cuya existencia, aun antes de los terremotos, ya estaba lejos de ser envidiable». Los grabados se compraban también como amuletos contra futuros terremotos.

 

  En algunas leyendas, las sacudidas de los movimientos sísmicos se atribuyen a seres que, en lugar de sostenerlo, están dentro del globo terráqueo. En una región de la India se cree que existe un gigantesco topo cuyas excavaciones sacuden la tierra que está sobre él. Los Kukis de Assam creen todavía que hay una especie, que vive dentro del planeta, que sacude el suelo para averiguar si aún vive alguien en la superficie. Cuando los Kukis perciben un temblor, gritan «¡Estamos vivos, vivos!» para asegurarles que hay alguien. Los Karens de Burma culpan de los terremotos a las actividades de un dios Shie-Ou que se encuentra prisionero en la tierra por el dios sol Ta-Ywa. Los Tongans los atribuyen a un dios que descansa sobre un volcán que forma la isla de Tofua y que se mueve o cambia de postura mientras duerme. La antigua mitología escandinava también atribuye los terremotos a un demonio en la Tierra: por sus fechorías, Loki, el demonio o semidiós de la maldad y la perversidad, ha sido encarcelado por los dioses en una cueva, encadenado de tal modo que se encuentra echado sobre su espalda y apoyado sobre tres agudas piedras; sobre su cabeza cuelga una serpiente venenosa que constantemente deja caer veneno sobre su rostro. La fiel mujer de Loki, Sigyn, está junto a él recogiendo el veneno en un cazo, pero, de vez en cuando, ella se aparta de Loki para vaciar el cazo y entonces el veneno cae sobre la cara del demonio, momento en que éste experimenta un violento sobresalto que sacude toda la Tierra.

  Otro tipo de leyenda achaca los terremotos a las fuertes pisadas de algún gigante o deidad. Por ejemplo, la tribu Basoga, que vive en la costa norte del lago Victoria Nyanza, en África, cree en un dios de los terremotos que se llama Kitaba y que sacude la Tierra si camina demasiado aprisa.

  Otras creencias personifican la Tierra. Los Kaffirs, en Mozambique, consideran que la Tierra tiembla cuando tiene un escalofrío, analogía ésta que Aristóteles utilizó en forma figurada, como así también lo hizo Shakespeare, según la cita que hay al comienzo de este capítulo. Desde Perú llegan los pensamientos más joviales, que afirman que, de vez en cuando, la Tierra echa una cana al aire y baila.

  En la mitología griega. Poseidón era el dios de las tempestades marinas que sacudían la Tierra. Por lo visto, los antiguos griegos reconocían la diferencia entre un terremoto volcánico completamente local (que atribuían a la lucha de gigantes prisioneros) y los terremotos tectónicos. Aunque a primera vista resulte extraño que no culparan de estos últimos a Atlas, que sostenía la Tierra, su elección del dios del mar no resulta sorprendente si se tiene en cuenta cuántos temblores que asolaron Grecia y las islas cercanas se originaron bajo el mar, y cuán a menudo estaban acompañados por tsunamis{26}, intensos o leves. Después, los filósofos griegos reflexionaron seriamente sobre las causas de los terremotos, pero sus explicaciones fueron casi tan erróneas como las leyendas primitivas. Para Aristóteles, los terremotos estaban ocasionados por los vientos que trataban de escapar de su encierro en las cuevas subterráneas. Esta idea persistió, al menos, hasta los tiempos de Shakespeare, porque en Enrique IV, Parte I, Hotspur le explica a Glendower cómo

  La naturaleza enferma estalla con frecuencia

  en extrañas erupciones. A menudo, la tierra de fértiles entrañas

  se convulsiona y perturba a causa de una especie de cólico

  debido a la retención de aires inquietos

  dentro de su vientre. Los aires, esforzándose por salir,

  sacuden a la vieja dama y derrumban

  las altas torres reverdecidas de musgo.

  En el Antiguo Testamento se consideran los terremotos como signo de la cólera divina, y la Iglesia de la Edad Media continuaba enfatizando la idea del castigo por no haberse mantenido dentro de la obediencia. Por supuesto, desde este punto de vista, ninguna explicación mecánica científica hacía falta, pero se ofreció, en cambio, una pseudo-científica, en 1682, formulada por J. B. Van Helmont. Se trata de un químico y físico belga que fue una curiosa mezcla de místico, alquimista y científico. Fue el primero en comprender la naturaleza de los gases como algo diferente al aire, y contribuyó al conocimiento de la nutrición y digestión. Su explicación de los movimientos sísmicos sugiere que un ángel vengador golpea el aire para obtener un sonido musical cuyas vibraciones se comunican a la Tierra por una serie de sacudidas.

  En Estados Unidos, los seísmos han motivado más de un fuego infernal y sermones amenazantes del castigo eterno. Se dice que después del terremoto de Nueva Madrid, el 16 de diciembre de 1811. cuyas sacudidas posteriores continuaron durante años, más de un pecador arrepentido volvió al redil. Es posible que este terremoto haya sido el más intenso que pueda haber experimentado Norteamérica, pero el área, en aquella época, estaba escasamente poblada y. claro está, no había ningún sismógrafo que registrara la pertinente información científica. Una de las pocas leyendas evemerísticas sobre este tema se refiere a las causas que originaron el terremoto de Nueva Madrid, y a algunos de sus resultados topográficos.

