miércoles, 3 de abril de 2019

Los minúsculos malignos (Demonios dentro del cuerpo)

—Acaso mi hijo —sospechó entonces—, esté también ameigado. Ni toma el pecho ni
deja de llorar.
—Yo te daré un «escrito» y se lo coses a la ropa.
Salió y volvió a entrar con una bolsita de tela apenas de media pulgada, en cuyo
interior iba el arbitrario amuleto.
—Si la abres —advirtió—, perderá su eficacia y acaso te traerá mal…
W. FERNÁNDEZ FLÓREZ:
El bosque animado
SE CUENTAN POR MILES

De todos es conocida la tendencia a representar en forma física algunas
preocupaciones que obsesionan al hombre. Por eso, antiguamente, detrás del
rayo o del trueno tenía que existir un ser, más bien antropomorfo, que fuera el
causante de tales fenómenos. Con algunas enfermedades ocurre lo mismo, y de ahí
que cuando no se sabía bien qué extraña dolencia le acaecía a alguien que se iba
físicamente degradando poco a poco, quedándose prácticamente en los huesos, se
dijera que había malos espíritus o duendes perversos detrás de todo ello. Se trataría,
para la sabiduría popular, de entes muy diminutos, invisibles, nocturnos y poco
menos que sicarios del demonio, —«que no descansa nunca»—, enviando a legiones
de estos engendros para hacer enfermar, de diversas formas, a los seres humanos, y
en especial a los niños.
Con el nombre de Malignos designan en muchas partes de España, y sobre todo
en Extremadura, a estos seres especialmente dañinos para la salud física y psíquica
del ser humano, a los cuales no se pueden encuadrar como duendes porque no
responden a su tipología básica, pero que incluimos en esta obra porque también son
adictos a los hogares humanos, y en algunas leyendas, ante tanto río revuelto, los
mencionan como duendecillos que actúan como si fueran un ejército. Se caracterizan
por atacar desde dentro del organismo, introduciéndose en él por distintos
procedimientos para causarle una penosa enfermedad, por lo que están muy
vinculados a ciertas prácticas de brujería o magia negra en las que no vamos a entrar
en detalle porque se saldría del propósito de este libro.
Se les suele representar como minúsculas criaturas amorfas, que pueden penetrar
en el cuerpo de un ser humano con bajas defensas y por cualquier conducto, sobre
todo por la boca. Razón por la cual las víctimas más propicias suelen ser niños o
personas cuyo campo energético está debilitado. Como consecuencia de su acción,
provocan toda clase de dolencias, sobre todo enflaquecimiento y raquitismo de la
víctima elegida, puesto que su labor principal, aparte de otras que desconocemos, es
la de nutrirse de su energía. Asimismo, la superstición popular les considera los
causantes de ciertas enfermedades, como anemias, epilepsias o posesiones
demoníacas.
Estas masas energéticas sin forma predeterminada han recibido distintos nombres
según las culturas, entre ellos los más utilizados son: «bajos astrales», «larvas
astrales» o «daños», como así les llaman los chamanes de algunos países
sudamericanos. Cuando se materializan, provocan la enfermedad en una parte
concreta del cuerpo humano —difícil de diagnosticar por los médicos—, y es
entonces, una vez localizados, cuando pueden ser extraídos, presentando entonces la
forma de una masa oscura con ramificaciones que posteriormente va adoptando
formas más concretas y animalescas, revelando su auténtica identidad.
De los múltiples nombres que reciben estas maléficas entidades en nuestro país,
muchos de ellos son tan ambiguos que designan tanto a la enfermedad como al
elemento causante. Su presencia la hemos encontrado en toda España aunque,
lógicamente, en algunos lugares con más intensidad que en otros, zonas éstas donde
la brujería ha tenido una especial significación.
En el País Vasco, los seres malignos por excelencia son los «Gaizkín»; en Galicia,
una función similar la realizan los temidos «Tangaraños» y «Demachiños»; en
Asturias serían los «Malinos»; en Extremadura, los «Malignos»; en Cantabria, según
Manuel Llano, existirían unos «duendes chiquitines» que, a veces, salen del chorro
del agua y a través de ella entran en el interior de un ser humano, de tal suerte que las
personas que los han tragado pierden, desde entonces, la razón y no pueden estar
quietas ni un momento, y, por último, en Andalucía estarían los «espíritus rebeldes»,
a los cuales se exorcizaba —sobre todo en Granada— utilizando los falsos libros
plúmbeos del Sacromonte, mucho más eficaces para expulsar diablos que los
