Los oídos de los gugos son tan agudos que los pies descalzos y las manos desnudas de quienes trepaban podían oírse con facilidad al despertar la ciudad, y desde luego los gigantes de grandes zancadas, acostumbrados a ver sin luz gracias a sus cacerías de espectrales en las bóvedas de Zin, no tardarían en dar alcance a aquella presa menor y más lenta sobre los escalones ciclópeos. Era muy deprimente pensar que los silenciosos gugos no serían oídos en absoluto en plena persecución, sino que caerían de pronto y aterradoramente en la oscuridad sobre quienes trepaban.
En busca de la ciudad del sol poniente
1926-1927
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