  Según esta leyenda, existía un guapo jefe chickasaw, llamado Reelfoot (Pie bamboleante), que, desgraciadamente, había nacido con un pie deforme. A causa de dicha deformidad, el padre de la hermosa princesa Choctaw, a quien él amaba, rehusó permitir que él la cortejara para pedir su mano. Sin desalentarse, Reelfoot y sus amigos se llevaron a la princesa y la boda se llevó a cabo, lo que motivó que el Gran Espíritu se encolerizase. Así, en plena fiesta, el Gran Espíritu pisó con fuerza e hizo temblar la tierra. El Padre de las Aguas (el río Mississippi) cambió su curso y se desbordó, por lo que Reelfoot, su novia y todos los que participaban en la boda quedaron sumergidos en las aguas de un nuevo lago.

  El lago Reelfoot, en el lado del Mississippi que está sobre Tennessee, se formó en realidad a consecuencia del terremoto de Nueva Madrid (fig. 20). Una extensión pantanosa se hundió varios palmos y, después, se llenó de agua. El Mississippi, después del primer y más intenso temblor, pareció fluir contra la corriente durante un corto trecho, lo que pudo deberse a una temporal obstrucción del curso causada por deslizamiento de tierras o por perturbaciones producidas por el levantamiento de áreas rocosas en las proximidades. La depresión ocupada por el lago Reelfoot pudo haber sido colmada súbitamente por olas que anegaron los márgenes del río a cierta distancia, o, lentamente, por los riachuelos que desembocaban en el pantano original.


Fig. 20. Lago Reelfoot. Tennessee, creado en el terremoto de Nueva Madrid de 1811. (Tomado de Fuller. 1912.)

  No he podido confirmar si se trata de una auténtica leyenda india o si constituye otro ejemplo de fakelore (pseudo folklore). Sin embargo, existe otra tradición de un desastre que, posiblemente, se basa en parte en un temblor y que es, sin duda, auténtico. Se trata de la destrucción de Sodoma y Gomorra. El Génesis nos cuenta que Sodoma y Gomorra y otras dos de las cinco «Ciudades del Llano» (Adnía y Zeboyim) fueron destruidas, en castigo a su perversidad, por una lluvia de fuego y azufre que cayó del cielo. Las ruinas de estas ciudades nunca se han encontrado. Según J. P. Harland, las evidencias que proporciona la Biblia, así como escritores griegos y latinos posteriores, indican que tales poblaciones debieron de situarse en un área fértil en las proximidades del extremo sur del mar Muerto. Puesto que el nivel de dicho mar se ha elevado en los últimos siglos, el área, el bíblico valle de Siddim, en la actualidad se encuentra sumergida (fig. 21), de modo que islas descritas en el siglo XIX no existen hoy, y la línea costera se ha desplazado progresivamente hacia el sur. Primero se supuso que la causa natural que produjo el desastre que causó la desaparición de Sodoma y Gomorra fue una erupción volcánica, pero las pruebas geológicas descartan tal posibilidad. Se cree que la destrucción de las Ciudades del Llano se produjo alrededor del año 2000 a.C., y no existen rocas volcánicas tan recientes en esa región.

  F. G. Clapp ha sugerido una explicación geológica más aceptable: el mar Muerto se asienta sobre un graben, o valle de rift, y la región es altamente sísmica porque los movimientos a lo largo de las fallas limítrofes todavía siguen produciéndose. En otros tiempos, el mar Muerto se llamaba «lago de Asfaltita» debido a las masas de betún natural que de vez en cuando afloraban a la superficie. Aparentemente, estas masas brotan de las filtraciones que se hallan bajo el agua, y son particularmente notables después de los terremotos. Se han registrado volúmenes tan grandes como casas. Los habitantes del lugar recogen y venden este betún flotante y, a juzgar por lo extendida que entre los antiguos estaba su comercialización, los depósitos de betún fueron entonces mayores que ahora. Los numerosos «fosos de cieno» del valle de Siddim eran este tipo de filtraciones desenterradas para obtener el betún. Además de este asfalto natural, en la región abundan rocas bituminosas, algunas de las cuales contienen un porcentaje tan alto de betún que llegan, posiblemente. a arder. También hay algunas filtraciones de petróleo. Los escritores de la antigüedad decían que de las aguas del mar Muerto emanaban olores pestilentes y un «tizne invisible», posiblemente gases de azufre, que manchaba los metales. Tales gases no se detectan en la actualidad, pero recordemos que los gases naturales frecuentemente están asociados al petróleo y son los primeros en escapar de la tierra. Todos estos fenómenos —gas natural, petróleo y betunes— se relacionan, en este caso, con la intrusión de una gran masa de roca salina, o bóveda salina: la colina llamada Jebel Usdum (véase fig. 21).


Fig. 21. El mar Muerto, indicando lugares que se mencionan en conexión con la destrucción de Sodoma y Gomorra. Las «Ciudades del Llano» estaban situadas probablemente en el área que hoy se halla cubierta por las aguas de la ensenada del sur. Jebel Usdum es una bóveda de sal de la que, en el transcurso de los siglos, se han excavado por la erosión varios pilares de sal. (Tomado de Clapp, 1936.)

