viernes, 15 de marzo de 2019

El pastor y la doncella hija del Sol

En la cordillera y sierra nevada que está encima del valle del Yucay,
llamada Pitusiray, guardaba el ganado blanco del sacrificio [llamas]
que ofrecían los incas al Sol un indio natural de los lares llamado Acoyanapa,
el cual era mozo bien dispuesto y muy gentil hombre; andaba
tras su ganado y mientras paseaba tocaba una flauta que tenía, muy suave
y dulcemente, no sintiendo pena ninguna de los accidentes amorosos
que la mocedad sentir le hacía, ni tampoco sentía placer en tenerlos.
Le sucedió un día que cuando más descuidado estaba tocando la
flauta, llegaron a él las dos hijas del Sol que en toda la Tierra tenían
moradas a donde acogerse y guardas en todas ellas. Podían estas dos
hijas del Sol pasearse de día por toda la Tierra y ver sus verdes prados,
mas no podían faltar de noche de sus casas, y a tiempo de entrar en
ellas, las guardas y los pastores las cataban y miraban si llevaban alguna
cosa que las pudiese dañar; y como habernos dicho, llegaron a donde
estaba el pastor, muy descuidado de verlas y ellas le preguntaron por el
ganado y pasto que tenía.
El pastor que hasta entonces no las había visto, aunque turbado, hincó
las rodillas en el suelo, entendiendo que eran algunas de las cuatro
fuentes cristalinas, en toda la sierra muy alabadas, que en aquellos seres
se habían convertido o manifestado, y así no respondió palabra, mas
ellas tomaron a preguntar por el ganado y le dijeron que no temiese,
que ellas eran las hijas del Sol, señoras de toda la Tierra, y por más
asegurarle le tomaron por el brazo y le dijeron otra vez que no temiese;
al fin el pastor se levantó y besó las manos a cada una de ellas, quedando
muy espantado de la gran hermosura que tenían, y al cabo de
haber estado un buen rato en buena conversación, dijo el pastor que
era ya tiempo de recoger su ganado y que le diesen licencia para ello, y
la mayor de ellas, llamada Chuquillanto, se había pagado mucho de la
gracia y buena disposición del pastor, y por entretenerle en razones le
preguntó que cómo se llamaba y de qué tierra era, y el pastor respondió
que era natural de los Lares y que su propio nombre era Acoyanapa; en
esto puso ella los ojos en un tirado de plata que traía [el pastor] encima
de la frente, llamado entre los indios ampu, el cual resplandecía y ondeaba
con mucha gracia; y vio que al pie estaba un arador muy sutil y
mirándolo de lo más cerca vio que los aradores estaban comiendo un
corazón, y preguntóle Chuquillanto que cómo se llamaba aquel tirado
de plata, y respondió el pastor diciendo que se llamaba utusi. La ñusta
le volvió su utusi y se despidió del pastor, llevando muy en la memoria
el nombre del plumaje y el de los aradores; e iba pensando cuán delicadamente
estaban dibujados y al parecer de ella vivos y comiendo el
corazón que habernos dicho. En el transcurso del camino, iba hablando
con su hermana acerca del pastor, hasta que llegaron a sus palacios y
al tiempo de entrar en ellos los pongos-camayos o porteros las cataron
y miraron si llevaban alguna cosa que dañar las pudiese, porque según
ellos, en muchas partes hallaron haber llevado muchas mujeres a sus
queridos y amados metidos dentro de los sunlis, que en nuestra lengua
se dice fajas, y otras en las cuentas de las gargantillas que llevaban
puestas en las gargantas. Y cerciorados de esto los dichos porteros las
cataron y miraron y al fin las dejaron entrar dentro de los dichos sus palacios,
donde hallaron a las mujeres del Sol que las estaban aguardando
con sus ollas do oro muy fino, guisadas todas las cosas que en la Tierra
se daban de mucho regalo; Chuquillanto se metió en su aposento, no
quiso cenar y el achaque que es dicho fue decir que estaba muy molida
y cansada de andar, todas las demás cenaron con la hermana, que dado
caso de algún pensamiento tenía de Acoyanapa, no era tal que inquietarla
podía, aunque todavía daba algunos suspiros por disimulado. Mas
la dicha Chuquillanto estaba que a un solo punto ni un momento no
podía sosegar, por el gran amor que al pastor Acoyanapa había cobrado,
y tenía mal al fin por no dar muestra de lo que dentro de su pecho tenía,
como mujer tan entendida y discreta que era en todo género de extremos;
se echó a dormir y quedó dormida.
