martes, 2 de abril de 2019

LA TAPA DEL ATAÚD

Un traficante caminaba cierta noche, conduciendo en su carreta una carga de vasijas: el
caballo se cansó al fin y de repente detúvose junto á un cementerio; entonces su amo le quitó
los arneses, dejándole libre, y él fué á echarse sobre una de las tumbas; pero no se durmió.
Al poco tiempo parecióle que se abría la tierra debajo de él y al punto se puso en pié; la
tumba se abrió y de ella vio salir una forma humana cubierta con un sudario y cogida con
una mano la tapa de un ataúd; aquella forma corrió hacia la iglesia, dejó la tapa á la puerta y
se encaminó al pueblo.
El traficante era hombre de valor. Fué á recoger la tapa y ocultóse detras de su vehículo
para observar lo que sucedería. Pasado algún tiempo, el muerto volvió, dirigiéndose otra vez á
la iglesia para recoger la tapa del ataúd; pero como no la viese, comenzó á buscarla, y al fin
encontró al traficante.
— Dame la tapa, dijo el muerto, porque sino te haré pedazos.
— ¿Y para qué me serviría mi hacha? replicó el vivo. Me parece que soy yo el que te
cortará en pedazos.
—Haz el favor de darme la tapa, buen hombre, repuso el muerto.
— Te la daré cuando me digas dónde has estado y qué has hecho.
— He estado en el pueblo y he muerto á dos jóvenes.
— Bien; dime ahora cómo será posible volverlos á la vida.
El muerto parecía vacilar en responder; mas al fin dijo:
— Corta una tira del lado izquierdo de mi sudario y llévala contigo; cuando llegues á la
casa donde he dado muerte á los jóvenes, pon algunos carbones encendidos en un puchero y
echa en él esa tira, cerrando después bien la puerta. Los jóvenes resucitarán inmediatamente
por efecto del humo.
El traficante cortó la tira del sudario, entregando en cambio la tapa del ataúd; el muerto
se acercó á su tumba y ésta se abrió; pero antes de que tuviera tiempo de bajar oyóse el canto
del gallo y el cadáver no pudo quedar bien cubierto: una extremidad de la tapa del ataúd
quedó fuera de tierra.
El traficante vio todo esto y tomó nota de ello; y como se acercase la hora de amanecer,
enganchó su caballo para ir al pueblo. En una de las casas oyó gritos, penetró en ella y supo
que habían muerto dos muchachos.
— No lloréis, dijo á los padres; yo los resucitaré.
— Hacedlo en nombre de Dios, le contestaron, y os daremos todo cuanto nos queda.
El traficante siguió punto por punto las instrucciones que el muerto le diera y los mucha
chos recobraron la vida. Sus padres manifestaron una inmensa alegría; pero acto continuo
apoderáronse del traficante y atáronle fuertemente con cuerdas, diciéndole:
— No te escaparás, tunante. Vamos á entregarte á la autoridad, pues ya que has sabido
devolver la vida á nuestros hijos, tal vez seas tú quien los mató.
— ¡ Qué estáis diciendo, malos creyentes! Tened al menos el temor de Dios, gritó furioso
el traficante.
Entonces contó cuanto le había sucedido durante la noche; la noticia circuló rápidamente
por el pueblo, y todos cuantos lo habitaban corrieron al campo santo. Allí vieron la tumba de
donde había salido el muerto, abriéronla del todo y atravesaron el corazón del cadáver con
una estaca de álamo para que no pudiera volver á levantarse y matar.
En cuanto al traficante, diósele una magnífica recompensa y se alejó del pueblo después
de recibir las felicitaciones de todos.

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