  En este ambiente, todo lo que se requiere para producir un voraz incendio es un agente, natural o humano, que encienda el material combustible. Teniendo en cuenta la afirmación bíblica de que era fuego que venía del cielo, surge inmediatamente la idea de un relámpago. El azufre desprende al quemarse un olor penetrante y pudo fácilmente identificarse entre los otros olores producidos por el incendio. Sin embargo, no parece probable que sólo un rayo pudiera ocasionar un fuego tan incontrolable que devorase cuatro ciudades que se hallaban separadas. Uniendo las ideas adelantadas por Clapp y Harland, y otros autores citados por ellos, se compone el siguiente cuadro: un desastroso terremoto sacudió el valle de Siddim, alrededor del año 2000 a.C., liberando gran cantidad de gases naturales y betunes que ardieron a causa de algunos fuegos dispersos. El incendio resultante borró Sodoma, Gomorra, Adnía y Zeboyim. La quinta ciudad, Zoar, se salvó debido a alguna característica de su ubicación. Si algunas de las rocas que tenían componentes altamente betúnicos se utilizaron en la construcción de las paredes de los edificios, significa que hubiese sido como agregar petróleo al fuego. Un rayo pudo o no haber sido el responsable del inicio del incendio, pero si, simplemente, se hubiese visto en el cielo en el momento de la catástrofe, habría creado la impresión de que la catástrofe provenía del cielo.

  El macizo de sal también tiene una explicación geológica, si bien, en realidad, correspondería tratarse en el capítulo sobre el folklore acerca de la forma de la Tierra. El Jebel Usdum, monte que se eleva unos 220 metros, más o menos, sobre el nivel del agua en el lado oeste de la bahía, al sur del mar Muerto, está formado por roca de sal cubierta de yeso que tiene marga (la marga es una piedra caliza impura). Su característica más conocida es un pilar de sal que la erosión ha separado del cuerpo principal de sal. No parece probable que este pilar se haya erguido allí durante casi cuatro mil años. No sólo porque la región sufre frecuentes temblores, sino también porque la sal se erosiona con facilidad. Otro pilar de sal, en la orilla sur, fue descrito por Josefo hace alrededor de dos mil años y todavía se encontraba en pie al menos doscientos años más tarde. Es muy posible que existiera un conjunto de pilares de sal en los alrededores hasta la historia geológica reciente, y durante toda la historia humana, separados de Jebel Usdum por las lluvias invernales. Así, ¿no sería natural que un rasgo tan sobresaliente próximo al escenario de una catástrofe memorable fuera incorporado a la tradición, o específicamente asociado a una de las víctimas más importantes, la esposa del rey? 

Fig. 22. Constitución interna de la Tierra. La mayor parte de lo que conocemos del interior de nuestro planeta se ha deducido por el comportamiento de distintas clases de ondas sísmicas originadas por los terremotos y, más recientemente, por grandes explosiones, ya sean nucleares o químicas, tales como explosiones en canteras, o especiales mediciones sísmicas de las detonaciones.

 

  Hasta aquí los aspectos folklóricos de los terremotos. Pero, ¿qué dicen los geólogos sobre sus causas? Los seísmos se producen cuando algo que genere ondas sísmicas sucede en la Tierra. En la mayoría de los casos se trata de una falla, es decir, el deslizamiento de rocas, unas sobre otras, bajo la carga que se ha producido durante un determinado período. El punto donde se genera un terremoto en la Tierra se llama foco o hipocentro (fig. 22) y puede encontrarse en cualquier parte, desde muy cerca de la superficie hasta unos cientos de kilómetros de profundidad. Los temblores se clasifican, según donde esté el foco, en superficiales o normales, intermedios y profundos. Los superficiales se inician a profundidades de hasta 70 kilómetros (alrededor de 44 millas), los intermedios desde los 70 hasta los 300 kilómetros (44 a 188 millas) y los profundos a más de 300 kilómetros (188 millas). El más profundo registrado hasta ahora se produjo a 700 kilómetros (440 millas) debajo de la corteza terrestre. El lugar que, sobre la superficie, está directamente encima del foco se denomina epicentro.

  La magnitud define la cantidad de energía liberada en el foco. Una de las mayores magnitudes documentada hasta hoy es de 8,6 o 8,7 para el temblor de Alaska, en marzo de 1964. La magnitud se determina más exactamente por medio de registros instrumentales, pero también es factible estimarla por la intensidad y la distancia al foco. La intensidad es una medida subjetiva de la tuerza de un terremoto en la superficie. Se estima según una escala que, esencialmente, refleja la extensión de los daños causados a las estructuras construidas por el hombre, así como los distintos efectos producidos sobre las personas que viven en el área. Por tanto, en una zona despoblada es prácticamente imposible estimar la intensidad de un seísmo. Cualquier terremoto sólo tiene determinada magnitud, si bien la intensidad con la que se percibe en un lugar concreto depende de la distancia del foco (la intensidad decrece en proporción inversa al cuadrado de la distancia al foco. Así, el epicentro, que es el punto que se halla más cerca del foco, registra la máxima intensidad), de la naturaleza del suelo (las vibraciones son de una mayor amplitud y, en consecuencia, más destructivas, en un suelo no consolidado —especialmente si es húmedo— que sobre un lecho de roca) y de la estructura geológica de la región (las ondas sísmicas disminuyen menos si se trasladan en el sentido «del grano» de la estructura que si van en sentido contrario). Normalmente, toda la tensión acumulada no se libera al mismo tiempo: el temblor más intenso suele ir precedido por los llamados temblores precedentes y, por lo general, va seguido de una serie de temblores posteriores, de fuerza variable. Los movimientos sísmicos superficiales causan daños en un área limitada alrededor del epicentro; los intermedios y los profundos pueden producir serios efectos sobre amplias regiones.