mismísimos Evangelios, y así lo constató en 1603 el arzobispo don Pedro de Castro.
LAS ROMERÍAS DIABÓLICAS
A los enfermos que estaban poseídos por numerosos y minúsculos demonios o
espíritus maléficos, se los denominaba endemoniados o «espiritados».
Y en su conjuración (o esconjuración, como prefieren llamarla en Aragón)
intercedían varios santos y santas, como es el caso de Santa Orosia en Jaca, o
mediante el Cristo de Calatorao en Zaragoza. Para ello, se seguía todo un ritual
precedido por una romería que conducía al lugar mágico donde suelen confluir dos
cualidades: centro religioso y sanatorio sagrado.
El día 25 de junio se celebraba en Yebra de Basa (Huesca), así como en otros
lugares, la fiesta de Santa Orosia, con romería incluida, en la que se portaban las
reliquias de la Santa para que, en un ritual que se realizaba más tarde, curase a los
poseídos por estos demonios. En el rito se solía preguntar a los familiares si se quería
que los demonios saliesen por los ojos, boca, oídos u otro lugar, a lo que finalmente
se accedía que saliesen por los dedos, como demostraban unas cintas con las que se
les ataba y que eran expulsadas violentamente. Estos ritos, cuya costumbre
desapareció hace bastantes años, estaban muy relacionados con los de Balma, en
Castellón, a los que concurrían muchas gentes procedentes de Temel.
«Balma» significa cueva, y está situada en una pared rocosa en el municipio de
Zorita, en el Maestrazgo, donde se ubica el santuario de Nuestra Señora de Balma
que se apareció en el siglo XIV a un pastorcillo y desde entonces data su fama de
milagrosa. En septiembre acuden gentes de lugares distantes llevando a los que tienen
el «demonio» dentro del cuerpo. Los familiares les atan cintas en los dedos de los
pies y de las manos y los meten a la fuerza en la ermita, pues los «endemoniados» se
resisten a entrar en lugar sagrado. Pasan la noche en vela orando y cantando a la
Virgen, y los posesos se suelen tirar al suelo intentando desprenderse de sus lazos,
espumarajeando y gritando:
«¡Virgen de la Balma,
por las manos o por los pies,
por la boca no!».
Ya que están convencidos de que si los demonios salen por la boca se quedarían
mudos. De estos enfermos se dice que «Tenen els malignes», aunque, la verdad,
muchas veces llevaban a exorcizar no a verdaderos endemoniados, sino a otro tipo de
personas con enfermedades nerviosas. En Navarra se hace por intercesión de Nuestra
Señora de los Conjuros, en Arbeiza.
En Galicia existen varias de estas procesiones o romerías con el fin de ahuyentar
a los diablillos o «demos» negros, que muchas personas posesas creen tener en su
interior. Con el nombre genérico de «meigallo», el gallego funde en una sola una
serie de enfermedades tan variadas como el mal de brujería, el mal de envidia, el
«mal de olla», el «feitizo», etc. Los lugares más famosos y concurridos para tratar
esta dolencia son, por una parte, la iglesia parroquial de Santa Comba, y por otra, la
capilla de San Cibrián (así llama el pueblo a la de San Cipriano, en San Pedro de
Tomeza), sitas ambas en la provincia de Pontevedra, siendo los encargados de curar
tales dolencias los llamados «pastequeiros», palabra que procede del latín «pax
tecun» (la paz sea contigo) que pronuncian con asiduidad en sus salmodias, utilizando
agua bendita, cruces de Caravaca y demás pandemónium.
Pero, al lado de estos santuarios, existe una gran nómina de vírgenes, santos y
santas del «meigallo» muy eficaces para curar esta ambigua enfermedad, que,
básicamente, consiste en que la persona afectada empieza a adelgazar, se deprime, le
sale mal todo lo que hace, languidece y padece síntomas por el estilo. A modo de
relación, para no extendernos mucho más, enumeraremos este curioso santoral
gallego, de eficacia probada para curar el mal del «meigallo» y para expulsar al
«demo metido no corpo» hoy en día en uso:
Nasa Señora do Corpiño. Lalín (Pontevedra).
Nasa Señora das Ermidas. O Bolo (Orense).
San Campio de Figueiró. Toiniño (Pontevedra).
San Campio de Entines. Outes (La Coruña).
San Pedro Mártir. Santiago de Compostela.
Santa Justa de Moraña. Pontevedra.
Santa Eufemia de Arteixo. La Coruña.
Santa Eufemia de Orense.
Los ya citados de Santa Comba de Bertola y San Cibrián de Tomeza, ambos en Pontevedra.
DEMACHINOS Y TANGARAÑOS
Sobre el relato de la existencia de los demachiños nos pone al corriente el