Había en esta morada, que eran palacios grandes y suntuosos del
Sol, muchos aposentos ricamente labrados y vivían en ellos todas las
vírgenes del Sol que eran muchas, traídas de todas las cuatro provincias
que eran sujetas al inca, como fueron Antit-suyo, Chincha-suyo, Conde-
suyo y Colla-suyo, para las cuales había por dentro cuatro fuentes
de agua dulce y cristalina que salían y corrían hacia las cuatro provincias
en las cuales se bañaban, en la fuente que corría hacia la provincia
de donde eran naturales...
Estaba la hermosísima Chuquillanto, hija del Sol, metida en un profundo
sueño y soñaba que veía un ruiseñor mudar y volarse de un árbol
a otro y que así en uno como en el otro cantaba muy suave y dulcemente,
y que después de haber cantado un buen rato con mucha armonía y
regocijo, se le puso en sus faldas y regazo, el cual le dijo que no tuviese
pena ni imaginase cosa alguna que no se le pudiese dar; y que ella había
dicho que sin remedio perecería, si no la diese algún remedio; a lo cual
respondió el ruiseñor que él la remediaría y que le contase su pena, y al
fin ella le dijo el grandísimo amor que había cobrado al guarda del ganado
blanco, que se llamaba Acoyanapa, y que sin ninguna duda veía ya
su muerte, porque para remediarse no había otro remedio que huir con
el que tanto quería: porque de otra manera sería sentida de alguna de las
mujeres de su padre el Sol, y así la mandaría matar el dicho su padre; a
lo cual le respondió el ruiseñor: que se levantase y asentase en medio de
las cuatro fuentes arriba dichas y allí cantase lo que más en la memoria
tenía y que si las fuentes concordasen y dijesen lo mismo que ella cantase
y dijese, que seguramente podía hacer lo que quisiese; y diciendo
esto, se fue; y despertó la ñusta como espantada y a gran prisa comenzase
a vestir, y como toda la gente estuviese durmiendo a sueño suelto,
tuvo lugar de levantarse sin ser sentida, y se fue y se puso en medio de
las cuatro fuentes y empezó a decir, acordándose de los aradores y tirado
de plata, en el cual estaban los dos aradores comiendo el corazón sobredicho,
y decía: «Micuc usuntucuyuc, utusi cusim», que significa: arador
que está comiendo el utusi que se menea digno es; y luego comenzaron
todas las cuatro fuentes unas a otras a decirse lo mismo a gran prisa en
cuadro. Y viendo la ñusta que le eran muy favorables las fuentes, se fue
a reposar el poco que de la noche quedaba, dejando las dichas fuentes
con el entretenimiento ya dicho.
El pastor después que se fue a su chozuela trajo a la memoria la
gran hermosura de Chuquillanto, y estando metido en este cuidado
empezó a entristecerse, y el nuevo amor que se iba arraigando en su
deseo y no atrevido pecho, le hacía sentir y querer gozar de los últimos
fines del amor, y con este pensamiento tomó su flauta y empezó a tocar
tan tristemente que a las duras piedras enternecía; y en acabando
de tocarla fue tan grande el sentimiento que hizo que cayó en el suelo
amortecido, y cuando volvió en sí, dijo vertiendo infinitas lágrimas,
lamentando:
-¡Ay, ay, ay de ti, desventurado, triste pastor desdichado y sin contento!,
y como se te acerca ya el día de tu muerte, pues la esperanza
te niega lo que tu deseo pide, ¿cómo puedes, pobre pastor, remediarte,
pues el remedio es imposible de alcanzar, siquiera de verlo? -y diciendo
esto se tornó a su chozuela; y con el grandísimo trabajo que había
pasado se le adormecieron los miembros y así se quedó dormido.