  Los temblores del tipo que se han descrito se llama tectónicos —porque tienen que ver con la deformación de la estructura de la Tierra— para distinguirlos de los que están asociados a la actividad volcánica o a los pocos que están ocasionados por el deslizamiento de tierras o el derrumbe de cavernas subterráneas. Los temblores que se deben a estas dos últimas causas suelen ser muy débiles y completamente locales, de modo que podemos prescindir de ellos. Los que preceden o acompañan a las erupciones pertenecen a un tipo especial. Todos son relativamente superficiales, la mayoría de ellos en gran medida y. por tanto, nunca se perciben fuera de la vecindad del volcán. En muy pocas ocasiones son lo suficientemente intensos como para causar daños. La cuestión de los temblores volcánicos y tectónicos es bastante importante con relación a la erupción minoica del Santorín, y se le prestará más atención en el capítulo 8.

  Un corolario de la explicación de Aristóteles sobre los temblores indica que los días precedentes a que se producen son sofocantes y sin viento, ya que todo el viento ha sido arrastrado bajo la Tierra. Este concepto persiste en la extendida noción del «tiempo de'' temblores» que se encuentra en el folklore moderno, a pesar del hecho comprobado de que los antecedentes demuestran que los terremotos han sucedido en cualquier momento del año, en todos los instantes del día y con todo tipo de tiempo. C. McWilliams, en un resumen sucinto, dice:

  «En el sentido popular, la frase (tiempo de temblores) parece referirse a una atmósfera pesada, sofocante, encapotada y bochornosa. Uno se sentiría dispuesto a creer que este tipo de tiempo presagia la proximidad de un terremoto si no fuera por el hecho de que esta descripción detalla unas condiciones atmosféricas que, en lugares como California, todo el mundo detesta. La conclusión, casi incontestable, nos viene a decir que los pobladores, simplemente, han responsabilizado a los odiosos “días sofocantes" de las calamidades que, en verdad, podrían haber imputado a cualquier otro tipo de tiempo.»

  Las condiciones meteorológicas pueden relacionarse con los temblores sólo de una forma: la presión barométrica es capaz de ayudar a desatarlos, ya sea independientemente o en conjunción con otras fuerzas, como las mareas del Sol o de la Luna. Dado que la tierra sólida, lo mismo que los océanos, se ve influida por la atracción del Sol y de la Luna, y así como las mareas son más altas en ciertos momentos, dependiendo de las posiciones relativas del Sol y de la Luna, las tensiones que actúan sobre el suelo son más fuertes en ciertas ocasiones. Una ligera tensión adicional debida a estas «mareas» terrestres, o la presión atmosférica, o ambas cosas, pueden, en determinadas circunstancias, ser la última gota que, en una región de temblores, libera las fuerzas hasta un punto de rotura. Sin embargo, el agente que desata un terremoto no debe confundirse con sus causas, lo mismo que no se ha de confundir el gatillo de un arma de fuego con el explosivo que impulsa la bala. De igual forma que si se aprieta el gatillo en un arma vacía no se producirá el disparo, las fuerzas externas que actúan sobre la superficie no provocarán un terremoto si las condiciones internas, dentro de la Tierra, no están «maduras» para ello. Además, la correlación entre las «mareas» terrestres y los terremotos no es muy intensa, y muchos movimientos sísmicos se han producido cuando las fuerzas de las mareas no se encontraban al máximo, e incluso cuando estaban en su mínimo. Por tanto, la creencia de que los temblores tienen su origen en el cielo resulta tan infundada como la del tiempo de temblores al que antes aludimos. En el mejor de los casos, existe la posibilidad, aún no probada, de que las fuerzas planetarias o las condiciones atmosféricas ayuden a precisar cuándo, con exactitud, se producirá un terremoto, pero esto no tiene nada que ver con por qué se produce.

  También se ha señalado una correlación entre los temblores y la «fluctuación polar». El eje de la Tierra no es completamente fijo, sino que fluctúa levemente mientras el planeta gira, como lo hace con frecuencia una peonza. La razón de esta fluctuación cabe que se relacione con la fricción de la fuerza de gravedad dentro de la Tierra, o con el movimiento del núcleo líquido exterior. Ahora bien, el hecho de que la fluctuación polar cause los terremotos, o sea causada por ellos, es un problema que actualmente se halla en estudio. De cualquier modo, el porqué fundamental de los temblores reside en lo más profundo de la Tierra.