investigador y folclorista gallego Luis Mame Mariño, que, a su vez, se lo oyó contar
a un viejo y sabio labriego llamado Manuel de la Rega. En resumidas cuentas, los
«demachiños» son unos seres invisibles que habitan muy cerca de nosotros, y al
parecer hay millares de ellos que nos vigilan y espían desde todos los rincones e
incluso pueden «mixturarse» con la comida que llevamos a la boca, por eso —nos
comenta dicho autor— son tantos los posesos o endiablados que se hallan habitados
por estos pequeños demonios.
Ellos son los causantes de fenómenos que, a primera vista, no tienen explicación,
como los misteriosos ruidos que nos sobrecogen cuando estamos en la más completa
soledad, o paredes que se derrumban, o ramas que se desgajan de su tronco, extravíos
que sufrimos yendo de camino, un tiesto que se cae, una carta que se traspapela y
cosas similares, es decir, que se tiende a atribuir a estos seres todo aquello que se
antoja anómalo y tenebroso. Serían una especie de «cajón de sastre», donde caben
todas las fechorías que no tengan como claros autores a los trasnos, tardos,
meniñeiros, xas o tangaraños de turno. Se convierten, por lo tanto, en unos invisibles
ángeles del mal, contraparte del ángel de la guarda, que está al acecho para
aprovechar la más mínima ocasión en la que inmiscuirse en el mundo de los
humanos. Por eso —decía el labriego— cuando al desperezarse se nos abre la boca,
es cosa buena hacer la «por-la-señal» para que estos intangibles diablos no se metan
en nuestro espíritu.
Su origen sería similar al de los duendes comunes, pues nos refiere Luis Mame
que cuando Nuestro Señor expulsó del cielo a los ángeles malvados, mandó que se
abriesen a un tiempo las puertas del cielo y del infierno. Fue así como empezaron a
caer del cielo enjambres de ángeles que iban a parar al infierno hasta que, cansado
San Miguel de ver tanta «masacre» angélica, dijo de repente:
—¡Surcen corde! (Creemos, a falta de otra explicación, que la palabreja en
cuestión debe ser una malformación de ¡sursum corda!, exclamación litúrgica muy
antigua por la que el sacerdote invitaba a sus fieles a elevar sus corazones, sin olvidar
que con este latinismo se designa en Galicia a las brujas que rondan y vigilan de
noche a los «rueiros» [aldeas], echando mal de ojo mientras las demás compañeras
iban a sus aquelarres). Para otros autores, como Agustín Ponela Paz, los Demachiños
fueron expulsados después de los «sursum corda» y no tuvieron tiempo de llegar a
tierra, quedando vagando en nubes sombrías y caminando incesantemente como si
estuviesen condenados a no poder permanecer mucho tiempo en el mismo lugar.
Bastaron tan contundentes palabras del santo para que, al mismo tiempo, se
cerrasen las puertas del cielo y de los infiernos, siendo así que muchos «demachiños»
que cayeron del cielo no tuvieron tiempo de entrar en su otra morada y se quedaron
vagando por este mundo terrestre, viviendo refugiados y camuflados en su
invisibilidad al «otro lado del espejo».
En el Diccionario Enciclopédico de Rodríguez-González, nos encontramos que al
Tangaraño lo define de la siguiente manera: «diaño ou trasno maléfico que
sopostamente ataca os nenos, enfranquecéndoos e deformándoos». Por sus
características y forma de comportarse es similar a los «malinos» asturianos.
Para Valentín Lamas Carvajal es un genio malévolo, contra el que sólo cabe un
remedio bastante drástico:
A nai unha bulsa
Colgoullen o pescozo con escapularios
medallas e figas
A pel d’unha cobra y os ollos d’un sapo.
La madre una bolsa
le colgó en el cuello con escapularios,
medallas y figas
la piel de una culebra y los ojos de un sapo.
A los niños afectados de tangaraño se les veía raquíticos y enclenques.
Sus pequeñas víctimas huían de él gritando: «Tenche o Tangaraño».
Como nos estamos refiriendo a un ser que, por extensión, se asocia a una
enfermedad, los remedios contra él son los mismos que para combatir la dolencia.
En tierras cercanas a Orense, el 11 de julio de cada año llevan a la ermita de San
Benito da Coba do Lobo a los niños enfermos víctimas de raquitismo, que se suponen
poseídos del «tangaraño». Existe en este lugar mágico un «penedo» de enormes
proporciones que deja un hueco o cavidad para poder pasar a la criatura por debajo de
la piedra. Para efectuar el ritual deben comparecer tres mujeres llamadas «María».
Una de ellas, mientras pasa al niño enfermo a la que está al otro lado de la piedra,
dice:

Ahí che vai o tangaraño
pásocho doente,
devólvemo sano.

De todos es sabido que los gallegos son muy supersticiosos, y que para todo
tienen un remedio, no muy ortodoxo, pero no por ello menos eficaz, existiendo la
costumbre en Tuy (Pontevedra) de pretender curar algunos «males extraños» de los
niños arrojando al río su ropa en una cestilla con una vela encendida, creyendo que, si
al arrastrarla las aguas la luz no se apaga, el niño sanará.
GAIZKIÑES y UBENDUAS
Los Gaizkín, Gaiztoak o Gaizkiñak son seres maléficos, caracterizados por
encarnarse entre las plumas o mechones de la almohada, a los que agrupa y da forma
de cabeza de gallo adoptando la figura de este animal. Esto hace que se produzca una
extraña enfermedad en el niño que reposa su cabeza en dicho almohadón.
En Marquina (Vizcaya) contaban que las personas poseídas por estos «gaizkiñes»
iban a Urquiola a hacer un novenario, algunos morían inmediatamente y a otros les
salían estos espíritus malignos por las uñas de las manos.
El principal remedio contra ellos consiste en quemar la «cabeza de gallo» que
forman las plumas de la almohada y así terminar definitivamente con el maleficio,
curando al enfermo, pero siempre que la figura del gallo aún no estuviera configurada
en su totalidad. De ser así, habría que llevar las plumas a una encrucijada de caminos
y allí quemarlas, como antaño se hacía en Galdácano o en Sara.
La intervención del gallo, a la hora de hablar de elementales, no debe parecemos
rara, pues su canto siempre indica el nacimiento de un nuevo día y, por lo tanto, la
retirada de las distintas clases de genios que pueblan la noche a sus moradas diurnas.
El chamán mexicano don Lucio de Morelos utiliza un curioso y particular sistema
para neutralizar los «daños»: enterrar un gallo rojo enfrente de la casa de quien
padece un mal para que absorba esos malos espíritus. Tampoco olvidemos la
presencia de gallos en la confección de homúnculos.

Barandiarán nos cuenta que uno de sus informantes de Dohozti le dijo que un
vecino de aquel pueblo, deseando vengar un robo con la muerte del ladrón, estuvo
repitiendo constantemente en voz alta y durante un día entero la maldición oportuna o
fórmula de imprecación, para que ciertos espíritus perversos, llamados «gaixtoak»
(malignos), penetrasen en su cuerpo, asegurando dicho informante que, a
consecuencia de esa maldición, el ladrón se endiabló y acabó suicidándose por el
procedimiento de arrojarse por una ventana.
Contra los espíritus malignos, en ciertas partes de Euskadi repiten esta frase:
«Apártate satanás a distancia de mil leguas», haciendo al mismo tiempo con la mano
el gesto de la higa. En otras zonas, se denomina con el nombre de «Ubendua» a la
marca que produce en el cuerpo de una persona la mordedura de un genio maligno,
que aprovecha para sus operaciones las horas nocturnas en las que sus víctimas están
profundamente dormidas.
Para preservarse de tales acometidas se solía colocar en el dormitorio un misal
abierto por el principio del Evangelio según San Juan.