Tenía este pastor en los lares a su madre, la que supo por orden de
los adivinos el extremo en que su hijo estaba, y de que sin remedio
acabaría la vida si no diese orden en remediarlo; sabida la causa de sus
desventuras tomó un bordón muy galano y de gran virtud para tales
cosas, y sin detenerse tomó camino de la sierra y diose tan buena maña,
que llegó a la choza al tiempo que el Sol salía, y entró y vio a su hijo
que estaba amortecido, y todo el rostro bañado en lágrimas vivas y se
llegó a él y le despertó, y el pastor, que abrió los ojos y vio a su madre,
empezó a hacer gran sentimiento; la madre lo consoló lo mejor que
pudo, diciéndole que no tuviese pena, que ella la vencería antes que
pasasen muchos días, diciendo esto se fue: y de unas peñas empezó a
coger unas ortigas, comida apropiada según estos indios para la tristeza,
y cogiendo gran cantidad de ellas hizo un guisado, y no estaba
bien cocido, cuando las dos hermanas hijas del Sol estaban ya en los
umbrales de la chozuela, porque Chuquillanto así como amaneció se
vistió y cuando le pareció hora de irse a pasear por los llanos verdes de
la sierra, salió y enderezó hacia la chozuela de Acoyanapa, porque su
tierno corazón no le daba lugar a otros entretenimientos; y luego que
hubieron llegado a la choza se asentaron a la puerta de ella fatigadas del
camino, y como viesen a la buena vieja la saludaron y dijeron si tenía
que darles de comer. La vieja hincó la rodilla en el suelo y les dijo que
no tenía más que un guisado de ortigas, y aliñándolas les dio de ellas y
ellas empezaron a comer con grandísimo gusto.
Chuquillanto empezó a rodear la dicha choza, con sus lagrimosos
ojos, sin dar muestra de lo que deseaba ver, y no vio al pastor porque
en aquel instante que ellas se manifestaron, se metió por orden de la
madre dentro del bordón que había traído, y así entendía ella que debía
de haberse ido con el ganado, y no dejó de preguntar por él; y como
hubiese visto el bordón, dijo a la vieja que era muy lindo el bordón. La
vieja contó que antiguamente era de una de las mujeres y queridas de
Pachacamac, huaca muy celebrada en los llanos, y por herencia le venía
a ella; como lo supo pedíaselo con mucho encarecimiento que hizo que
al fin la vieja se lo diera. Tomólo en las manos y parecióle mucho mejor
que antes, y al cabo de estar un rato en la choza, se despidió de la vieja
y se fue por el prado adelante mirando a una parte y a otra, por ver si
aparecía el pastor que tanto quería...
Triste y muy pensativa, [Chuquillanto] viendo que en el todo camino
no aparecía, se fue hacia su palacio con grandísimo dolor de no haberlo
visto; y al tiempo de entrar en los palacios las guardas las cataron
y miraron, como lo suelen hacer todas las veces que de fuera adentro
entraban, y como no viesen cosa de nuevo más del bordón que claramente
traía, cerraron sus puertas y se fueron de todo fraude engañadas;
ellas entraron en sus recámaras y allí les dieron de cenar larga y espléndidamente;
después de haber pasado parte de la noche, todas se fueron
a acostar, y Chuquillanto tomó su bordón y lo puso junto a la cama,
porque le parecía muy bien, y así se acostó y pareciéndole que estaba
sola, empezó a llorar, acordándose del pastor y del sueño que había soñado;
mas no estuvo con este cuidado mucho tiempo, porque el bordón
se había convertido en el ser de que era antes, y así empezó a llamar
a Chuquillanto por su propio nombre, y ella cuando se oyó nombrar,
tomó en sí grandísimo espanto, y levantándose de su cama fuese por
lumbre y la encendió sin hacer ruido, y como se acercase a su cama,
vio al pastor que estaba hincado de rodillas delante de ella, vertiendo
muchas lágrimas y ella que lo vio fue turbadamente y satisfaciéndose
de que era su pastor, le dijo y preguntó cómo había entrado dentro, y
él respondió que el bordón que había traído dio orden en ella; entonces
Chuquillanto le abrazó y cobijó con sus mantas de lipi, muy labradas y
de cumbi muy finísimas, y allí durmió con él; y cuando quiso amanecer
se entró otra vez al bordón, y viéndole entrar dentro su ñusta y señora,
la cual después que el sol había bañado toda la sierra, se tomó a salir de
los palacios de su padre y se fue por el prado adelante, tan solamente
con su bordón, y en una quebrada que hay en la sierra estuvo con su
amado y querido pastor, que en su ser ya se había convertido. Sucedió
que una de las guardas había ido tras ella, al fin, aunque en lugar escondido,
dio con ellos; y como viese lo que pasaba dio grandes voces y
ellos que lo sintieron fuéronse huyendo hacia la sierra que está junto al
pueblo de Calca y cansados de caminar se sentaron encima de una peña
y se adormecieron, y como oyesen gran ruido entre sueños se levantaron,
tomando ella en una mano una ushuta, que la otra la tenía calzada
en el pie, y mirando a la parte del dicho pueblo de Calca el uno y el
otro, fueron convertidos en piedra, y el día de hoy se aparecen las dos
estatuas desde Guallabamba y desde Calca y de otras muchas partes...
Llamáronse aquellas sierras Pitu-siray, y así se llaman hoy en día.

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