 

  El error más frecuente sobre los efectos de los terremotos está en la creencia, terrible, de que en el suelo pueden abrirse precipicios sin fondo capaces de tragarse a cualquier infortunada persona que se encuentre en el lugar exacto en el que se «abre» la tierra para después cerrarse triturando a la desgraciada víctima. De todos los peligros reales que cabe temer de un seísmo, éste es, probablemente, el último. Es cierto que a veces se producen grietas en el suelo, pero nunca sobre la roca sólida. Son siempre superficiales y no se cierran otra vez, excepto en rarísimas circunstancias. Seguramente, alguien que haya visto cómo un edificio de pisos que no estaba adecuadamente construido se derrumbaba en pocos segundos para convertirse en un montón de escombros, como sucede en los países que no poseen códigos de edificación adecuados en lo que respecta a la resistencia a los temblores, tendrá incluso la impresión de que el edificio ha desaparecido materialmente en el suelo. Pero la verdad es que los informes sensacionalistas acerca de gentes desapareciendo, o atrapadas hasta la cintura dentro de la tierra, o de casas, o incluso referentes a pueblos enteros que han sido tragados y triturados, son anteriores al pasado siglo y siempre se constituyen en rumores que, por lo general, han pasado por tres, cuatro o más intermediarios. Informes comprobados, prácticamente no existen. Sin embargo, en Japón, que es el país que ha tenido más experiencia en terremotos, están convencidos de que estarán más seguros en la casa que en campo abierto, ya que temen que el suelo se abra bajo sus pies.

  L. Don Leet sitúa este problema de los temblores en la perspectiva adecuada: «A veces, las sacudidas hacen vibrar masas de materiales, no consolidados, que se hunden o deslizan hacia nuevas posiciones. Las fisuras y grietas resultantes no son más temibles, o notables, que los hundimientos o deslizamientos que hubiera producido una intensa lluvia...» Describe el caso inusual de la grieta, en un arrozal abandonado en Japón, que se abría y se cerraba nuevamente. En dicho campo, la capa superficial de marga seca se hallaba sobre un mantillo húmedo. Durante el terremoto, las ondas remolinearon, lo que produjo que el citado mantillo se moviese de un lado a otro, y motivó que la marga se arqueara y, finalmente, se resquebrajara, cerrándose cuando todo se asentó.

  Los sismólogos sólo han aceptado dos informes de accidentes en grietas producidas por los terremotos. Me ha costado cierto tiempo rastrear las fuentes que había detrás de los informes publicados. Uno se refiere a la tan conocida vaca que cayó en una grieta durante el terremoto de 1906 de San Francisco. Los geólogos se encuentran divididos en cuanto a la fiabilidad de este informe. El relato oficial sobre el temblor contiene la siguiente afirmación:

  «...en el rancho Shafter una fisura fue, en determinado momento, tan ancha como para admitir una vaca, que cayó de cabeza y quedó, por tanto, enterrada. Inmediatamente, volvió a cerrarse la fisura y sólo fue visible la cola del animal. Después quedó una huella de la grieta, una zanja de 1,80 a 2,40 metros de ancho, y el nivel del suelo en ella era de unos 30 a 60 centímetros por debajo del suelo de alrededor, que no sufrió daños.»

  En otro párrafo del mismo informe se dice:

  «El señor Payne J. Shafter tiene su casa cerca del pueblo de Olema. La huella de la fisura se halla cerca de la casa y de otros edificios... Durante el terremoto, una vaca cayó en la grieta y la tierra se cerró sobre ella de tal modo que sólo la cola quedó visible. En el momento de mi visita, la cola había desaparecido, comida por un perro, pero numerosos testigos sostuvieron la verdad del hecho. Como la huella de la grieta que se observaba en las proximidades no era lo bastante grande como para que cupiese una vaca, parece que durante la formación de la fisura se produjo una temporal separación de las paredes.»

  El autor de esta parte del informe, el eminente geólogo G. K. Gilbert, recibió los testimonios de segunda mano, pero, evidentemente, no tuvo razones para dudar de la veracidad del relato de sus informantes. No obstante, en 1906, la idea de fisuras producidas por los terremotos que se abrían y cerraban otra vez, no se cuestionaba seriamente. En la actualidad, este informe sería rigurosamente comprobado cavando la tierra para hallar los restos de la vaca. Algunos creen que Gilbert así lo hizo, pero que las notas de su libreta sólo contienen la afirmación de que «una vaca fue engullida allí por una grieta, desapareciendo todo su cuerpo excepto la cola... El testimonio en esta cuestión está fuera de duda».

  Aun en el caso que se hubieran encontrado los restos de la vaca, esto no demostraría que la vaca hubiese desaparecido en la grieta durante el terremoto. Robert Iacopi, autor del libro Earthquake Country (Tierra de terremotos), recibió una carta del señor H. H. Howard en la que se pone en duda el testimonio de todos los testigos. El señor Howard, primo de los Shatters, en cuyo rancho se supone que se produjo el hecho, vivía, cuando era niño, en la propiedad adyacente. Su carta{27} narra lo siguiente:

  «Lo que quiero relatarle es un recuerdo de mi niñez que tiene relación con lo que usted afirma en la página 147; un recuerdo que me abruma cada año cuando, mientras vivía en el Oeste medio (de Estados Unidos), la gente me enviaba la edición anual de los periódicos de San Francisco sobre el terremoto y el incendio, en donde se repetía esa hermosa historia de la tierra tragándose la vaca... Un espléndido y cálido día, puedo recordar esto porque, aunque yo era muy pequeño, estábamos en el año 1912 ó 1913, mi padre y yo nos hallábamos sentados en un banco del jardín, cuando nuestro primo Payne Shafter llegó a caballo. Los dos hombres hablaron brevemente y, luego, sin razón aparente, recuerdo que mi padre preguntó a Payne: “Payne, ¿por qué diablos les dijiste a los reporteros aquella vez que tu vaca había sido tragada por esa grieta en la tierra?" A lo que Payne respondió, y otra vez, reproduzco aproximadamente las palabras: “Mira, Pax, la vaca había muerto y teníamos que enterrarla. Esa noche se produjo el terremoto que abrió una gran resquebrajadura en el suelo. Simplemente, arrastramos la vaca hasta allí y la arrojamos con las patas sobresaliendo. Después llegaron esos reporteros y. cuando se les ocurrió la idea de que la vaca había caído dentro, no quisimos estropear toda la historia. ¿Por qué hacerlo ahora?”

  »Yo no tengo ningún conocimiento directo de lo que sucedió realmente, pero sí sé que la conversación que describo es cierta porque la escuché y oí luego a mi padre reír muchas veces por su causa. Admiro su cuidado al transmitir el incidente en su libro y dejar el relato “oficiar como una cita.»

  Esta carta, al menos, plantea la pregunta de si Gilbert vio la misma fisura en la que había desaparecido la vaca, viva o muerta, y nos deja con el deseo de que haya visto con sus propios ojos esa cola surgiendo del suelo.

  Sólo hay otro caso documentado y éste incluye la muerte de una persona, una mujer que murió en el terremoto del Fukui, el 28 de junio de 1948, en Japón. No existe duda alguna respecto de lo que sucedió, pero incluso en el informe oficial del terremoto Fukui se manifiestan contrarias opiniones acerca de cómo ocurrió. El informe habla por sí mismo (muy parafraseado para obtener una redacción correcta):

  «Existe un miedo universal a hundirse en las fisuras que los terremotos abren en la tierra. Pero no existe ningún testimonio de que esto haya ocurrido en este país. Sin embargo, Imamura afirma que no se halla justificado tal miedo, aunque él mismo ha informado sobre un caso de una pequeña fisura que se produjo en el terremoto de 1923, en Kwanto, en el patio del colegio de Hojo, en la prefectura de Chiba, cuando dos líneas de fisuras se abrieron y se cerraron, y de ellas brotó, intermitentemente, agua a borbotones. Pero en el actual Fukui hubo un caso trágico. Una campesina de 37 años estaba trabajando en su arrozal en el 33 Wada-shussaku-machi, en la ciudad de Fukui. cuando se produjo el seísmo. Se la encontró muerta, enterrada hasta el mentón en una fisura de 100 metros de longitud. Se cree que murió aplastada, no ahogada. Se dice que una raja de alrededor de 1,20 metros de ancho se abrió, cerrándose después. Del terremoto sólo quedó una leve huella: unos 2 centímetros de anchura de la dirección de la fisura que se pudo rastrear en aquel sitio...

  »Esto (la fisura que se abrió y se cerró) cabe atribuirlo a las ondas de gravedad producidas en el suelo blando. Las grietas estaban, en algunos lugares, ordenadas siguiendo el curso del antiguo río, si bien éste se halla relleno actualmente, lo que debe considerarse como una evidencia del movimiento relativo del blando relleno causado por los violentos movimientos del terremoto. Si éstos se repitieron más de una vez. el relleno blando habrá oscilado de un lado a otro, de modo que las grietas que se produjeran allí pueden haberse abierto y cerrado sucesivamente.»

  Lo que se cita arriba corresponde a la descripción general del terremoto recopilada por H. Kawasumi. En una parte posterior del mismo informe, en la que se trata específicamente de las fisuras y grietas que se abrieron durante el temblor, N. Miyabe prefiere otra interpretación para explicar la muerte de la mujer:

  «En el vecindario de la ciudad de Fukui se extiende un llano bajo, aluvial y pantanoso. Durante el terremoto, el agua subterránea surgió en tantos lugares que en algunos de ellos se formaron volcanes de lodo. La resistencia del suelo fue [reducida] por el agua, de modo que cerca de Fukui, en donde el agua salía a borbotones, algunos coches se hundieron hasta las ruedas. Se encontró una mujer muerta, casi sumergida en la tierra, cerca de Fukui, después del terremoto. La gente dijo que había sido aplastada cuando se cerró una fisura producida por el terremoto. No obstante, quien esto escribe considera que debió de hundirse en el suelo durante el terremoto cuando la resistencia del terreno disminuyó tanto a causa del agua que fluía a borbotones, tal como antes se ha dicho. Por otra parte, deben considerarse los siguientes hechos: aun en circunstancias normales, los pantanosos campos de arroz cerca de Fukui son tan blandos que los hombres corren el peligro de hundirse en el suelo, a menos que caminen sobre bambú o troncos de madera dispuestos sobre la tierra.»