A todo lo largo del Pirineo existen creencias y supersticiones relativas a este tipo
de «genios» maléficos.
MALINOS y MALIGNOS
Hace mención de los malinos asturianos el escritor Rodríguez Castellano,
describiéndolos como «demonios o espíritus del mal que se cree habitan dentro; del
cuerpo de una persona, causándole grandes daños». Tal creencia está más extendida
por la zona asturiana de Villar, pero en casi todo el Principado existe la superstición
de suponer que el diablo penetra en el cuerpo humano si éste ingiere ciertos
alimentos, sobre todo frutas; por eso se, tiene la costumbre —y la precaución— de
agujerearlas antes de comerlas para que el Malino salga de su interior y, en general,
de hacer la señal de la cruz a cualquier Vianda que se lleve a la boca.
Para los habitantes del cabo Peñas, cuando un niño sano se pone repentinamente
enfermo sin saberse la causa, no hay duda: es que los Malinos se han metido en su
cuerpo. También se considera que el agua puede ser portadora de estos engendro s
minúsculos, por lo que, para evitar que el líquido elemento cause el más mínimo daño
al bebedor, es preciso soplar en ella tres veces y decir acto seguido:
«Soplín,
soplón,
vete, diablín,
vete, diablón».
Nos imaginamos que el que inventó dicho ripio no tendría a las musas de su parte,
y, por consiguiente, no se le ocurriría otra cosa mejor, pero si para algunas personas
funciona… válido es y bienvenido sea.
Publio Hurtado, en Extremadura, asocia a los malignos con las posesiones
diabólicas y cuenta el caso de una mujer que vivía en el pueblo de Eljas, hacia 1875,
que tenía metidos, según todos los indicios, a los «malignos» en el cuerpo. No hacía
más que gritar improperios y obscenidades, hasta que una mañana apareció, tan sólo
con una camisa, a las afueras del pueblo, sin que ella recordara quién la había llevado
allí. Los lugareños pensaban que sólo los «malignos» podían haberla conducido a
aquel lugar, tan ligera de ropas. En una de esas escapadas inexplicables fue vista en
otra lejana zona, pero esta vez ya cadáver, a causa del frío de la noche.

El padre Francisco de San José, en su Historia general de Nuestra Señora de
Guadalupe deja constancia de una serie de milagros acaecidos en tan célebre
santuario mariano y cita los casos de la mujer de un gallego de Lleyro que hacía siete
años padecía en su cuerpo la influencia de estos diablillos, y el de una napolitana
afectada que logró expulsar nada menos que 80 000 malignos de esta especie, por
intercesión de la Virgen, récord digno de haber pasado al Libro Guinnes.
Antonio de Torquemada pone el dedo en la llaga cuando se refiere a ellos
diciendo que: «Aunque los demonios son enemigos de los hombres no entran tanto en
sus cuerpos con voluntad de hacer daño, como con deseo de un calor vivífico, porque
éstos son de los que habitan en lugares profundísimos y frigidísimos, donde el frío es
tan puro que carece de humedad; y así, desean lugares calientes y húmedos», es decir,
buscan lugares donde abunde lo que nosotros llamaríamos calor vital o aliento de
vida.A estos seres, con el debido respeto, les va muy bien el famoso lema de los
mosqueteros: uno (cuerpo) para todos (malignos) y todos (los malignos) para uno
(para un cuerpo humano), pues atacan por miles y en grandes cantidades salen del
cuerpo, sobre todo a través de las uñas (El Corán es estricto respecto a evitar la
suciedad de las uñas pues afirma en una de sus «suras» que bajo ellas moran los
demonios).

¿Reconocéis acaso a los duendes rusos (domovois)? ¿Ya los escoceses (brownies) e ingleses (leprechauns)? ¿Veis
a los duendes italianos (folletis), a los alemanes (kobolds), a los franceses farfadets…? Todos ellos están
esperando impacientes a que alguien dé la vuelta a la página y descubra que no son tan solo leyenda.

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