  De las dos explicaciones, la última parece más lógica. Si una grieta se abrió a los pies de la mujer, ¿no habría perdido el equilibrio y habría caído de cabeza en ella, o atravesada en ella, o a lo largo, extendiendo por completo los brazos al caer? Pero al encontrarla se hallaba en posición vertical, lo que sugiere que cuando estaba de pie, posiblemente tratando de salir o correr fuera del arrozal, fue literalmente arrojada sobre la tierra blanda, como si se tratase de arenas movedizas, y, después, aplastada por el peso de la gruesa capa de lodo que presionó su cuerpo alrededor y sobre ella. Algún mecanismo de este tipo debe de constituir también la explicación de viejos relatos sobre personas que quedaron enterradas hasta la cintura en el suelo, suponiendo que haya algo de verdad en dichos relatos.

  Durante el terremoto de Nueva Madrid se abrieron grandes grietas, y permanecieron abiertas. Todavía hoy es posible ver algunas. No todas eran simples fisuras, sino que muchas de ellas eran fallas profundas, zanjas o grabens (fosas tectónicas). Las más hondas no tenían más de veinte pies (6 metros). Si bien corrieron muchos rumores erráticos sobre personas que se habían perdido en dichas fisuras, todos los que cayeron en ellas pudieron ser extraídos, aunque, algunas veces, con dificultad. Todos los accidentes de los que de este temblor se tuvo noticia, menos dos, se refirieron a personas ahogadas y se produjeron cuando las barrancas del río se desmoronaron, o cuando los botes o las islas del río se sumergieron. (Una persona murió al caer de una pared, y una mujer se asustó tanto que echó a correr hasta que se desplomó, muriendo de miedo y agotamiento.) Además, el temor de quedar sepultado en la tierra se apoderó de todo el mundo, de modo que, al observar que el «abismo» se abría en una dirección, la gente taló árboles y los dispuso perpendicularmente a esa dirección. Al iniciarse un temblor, la gente corrió precipitadamente a situarse sobre esos troncos de árboles. Muchas personas creían que así salvarían sus vidas. Una de las cosas que desapareció durante los temblores de Nueva Madrid, fue una carga de moldes de hierro fundido que estaban en un sótano. Tales moldes, como la mujer de Fukui, pudieron, al producirse las vibraciones, haber sido sacudidos y hundidos en la tierra no consolidada. En el río Mississippi desaparecieron varias pequeñas islas. Los relatos populares que se refieren a este hecho dan la impresión de que las islas fueron engullidas por la tierra. Es posible que algunas fuesen arrastradas bajo el nivel del agua, pero lo que en muchos casos ocurrió fue que, estando constituidos por tierra blanda, no consolidada y saturada —que es la que resulta más inestable durante un temblor—, los islotes fueron literalmente destrozados y, después, los fragmentos arrastrados por el agua.

  La forma más fácil de que actualmente la grieta producida por un terremoto ocasione un accidente estriba en que un coche, cuando transita por una autopista, caiga en ella. Las grietas en el pavimento son los daños más usuales. Muchas de ellas son lo bastante grandes como para hacer perder el control de un coche, o para que éste dé una vuelta de campana. En el caso de que se produzca el hecho, nada habitual, de que una grieta, debido a hundimientos o a materiales no consolidados, se abra bajo nuestros pies, el daño más probable consistirá en algunos golpes o, a lo sumo, en uno o dos huesos rotos. Lo que es importante recordar en todo momento es que, si durante un temblor se abre una grieta en el suelo, casi con toda seguridad permanecerá abierta (Ilustración 19). Las probabilidades de que una grieta nos «trague» son infinitamente pequeñas, tantas, por ejemplo, como las que se tienen de ser golpeado por un avión que se precipita contra el suelo.

  Los verdaderos peligros en un terremoto son los siguientes: 1) ser golpeado por objetos que caen, especialmente si se huye hacia el exterior; 2) quemarse con algún fuego que se haya producido 'durante el temblor, peligro que, generalmente, se agrava si se rompen las grandes tuberías de conducción de agua, ya que no es posible recurrir a ésta; 3) quedar enterrado, si se está en una zona de montañas, por un desprendimiento provocado por el temblor, como les ocurrió a las diecinueve personas que se encontraban durmiendo en un campamento en Hebgen Lake, en Montana, la noche del 17 de agosto de 1959, o los diez o veinte mil habitantes de Yungay y Ranrahirca, en Perú, que fueron sepultados por la avalancha de detritos del Huascarán, provocada por el terremoto del 31 de mayo de 1970, y 4) ahogarse en un tsunami, si se está en la costa. Por tanto, si se está fuera, en campo abierto, lejos del mar, lo mejor es... ¡relajarse y disfrutar! Como última referencia tranquilizadora acerca de las grietas producidas por los terremotos, cabe tener en cuenta lo siguiente: en 1954, en el terremoto de Dixie Valley, en Nevada, una choza de madera, firmemente construida, se mantuvo en pie sobre un espacio de suelo que se hundió formando un pequeño graben. Si bien la choza sólo se hundió unos centímetros en la escarpada falla, de doce pies y medio (3,75 metros), que se formó, ni siquiera se rompió un cristal de las ventanas, y un vaso de porcelana ni se movió del estante en que se hallaba.

  En contraste con la idea de tierra que se abre, que, sin duda, en gran parte —y en mi opinión, totalmente— es folklore, existen ejemplos de folklore sobre terremotos que es factible se transformen en factlore (hechos reales). En Japón, junto a la creencia de namazu como causa de los terremotos, han existido relatos que han tenido amplia difusión, en los que se narra que, antes de los seísmos más importantes, los barbos se comportan de modo inusual. Se dice, por ejemplo, que justamente antes del temblor de 1855, un pescador se sorprendió de la agitación que mostraban los barbos y, creyendo que presagiaban un movimiento de tierra, corrió a su casa a tiempo de salvar a su familia y bienes. Otra narración cuenta la acentuada agitación que existía entre los barbos el día antes del terrible terremoto de Tokio de 1923. La creencia de que los barbos son capaces de detectar un terremoto antes de que se produzca ha sido tan persistente que los científicos comenzaron a preguntarse si no habría algo de verdad. En consecuencia, hace casi cuarenta años, el profesor Hatai y sus colegas de la Universidad de Tohoku comenzaron a observar sistemáticamente sobre una mesa de laboratorio tanques en los que había barbos. Descubrieron que el pez permanece habitualmente inmóvil y que no reacciona a los estímulos externos como, por ejemplo, un suave golpe sobre la mesa. Sin embargo, de vez en cuando, se crispan ostensiblemente o saltan cuando se golpea varias veces sobre la mesa, y, en el 80% de los casos, esta reacción precede de seis a ocho horas a un terremoto. El hecho de que el barbo «sepa» que está a punto de producirse un seísmo cabe que esté relacionado con las corrientes naturales de la tierra, porque cuando el agua que circula dentro de los tanques no pasa por la tierra, la sensibilidad, virtualmente, desaparece.

  Si esa facultad del pez para percibir un inminente terremoto es cierta, no hay nada en ello de sobrenatural. En los últimos años, los sismólogos interesados en la predicción de los terremotos han estudiado, entre otras cosas, los efectos sismoeléctricos y sigmomagnéticos. Las cargas acumuladas en las rocas, que eventualmente se liberan en forma de temblores de tierra, producen leves cambios en el campo magnético de la Tierra o en su conductividad eléctrica, cambios que han podido ser verificados con instrumentos sensibles. No sólo el barbo, sino también otras criaturas que viven en el agua, poseen células nerviosas capaces de percibir seísmos u otros fenómenos naturales, cosa que a los seres humanos no les es posible. (En el caso del barbo se cree que dichas células se encuentran en los palpos, así como a lo largo de los costados del cuerpo.)

  En esta misma línea, un norteamericano, B. H. Armstrong, ha investigado las posibilidades de certeza que pueden tener informes que aseguran haberse comprobado una inusual agitación en los animales antes de los terremotos, y comprobar si tal hecho tiene una base física. Existen historias tales como las que se refieren a perros que corrían y aullaban en Talcahuano, Chile, antes del terremoto de 1835 en Concepción, y acerca de cómo los perros, los gatos y las vacas despertaron a la población de Taal, en Filipinas, poco antes de que se produjera un terremoto. A Armstrong le interesan los efectos «sismoacústicos», que es la liberación de ondas sonoras de "alta frecuencia, más alla del nivel de la audición humana, que son el resultado de la deformación progresiva de las rocas. La emisión acústica de las rocas deformadas ya se controla en las minas para advertir de inminentes derrumbes o rockbursts{28}. Aunque los resultados obtenidos en los experimentos de Armstrong no son concluyentes, no es posible excluir la posibilidad de que los terremotos que provocan la rotura de la superficie, o los que implican rotura de un cuerpo líquido (lo que lleva otra vez al comportamiento de los peces), o la acumulación de cargas que ocasiona un terremoto produzcan un cambio en las propiedades de absorción acústica de la roca lo suficientemente importante como para provocar la emisión de ondas sonoras perceptibles para los animales.


  {24} Cuando cité esta leyenda para responder a una pregunta humorística de un colega que deseaba saber si había algo de sexo en mi libro, le ofrecí la oportunidad de hacer un pequeño chiste: «Esto debe de ser el origen de Love waves (ondas de Love)*» Love waves son una forma de olas superficiales producidas durante los terremotos y que deben su nombre al matemático inglés A. E. H. Love. que realizó parte de la investigación teórica fundamental sobre propagación de ondas sísmicas.

  * Se hace un juego de palabras con el nombre del matemático Love y la palabra love. amor, que no tiene sentido en castellano. (N. del T.)

  {25} Antiguo nombre de Tokio.

  {26} Tsunami es una palabra japonesa aceptada internacionalmente como término científico para lo que de otro modo se conoce como olas sísmicas del mar, y que popular, pero erróneamente, se denominan «marejada». En los capítulos siguientes se tratará mucho más sobre tsunamis.

  {27} Esta carta al señor Iacopi terminó en los archivos del U S. Geological Survey 's Office of Earthquake Research en Menlo Park. California, y fue descubierta allí por un colega que me llamó la atención sobre ella. Cuando me autorizó a citarla, el señor Howard comentó que, sin duda, la carta había dado muchas vueltas porque en toda California le habían hecho muchas preguntas acerca de ella. Subrayó que sólo podía informar sobre lo que había oído decir a los dos hombres, pero, agregó, que no creía que existiese ninguna razón para que lo que dijeron no fuese la verdad.

  {28} Rockburst (rotura de la roca) es el súbito y a menudo violento deterioro de las rocas en las minas o canteras, lo que llega a ser fatal para los mineros y que, en pequeña escala, recuerda un terremoto natural.


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